Carta del General Obregón a su hijo

Xavier Díez de Urdanivia / A Contrapelo

Hoy es un día en que el calendario llama a cumplir con un deber cívico -también a ejercer un derecho- que es propio de quienes, siendo mexicanos y teniendo un modo honesto de vivir, son por ese hecho ciudadanos.

En junio de 1928, con motivo del cumpleaños de su hijo, que llegaba a la mayoría de edad, el general Álvaro Obregón envió a su hijo Humberto una carta en la que exalta la importancia de haber arribado a tal umbral.

Es una carta extensa, pero viene a cuento este día y conviene, por tanto, cuando menos entresacar algunos párrafos ilustrativos de ella. Dice el general: “Hoy asumes, por ministerio de la ley, el honroso título de ciudadano y te substraes de la patria potestad que a tu padre ponía en posesión de la dirección de tus actos; asumes por lo mismo, toda la responsabilidad de tu futuro”.

Después de algunas apreciaciones de índole familiar, le dice: “Lo primero que necesitan los hombres para orientar sus facultades en la vida, y para protegerse y defenderse de las circunstancias que le son adversas y que por causas ajenas a su voluntad convergen sobre su voluntad, es clasificarse. Clasificarse ha sido uno de los problemas, cuyo alcance, son muy pocos los que saben comprender. Tú debes, por lo tanto, empezar por hacerlo y voy a auxiliarte con mi experiencia”, para luego abordar, abruptamente y con crudeza, lo siguiente:

“Tú perteneces a ese grupo de ineptos que integran, con muy raras excepciones, los hijos de personas que han alcanzado posiciones más o menos elevadas, que se acostumbran desde su niñez a recibir toda clase de atenciones y agasajos, y a tener muchas cosas que los demás niños no tienen y que van por esto, perdiendo la noción de las grandes verdades de la vida y penetrando en un mundo que lo ofrece todo sin exigir nada, creándoles una impresión de superioridad que llega a hacerles creer que sus propias condiciones son las que los hacen acreedores de esa posición privilegiada… En cambio, los que pertenecen a las clases humildes y se desarrollan en el ambiente de modestia máxima, están destinados, felizmente, a mirar siempre para arriba porque todo lo que les rodea es superior al medio en que ellos actúan, lo mismo en el panorama de sus ojos que en el de su espíritu, y todos los objetivos de su idealidad tienen que buscarlos siempre sobre planos ascendentes…(y) en ese constante esfuerzo por liberarse de la posición desventajosa en que las contingencias de la vida los han colocado, fortalecen su carácter y apuran su ingenio, y logran en muchos casos adquirir una preparación que les permita seguir una trayectoria siempre ascendente”.

Sigue diciendo: “El objetivo lógico de todo hombre que se inicia en la lucha por la vida, debe encaminarse a obtener todo aquello que le es indispensable para la satisfacción de sus propias necesidades. Obtener lo indispensable y hasta lo necesario resulta relativamente fácil para un hombre honesto, que no practica ningún exceso que le reste su tiempo y le mengüe los ingresos de su trabajo.

Cualquier esfuerzo encaminado a realizar estos propósitos, estará siempre justificado y es siempre reconocido por todos nuestros semejantes, pero si se incurre en el error, tan común desgraciadamente, de caer bajo la influencia de lo superfluo, todo sacrificio resultará estéril, porque el mundo de lo superfluo es infinito, no reconoce límites y son mayores sus exigencias mientras mayor satisfacción se pretende darle… De todas estas verdades, solamente pueden librarse los que, teniendo un espíritu superior, llegan a constituir las excepciones de las reglas que siempre se refieren a los casos normales”.

Demostremos hoy los coahuilenses la virtud cívica de que hemos siempre hecho gala, y con ello acreditemos que, aquí, la excepción a que se refirió el general Obregón es regla. Clasifiquémonos al votar, votando todos.

Hagámoslo con una actitud madura, digna de quien ha querido considerarse, a cabalidad, ciudadano.

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