Alfonso López Collada
¿Así que la señora Gordillo le hizo favores a Yúnez y él no le correspondió? ¿Así que ante su rebeldía la maestra se limitó a buscar un mejor títere? Eso es tan increíble como la detención de Hank o el triunfo de Calderón en las urnas.
“Enójense los cómplices y díganse las verdades”, escribió Julio Hernández López (La Jornada, 6 julio). Nosotros, divertidos espectadores, confirmaremos lo que ya sabíamos. Pero… ¿ya lo sabíamos y no ha habido consecuencias? Pues no, ninguna. Que esta vez se investigue para verificar las mutuas acusaciones es lo patriótico, lo ético, lo obligado, pues se les añade la aceptación propia y ajena y esta vez ya no se trata de rumores sino de acusaciones precisas hechas por dos personajes públicos ante la sociedad. Y además, verosímiles.
Entre líneas hay mucho que leer. Por ejemplo, que las acusaciones de Elba Esther surjan de repente en una conferencia de prensa novedosamente larga y sin una razón percibida por la opinión pública, aunque los observadores sí detectan un golpe indirecto y preventivo contra Calderón, que ha tratado de zafarse de su pasivo con “la maestra”, como acostumbra hacer con sus acreedores políticos del 2006. Otra veta que obliga a profundizar es eso de que Yúnez haya guardado un silencio cómplice de lo mismo que denuncia.
Provoca franca irritación ver que Richard Nixon -por usar un ejemplo famoso- cayó de la presidencia de los Estados Unidos por haber espiado al partido contrario, mientras que nosotros podemos confirmar de boca de Fox que sí cargó los dados en las elecciones del 2006 y que lo volvería a hacer, y ahora de boca de Elba Esther que hizo “un pacto político” (ella lo dijo) con Calderón rumbo a las mismas elecciones, quien aceptó haber pactado con ella y agregó que a nadie deben asombrar porque le parece “que forma parte de la vida política en el sentido de preservar las posiciones afines a ella en la administración pública” (6 julio).
En respuesta a las implicaciones que confesó Yúnez, sólo se emitieron las típicas descalificaciones de quien sustituye la razón con la emoción: la dirigente sindical apenas alcanzó a oponer que las declaraciones de Miguel Ángel Yúnez son “calumniosas” y que es él quien “debe responder ante la ley”. ¡La olla le dijo al comal!
Todo lo anterior reivindica el dicho que López Obrador ha sostenido sobre esta maraña de complicidades -cuya infantil crítica al tabasqueño apenas pudo ser la popularización de la palabra “compló”-: que nos robaron la presidencia; a todos los mexicanos, agrego yo. Es la tercera vez que los poderes fácticos le hurtan a los mexicanos, usted incluso, su supremo derecho de elegir a su presidente (José Vasconcelos, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador). En México, donde todo pasa, no pasa nada. Da vergüenza.
Quien se atreva a lo que la ley obliga, a interponer una denuncia formal o a investigar a fondo este desmadre, tiene motivos para sentir miedo real: si es contra Elba Esther, el acusador sabe que pondrá su cuello en la guillotina; si es contra Yúnez, verá obvio que detrás de él hay un poder que es (o se piensa) mayor al de la profesora. ¿Quién osará?
¿Así que la señora Gordillo le hizo favores a Yúnez y él no le correspondió? ¿Así que ante su rebeldía la maestra se limitó a buscar un mejor títere? Eso es tan increíble como la detención de Hank o el triunfo de Calderón en las urnas.
“Enójense los cómplices y díganse las verdades”, escribió Julio Hernández López (La Jornada, 6 julio). Nosotros, divertidos espectadores, confirmaremos lo que ya sabíamos. Pero… ¿ya lo sabíamos y no ha habido consecuencias? Pues no, ninguna. Que esta vez se investigue para verificar las mutuas acusaciones es lo patriótico, lo ético, lo obligado, pues se les añade la aceptación propia y ajena y esta vez ya no se trata de rumores sino de acusaciones precisas hechas por dos personajes públicos ante la sociedad. Y además, verosímiles.
Entre líneas hay mucho que leer. Por ejemplo, que las acusaciones de Elba Esther surjan de repente en una conferencia de prensa novedosamente larga y sin una razón percibida por la opinión pública, aunque los observadores sí detectan un golpe indirecto y preventivo contra Calderón, que ha tratado de zafarse de su pasivo con “la maestra”, como acostumbra hacer con sus acreedores políticos del 2006. Otra veta que obliga a profundizar es eso de que Yúnez haya guardado un silencio cómplice de lo mismo que denuncia.
Provoca franca irritación ver que Richard Nixon -por usar un ejemplo famoso- cayó de la presidencia de los Estados Unidos por haber espiado al partido contrario, mientras que nosotros podemos confirmar de boca de Fox que sí cargó los dados en las elecciones del 2006 y que lo volvería a hacer, y ahora de boca de Elba Esther que hizo “un pacto político” (ella lo dijo) con Calderón rumbo a las mismas elecciones, quien aceptó haber pactado con ella y agregó que a nadie deben asombrar porque le parece “que forma parte de la vida política en el sentido de preservar las posiciones afines a ella en la administración pública” (6 julio).
En respuesta a las implicaciones que confesó Yúnez, sólo se emitieron las típicas descalificaciones de quien sustituye la razón con la emoción: la dirigente sindical apenas alcanzó a oponer que las declaraciones de Miguel Ángel Yúnez son “calumniosas” y que es él quien “debe responder ante la ley”. ¡La olla le dijo al comal!
Todo lo anterior reivindica el dicho que López Obrador ha sostenido sobre esta maraña de complicidades -cuya infantil crítica al tabasqueño apenas pudo ser la popularización de la palabra “compló”-: que nos robaron la presidencia; a todos los mexicanos, agrego yo. Es la tercera vez que los poderes fácticos le hurtan a los mexicanos, usted incluso, su supremo derecho de elegir a su presidente (José Vasconcelos, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador). En México, donde todo pasa, no pasa nada. Da vergüenza.
Quien se atreva a lo que la ley obliga, a interponer una denuncia formal o a investigar a fondo este desmadre, tiene motivos para sentir miedo real: si es contra Elba Esther, el acusador sabe que pondrá su cuello en la guillotina; si es contra Yúnez, verá obvio que detrás de él hay un poder que es (o se piensa) mayor al de la profesora. ¿Quién osará?
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