Agenda Ciudadana / Lorenzo Meyer
Movimientos
Hoy hay pocas dudas de que el costosísimo sistema de partidos en México y de que las instituciones gubernamentales a cargo de tareas tan diversas como la de dar certidumbre electoral o proveer de seguridad cotidiana a los ciudadanos, han fallado. Y los movimientos sociales y políticos que hoy se desarrollan son un intento un tanto desesperado por rechazar el desánimo y crear alternativas ante la incapacidad de los partidos y las instituciones para cumplir con sus papeles. Son un esfuerzo lleno de riesgos pero sería peor no intentarlo.
Examinado desde una perspectiva poco optimista, el núcleo duro del mundo político mexicano pareciera haber cambiado poco en los últimos años. Hoy, los pronósticos dan por muy alta la posibilidad de que retorne al poder el viejo y corrupto partido que por 71 años ininterrumpidos gobernó a México el siglo pasado, (véase la última encuesta de Consulta Mitofsky). Ahora bien, si modificamos el punto de observación, se puede apreciar que, pese a todo, el mundo político mexicano sí se ha cambiado, no de una manera profunda pero sí en la dirección apropiada. Y es en la observación de los movimientos sociales y políticos -en su relativa libertad de acción- donde podemos advertir transformaciones que alimentan un muy cauto optimismo.
Mudar de Naturaleza
Se acaba de recordar el cuarenta aniversario de la represión y matanza del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México. En las vísperas de aquel infame "jueves de corpus", en el mundo universitario se supuso que tras la matanza de 1968, el gobierno ya no se atrevería a repetir la brutalidad. Fue un grave error de diagnóstico. A la distancia queda claro que ningún régimen autoritario, es decir, de esos que se sitúan entre los totalitarios y las democracias, como eran entonces los que dominaban en México, España, Portugal o Egipto, por citar algunos ejemplos, podía darse el lujo de permitir que prosperaran en su seno movimientos sociales o políticos autónomos.
Y es que en esos campos la movilización sin aprobación del centro del poder era una amenaza a la esencia del autoritarismo. En el México del PRI, cualquier partido o movimiento social o político surgido al margen de la autoridad y que se propusiera actuar de acuerdo a una agenda propia, de inmediato se topaba con uno de tres elementos o con una combinación de ellos: un efectivo cerco político que le condenaba a la irrelevancia, una cooptación que le cercenaba su independencia o, finalmente, una represión que podía ir de moderada hasta extrema. Es por ello que en el 71 se repitió lo hecho en el 68 que, a su vez, había sido la repetición de lo sucedido antes con el movimiento médico y antes con el movimiento navista de San Luis Potosí, con el Movimiento Revolucionario del Magisterio, con el movimiento ferrocarrilero, con el movimiento de los estudiantes del politécnico y de la Normal y de un gran etcétera de actividades políticas independientes que fueron convertidas en otras tantas cruces a la vera del camino del México priista.
La pérdida de fuerza y legitimidad del régimen mexicano a raíz de las crisis de su modelo económico (1976 y 1982), del gran fraude electoral de 1988 y de la conclusión de la Guerra Fría (que en México significó la desaparición de la gran coartada que permitía al presidencialismo sin contrapesos caracterizar como instrumentos del comunismo internacional a buena parte de los disidentes), permitió que los nuevos esfuerzos por dar vida a movimientos y organizaciones políticas y sociales independientes, empezaran a sobrevivir a la reacción hostil del poder, como fue el caso del neocardenismo que desembocaría en la formación del PRD o del neozapatismo que, pese a quedar confinado a una zona de Chiapas, habría de tener una fuerte repercusión nacional e internacional. Del lado de la derecha también se notó el cambio, pues la iglesia católica lo mismo que el PAN, encontraron en la nueva coyuntura un espacio propicio para expandir su campo de acción. Esta combinación de cambios en el entorno y movimientos políticos, en la histórica derrota del PRI en la elección presidencial del año 2000 y en el fin del presidencialismo sin contrapesos.
Los Movimientos de Reconstrucción Nacional y por la Paz con Justicia y Dignidad. Un cambio político del tiempo mexicano actual y que no debe minimizarse, es el fin de las limitaciones más duras y burdas al pluralismo político. También es posible argumentar que hasta ahora han sido los grandes "poderes fácticos" -por ejemplo, el duopolio que controla la televisión- y no los ciudadanos los que más han ganado en capacidad de acción independiente.
Los resultados de la transformación de la estructura de poder mexicana son varios y contradictorios. Por un lado, se ha dado una fragmentación del poder gubernamental que ha permitido la formación de "feudos" en los estados. También está el aumento de la debilidad estatal frente a los intereses privados económicamente poderosos y en detrimento del interés mayoritario.
Sin embargo, por el otro, está la ampliación del espacio de libertad para que surjan y crezcan los movimientos sociales y políticos independientes. A esas organizaciones formadas al margen e incluso en oposición al aparato gubernamental, simplemente ya no se les puede reprimir ni tampoco ignorar.
La reacción del gobierno de Carlos Salinas frente al neocardenismo y al neozapatismo marcó el momento en que el poder presidencial intentó pero ya sin éxito excluir a los contestatarios que se organizaban desde abajo. Al concluir dicho sexenio, ambas fuerzas habían sido capaces de sobrevivir aunque no sin antes haber pagado un costo alto. Como sea, su permanencia pese a la acción presidencial, abrió un camino nuevo para ellos y para otros. Se trató de un camino no exento de peligros y descalabros, como lo muestran las experiencias de Atenco en el Estado de México o de la APPO en Oaxaca.
En la actualidad destacan
dos movilizaciones políticas
en marcha de carácter nacional
Una es la encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y que surgió a raíz de la forma y del resultado de la elección del 2006. AMLO y sus seguidores no aceptaron la legitimidad de esa elección, y como una acción de pinza de sus enemigos internos y externos le quitó al tabasqueño el apoyo del PRD, AMLO procedió a recorrer todos los 2 mil 441 municipios del país para ir armando un nuevo movimiento político que, en su momento, pudo echar por tierra el proyecto del gobierno federal para extender las zonas de privatización del petróleo, pero ya no pudo llevar su presión al punto de obligar a la construcción de nuevas refinerías de Pemex. El esfuerzo notable de AMLO, secundado por unos grupos dentro del PRD, por dos partidos marginales (PT y Convergencia) más una buena cantidad de activistas sin partido ha desembocado en una plataforma política de izquierda moderada -los 50 puntos del Proyecto Alternativo de Nación- y en el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que se apresta, en un entorno que le es muy hostil, ("un peligro para México") a intervenir en la próxima elección nacional. Aquí, líder y movimiento son inseparables, con las fortalezas y debilidades que esa identidad conlleva.
La otra movilización -el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD)- acaba de nacer encabezada por un improbable líder: el poeta católico, Javier Sicilia, cuyo hijo fue una víctima más de la incontenible y creciente violencia que hoy azota a México de un extremo a otro. Este movimiento, producto de la acción de muchas organizaciones de la sociedad civil y de individuos que están "hasta la madre" de la inseguridad, es una reacción airada al rotundo fracaso de la principal política del sexenio: la campaña -guerra-, que desde sus primeros momentos lanzó el gobierno federal en contra de los cárteles de la droga y que ya acumula 40 mil muertes.
El MJPD con apenas recursos y muchas tensiones internas, ya ha organizado dos caravanas, recabado testimonios desgarradores de la violencia y articulando un puñado de demandas entre las que destaca la de modificar, de raíz, la campaña del gobierno contra el crimen organizado, pues sostiene que el interés nacional demanda dejar de apoyar los lineamientos norteamericanos de su lucha global contra los cárteles de la droga y dar prioridad a la seguridad del ciudadano común.
Recordando a Galileo, puede decirse que, pese a todo, el sistema político mexicano se mueve, pero al contrario del celeste que supuso el astrónomo italiano, la conducta del nuestro es básicamente imprevisible y la incertidumbre es hoy su característica principal.
RESUMEN
"Los movimientos sociales y políticos son un indicador del fracaso de partidos e instituciones del gobierno para responder a los intereses de un número de mexicanos"
Movimientos
Hoy hay pocas dudas de que el costosísimo sistema de partidos en México y de que las instituciones gubernamentales a cargo de tareas tan diversas como la de dar certidumbre electoral o proveer de seguridad cotidiana a los ciudadanos, han fallado. Y los movimientos sociales y políticos que hoy se desarrollan son un intento un tanto desesperado por rechazar el desánimo y crear alternativas ante la incapacidad de los partidos y las instituciones para cumplir con sus papeles. Son un esfuerzo lleno de riesgos pero sería peor no intentarlo.
Examinado desde una perspectiva poco optimista, el núcleo duro del mundo político mexicano pareciera haber cambiado poco en los últimos años. Hoy, los pronósticos dan por muy alta la posibilidad de que retorne al poder el viejo y corrupto partido que por 71 años ininterrumpidos gobernó a México el siglo pasado, (véase la última encuesta de Consulta Mitofsky). Ahora bien, si modificamos el punto de observación, se puede apreciar que, pese a todo, el mundo político mexicano sí se ha cambiado, no de una manera profunda pero sí en la dirección apropiada. Y es en la observación de los movimientos sociales y políticos -en su relativa libertad de acción- donde podemos advertir transformaciones que alimentan un muy cauto optimismo.
Mudar de Naturaleza
Se acaba de recordar el cuarenta aniversario de la represión y matanza del 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México. En las vísperas de aquel infame "jueves de corpus", en el mundo universitario se supuso que tras la matanza de 1968, el gobierno ya no se atrevería a repetir la brutalidad. Fue un grave error de diagnóstico. A la distancia queda claro que ningún régimen autoritario, es decir, de esos que se sitúan entre los totalitarios y las democracias, como eran entonces los que dominaban en México, España, Portugal o Egipto, por citar algunos ejemplos, podía darse el lujo de permitir que prosperaran en su seno movimientos sociales o políticos autónomos.
Y es que en esos campos la movilización sin aprobación del centro del poder era una amenaza a la esencia del autoritarismo. En el México del PRI, cualquier partido o movimiento social o político surgido al margen de la autoridad y que se propusiera actuar de acuerdo a una agenda propia, de inmediato se topaba con uno de tres elementos o con una combinación de ellos: un efectivo cerco político que le condenaba a la irrelevancia, una cooptación que le cercenaba su independencia o, finalmente, una represión que podía ir de moderada hasta extrema. Es por ello que en el 71 se repitió lo hecho en el 68 que, a su vez, había sido la repetición de lo sucedido antes con el movimiento médico y antes con el movimiento navista de San Luis Potosí, con el Movimiento Revolucionario del Magisterio, con el movimiento ferrocarrilero, con el movimiento de los estudiantes del politécnico y de la Normal y de un gran etcétera de actividades políticas independientes que fueron convertidas en otras tantas cruces a la vera del camino del México priista.
La pérdida de fuerza y legitimidad del régimen mexicano a raíz de las crisis de su modelo económico (1976 y 1982), del gran fraude electoral de 1988 y de la conclusión de la Guerra Fría (que en México significó la desaparición de la gran coartada que permitía al presidencialismo sin contrapesos caracterizar como instrumentos del comunismo internacional a buena parte de los disidentes), permitió que los nuevos esfuerzos por dar vida a movimientos y organizaciones políticas y sociales independientes, empezaran a sobrevivir a la reacción hostil del poder, como fue el caso del neocardenismo que desembocaría en la formación del PRD o del neozapatismo que, pese a quedar confinado a una zona de Chiapas, habría de tener una fuerte repercusión nacional e internacional. Del lado de la derecha también se notó el cambio, pues la iglesia católica lo mismo que el PAN, encontraron en la nueva coyuntura un espacio propicio para expandir su campo de acción. Esta combinación de cambios en el entorno y movimientos políticos, en la histórica derrota del PRI en la elección presidencial del año 2000 y en el fin del presidencialismo sin contrapesos.
Los Movimientos de Reconstrucción Nacional y por la Paz con Justicia y Dignidad. Un cambio político del tiempo mexicano actual y que no debe minimizarse, es el fin de las limitaciones más duras y burdas al pluralismo político. También es posible argumentar que hasta ahora han sido los grandes "poderes fácticos" -por ejemplo, el duopolio que controla la televisión- y no los ciudadanos los que más han ganado en capacidad de acción independiente.
Los resultados de la transformación de la estructura de poder mexicana son varios y contradictorios. Por un lado, se ha dado una fragmentación del poder gubernamental que ha permitido la formación de "feudos" en los estados. También está el aumento de la debilidad estatal frente a los intereses privados económicamente poderosos y en detrimento del interés mayoritario.
Sin embargo, por el otro, está la ampliación del espacio de libertad para que surjan y crezcan los movimientos sociales y políticos independientes. A esas organizaciones formadas al margen e incluso en oposición al aparato gubernamental, simplemente ya no se les puede reprimir ni tampoco ignorar.
La reacción del gobierno de Carlos Salinas frente al neocardenismo y al neozapatismo marcó el momento en que el poder presidencial intentó pero ya sin éxito excluir a los contestatarios que se organizaban desde abajo. Al concluir dicho sexenio, ambas fuerzas habían sido capaces de sobrevivir aunque no sin antes haber pagado un costo alto. Como sea, su permanencia pese a la acción presidencial, abrió un camino nuevo para ellos y para otros. Se trató de un camino no exento de peligros y descalabros, como lo muestran las experiencias de Atenco en el Estado de México o de la APPO en Oaxaca.
En la actualidad destacan
dos movilizaciones políticas
en marcha de carácter nacional
Una es la encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y que surgió a raíz de la forma y del resultado de la elección del 2006. AMLO y sus seguidores no aceptaron la legitimidad de esa elección, y como una acción de pinza de sus enemigos internos y externos le quitó al tabasqueño el apoyo del PRD, AMLO procedió a recorrer todos los 2 mil 441 municipios del país para ir armando un nuevo movimiento político que, en su momento, pudo echar por tierra el proyecto del gobierno federal para extender las zonas de privatización del petróleo, pero ya no pudo llevar su presión al punto de obligar a la construcción de nuevas refinerías de Pemex. El esfuerzo notable de AMLO, secundado por unos grupos dentro del PRD, por dos partidos marginales (PT y Convergencia) más una buena cantidad de activistas sin partido ha desembocado en una plataforma política de izquierda moderada -los 50 puntos del Proyecto Alternativo de Nación- y en el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que se apresta, en un entorno que le es muy hostil, ("un peligro para México") a intervenir en la próxima elección nacional. Aquí, líder y movimiento son inseparables, con las fortalezas y debilidades que esa identidad conlleva.
La otra movilización -el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD)- acaba de nacer encabezada por un improbable líder: el poeta católico, Javier Sicilia, cuyo hijo fue una víctima más de la incontenible y creciente violencia que hoy azota a México de un extremo a otro. Este movimiento, producto de la acción de muchas organizaciones de la sociedad civil y de individuos que están "hasta la madre" de la inseguridad, es una reacción airada al rotundo fracaso de la principal política del sexenio: la campaña -guerra-, que desde sus primeros momentos lanzó el gobierno federal en contra de los cárteles de la droga y que ya acumula 40 mil muertes.
El MJPD con apenas recursos y muchas tensiones internas, ya ha organizado dos caravanas, recabado testimonios desgarradores de la violencia y articulando un puñado de demandas entre las que destaca la de modificar, de raíz, la campaña del gobierno contra el crimen organizado, pues sostiene que el interés nacional demanda dejar de apoyar los lineamientos norteamericanos de su lucha global contra los cárteles de la droga y dar prioridad a la seguridad del ciudadano común.
Recordando a Galileo, puede decirse que, pese a todo, el sistema político mexicano se mueve, pero al contrario del celeste que supuso el astrónomo italiano, la conducta del nuestro es básicamente imprevisible y la incertidumbre es hoy su característica principal.
RESUMEN
"Los movimientos sociales y políticos son un indicador del fracaso de partidos e instituciones del gobierno para responder a los intereses de un número de mexicanos"
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