Sicilia-Calderón, la metáfora de Gandhi

Álvaro Delgado

Cuando vi a Javier Sicilia regalar un escapulario a Felipe Calderón, que sonrió con malicia mientras escabullía el abrazo, interpreté de golpe que se le rendía al poder, pero esa imagen parece ser una metáfora: Es Gandhi dándole al general británico Jan Smuts las sandalias que tejió en la celda donde éste lo hizo prisionero.

Quizá son sólo ganas de creer, pero veo absolutamente genuina la convicción de Sicilia de actuar conforme a la ética y hablar con el corazón. Aun con el infinito dolor por la pérdida de su hijo, no busca la venganza, sino el perdón y cree –como Gandhi– que la verdad y el amor triunfan siempre.

Gandhi decía: “En los momentos de desesperanza, recuerdo que en el transcurso de toda la historia la vía de la verdad y del amor siempre ha ganado. Ha habido tiranos y asesinos, y durante un tiempo parecen invencibles, pero al final, siempre caen (…) ¿Qué le importa al muerto, a los huérfanos y a los sin techo si la desquiciada destrucción es producida bajo el nombre de totalitarismo o el santo nombre de libertad y democracia?”

En una nación donde han tomado residencia el odio, la impunidad, la violencia y la displicencia, hablar de paz y amor parece un contrasentido. Más aún, en medio de la simulación y el mercadeo, el diálogo de la sociedad con el poder es un equívoco.

Lo que aprecio en Sicilia y en el movimiento que encabeza –porque él no es el movimiento– es una oportunidad a la paz mediante el diálogo, así sea, como en Gandhi con el mariscal Smuts, con el responsable de “la desquiciada destrucción” de parte del Estado.

De otra forma, como lo advierte el propio Sicilia –a menudo catalogado de ingenuo y timorato–, “vamos hacia los chingadazos”.

Y otra vez Gandhi: “La humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia” y “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino.”

A nadie escapa, sobre todo a quienes lo conocen desde hace años en el Partido Acción Nacional (PAN), el talante sórdido de Calderón, un individuo acomplejado, vengativo e inescrupuloso, pero el diálogo del jueves 23, en el alcázar del Castillo de Chapultepec, hay que verlo sobre todo desde el ángulo de un sector de la sociedad que aspira a seguirle apostando por la democracia.

Calderón ha sido hostil al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad desde el origen mismo de éste y sobre todo cuando, a principios de abril, se organizó una caravana desde Cuernavaca al Zócalo y luego la que llegó a Ciudad Juárez. Es la misma prepotencia presidencial contra cualquiera que le hace ver la costosa “guerra” en vidas humanas en que ha metido al país.

Gandhi: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener hacia la fe de los demás el mismo respeto que se tiene por la propia”.

Por ese mismo talante, el diálogo del jueves 23 estuvo a punto de frustrarse: Primero porque, según Roberto Gil Zuarth, el secretario particular de Calderón, la sede prevista para el encuentro, el Museo Nacional de Antropología e Historia, era vulnerable a las protestas del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). Luego, por el empecinamiento oficial de ser los únicos capaces de transmitir la señal de televisión y después porque el formato para las intervenciones de las víctimas les era incómodo.

Con la idea de no poner en riesgo a las víctimas, los negociadores del movimiento cedieron a cambiar de sede, pero era inaceptable suprimir voces de quienes han perdido a familiares por la violencia y que fueran excluidos los medios independientes.

¿Qué se ganó con el encuentro del jueves 23? Calderón, ahí están los hechos, difundirá propaganda de su voluntad de diálogo y su valentía para enfrentar a los malos. El movimiento de las víctimas obtuvo una visibilidad extraordinaria, un fideicomiso para el memorial y las indemnizaciones, y una fuerza moral que obliga a los poderes del Estado a ceder.

¿Es poco o es mucho? Según se quiera ver y se sabrá pronto. Sigo pensando que, como lo escribí la víspera del encuentro, Calderón pudre lo que toca, y quisiera volver a estar equivocado, pero pienso que el movimiento de Sicilia ya trascendió a ese individuo que se ostenta como jefe de la nación a quien la historia –él lo sabe– le tiene reservado un lugar en un muladar.

Pienso, también, que este movimiento social, como otros muchos que hay en el país, diversos, podrían articularse para convertirse en una fuerza que interpele al poder público más allá del 2012, cualquiera que sea su signo partidario. Pero quizá son sólo ganas de creer.

Como Sicilia y como Gandhi, que decía: “El amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el ser humano”.

Y añadía: “Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas”…

Apuntes

Pero Gandhi tenía razón: “Más que los actos de los malos, me horroriza la indiferencia de los buenos”.

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