Tiempos sucesorios con Durazo

Martha Anaya / Crónica de Política

Tengo en las manos el libro La transición en México de Sergio Aguayo (FCE. 2010) y no me canso de revisarlo.

De pronto, nuestra propia historia –reconstruida a partir de una personal elección de discursos, documentos y entrevistas con muy diversos protagonistas—no sólo recobra vida sino desdibuja la linealidad de los recuerdos, suma decenas de historias más abandonadas en algún rincón de la memoria y llena huecos ni siquiera sospechados a pesar de haber transitado por algunos de aquellos tiempos.

Por momentos resulta apabullante. Pero no es para menos. La forma en que Aguayo laza, enlaza y entrelaza retazos de esa historia documental de la transición en nuestro país, da cabal cuenta de la hercúlea misión que significó –y significa a la fecha– ese andar en y por la transición, cuyo inicio el autor sitúa en 1963 y que aún no concluye.

Discursos, cartas o declaraciones vueltas a leer a la luz de nuestros días, toman otra dimensión, incluso en ocasiones otro significado, y en no pocas ocasiones nos advierten sobre los caminos por los que incursionamos o nos recuerdan que ante una piedra semejante hemos tropezado.

Con ese espíritu he elegido a mi vez algunos fragmentos de dos escritos que recoge Sergio Aguayo en su libro. Son de las cartas de renuncia de Alfonso Durazo. Una, a su militancia en el PRI y la otra, a su puesto de secretario particular del Presidente Vicente Fox (5 de julio del 2004).

Las dos misivas de quien fuera también secretario particular de Luis Donaldo Colosio se dan en los turbulentos tiempos sucesorios y por razones ligadas precisamente a la sucesión presidencial.

La carta de renuncia al PRI se da en una fecha muy próxima a la elección de Presidente de la República: 18 de mayo del 2000, siendo candidatos Francisco Labastida (PRI) y Vicente Fox (PAN). Esgrimía Durazo entonces acerca del PRI:

“(…) Lamentablemente, la cultura de la línea, esencia de esa forma primitiva de conducción política que ha caracterizado al sistema desde 1929, sigue guiando el destino del Partido Revolucionario Institucional. La observancia de ese concepto pervertido de disciplina ha servido por igual para justificar actuaciones públicas indignas que complicidades secretas. Por ello, decir hoy que se es priista representa prácticamente una autoincriminación…

“En este contexto, es válido suponer que el ciclo del PRI como partido en el poder está terminado, toda vez que un partido sin democracia no tiene futuro. Tampoco puede tener futuro un partido cuya capacidad está más dedicada a burlar los cambios que a imaginarlos y conducirlos. Sólo una prolongación artificial y fraudulenta podría mantenerlo en el poder, pero a un costo ya impagable. Es necesario admitir, sin embargo, que la transformación del PRI sería más útil para el país que su desaparición…”

Fueron estas algunas de las razones que dio Durazo hace once años para acabar con su militancia priista. A toro pasado, me pregunto qué piensa hoy del actual PRI. ¿Se transformó el PRI en estos años? ¿Sería más lapidario en su diagnóstico? ¿Suscribiría las mismas líneas que escribió entonces?

La otra carta de renuncia de Alfonso Durazo fue a su cargo de secretario particular del Presidente de la República, Vicente Fox. Data del 5 de julio del 2004. Dos años antes de los comicios, lo cual nos habla de entrada de lo adelantado que estaban los tiempos sucesorios en el sexenio pasado. Su publicación acabó con las aspiraciones de Marta Sahagún a la silla del águila. Decía así:

“(…) Es mi convicción que el enrarecimiento del ambiente político nacional está íntimamente vinculado con el proceso de sucesión. En consecuencia, su restauración reclama tener muy claro cuál es la responsabilidad del Estado y del Gobierno en su conducción.

“(…) Por el bien del país, el Presidente de la República no puede tener proyecto político después de gobernar: El presidente debe salirse del campo de juego, y tomar el silbato del árbitro…; debe ser una voz unificadora y motivadora, capaz de rehacer el consenso nacional, que actúa no sólo en un marco de legalidad, sino de ética política

“En ese contexto, no puedo hacer abstracción de las implicaciones de la incursión de la Primera Dama en el inventario de eventuales aspirantes a la candidatura presidencial de Acción Nacional.”

Esto escribió Durazo hace siete años. Y sí, su carta fue el golpe definitivo a las aspiraciones de Marta Sahagún. Más no en lo que advertía en otro párrafo de su escrito: “(…) El peligro del proceso de sucesión no está, pues, en quién llegue a la Presidencia de la República sino en cómo llegue. Si no hay legalidad, equidad, democracia y arbitraje presidencial imparcial, la disputa electoral del 2006 podría llegar a convertirse en una repetición de las viejas y nocivas rondas de desconfianza sobre los resultados electorales…”

Fue precisamente lo que sucedió en 2006. Y por lo que vemos hoy en día, nuestro andar en la transición no sólo no avanza, no mejora; da pasos apresurados en sentido contrario. La forma de actuar en los tiempos de la sucesión es su mejor ejemplo.

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