Agrocombustibles, matarán de hambre

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El dilema del mundo contemporáneo no es nuevo, porque el principal de los ingredientes es tan antiguo como la vida misma: la posibilidad de morir de hambre. Las causas para hacer de ese jinete del Apocalipsis una realidad son muchas, varían con las épocas, pero siempre sustentadas en una debilidad tremendamente humana: la codicia.

Diarquía mortal: codicia y hambre, o viceversa. La literatura y el cine lo han expuesto de muchas maneras, todas con casi idéntica conclusión: la posibilidad del renacimiento, antecedido por el perdón. Hace décadas ya, la codicia es representada por la necesidad de producir energía, conservarla, para garantizar que el mundo industrial, el que produce una riqueza sobre la explotación laboral, continúe moviéndose porque la sangre del petróleo, o la de la energía atómica, es infinita, lo que la naturaleza se encarga de desmentir cada cierto tiempo, como ocurrió en Chernobyl y como lo muestra Fukushima, cuyos reactores todavía tosen, están enfermos e impedidos de producir energía.

La saga cinematográfica de Mad Max expone lo que puede ocurrir en el mundo si deja de haber combustible. Posiblemente sea la segunda entrega la que mejor lo expresa.

El resumen cibernético es el que con buenos argumentos transmite el mensaje: “A través del desierto de Wasteland, Max conduce un camión sin gasolina, tirado por camellos. De pronto, es asaltado por Jedediah, piloto de una avioneta, quien le despoja de su vehículo. Max sigue sus huellas y llega a Bartertown, una medieval ciudad electrificada, donde la actividad principal es el comercio. El amo y señor de este pueblo es Blaster-Master: un poderoso guerrero gigante, que lleva a un enano sabio sobre su espalda.

“Max se entrevista con Aunty Entity, administradora de Bartertown, quien le propone un trato: ella le devolverá lo que le robaron y más aún (gasolina inclusive) si Max da muerte a Blaster, dejando así indefenso y a su merced a Master, el único que sabe cómo hacer funcionar la máquina subterránea que convierte el estiércol de un criadero de cerdos en gas metano (y éste en la energía eléctrica que mueve a Bartertown)”.

El cuestionamiento está planteado. No hay energía. Quien o quienes sepan cómo producirla para que el mundo continúe consumiendo, mandarán sobre los demás. Lo único cierto es que no han descubierto un sustituto del petróleo, mientras la demanda crece.

Por lo pronto, los ojos y las necesidades de los gobiernos, los industriales, los comerciantes y los científicos, están posados sobre lo que, de usarse a gran escala, propiciará feroces enfrentamientos y gran cantidad de decesos: los agrocumbustibles, que amenazan con quitar de la boca de los seres humanos considerados en situación de pobreza alimentaria, los nutrimentos necesarios para, al menos, conservar una promesa de futuro, muy, pero muy lejana de convertirse en realidad.

El problema ha sido ampliamente estudiado por François Houtart, quien en un texto difundido por Alai Amlatina, explica: “La idea de extender el cultivo de los agrocombustibles en el mundo y particularmente en los países del Sur es desastrosa. Ella forma parte de una perspectiva global de solución a la crisis energética. En los próximos 50 años tendremos que cambiar de ciclo energético, pasando de la energía fósil, que es cada vez más rara, a otras fuentes de energía. En el corto plazo es más fácil utilizar lo que es inmediatamente rentable, es decir los agrocombustibles. Esta solución, al reducirse las posibilidades de inversión y al esperar ganancias rápidas, parece la más requerida a medida que se desarrolla la crisis financiera y económica”.

Como puede apreciarse, se combinan ya, de nueva cuenta, hambre y codicia. Ganancias rápidas, es la exigencia de los promotores de inversión, como pudo atestiguarse en el docudrama Demasiado grande para caer, en el que el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, prácticamente implora a los propietarios o presidentes de los directorios de los grandes bancos o grandes corredurías en problemas financieros, para que acepten ser salvados con recursos fiscales, lo que convertiría al gobierno de esa nación en socio y cómplice de esos filibusteros, cuya idea de libre mercado va más allá de la sensatez y la razón.

Para los de Lehman Brothers era más importante conservar salarios y privilegios que garantizar el dinero de sus cuentahabientes, así de sencillo. Ésos son los verdaderos, los auténticos poderes fácticos, que imponen condiciones.

Si de verdad se desea “contribuir a la solución de la crisis energética con un porcentaje de entre el 25 y el 30% de la demanda, se tendrán que destinar centenas de millones de hectáreas de tierras cultivables para la producción de agroenergía, en su mayor parte en el Sur, ya que el Norte no dispone de la superficie cultivable suficiente. Se tendrá, igualmente, según ciertas estimaciones, que expulsar de sus tierras a por lo menos 60 millones de campesinos. El precio no será pagado por los inversionistas, sino por la comunidad y por los individuos”.

Sobre el desplazamiento de los campesinos está el costo en agua, pues, explica en su texto el investigador, los agrocombustibles son monocultivos que requieren una gran cantidad de agua y, anota, “frente a la crisis hídrica que afecta al planeta, la utilización del agua para producir etanol es irracional. En efecto, para obtener un litro de etanol, a partir del maíz, se utiliza entre 1200 y 3400 litros de agua. La caña de azúcar también necesita enormes cantidades de agua. La contaminación de los suelos y del agua llega a niveles hasta ahora nunca conocidos, creando el fenómeno de “mar muerto” en las desembocaduras de los ríos (20 Km² en la desembocadura del Mississippi, en gran medida causado por la extensión del monocultivo de maíz destinado al etanol). La extensión de estas culturas acarrea una destrucción directa o indirecta (por el desplazamiento de otras actividades agrícolas y ganaderas) de los bosques y selvas que son como pozos de carbono por su capacidad de absorción”.

El problema, como se puede constatar, tiene muchas aristas y altos costos. Sustituir el petróleo no será fácil. Mientras acá se dilapida, otros piensan en usar maíz y caña de azúcar para producir energía, para, de nueva cuenta, hermanar la codicia con el hambre.

Comentarios