Francisco Rodríguez / Índice Político
La tentación es enorme. Desde que Luis Echeverría Álvarez decretó aquello de que “las finanzas (públicas) se manejan en Los Pinos”, no ha habido inquilino u ocupante de esa casa embrujada en medio del Bosque de Chapultepec al que no le tiente meter mano en las arcas del Banco de México.
La excepción que confirmaría la regla podría ser Vicente Fox. Y no sólo porque nuestro banco central haya alcanzado la autonomía con respecto a la administración federal un par de años antes de que el ex gobernador de Guanajuato llegase a la Presidencia de la República –Guillermo Ortiz le hubiera propinado un zape–, sino porque su secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, como buen Chicago boy, es un ortodoxo del monetarismo que jamás hubiese siquiera intentado entrometerse en las políticas del Banxico.
Fue precisamente este ortodoxo, Gil Díaz, quien en todo momento se opuso a la fallida candidatura de su pupilo Agustín Carstens a la dirección gerencia del Fondo Monetario Internacional, impulsada desde Los Pinos por Felipe Calderón, a través de su respectivo pupilo, Ernesto Cordero, su heterodoxo secretario de Hacienda.
Y es que más que impulsar a Carstens a un cargo de relevancia mundial, de lo que en realidad se trataba era de desplazarlo para luego sustituirlo por un adicto al ocupante en turno de Los Pinos, que por supuesto sí le permitiera al michoacano meter mano no sólo en las políticas y cuentas del Banco de México, sobre todo en sus arcas.
Se acerca el fin del sexenio. Y luego de las derrotas que este domingo el PRI le propinara al ocupante de la casa embrujada mediante el abusivo empleo de recursos pecuniarios, a Calderón le urge tener enormes cantidades de dinero a la mano para comprar voluntades, no sólo de los votantes, sobre todo de funcionarios de casillas, autoridades de institutos electorales y, por supuesto, magistrados de los tribunales del ramo.
Calderón, de suyo, tiene mucho dinero para gastar en las próximas elecciones federales. No sólo las carretadas de dólares que el sobreprecio del crudo en los mercados internacionales ha recibido Pemex, y de los cuales prácticamente no existe rendición de cuentas.
Tiene también nutridos fideicomisos privados alimentados por los subejercicios presupuestales en prácticamente todas las dependencias federales que, por incapacidad o verdadera estulticia, han dejado de invertir o de gastar en obras y políticas que beneficien a los habitantes de la República, cual son los casos de Comunicaciones y Transportes, Educación Pública y, entre otras, Agricultura, Pesca y bla, bla, bla…
Pero lo verdaderamente sustancioso y, por ello, apetitoso es el Banco de México. Sus arcas, concretamente.
Porque no obstante que en las últimas tres semanas el monto de lo ahí resguardado –en realidad, depositado en bancos internacionales, sobre todo estadounidenses– ha sufrido mermas, la cantidad de la que Calderón podría disponer –sin que Carstens se lo impidiera, por encontrarse despachando en Washington al frente del FMI– sería de casi 130 mil millones de pesos… o al menos de los réditos que tal cantidad está produciendo en el extranjero.
Perdiendo ante la señora Christine Lagarde, Agustín Carstens salió ganando.
Y con él, también Francisco Gil Díaz.
Porque Carstens, cual buen alumno de “Paco”, no da paso sin antes consultárselo a su mentor.
Y hace un par de meses que ambos coincidieron en que lanzarse a la persecución del primer puesto del FMI, resultaría una aventura fallida.
No obstante, Carstens se lanzó.
O dejó que Calderón y Cordero lo lanzaran.
No les dejó libre el campo.
Ahora Calderón tendrá que buscar otra forma de hacerse del control de la caja.
Sabe bien que la democracia electoral se ha convertido en una simple operación mercantil…
Índice Flamígero: Escribió Agustín Carstens hace un par de días en Reforma: “Alguien podría argumentar que, a la vista del desenlace final, se trató de un empeño jactancioso, ingenuo e inútil. No es así, en absoluto: México, en conjunto, y el Banco Central, en particular, hemos dado en unas cuantas semanas un gran paso, indispensable para que la voz y la representación de las economías emergentes en los organismos financieros internacionales crezcan y correspondan a su verdadera aportación a la economía mundial, a la estabilidad financiera global y al bienestar de todos. Fue, no me cabe duda, una estrategia ganadora.”
La tentación es enorme. Desde que Luis Echeverría Álvarez decretó aquello de que “las finanzas (públicas) se manejan en Los Pinos”, no ha habido inquilino u ocupante de esa casa embrujada en medio del Bosque de Chapultepec al que no le tiente meter mano en las arcas del Banco de México.
La excepción que confirmaría la regla podría ser Vicente Fox. Y no sólo porque nuestro banco central haya alcanzado la autonomía con respecto a la administración federal un par de años antes de que el ex gobernador de Guanajuato llegase a la Presidencia de la República –Guillermo Ortiz le hubiera propinado un zape–, sino porque su secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz, como buen Chicago boy, es un ortodoxo del monetarismo que jamás hubiese siquiera intentado entrometerse en las políticas del Banxico.
Fue precisamente este ortodoxo, Gil Díaz, quien en todo momento se opuso a la fallida candidatura de su pupilo Agustín Carstens a la dirección gerencia del Fondo Monetario Internacional, impulsada desde Los Pinos por Felipe Calderón, a través de su respectivo pupilo, Ernesto Cordero, su heterodoxo secretario de Hacienda.
Y es que más que impulsar a Carstens a un cargo de relevancia mundial, de lo que en realidad se trataba era de desplazarlo para luego sustituirlo por un adicto al ocupante en turno de Los Pinos, que por supuesto sí le permitiera al michoacano meter mano no sólo en las políticas y cuentas del Banco de México, sobre todo en sus arcas.
Se acerca el fin del sexenio. Y luego de las derrotas que este domingo el PRI le propinara al ocupante de la casa embrujada mediante el abusivo empleo de recursos pecuniarios, a Calderón le urge tener enormes cantidades de dinero a la mano para comprar voluntades, no sólo de los votantes, sobre todo de funcionarios de casillas, autoridades de institutos electorales y, por supuesto, magistrados de los tribunales del ramo.
Calderón, de suyo, tiene mucho dinero para gastar en las próximas elecciones federales. No sólo las carretadas de dólares que el sobreprecio del crudo en los mercados internacionales ha recibido Pemex, y de los cuales prácticamente no existe rendición de cuentas.
Tiene también nutridos fideicomisos privados alimentados por los subejercicios presupuestales en prácticamente todas las dependencias federales que, por incapacidad o verdadera estulticia, han dejado de invertir o de gastar en obras y políticas que beneficien a los habitantes de la República, cual son los casos de Comunicaciones y Transportes, Educación Pública y, entre otras, Agricultura, Pesca y bla, bla, bla…
Pero lo verdaderamente sustancioso y, por ello, apetitoso es el Banco de México. Sus arcas, concretamente.
Porque no obstante que en las últimas tres semanas el monto de lo ahí resguardado –en realidad, depositado en bancos internacionales, sobre todo estadounidenses– ha sufrido mermas, la cantidad de la que Calderón podría disponer –sin que Carstens se lo impidiera, por encontrarse despachando en Washington al frente del FMI– sería de casi 130 mil millones de pesos… o al menos de los réditos que tal cantidad está produciendo en el extranjero.
Perdiendo ante la señora Christine Lagarde, Agustín Carstens salió ganando.
Y con él, también Francisco Gil Díaz.
Porque Carstens, cual buen alumno de “Paco”, no da paso sin antes consultárselo a su mentor.
Y hace un par de meses que ambos coincidieron en que lanzarse a la persecución del primer puesto del FMI, resultaría una aventura fallida.
No obstante, Carstens se lanzó.
O dejó que Calderón y Cordero lo lanzaran.
No les dejó libre el campo.
Ahora Calderón tendrá que buscar otra forma de hacerse del control de la caja.
Sabe bien que la democracia electoral se ha convertido en una simple operación mercantil…
Índice Flamígero: Escribió Agustín Carstens hace un par de días en Reforma: “Alguien podría argumentar que, a la vista del desenlace final, se trató de un empeño jactancioso, ingenuo e inútil. No es así, en absoluto: México, en conjunto, y el Banco Central, en particular, hemos dado en unas cuantas semanas un gran paso, indispensable para que la voz y la representación de las economías emergentes en los organismos financieros internacionales crezcan y correspondan a su verdadera aportación a la economía mundial, a la estabilidad financiera global y al bienestar de todos. Fue, no me cabe duda, una estrategia ganadora.”
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