2012: Peña Nieto

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Con las elecciones en el estado de México en el pasado, Enrique Peña Nieto puede avanzar a la siguiente fase de su ruta hacia la candidatura presidencial del PRI. A lo largo de todo el proceso ha actuado con disciplina y toreado las provocaciones para que sus adversarios lo lleven a un diferente espacio de la geometría electoral. Peña Nieto ha engañado con la verdad y no se espera que exprese públicamente sus aspiraciones presidenciales hasta después del 16 de setiembre, cuando entregue el poder al gobernador entrante.

No necesitaba hacerlo antes. A diferencia de sus potenciales adversarios dentro y fuera del PRI –salvo el petista-perredista Andrés Manuel López Obrador-, Peña Nieto no requiere de promoción. Más del 80% de los mexicanos lo conocen, y más del 40% dice que habría votado por él en una elección presidencial. Esa holgura en las encuestas ha evitado apresuramientos. Al no ungirse como precandidato, mantuvo su promoción como gobernador sin caer en la ilegalidad, como sucedió recientemente cuando el IFE no pudo multar a las televisoras por promocionar nacionalmente su quinto informe de gobierno.

Peña Nieto ha utilizado a la televisión de una manera inteligente para hacer una larga precampaña electoral, muy similar a la forma como López Obrador hizo lo mismo desde la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Los dos figuras mediáticas aprovecharon su imán y arrastre entre el electorado para promoverse bajo la cobertura de sus cargos, sin declarar sus ambiciones presidenciales. López Obrador decía que lo dieran “por muerto” cuando se le preguntaba sobre 2006, y Peña Nieto simplemente evade cuando lo interrogan sobre 2012.

Al no responder las exigencias de sus pares para que expresara –como todos los demás en todos los partidos- sus aspiraciones presidenciales, Peña Nieto evitó que se alinearan los ataques y acusaciones que utiliza recursos del erario público para promoverse, o que las denuncias ante los órganos electorales se desvanecieran. Él puede seguir moviéndose en la arena nacional sin las ataduras que tendría de haber declarado su precandidatura.

El resto de sus potenciales adversarios, salvo López Obrador que al no ejercer ningún cargo público está totalmente libre de sospecha, hacen lo mismo, pero no son sujetos al mismo escrutinio al que es sometido el puntero en las preferencias electorales, como se ha visto en la permanente denuncia contra Peña Nieto por su presencia en la televisión.

Los resultados en el estado de México le amplían sus espacios de maniobra no sólo hacia el exterior del partido, sino principalmente hacia el interior. Con los datos de la elección puede ratificar su deseo de revelar sus aspiraciones hasta después del 16 de septiembre, y rechazar las presiones para que eso suceda en fecha más temprana. Dos meses y medio más sin declarar su deseo para 2012, son casi 90 días de un final de despedida como gobernador que, si se mantiene dentro de ese marco, puede ser otra promoción nacional dentro de los márgenes de la ley.

Los tiempos se le acomodaron positivamente. El líder nacional del PRI Humberto Moreira anunció que el partido decidirá su candidatura entre noviembre y diciembre próximo. Esto le dará a Peña Nieto entre 45 y 75 días para recorrer el país, ya como precandidato presidencial, en lo que, de mantenerse su preferencia electoral como ha estado en los dos últimos años, será más bien el equivalente a una bufalada, como llaman los priístas al fenómeno de todos detrás del ganador.

La misma preferencia electoral reduce significativamente las posibilidades del senador Manlio Fabio Beltrones, quien dejará la presidencia del Senado el primero de septiembre y estará sin la cobertura que le daba el cargo, a través de una permanente presencia en los medios de comunicación con líder de esa Cámara. Sólo una gran inercia e imaginación política le permitiría a Beltrones mantenerse en los mismos niveles de atención pública que hasta ahora, o que el gobierno federal, con el propósito de minar el avance de Peña Nieto, le siga dando un nivel de interlocutor de excelencia.

Pero aún así, la batalla por la candidatura contra Peña Nieto se antoja demasiado complicada. Los propios resultados en el estado de México le quitan valor a sus fichas políticas en la negociación con Peña Nieto, aunque el senador, inteligente que es, ha intensificado desde hace varias semanas su comunicación con el gobernador mexiquense –hasta dos veces por semana hablan por teléfono-, así como la frecuencia con la que se ven.

Beltrones no ha querido levantarle la mano a Peña Nieto en señal de claudicación –la versión de sus asesores es que se lo han pedido los priístas, lo que es cierto, pero que el propio Peña Nieto le ha pedido que no lo haga, lo que es falso-, en espera que la correlación de fuerzas entre los dos se modifique y se abran las posibilidades para que el senador pueda contender con el entonces ex gobernador, en una especie de elección interna en el PRI.

La visión de varios asesores beltronistas es pírrica. Las preferencias de voto son contundentes entre el senador y el gobernador, así como los recursos y la calidad de la asesoría que cada uno trae detrás. Sólo grandes errores de Peña Nieto podría darle un respiro esperanzador, pero hasta ahora, ha actuado con manual –disciplina en su cronograma-, y con frialdad de quien aspira a lo grande –la designación de Eruviel Ávila, y no los suyos, como candidato a sucederlo-.

O también, no hay que olvidar, un evento de otra naturaleza que corte con la aspiración de Peña Nieto sin importar su consecuencia en la vida política nacional. Ese tipo de eventualidades está muy presente en Toluca. Desde hace varios meses la seguridad del gobernador se intensificó, y durante la campaña de Ávila, en lugares específicos, momentos claros, el candidato y sus principales colaboradores fueron obligados a utilizar chalecos antibalas.

Cuando en un país sigue prevaleciendo la impunidad, no hay nada que pueda descartarse. Peña Nieto, gran favorito para la Presidencia, está conciente de ello.

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