2012: cuchillo contra bazuca

La próxima elección presidencial podría parecerse mucho a lo sucedido la semana pasada si los partidos repiten las estrategias utilizadas en el Estado de México.

Pascal Beltrán del Río


Tienen razón quienes dicen que el Estado de México no suele ser el laboratorio electoral que muchos creen.

Un partido puede ganar la gubernatura de esa entidad y, un año después, quedar en tercer lugar en la elección presidencial, como le pasó al PRI de Roberto Madrazo. También se le puede ganar en la propia contienda por Los Pinos y, no obstante, perder la votación a nivel nacional, como le sucedió a Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, lo ocurrido en la última elección de gobernador en el Estado de México, permite asomarse a lo que viene en el futuro electoral inmediato, con mayor precisión que en otras ocasiones.

La próxima elección presidencial podría parecerse mucho a lo sucedido la semana pasada si los partidos repiten las estrategias utilizadas en el Estado de México.

Como ganador por paliza de esa última contienda y amplio favorito para triunfar el año entrante, el PRI tendrá pocos incentivos para cambiar. Igual que en el Estado de México, arranca con una amplia ventaja en la carrera presidencial; su candidato es altamente popular y, por si fuera poco, es visto como el artífice de la victoria del domingo pasado: el gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto.

Al PAN y al PRD les sucede algo parecido a lo que enfrentaron en abril pasado, cuando cavilaban cómo participar en el Estado de México: ninguno de los dos tiene un gran prospecto de candidato presidencial. O mejor dicho: ninguno de sus aspirantes pesa mucho por sí mismo.

Entre quienes han anunciado sus intenciones de entrar en la carrera hay aspirantes que jamás han sido postulados a cargo alguno, como Ernesto Cordero y Alonso Lujambio, y una más, Josefina Vázquez Mota, que sólo ha sido candidata por la vía plurinominal; también hay quienes han perdido más elecciones de las que han ganado, como Santiago Creel y Andrés Manuel López Obrador, y apenas dos invictos en sus respectivos partidos: Marcelo Ebrard y Emilio González Márquez.

Ninguno de estos aspirantes está siquiera cerca del puntero Enrique Peña Nieto en las encuestas que se han realizado. En la de Consulta Mitofsky, aparecida la semana pasada, el único que compite en nivel de conocimiento con el gobernador mexiquense es López Obrador (tienen prácticamente lo mismo) y el que más se le acerca en el balance de opiniones favorables y desfavorables es Ebrard , pero en una proporción de cuatro a uno a favor del priista.

Puesto a competir con distintas parejas de hipotéticos adversarios, Peña Nieto sacaría 29 puntos o más a cualquiera de ellos, una diferencia menos amplia que con la que ganó Eruviel Ávila la gubernatura del Estado de México la semana pasada, pero aun así arrolladora.

Hay ventajas adicionales para el PRI, como el número de gobiernos estatales en su poder. Éstos han sido considerados como un factor determinante de las victorias electorales recientes del tricolor, salvo en algunos casos en que la oposición local ha podido presentar a un ex priista como candidato común (así fue en Oaxaca, Puebla y Sinaloa) o cuando la autoridad local ha enfrentado una crisis social, como en Sonora.

Hace seis años, en 2005, cuando Peña Nieto acababa de ser elegido gobernador, el PRI mandaba en 17 de las 32 entidades federativas. Hoy lo hace en 19. Durante los últimos seis años, el PRI ha perdido cuatro entidades que jamás habían sido gobernadas por la oposición (las mencionadas en el párrafo anterior), pero, a cambio, ha podido recapturar otros seis estados: Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes, Querétaro, Tlaxcala y Yucatán.

Por su parte, el PAN sólo gobierna en estos momentos seis de las 13 entidades federativas que ha podido ganar por su cuenta desde 1989 (sin coaliciones amplias). Hace seis años, cuando estaba por celebrar el proceso interno para designar a su candidato presidencial, Acción Nacional gobernaba nueve entidades. En ese lapso perdió Yucatán, Querétaro, Aguascalientes, San Luis Potosí y Tlaxcala, y sólo agregó a su cuenta Baja California Sur, estado que ganó al PRD tras de haberse pirateado a su candidato, y Sonora, luego de la indignación pública que suscitó el incendio de la guardería ABC.

Al PRD no le ha ido mejor. A estas alturas de 2005 gobernaba el Distrito Federal, Michoacán, Guerrero, Baja California Sur y Zacatecas. Se ha quedado sólo con las tres primeras.

Una conclusión de lo que ha ocurrido en el plano electoral en los seis años recientes es que el PRI ha sido prácticamente imbatible ante sus contrincantes cuando elige bien a sus candidatos y se enfrenta con una oposición dividida. También ha ido ampliando considerablemente el margen de sus victorias en los estados.

Estas certezas se confirmaron el domingo pasado en el Estado de México: el PRI supo escoger al candidato más competitivo y evitó —algunos dirán que justamente por eso— que la oposición postulara a un aspirante común. Y el resultado fue una victoria aplastante.

El PAN y el PRD han alegado que fueron víctimas de triquiñuelas, incluso de una “elección de Estado”, lo cual tendrán que probar ante los órganos electorales. A no ser que éstos den un revés fenomenal al PRI, como ocurrió alguna vez en Tabasco y Colima —cosa que hoy nadie anticipa—, no hay razón para pensar que las cosas no sucederán más o menos igual dentro de un año, en las 19 entidades que gobierna el PRI, diez de las cuales jamás han conocido a un mandatario estatal de otro partido.

Los rivales del PRI han alegado también que el Revolucionario Institucional ha ganado posiciones gracias a un alto grado de abstencionismo, pero ese argumento le pega a todos por igual. Si la gente no se siente atraída por las urnas es porque los candidatos —todos ellos— no tienen nada qué ofrecer.

Además, si bien es cierto que el abstencionismo ha hecho posible que algunos lleguen a gobernar sus entidades con un voto que representa apenas un cuarto del padrón o menos, las elecciones del Estado de México han puesto a prueba ese argumento: aunque el candidato del PRI ganó en todos los distritos de la entidad, le fue mejor en aquellos con un alto grado de participación (como el distrito XI, con cabecera en Santo Tomás, donde ganó con casi 64% de los votos) y obtuvo su margen de victoria más estrecho en aquellos donde la gente acudió a sufragar en menor proporción (como el distrito XXVIII, con cabecera en Tlalnepantla, donde apenas obtuvo la mitad de los votos depositados).

Tampoco parece ser verdad que el PRI ha ganado gracias al uso de clientelas electorales depauperadas. Si así fuera, ¿cómo se explica que el PRI haya ganado 286 de las 304 casillas del distrito XVII (Huixquilucan), que tiene una de las mayores desfases de ingreso económico en el país, pues lo mismo incluye las zonas residenciales de Tecamachalco e Interlomas, que áreas rurales y suburbanas pobres?

Datos así deberían hacer concluir a los partidos de la derecha y la izquierda que hay que buscar otra forma de vencer al PRI, que recurrir siempre a sus viejas preconcepciones y viejos pretextos no les será muy útil en esa tarea.

Resulta difícil de entender que el PAN y el PRD hayan abandonado la idea de las alianzas electorales sólo porque a una minoría vociferante en cada uno de esos partidos no le gusta o no le conviene.

Tratar de pelear a cuchilladas contra un enemigo que tiene una bazuca y resistirse a soltar el cuchillo sólo porque éste tiene más que ver con los principios del peleador no parece ser lo más sensato.

Como escribió el viernes mi compañero de páginas José Elías Romero Apis, panistas y perredistas deberían ir a la caja negra de este desastre y tratar de entender qué les pasó. Es literalmente de locos pensar que la repetición mecánica de una estrategia perdedora arrojará un resultado distinto en 2012.

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