Calderón es su peor enemigo

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

¿Cuáles son las características que hacen de un ciudadano común un estadista? ¿O las que necesitó Odiseo para regresar a Ítaca, a pesar de que Penélope deshilvanaba en la noche lo tejido durante el día? ¿Y las que transforman una política pública en una política de Estado? ¿Cuáles, también, las que hicieron del hijo desobediente un presidente de la República?

Es difícil determinar cuáles son las equivocaciones de los políticos que, como los salmones, nadan contracorriente. El caso de Felipe Calderón Hinojosa pudiera considerarse característico de lo que no debe hacerse después de haber logrado el éxito.

Renunció como Secretario de Energía, una vez que se hubo consolidado en el cargo, a pesar del préstamo especial que se auto otorgó como director de Banobras; le ganó a Vicente Fox Quesada su propia sucesión, imponiéndose en el mecanismo diseñado por el PAN para elegir candidato; logró que se le declarase presidente electo, a pesar de las pifias cometidas por Luis Carlos Ugalde, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y él mismo, como se desprende de los cables de Wikileaks, de las declaraciones innecesarias de su antecesor; tomó posesión al entrar tras banderas al recinto de la Cámara de Diputados, apoyado en el PRI, a pesar de endilgarnos la cantaleta de que todo lo malo que padece este país, se debe a ese instituto político. Se sentó en la silla presidencial, asumió el poder, y la percepción de muchos mexicanos es que no supo qué hacer con esa enorme fuerza -a pesar de lo mermada que está- que todavía conserva la Presidencia de la República.

Sorprenden los niveles de aprobación conservados, el levantón obtenido en ese índice después del primer round del Diálogo por la Paz con Dignidad y Justicia, sobre todo porque está empeñado en destruir con el discurso los acuerdos y logros obtenidos con tanto esfuerzo. Todo indica que ha olvidado que el pez por la boca muere, porque la propaganda política para él diseñada, las plumas y las conciencias cooptadas y la falta de transparencia en los resultados de la guerra contra el narco -su guerra-, van en contra de lo que los mexicanos esperaban de la transición. A pesar del esfuerzo, en corrupción, impunidad y doble moral, todo sigue igual, si no es que peor.

En algún momento, el presidente Calderón insistió en que los mexicanos no debieran expresarse mal de su país, hablar pestes en contra de su nación, sobre todo cuando realizan viajes más allá de las fronteras de México, pero él mismo quebranta sus buenos propósitos, y en cuanto puede, durante sus giras internacionales, desacredita a Carlos Slim, por ser propietario de un monopolio al que es necesario liquidar, o despepita pestes en contra de los partidos de oposición, notoriamente del PRI, institución que desaparecía, según él, a sus opositores, y hasta los asesinaba, como ocurrió el 2 de octubre y el 10 de junio.

Pero no vayamos tan lejos, sujetemos el tema a lo que a él interesa, como es la política diseñada para combatir el narcotráfico, con el Ejército en la calle y sin crítica posible, porque eso lo pone de mal humor.

El miércoles 22 de junio último, el presidente Felipe Calderón exigió ante Hillary Clinton revisar la política contra las drogas y disminuir el consumo de estupefaciente en Estados Unidos, por ser terriblemente alto, lo que se traduce en mayor capacidad de corrupción y de fuego hacia ciudadanos inocentes.

Planteó su demanda durante la apertura de la Primera Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia de Seguridad en Centroamérica, donde también exigió ayuda internacional, pero no de manera simbólica, porque no se trata de caridades. De hecho, propuso que sea equivalente al flujo de dinero en dólares que reciben las organizaciones criminales para organizarse.

Lo que está bien, pero que lo perfila como un político dubitativo o con un proyecto distinto hacia adentro y hacia afuera del país, porque mientras exige a Estados Unidos una revisión de la política antidrogas, acá no tolera ni la menor crítica, como se lo hizo saber a los mexicanos en cuanto Javier Sicilia se lo planteó el jueves 23 de junio, sólo un día después de lo dicho en Guatemala.

La situación para él se complica, porque a través del IFAI se ha solicitado a la PGR la información oficial y pericial acerca de los miles de fallecimientos violentos como consecuencia de la guerra al narcotráfico. Lo que me regresa a la lectura que he recordado a lo largo de la semana, porque define el perfil de los filibusteros estadounidenses convertidos en hombres de negocios, y de muchos de los políticos mexicanos, empeñados en ser fieles a ellos mismos.

Usted, abogado de experiencia, no debía juzgar a la gente por la impresión que le causa a primera vista. En este caso no se trata de criminales comunes, éstos son de la especie de los políticos. Ese asesinato no fue cometido por razones personales, se hizo en nombre del engrandecimiento de la empresa. Esa empresa significa para sus dirigentes lo que nuestra República para nosotros. Y cuando se comete un asesinato en nombre de la patria se llama heroísmo, no asesinato. Si se asesina en nombre de la Condor, ese asesinato es tan esencial para el engrandecimiento de la compañía como otro cualquiera ordenado por los gobernantes de un país para beneficio y seguridad del mismo. Y usted sabe muy bien que el asesinato político no es juzgado ni por el asesino, ni por la ley, ni por el público en la misma forma en que se juzga el crimen común.

Nada pasó después del operativo Rápido y Furioso, sino el descrédito y el despido al agente que lo denunció. Barack Obama no podía mostrar ignorancia en lo que hacen o en el cómo proceden sus agencias de seguridad, por lo que se limitó, como antaño, a rasgarse las vestiduras. Lo mismo ocurre con las autoridades de este lado de la frontera.

Entonces, ese mismo miércoles 22 y después de advertir que muchos países de la región están en manos de los señores de la muerte, el presidente Calderón planteó: “vamos revisando de fondo los paradigmas de la política de drogas, el compromiso de apoyo internacional fuerte y determinante, un compromiso real de demanda de drogas y parando el tráfico de armas asesinas”.

¿Qué tal si hacemos lo mismo internamente, y por lo pronto en la PGR proporcionan la información pericial de tantos muertos? ¿Podrá regresar a Ítaca?

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