Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes”
Del cajón de las reliquias sacaron la vieja película clásica. El PRI y su aplanadora volvieron a la cartelera estelar, con nuevos actores y maquillajes de modernidad, pero con la misma trama sobradamente conocida.
Dinero a carretonadas nutriendo al aparato electoral de la corrupción y la explotación de la miseria; recursos públicos y privados, muchos de ellos de dudoso origen, volcados en la compra de votos; programas de gobierno condicionados al voto oficialista, debidamente exhibidos y graciosamente perdonados; horas y horas de propaganda televisiva, disfrazada de servicios informativos y sin control alguno por la autoridad electoral; encuestas amañadas para anticipar el triunfo arrollador e inducir el voto; mapachismo de nueva generación, y lo que se agregue en los próximos días como resultado de la investigación. Los avances de la democracia electoral alcanzados en los años noventa, ya deteriorados en el 2006, confinados al basurero cual papel higiénico usado.
Todo ello es cierto, pero además explicable por la recontrasabida metodología priísta. Lo que no es fácil de explicar es que desde la izquierda no hayamos tenido la capacidad de evitarlo, por lo menos hasta el momento. El enorme esfuerzo movilizador y educativo para generar el soporte popular y el cuidado de la elección, no fue suficiente para lograr que la gente votara conforme a sus reales intereses, más allá de la dádiva efímera y el acarreo. Este es el punto nodal de la autocrítica que, sin desconocer el tremendo peso de las trampas, tendremos que asumir y corregir a marchas forzadas a un año de distancia del proceso electoral federal, tanto para impedir la trampa como para asegurar la consolidación de la base social de apoyo y promoción.
En la autocrítica hace ruido el tema de las alianzas, con voces que advierten que el fracaso se hubiera evitado si se hubiera concretado la alianza con la derecha. Es falso, la suma de los votos oficialmente reconocidos no alcanzaría para superar la votación por el PRI, incluso pudiera haber sido aún menor por el desánimo de los electores comprometidos de ambas alas. Se argumenta que en Puebla, Oaxaca y Sinaloa las alianzas fueron triunfadoras, sin detenerse a reflexionar que, mientras en Puebla y Oaxaca se competía en contra de regímenes enormemente desprestigiados, en el Estado de México la propaganda muestra a un gobernante exitoso. Tampoco se toma en cuenta que tanto en Puebla como en Sinaloa, se ganó con un candidato disgregado del PRI, no por razones de orden ideológico, sino por simples afanes de poder no satisfechos, que gobiernan con los mismos priístas de siempre; pareciera que no ven las serias dificultades del gobernador de Oaxaca para organizar la cena de diablos (mis respetos a la negritud) producto de una alianza artificial. No es por ahí.
También hace ruido el argumento de la indisposición de AMLO para entrar en negociaciones con los poderes fácticos, a los que ataca todos los días y los hace responsables del deterioro del país. La mejor respuesta a tal argumento la dio nada menos que la Gordillo que, en la misma entrevista en que se dijo dispuesta a negociar con todos menos con Andrés Manuel, que se negó a hablar con ella en el 2006, hace públicos los costos de la factura que le pasó a Calderón por sacarle el buey de la barranca en esa elección. De nada sirve llegar al gobierno con las manos atadas por la previa negociación con los actores de la debacle.
Otro elemento a considerar es el de la tan anhelada unidad de la izquierda. En el Estado de México se tomaron la foto los líderes auténticos y, estoy cierto, actuaron en consonancia en el apoyo a Alejandro Encinas. Los que no aparecieron claramente ni actuaron en ánimo de unidad fueron los ya históricos busca chambas, eficaces negociadores de canonjías a cambio de las derrotas; ganan por perder. Fueron los que empantanaron el flujo de los recursos de las prerrogativas partidistas a la campaña y los que dejaron casillas electorales sin vigilancia, entre otras marrullerías ya practicadas desde el 2006.
En fin, el campanazo tiene que llevar a la revisión profunda de la estrategia, sin autocomplacencias ni falsas justificaciones. El fraude electoral se volvió a dar y lo volvimos a permitir. La aplanadora funcionó y la gente que en el 2006 votó por AMLO, sólo parcialmente repitió.
México reclama un esfuerzo mucho mayor de quienes lo queremos en paz y justicia, con dignidad.
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes”
Del cajón de las reliquias sacaron la vieja película clásica. El PRI y su aplanadora volvieron a la cartelera estelar, con nuevos actores y maquillajes de modernidad, pero con la misma trama sobradamente conocida.
Dinero a carretonadas nutriendo al aparato electoral de la corrupción y la explotación de la miseria; recursos públicos y privados, muchos de ellos de dudoso origen, volcados en la compra de votos; programas de gobierno condicionados al voto oficialista, debidamente exhibidos y graciosamente perdonados; horas y horas de propaganda televisiva, disfrazada de servicios informativos y sin control alguno por la autoridad electoral; encuestas amañadas para anticipar el triunfo arrollador e inducir el voto; mapachismo de nueva generación, y lo que se agregue en los próximos días como resultado de la investigación. Los avances de la democracia electoral alcanzados en los años noventa, ya deteriorados en el 2006, confinados al basurero cual papel higiénico usado.
Todo ello es cierto, pero además explicable por la recontrasabida metodología priísta. Lo que no es fácil de explicar es que desde la izquierda no hayamos tenido la capacidad de evitarlo, por lo menos hasta el momento. El enorme esfuerzo movilizador y educativo para generar el soporte popular y el cuidado de la elección, no fue suficiente para lograr que la gente votara conforme a sus reales intereses, más allá de la dádiva efímera y el acarreo. Este es el punto nodal de la autocrítica que, sin desconocer el tremendo peso de las trampas, tendremos que asumir y corregir a marchas forzadas a un año de distancia del proceso electoral federal, tanto para impedir la trampa como para asegurar la consolidación de la base social de apoyo y promoción.
En la autocrítica hace ruido el tema de las alianzas, con voces que advierten que el fracaso se hubiera evitado si se hubiera concretado la alianza con la derecha. Es falso, la suma de los votos oficialmente reconocidos no alcanzaría para superar la votación por el PRI, incluso pudiera haber sido aún menor por el desánimo de los electores comprometidos de ambas alas. Se argumenta que en Puebla, Oaxaca y Sinaloa las alianzas fueron triunfadoras, sin detenerse a reflexionar que, mientras en Puebla y Oaxaca se competía en contra de regímenes enormemente desprestigiados, en el Estado de México la propaganda muestra a un gobernante exitoso. Tampoco se toma en cuenta que tanto en Puebla como en Sinaloa, se ganó con un candidato disgregado del PRI, no por razones de orden ideológico, sino por simples afanes de poder no satisfechos, que gobiernan con los mismos priístas de siempre; pareciera que no ven las serias dificultades del gobernador de Oaxaca para organizar la cena de diablos (mis respetos a la negritud) producto de una alianza artificial. No es por ahí.
También hace ruido el argumento de la indisposición de AMLO para entrar en negociaciones con los poderes fácticos, a los que ataca todos los días y los hace responsables del deterioro del país. La mejor respuesta a tal argumento la dio nada menos que la Gordillo que, en la misma entrevista en que se dijo dispuesta a negociar con todos menos con Andrés Manuel, que se negó a hablar con ella en el 2006, hace públicos los costos de la factura que le pasó a Calderón por sacarle el buey de la barranca en esa elección. De nada sirve llegar al gobierno con las manos atadas por la previa negociación con los actores de la debacle.
Otro elemento a considerar es el de la tan anhelada unidad de la izquierda. En el Estado de México se tomaron la foto los líderes auténticos y, estoy cierto, actuaron en consonancia en el apoyo a Alejandro Encinas. Los que no aparecieron claramente ni actuaron en ánimo de unidad fueron los ya históricos busca chambas, eficaces negociadores de canonjías a cambio de las derrotas; ganan por perder. Fueron los que empantanaron el flujo de los recursos de las prerrogativas partidistas a la campaña y los que dejaron casillas electorales sin vigilancia, entre otras marrullerías ya practicadas desde el 2006.
En fin, el campanazo tiene que llevar a la revisión profunda de la estrategia, sin autocomplacencias ni falsas justificaciones. El fraude electoral se volvió a dar y lo volvimos a permitir. La aplanadora funcionó y la gente que en el 2006 votó por AMLO, sólo parcialmente repitió.
México reclama un esfuerzo mucho mayor de quienes lo queremos en paz y justicia, con dignidad.
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