Jesús Cantú
No hubo sorpresas en las elecciones del domingo 3: sucedió exactamente lo que las encuestas electorales mostraban desde finales de mayo, cuando el electorado asimiló la ruptura de las posibles alianzas PAN-PRD para las candidaturas a las gubernaturas de las tres entidades (Proceso 1803). En el Estado de México, sin duda la elección más relevante, el PRI logró casi triplicar los votos que hace cinco años obtuvo Roberto Madrazo en la elección presidencial; el PRD conservó apenas las dos quintas partes de los sufragios que cosechó Andrés Manuel López Obrador en la misma elección; y el PAN captó a una tercera parte de los que votaron por Felipe Calderón hace cinco años, y a una cuarta de los que lo hicieron por Vicente Fox hace 11.
En números absolutos, el PRI obtuvo casi 2 millones de votos más que hace cinco años; y PRD y PAN dejaron de recibir, entre los dos, casi 2 millones 700 mil, de los cuales el PRD perdió aproximadamente 1 millón y medio, y el PAN el restante millón 200 mil. Suponiendo que se dio un traslado de votos de los dos partidos opositores en la entidad al partido gobernante, ya aquí habría un remanente de 700 mil electores que optaron por abstenerse.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que además en estos cinco años hubo un crecimiento del listado nominal de 1 millón 400 mil electores, y suponiendo que acudieron a sufragar en la misma proporción que el resto de los votantes, esto quiere decir que aproximadamente unos 800 mil votos provinieron de estos ciudadanos que no se encontraban inscritos en las listas electorales en 2005, por lo que habría que sumarlos a los 700 mil sufragios perdidos por ambos partidos, lo cual significaría que 1 millón 500 personas que en 2005 sufragaron por el PAN o el PRD prefirieron esta vez no acudir a las urnas.
La caída de las dos fuerzas políticas es vertical, pues incluso perdieron votantes con respecto a las elecciones federales de 2009, donde ya se habían desplomado. En el caso del PAN, sus votos se redujeron a menos de la mitad de los que habían conseguido un año antes; y en el de la coalición de izquierda, si se toman en cuenta los resultados de los tres partidos que la conforman (PRD-PT-Convergencia), la caída es de una cuarta parte. Así, a pesar de lo que se diga, ni la participación en unidad ni el candidato (Alejandro Encinas) ni la intervención decidida en la campaña de los líderes históricos del PRD (Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y hasta Porfirio Muñoz Ledo) pudieron aportarle nada a la izquierda, pues en un año perdieron casi 300 mil votos.
Pero aquí hay un llamado de atención serio para todas las fuerzas políticas: 1 millón 500 mil electores que votaron por PAN y PRD en el 2006, hoy muestran su descontento con el sistema de partidos y el sistema electoral al no acudir a las casillas; antes que refrendar su respaldo a alguno de los dos partidos o cambiarlo por alguna de las otras opciones, prefirieron abstenerse. Esos electores (para no incluir a todos los abstencionistas, pues del resto es más difícil hacer inferencias) son la segunda fuerza electoral en el Estado de México, incluso prácticamente igual al número de ciudadanos que votaron por el PAN y el PRD, juntos, el pasado domingo; y equivalen, además, a la mitad de los simpatizantes de la alianza encabezada por los tricolores.
En el caso de este millón y medio de ciudadanos difícilmente se puede decir que su falta de participación es una muestra de conformidad con el statu quo, pues hace cinco años ellos habían votado por una opción distinta a la del partido gobernante en dicha entidad, y ahora, ante el desencanto con dichas opciones (o con el sistema electoral, en el que eventualmente no confían), no encontraron una alternativa aceptable, y con su abstención manifestaron su descontento.
Del análisis de los resultados electorales puede inferirse que en cinco años 1 millón 200 mil electores mexiquenses cambiaron el sentido de su voto (del PRD o PAN al PRI); pero 1 millón 500 mil, más de la mitad de los que dejaron de votar por las dos fuerzas opositoras, se alejaron de las urnas. Es una fuerza muy importante y una voz que hay que escuchar, pues si no se atiende su ausencia en las elecciones, eventualmente pueden buscar otras formas de hacerse presentes.
Aunque en términos relativos el porcentaje más bajo de participación electoral (o más elevado de abstencionismo) en los últimos 15 años (es decir, desde 1996, fecha que puede considerarse parteaguas para la confiabilidad de las estadísticas electorales) se dio en la elección federal intermedia de 2003, cuando acudió a las urnas únicamente 36% de los electores mexiquenses, en números absolutos es en esta elección cuando más ciudadanos dejaron de ejercer su derecho al voto, pues casi 6 millones de mexiquenses se privaron del mismo, esto es, casi 700 mil más que hace ocho años. Además, del hecho de que una cuarta parte de estos casi 6 millones sí habían votado en la elección presidencial de 2006 puede inferirse que un porcentaje importante de ellos no encontraron ahora en la boleta una alternativa suficientemente atractiva o tuvieron desconfianza sobre el sistema electoral. En ambos casos se evidencia una forma de desencanto con la clase política mexicana.
Aunque ciertamente estas son inferencias que pueden dar lugar a hipótesis que tendrían que confirmarse con estudios más profundos, tienen más elementos ciertos que las lecturas que han querido hacer los dirigentes nacionales de las distintas fuerzas políticas: los priistas echan las campanas al vuelo y ya casi festejan su regreso a Los Pinos, como si sus 3 millones de votos (menos de la tercera parte de los más de 10 millones y medio de electores mexiquenses) fueran una prueba irrefutable del respaldo ciudadano a su gestión; mientras, panistas y perredistas buscan culpables de su derrota por todos lados, destacando las acusaciones al gobierno del estado por la implementación de los distintos operativos de manipulación del voto (que ciertamente existieron, pero explican una parte menor de su estrepitosa caída).
Los electores mexiquenses hablaron claro: hay un creciente desencanto con su clase política, con el sistema electoral y el sistema de partidos; y aunque es mayor con el PAN y el PRD que con el PRI, esto obedece a que en ellos se cifraban las esperanzas de concretar una transición que no parece ni siquiera comenzar.
No hubo sorpresas en las elecciones del domingo 3: sucedió exactamente lo que las encuestas electorales mostraban desde finales de mayo, cuando el electorado asimiló la ruptura de las posibles alianzas PAN-PRD para las candidaturas a las gubernaturas de las tres entidades (Proceso 1803). En el Estado de México, sin duda la elección más relevante, el PRI logró casi triplicar los votos que hace cinco años obtuvo Roberto Madrazo en la elección presidencial; el PRD conservó apenas las dos quintas partes de los sufragios que cosechó Andrés Manuel López Obrador en la misma elección; y el PAN captó a una tercera parte de los que votaron por Felipe Calderón hace cinco años, y a una cuarta de los que lo hicieron por Vicente Fox hace 11.
En números absolutos, el PRI obtuvo casi 2 millones de votos más que hace cinco años; y PRD y PAN dejaron de recibir, entre los dos, casi 2 millones 700 mil, de los cuales el PRD perdió aproximadamente 1 millón y medio, y el PAN el restante millón 200 mil. Suponiendo que se dio un traslado de votos de los dos partidos opositores en la entidad al partido gobernante, ya aquí habría un remanente de 700 mil electores que optaron por abstenerse.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que además en estos cinco años hubo un crecimiento del listado nominal de 1 millón 400 mil electores, y suponiendo que acudieron a sufragar en la misma proporción que el resto de los votantes, esto quiere decir que aproximadamente unos 800 mil votos provinieron de estos ciudadanos que no se encontraban inscritos en las listas electorales en 2005, por lo que habría que sumarlos a los 700 mil sufragios perdidos por ambos partidos, lo cual significaría que 1 millón 500 personas que en 2005 sufragaron por el PAN o el PRD prefirieron esta vez no acudir a las urnas.
La caída de las dos fuerzas políticas es vertical, pues incluso perdieron votantes con respecto a las elecciones federales de 2009, donde ya se habían desplomado. En el caso del PAN, sus votos se redujeron a menos de la mitad de los que habían conseguido un año antes; y en el de la coalición de izquierda, si se toman en cuenta los resultados de los tres partidos que la conforman (PRD-PT-Convergencia), la caída es de una cuarta parte. Así, a pesar de lo que se diga, ni la participación en unidad ni el candidato (Alejandro Encinas) ni la intervención decidida en la campaña de los líderes históricos del PRD (Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y hasta Porfirio Muñoz Ledo) pudieron aportarle nada a la izquierda, pues en un año perdieron casi 300 mil votos.
Pero aquí hay un llamado de atención serio para todas las fuerzas políticas: 1 millón 500 mil electores que votaron por PAN y PRD en el 2006, hoy muestran su descontento con el sistema de partidos y el sistema electoral al no acudir a las casillas; antes que refrendar su respaldo a alguno de los dos partidos o cambiarlo por alguna de las otras opciones, prefirieron abstenerse. Esos electores (para no incluir a todos los abstencionistas, pues del resto es más difícil hacer inferencias) son la segunda fuerza electoral en el Estado de México, incluso prácticamente igual al número de ciudadanos que votaron por el PAN y el PRD, juntos, el pasado domingo; y equivalen, además, a la mitad de los simpatizantes de la alianza encabezada por los tricolores.
En el caso de este millón y medio de ciudadanos difícilmente se puede decir que su falta de participación es una muestra de conformidad con el statu quo, pues hace cinco años ellos habían votado por una opción distinta a la del partido gobernante en dicha entidad, y ahora, ante el desencanto con dichas opciones (o con el sistema electoral, en el que eventualmente no confían), no encontraron una alternativa aceptable, y con su abstención manifestaron su descontento.
Del análisis de los resultados electorales puede inferirse que en cinco años 1 millón 200 mil electores mexiquenses cambiaron el sentido de su voto (del PRD o PAN al PRI); pero 1 millón 500 mil, más de la mitad de los que dejaron de votar por las dos fuerzas opositoras, se alejaron de las urnas. Es una fuerza muy importante y una voz que hay que escuchar, pues si no se atiende su ausencia en las elecciones, eventualmente pueden buscar otras formas de hacerse presentes.
Aunque en términos relativos el porcentaje más bajo de participación electoral (o más elevado de abstencionismo) en los últimos 15 años (es decir, desde 1996, fecha que puede considerarse parteaguas para la confiabilidad de las estadísticas electorales) se dio en la elección federal intermedia de 2003, cuando acudió a las urnas únicamente 36% de los electores mexiquenses, en números absolutos es en esta elección cuando más ciudadanos dejaron de ejercer su derecho al voto, pues casi 6 millones de mexiquenses se privaron del mismo, esto es, casi 700 mil más que hace ocho años. Además, del hecho de que una cuarta parte de estos casi 6 millones sí habían votado en la elección presidencial de 2006 puede inferirse que un porcentaje importante de ellos no encontraron ahora en la boleta una alternativa suficientemente atractiva o tuvieron desconfianza sobre el sistema electoral. En ambos casos se evidencia una forma de desencanto con la clase política mexicana.
Aunque ciertamente estas son inferencias que pueden dar lugar a hipótesis que tendrían que confirmarse con estudios más profundos, tienen más elementos ciertos que las lecturas que han querido hacer los dirigentes nacionales de las distintas fuerzas políticas: los priistas echan las campanas al vuelo y ya casi festejan su regreso a Los Pinos, como si sus 3 millones de votos (menos de la tercera parte de los más de 10 millones y medio de electores mexiquenses) fueran una prueba irrefutable del respaldo ciudadano a su gestión; mientras, panistas y perredistas buscan culpables de su derrota por todos lados, destacando las acusaciones al gobierno del estado por la implementación de los distintos operativos de manipulación del voto (que ciertamente existieron, pero explican una parte menor de su estrepitosa caída).
Los electores mexiquenses hablaron claro: hay un creciente desencanto con su clase política, con el sistema electoral y el sistema de partidos; y aunque es mayor con el PAN y el PRD que con el PRI, esto obedece a que en ellos se cifraban las esperanzas de concretar una transición que no parece ni siquiera comenzar.
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