Antonio Navalón
La semana pasada, en el calendario judío se celebró la única fiesta que no representa sangre ni tragedia: el Shavuot —momento en el que Dios a través de Moisés entregó las bases de organización social de su pueblo, el elegido, que nosotros los cristianos, sin pago de copyright llamamos los diez mandamientos.
“Cualquier cosa que se haga ya fue hecha, cualquier crimen que se comenta ya fue cometido, venimos de una dictadura del pensamiento y de las actitudes y lo que no hicimos en el año 2000 en el tránsito pacífico de la alternancia del poder, de Zedillo a Fox, me ha tocado hacerlo siguiendo el mandato divino que recibí de acabar con la era priísta”. Palabras más, palabras menos el presidente ha marcado, de aquí en adelante y sin límite, cómo van a ser las cosas. Primero, el IFE ya no es el IFE, ahora el IFE es la PGR. Segundo, así como María Félix —María Bonita— debía acordarse de Acapulco, Marisela Morales, la procuradora, debe recordar a Rafael Macedo de la Concha y debe saber el costo de politizar la justicia.
Hace seis años, por estos días y a estas horas, que la política y el derecho se daban la mano. En aquel momento era el desafuero de AMLO y ya se sabe, no hay nada menos flexible que un general metido a procurador. Fox cambió de opinión al reunirse con su equipo y su vocero, que no sólo explicó lo que el presidente quiso decir sino lo que quiso pensar. A partir de ahí el desafuero fue anulado.
Lo malo de judicializar la política es que todos somos enjuiciables. Lo malo de sustituir las promesas por los expedientes judiciales, más en un país como México, donde la gente va a la cárcel pero generalmente no se le condena, es que se hace verdad el mandato bíblico: quien a hierro mata, a hierro muere.
Somos un país sin memoria. Política y públicamente es como si hubiéramos nacido ayer, no obstante debemos recordar que nos acercamos a la madre de todas la batallas y que esta vez la rudeza necesaria generará consecuencias para todos y no serán sólo costos del crecimiento democrático.
Tlatelolco, que nunca se olvida ni se olvidará, llevó a la tumba a Gustavo Díaz Ordaz lleno de terror, pesadillas y culpa. Hoy, Tlatelolco, desde el punto de vista numérico, no es más que una tarde en Chihuahua.
Dicho todo esto, sin tener naturalmente más que pecados que se remontan a los llanos de Jalisco, los panistas deben saber que para ellos tampoco habrá piedad y así como el gobernador del Estado de México hará bien en ver y ocuparse de quiénes son los dependientes de la tienda Bijan, Calderón y el gobierno federal harán bien en mirar cada uno de los cadáveres del jardín, porque todos, sin excepción, familiares o no, amigos o enemigos, irán saliendo.
A México le faltaba algo para terminar su modélica alternancia en el poder, las armas han hablado en la guerra no guerra de Calderón, y ahora lo hace el miedo y el rencor entre las fracciones políticas.
Que nadie se equivoque, no pugno por la impunidad, me da asco; no pugno por el perdón, creo que es un valor que acompaña a los que tienen fe, cosa que no es mi caso; no pugno por el olvido, me parece imposible, sobre todo si yo tuviera una criatura asesinada en Sonora o un joven baleado simplemente porque pasó por donde no debía.
Siguiendo su propia consigna de hablar bien de México en el extranjero, resulta peligroso que Calderón haya hablado de la impunidad del Estado en Stanford porque alguien le podría haber recordado que ya una vez hubo una manifestación en esa misma universidad que costó muertos, era sobre Vietnam y también eran estudiantes.
Nuestro presidente no debe jamás olvidar que la labor de todo jefe es saber a dónde conduce a su pueblo, y la de todo comandante al iniciar una guerra es saber cómo la va a ganar.
En la tómbola de la campaña/masacre que está por venir, todos somos reos.
La semana pasada, en el calendario judío se celebró la única fiesta que no representa sangre ni tragedia: el Shavuot —momento en el que Dios a través de Moisés entregó las bases de organización social de su pueblo, el elegido, que nosotros los cristianos, sin pago de copyright llamamos los diez mandamientos.
“Cualquier cosa que se haga ya fue hecha, cualquier crimen que se comenta ya fue cometido, venimos de una dictadura del pensamiento y de las actitudes y lo que no hicimos en el año 2000 en el tránsito pacífico de la alternancia del poder, de Zedillo a Fox, me ha tocado hacerlo siguiendo el mandato divino que recibí de acabar con la era priísta”. Palabras más, palabras menos el presidente ha marcado, de aquí en adelante y sin límite, cómo van a ser las cosas. Primero, el IFE ya no es el IFE, ahora el IFE es la PGR. Segundo, así como María Félix —María Bonita— debía acordarse de Acapulco, Marisela Morales, la procuradora, debe recordar a Rafael Macedo de la Concha y debe saber el costo de politizar la justicia.
Hace seis años, por estos días y a estas horas, que la política y el derecho se daban la mano. En aquel momento era el desafuero de AMLO y ya se sabe, no hay nada menos flexible que un general metido a procurador. Fox cambió de opinión al reunirse con su equipo y su vocero, que no sólo explicó lo que el presidente quiso decir sino lo que quiso pensar. A partir de ahí el desafuero fue anulado.
Lo malo de judicializar la política es que todos somos enjuiciables. Lo malo de sustituir las promesas por los expedientes judiciales, más en un país como México, donde la gente va a la cárcel pero generalmente no se le condena, es que se hace verdad el mandato bíblico: quien a hierro mata, a hierro muere.
Somos un país sin memoria. Política y públicamente es como si hubiéramos nacido ayer, no obstante debemos recordar que nos acercamos a la madre de todas la batallas y que esta vez la rudeza necesaria generará consecuencias para todos y no serán sólo costos del crecimiento democrático.
Tlatelolco, que nunca se olvida ni se olvidará, llevó a la tumba a Gustavo Díaz Ordaz lleno de terror, pesadillas y culpa. Hoy, Tlatelolco, desde el punto de vista numérico, no es más que una tarde en Chihuahua.
Dicho todo esto, sin tener naturalmente más que pecados que se remontan a los llanos de Jalisco, los panistas deben saber que para ellos tampoco habrá piedad y así como el gobernador del Estado de México hará bien en ver y ocuparse de quiénes son los dependientes de la tienda Bijan, Calderón y el gobierno federal harán bien en mirar cada uno de los cadáveres del jardín, porque todos, sin excepción, familiares o no, amigos o enemigos, irán saliendo.
A México le faltaba algo para terminar su modélica alternancia en el poder, las armas han hablado en la guerra no guerra de Calderón, y ahora lo hace el miedo y el rencor entre las fracciones políticas.
Que nadie se equivoque, no pugno por la impunidad, me da asco; no pugno por el perdón, creo que es un valor que acompaña a los que tienen fe, cosa que no es mi caso; no pugno por el olvido, me parece imposible, sobre todo si yo tuviera una criatura asesinada en Sonora o un joven baleado simplemente porque pasó por donde no debía.
Siguiendo su propia consigna de hablar bien de México en el extranjero, resulta peligroso que Calderón haya hablado de la impunidad del Estado en Stanford porque alguien le podría haber recordado que ya una vez hubo una manifestación en esa misma universidad que costó muertos, era sobre Vietnam y también eran estudiantes.
Nuestro presidente no debe jamás olvidar que la labor de todo jefe es saber a dónde conduce a su pueblo, y la de todo comandante al iniciar una guerra es saber cómo la va a ganar.
En la tómbola de la campaña/masacre que está por venir, todos somos reos.
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