Reforma política: el imperio contraataca

De la Fuente nunca ha dicho que quiera ser candidato a la Presidencia y ni siquiera se conoce su opinión sobre temas como la inseguridad o el desempleo, que aquejan a los mexicanos y seguramente serán temas de la próxima campaña… y, sin embargo, aparece en segundo lugar de las preferencias.

Pascal Beltrán del Río


Nunca he compartido la noción de algunos intelectuales sobre la falta de reformas estructurales en México: Según ellos, no las hay porque los legisladores están impregnados de las divisiones que existen en la sociedad mexicana sobre energía, tributación, trabajo y otros temas.

Es verdad que los mexicanos tienen visiones diferentes, por ejemplo, respecto de si debe mantenerse el monopolio estatal sobre los hidrocarburos previsto por la Constitución, pero dudo que sea eso lo que ha prevenido una modificación radical del régimen de producción, procesamiento y transporte de petróleo y gas en aras de aprobar uno más acorde con el entorno internacional.

No creo que haya sido tanto el nacionalismo revolucionario, que ciertamente aún profesan muchos ciudadanos de este país, sino que el clientelismo y, probablemente, intereses mucho más concretos llevaron a que abortara la reforma energética en la primavera de 2008.

Suponiendo, sin conceder, que aquello fuera cierto —es decir, que no ha logrado construirse un consenso social en torno de asuntos torales—, ¿cómo puede explicarse la timidez del Senado y la completa inacción de la Cámara de Diputados ante una sociedad que no manifiesta desacuerdos importantes sobre las propuestas para reducir el control absoluto que ejercen los partidos políticos sobre el escenario electoral?

La verdad es que, en ese y en otros temas, la lógica de los partidos y la de la sociedad andan por pistas diferentes. Y eso seguirá así mientras no exista una reforma que los haga hablar el mismo idioma.

Pese a que muchos legisladores han sido muy vociferantes sobre los monopolios económicos que existen en México, en el Congreso hubo un consenso absoluto para no llevar a cabo modificaciones legales —constitucionales, entre ellas—que trastocaran el tripolio de la política.

Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, los legisladores han estado de acuerdo em no actuar sobre una serie de propuestas muy concretas que limitarían su poder para designar a los candidatos por los que votan las decenas de millones de mexicanos que acuden a las urnas.

No crea que hablo de un cónclave conspiracionista. Para nada. Ni siquiera es necesario. La lógica misma del juego político está diseñada para favorecer el disenso y la inacción, y da lugar a falsos pleitos en los que todos los jugadores salen ganando, pues su permanencia en la cancha no depende de su desempeño sino de qué tanto cooperan con la mascarada.

Por eso, solicitarle a esta clase política que aprobara reformas como la reelección de legisladores y las candidaturas independientes equivalía a pedirle el suicidio. Alterar el principio de que los partidos son los únicos que pueden postular candidatos hubiera sido como aquel último y solitario proyectil de la nave de Luke Skywalker, en La Guerra de las galaxias, que logra penetrar por una rendija de la aparentemente invulnerable Estrella de la Muerte y la hace estallar porque pega en su núcleo.

Sin embargo, a diferencia de la rebelión contra el imperio de Darth Vader y sus secuaces, aquí el proyectil seguramente no dará en el blanco. La fuerza no ha estado con la sociedad, o ésta no se ha pronunciado con el vigor suficiente. El régimen partidocrático activó su escudo, selló todas las rendijas y se atrincheró en sus recintos a esperar que concluya el plazo para realizar reformas legales aplicables en los comicios de 2012.

Se puede decir que ya la hizo, pues ese plazo concluye en menos de cinco días: el próximo jueves a la medianoche.

Momentos antes de poner punto final a esta columna, pregunté a los usuarios de Twitter que me hacen el favor de seguirme por qué no fue posible aprobar la propuesta de reforma política que no ha encontrado oposición significativa fuera del Congreso de la Unión. He aquí algunas de las respuestas que arrojó ese crowdsourcing:

“Porque los legisladores todo lo supeditan a la rentabilidad electoral”: @mgomezcesar. “Porque hay un abismo entre la clase política y la sociedad”: @jchessal. “Porque el sistema de partidos pertenece a unos cuantos y la sociedad no tiene representantes en él”: @esenio42

Muchos de los que respondieron la pregunta atribuyeron una mayor responsabilidad al PRI que al resto de los partidos por la falta de reforma política. No obviaron el hecho de que el tricolor y su aliado verde forman la mayoría en la Cámara de Diputados, y ese cuerpo legislativo pudo haber convocado a un período extraordinario de sesiones para, cuando menos, discutir y votar la minuta que el Senado le envió desde abril.

A continuación, algunas de esas opiniones:

“No hubo reforma política porque es del interés de la ciudadanía, no del PRI”: @MarcoACamposM. “Porque a los conservadores del siglo XXI, léase el PRI, les conviene que todo siga igual”: @A_candia. “Peña Nieto contuvo dolosamente la reforma política, pero su gente está contenta, su candidato va arriba en las encuestas”: @YadhiraTamayo.

Puede tener mayor responsabilidad el PRI de la Cámara de Diputados —bancada que, se supone, sigue la línea del gobernador del Estado de México— pero eso no exime a la derecha y a la izquierda en San Lázaro, cuyos llamados a aprobar la reforma política fueron casi inaudibles.

Es posible argumentar que dichos cambios, incluso la versión descafeinada que votó el Senado, hubieran resultado altamente tóxicos para el concordato que desde 1997 tienen PRI, PAN y PRD a fin de distribuirse entre ellos, al margen de migajas, los puestos de elección en el país.

Vea si no: hace menos de un mes, la consultoría BCG —que comanda Ulises Beltrán y realiza encuestas para este diario— hizo una consulta para un cliente distinto a esta casa editorial sobre la conveniencia de que hubiera candidaturas presidenciales independientes en México.

Los resultados, que Ulises compartió conmigo recientemente, daban cuenta del rechazo ciudadano que provoca el que los partidos políticos sigan siendo los únicos que puedan postular candidatos (en este caso, al cargo de Presidente de la República). Apenas 21% de los encuestados se manifestó conforme con mantener el actual sistema, mientras que 72% opinó que debe permitirse que haya candidatos independientes.

Posteriormente, se pidió a los consultados elegir, en una boleta imaginaria, entre cuatro aspirantes presidenciales: Enrique Peña Nieto (PRI), Andrés Manuel López Obrador (PRD), Santiago Creel (PAN) y Juan Ramón de la Fuente como candidato independiente.

Cuando se eliminó la no respuesta, la preferencia efectiva por estos hipotéticos candidatos quedó como sigue: Peña Nieto 41%, De la Fuente 27%, López Obrador 21% y Creel 11 por ciento.

Es decir, casi tres cuartas partes de los encuestados dijeron que sí debería haber candidatos independientes y cuando se les preguntó sobre un aspirante en concreto —uno que no ha estado siquiera en campaña, como De la Fuente— más de una cuarta parte de los electores potenciales dijo que votaría por él.

Si eso no es un signo de disgusto con el establishment político, no sé cómo llamarlo. Hace tiempo que el ex rector de la UNAM está lejos del reflector de la opinión pública y, hasta donde sé, se ha pasado fuera de México más de la tercera parte del tiempo desde que dejó aquel cargo, pues sus ocupaciones académicas lo llevan todo el tiempo a Europa y Asia.

De la Fuente nunca ha dicho que quiera ser candidato a la Presidencia y ni siquiera se conoce públicamente su opinión sobre temas como la inseguridad o el desempleo, que aquejan a los mexicanos y seguramente serán temas de la próxima campaña… y, sin embargo, el también ex secretario de Salud aparece en segundo lugar de las preferencias.

¿Será que los partidos políticos, que todo lo miden con encuestas, desconocían el apoyo que podría concitar una candidatura independiente? No lo sé con certeza, pero lo dudo mucho.

Me parece que todos, comenzando por el PRI, tuvieron terror a una reforma política que pusiera en jaque su monopolio sobre un sistema electoral que permite a los mexicanos votar libremente, pero sólo sobre los candidatos que los partidos deciden postular. Y ya hemos visto que para nominar a sus aspirantes los partidos recurren cada vez más a métodos en los que poco tiene que ver la democracia.

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