Volpi: ‘una pasión desdichada’

Carlos Ramírez / Indicador Político

Cuando analizó la cuestión de los intelectuales y el poder, el poeta Octavio Paz dijo que los hombres de letras podían trabajar en el gobierno pero “mantener la distancia del Príncipe”. Aunque reconocer la dificultad de lograrlo, concluyó que las relaciones de los intelectuales con el poder era una “pasión desdichada”.

El pequeño affaire del escritor Jorge Volpi con la canciller Patricia Espinosa está muy lejos de los conflictos analizados por Paz y Jean Paul Sartre sobre el papel de los intelectuales ante el poder y se acerca más a la picardía del conocido personaje de la malicia priísta César El Tlacuache Garizurieta: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.

Claro, las redes sociales son capaces de convertir cualquier incidente salarial en escándalo de poder. Volpi se enojó porque le habían prometido un cargo cultural en la embajada de México en Italia, luego de haber terminado su ciclo como director de Canal 22 del Estado. Pero horas antes de la formalización, le avisaron que la plaza se había cancelado. Y Volpi se quedó fuera del presupuesto público.

El asunto se enredó cuando Volpi dijo que la razón de su desnombramiento se localizaba en sus opiniones políticas que no gustaron en ciertos niveles burocráticos, sobre todo una referencia al problema de la seguridad pública y la estrategia gubernamental. Se trataba de algunas frases al final de su colaboración editorial en Reforma el pasado domingo 19 de junio, al comentar el libro El Ruido de las Cosas al Caer, del escritor Juan Gabriel Vásquez, que toca la crisis del narco en Colombia. Ahí Volpi deslizó lo que considera el párrafo que sacudió -¿tambaleó?- al gobierno del presidente Calderón:

“Al mirarse en el espejo de Laverde (protagonista asesinado en la novela por sicarios), el abogado observa los pasos que lo condujeron al crimen y a la muerte. No descubre una solución fácil al dilema del narco, pero al menos se atreve a contemplar de cerca, sin rencores ni prejuicios, una de las miles de vidas destruidas por éste. Quizás no parezca demasiado, pero es un paso imprescindible. Bien haríamos nosotros en abandonar por un momento las estadísticas y los reportes policiales para mirar a esos miles de individuos que se despeñan en el crimen. Sólo así, atisbando sus razones, que suelen ser las razones de la pobreza, el rencor o el pánico, podremos aspirar a recomponer el tejido social que nos envuelve”.

A lo largo de su tiempo como funcionario, Volpi nunca se salió del protocolo ni se atrevió a publicar alguna crítica política contra el régimen. Más aún, tocó temas polémicos, pero sin aparecer ya no se diga como un disidente, sino como una persona con pensamiento crítico o, peor aún, con relativa autonomía. En el artículo anterior, por ejemplo, habla de la crisis de seguridad en Colombia en 1996 que “remite a alguna ciudad mexicana, Morelia, Ciudad Juárez, Monterrey”, pero, molusco intelectual, da una salida y dice que se ha querido encontrar similitudes mexicanas “sin apreciar matices”.

Más que el asunto de la “crítica” que supuestamente no gustó en Relaciones Exteriores, el fondo en realidad fue otro: cuál es -y cuál debería ser- la relación de los intelectuales con el poder. Volpi no quería salirse del presupuesto, por eso aceptó una posición menor en el servicio diplomático. Y como se trataba de plazas que no es la primera vez que se cancelan -con Fox ocurrió lo mismo-, entonces el problema fue de chamba, no de ideas.

Lejos, muy lejos, quedaron los tiempos en los que los intelectuales renunciaban al Estado por razones políticas.

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