Las noticias sobre la muerte de Cabral han sido tratadas como un tema casi de política exterior. En parte, es lógico...
Jorge Fernández Menéndez
No soy de aquí ni soy
de allá, no tengo edad
ni porvenir y ser feliz
es mi color de identidad.
Facundo Cabral
No deja de llamarme la atención cómo, fuera de la consternación que ha generado en los muchos que lo conocían y querían en México, las noticias sobre la muerte de Facundo Cabral han sido tratadas como un tema casi de política exterior. En parte, es lógico: fue asesinado en Guatemala, iba a acompañado por un empresario nicaragüense, un tal Tony Fariñas, que lo había contratado para cantar en Guatemala y Nicaragua, y si bien Facundo vivió muchos años en México, un país al que amaba, regresaba a Argentina, a los 74 años, para retirarse, enfermo de cáncer.
Pero Facundo Cabral murió por las mismas causas, la misma violencia que vivimos cotidianamente en México y por los mismos actores. Guatemala es un territorio tomado por Los Zetas con sus muchos aliados locales, integrados sobre todo por desertores de los temibles kaibiles (los soldados formados para combatir a las guerrillas que, con la llegada de la paz y su desmovilización, se convirtieron en los capos de la droga en el país, en un proceso muy similar, pero mucho más violento, al que vivimos en México en los años 80 cuando fue desaparecida la Dirección Federal de Seguridad). Apenas la semana pasada, cuando fue detenido por la Policía Federal Jesús Enrique Rejón Aguilar, El Mamito, fundador de Los Zetas y tercero al mando de esa organización criminal, cuando era interrogado sobre cómo llegaba a México la droga que trafican Los Zetas negaba que ellos la trajeran desde Colombia, “eso, agregaba, lo maneja otro personal, pero siempre lo han manejado por Guatemala, porque no son confiables los colombianos… en Guatemala la pueden traer de Colombia, la pueden traer de Panamá, de diferentes lugares. Nosotros compramos en Guatemala”. Es verdad, Guatemala se ha convertido en el gran depósito de drogas del cártel de Los Zetas, sobre todo en la zona de Petén, y es su fuerte presencia en Guatemala la que la le ha permitido sobrevivir a la guerra que lleva contra las autoridades mexicanas, pero también contra los otros cárteles o, como confiesa Rejón, con “los Golfos que hicieron una alianza y estamos peleados con El Chapo, con El Mayo, con Jalisco, con La Familia , porque tienen alianza y son los que nos están dando guerra”.
En Guatemala, Los Zetas y sus socios han replicado el “modelo de negocios” utilizado en México, en forma geométrica: secuestros, extorsiones, robos, cobros de cuotas. El caso del empresario Fariñas, podría deberse, como ha ocurrido con personajes y sectores del medio artístico en México, a que no pagó las cuotas que le exigían los narcotraficantes por llevar artistas al país o por su relación con otros grupos. Recordemos que, si Guatemala está viviendo una situación catastrófica en términos de seguridad y penetración de Los Zetas, en toda Centroamérica sólo hay un país que lo supera ampliamente: Nicaragua, donde el tráfico de drogas y el asentamiento de los cárteles asume formas casi institucionales por la, digamos laxa, actitud del gobierno de Daniel Ortega sobre el tema, con la diferencia de que allí no mandan sólo Los Zetas, en Nicaragua la presencia de los grupos de Sinaloa también es muy fuerte desde años atrás.
Es verdad que la presión que sienten los cárteles mexicanos en nuestro país por parte de las autoridades ha hecho que varios de ellos trasladen parte de sus operaciones a Centroamérica, donde existe una debilidad institucional mayor para combatirlos. Pero también es verdad que mientras estén fuertes en el sur de nuestra frontera, estarán fuertes dentro de nuestro país: es su retaguardia y es desde donde lanzan la droga porque, en última instancia, seguirán utilizando la ruta de México para ingresar a la Unión Americana. Por eso, estos grupos, particularmente Los Zetas, se han involucrado de tal manera en el tráfico de gente, de indocumentados: saben de las rutas, de los contactos, incluso de la posibilidad de comunicarse con las familias de los secuestrados porque sus fuentes son locales, de los países de origen de sus víctimas.
El problema es global y requiere estrategias del mismo tipo. Pero por lo pronto, en el plano interno, es ilógico que mientras nuestra frontera norte se supone que está sobreprotegida (lo cual no es exactamente así), en la frontera sur el control sea casi inexistente. Incluso aquella idea, nada descabellada, de establecer la zona de control estricta en el istmo de Tehuantepec, haciendo realidad aquella conexión multimodal Salina Cruz-Coatzacoalcos, se ha abandonado tanto que, paradójicamente, esa se ha convertido en una zona de control, pero del crimen organizado.
En medio de esa historia murió un hombre bueno, aquel que confesaba que le gustaba “el mar y la mujer cuando llora, las golondrinas y las malas señoras, saltar balcones y abrir ventanas y las muchachas en abril”.
Jorge Fernández Menéndez
No soy de aquí ni soy
de allá, no tengo edad
ni porvenir y ser feliz
es mi color de identidad.
Facundo Cabral
No deja de llamarme la atención cómo, fuera de la consternación que ha generado en los muchos que lo conocían y querían en México, las noticias sobre la muerte de Facundo Cabral han sido tratadas como un tema casi de política exterior. En parte, es lógico: fue asesinado en Guatemala, iba a acompañado por un empresario nicaragüense, un tal Tony Fariñas, que lo había contratado para cantar en Guatemala y Nicaragua, y si bien Facundo vivió muchos años en México, un país al que amaba, regresaba a Argentina, a los 74 años, para retirarse, enfermo de cáncer.
Pero Facundo Cabral murió por las mismas causas, la misma violencia que vivimos cotidianamente en México y por los mismos actores. Guatemala es un territorio tomado por Los Zetas con sus muchos aliados locales, integrados sobre todo por desertores de los temibles kaibiles (los soldados formados para combatir a las guerrillas que, con la llegada de la paz y su desmovilización, se convirtieron en los capos de la droga en el país, en un proceso muy similar, pero mucho más violento, al que vivimos en México en los años 80 cuando fue desaparecida la Dirección Federal de Seguridad). Apenas la semana pasada, cuando fue detenido por la Policía Federal Jesús Enrique Rejón Aguilar, El Mamito, fundador de Los Zetas y tercero al mando de esa organización criminal, cuando era interrogado sobre cómo llegaba a México la droga que trafican Los Zetas negaba que ellos la trajeran desde Colombia, “eso, agregaba, lo maneja otro personal, pero siempre lo han manejado por Guatemala, porque no son confiables los colombianos… en Guatemala la pueden traer de Colombia, la pueden traer de Panamá, de diferentes lugares. Nosotros compramos en Guatemala”. Es verdad, Guatemala se ha convertido en el gran depósito de drogas del cártel de Los Zetas, sobre todo en la zona de Petén, y es su fuerte presencia en Guatemala la que la le ha permitido sobrevivir a la guerra que lleva contra las autoridades mexicanas, pero también contra los otros cárteles o, como confiesa Rejón, con “los Golfos que hicieron una alianza y estamos peleados con El Chapo, con El Mayo, con Jalisco, con La Familia , porque tienen alianza y son los que nos están dando guerra”.
En Guatemala, Los Zetas y sus socios han replicado el “modelo de negocios” utilizado en México, en forma geométrica: secuestros, extorsiones, robos, cobros de cuotas. El caso del empresario Fariñas, podría deberse, como ha ocurrido con personajes y sectores del medio artístico en México, a que no pagó las cuotas que le exigían los narcotraficantes por llevar artistas al país o por su relación con otros grupos. Recordemos que, si Guatemala está viviendo una situación catastrófica en términos de seguridad y penetración de Los Zetas, en toda Centroamérica sólo hay un país que lo supera ampliamente: Nicaragua, donde el tráfico de drogas y el asentamiento de los cárteles asume formas casi institucionales por la, digamos laxa, actitud del gobierno de Daniel Ortega sobre el tema, con la diferencia de que allí no mandan sólo Los Zetas, en Nicaragua la presencia de los grupos de Sinaloa también es muy fuerte desde años atrás.
Es verdad que la presión que sienten los cárteles mexicanos en nuestro país por parte de las autoridades ha hecho que varios de ellos trasladen parte de sus operaciones a Centroamérica, donde existe una debilidad institucional mayor para combatirlos. Pero también es verdad que mientras estén fuertes en el sur de nuestra frontera, estarán fuertes dentro de nuestro país: es su retaguardia y es desde donde lanzan la droga porque, en última instancia, seguirán utilizando la ruta de México para ingresar a la Unión Americana. Por eso, estos grupos, particularmente Los Zetas, se han involucrado de tal manera en el tráfico de gente, de indocumentados: saben de las rutas, de los contactos, incluso de la posibilidad de comunicarse con las familias de los secuestrados porque sus fuentes son locales, de los países de origen de sus víctimas.
El problema es global y requiere estrategias del mismo tipo. Pero por lo pronto, en el plano interno, es ilógico que mientras nuestra frontera norte se supone que está sobreprotegida (lo cual no es exactamente así), en la frontera sur el control sea casi inexistente. Incluso aquella idea, nada descabellada, de establecer la zona de control estricta en el istmo de Tehuantepec, haciendo realidad aquella conexión multimodal Salina Cruz-Coatzacoalcos, se ha abandonado tanto que, paradójicamente, esa se ha convertido en una zona de control, pero del crimen organizado.
En medio de esa historia murió un hombre bueno, aquel que confesaba que le gustaba “el mar y la mujer cuando llora, las golondrinas y las malas señoras, saltar balcones y abrir ventanas y las muchachas en abril”.
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