Francisco Rodríguez / Índice Político
– ¿Qué es la honradez? –pregunta el entrevistador que se ostenta como psicólogo, empleado del Centro Nacional de Certificación y Acreditación a quienes, en ayunas transitan un viacrucis de más de medio millar de preguntas capciosas, exámenes médicos y de laboratorio y, tras ello, se enfrentan a “la mala leche” y/o “rencor social” de supuestos profesionales en afán de obtener la confianza de la fallida Administración federal, para emplearse en áreas de seguridad pública.
“La honradez es –responde el examinado–…” tal o cual cosa. El pretendido profesional de la psicología invariablemente responde “no, eso no es la honradez” o “usted no sabe lo que es la honradez”, y además “si no lo sabe, entonces usted no practica la honradez”… todo ello dicho en un tono que hace pensar que el título de psicólogo –si lo tuviere– fue obtenido por el examinador en un cuartel policiaco y no en una Facultad universitaria.
Pero para llegar a ese tipo de preguntas –cuyas respuestas invariablemente serán apreciadas como equívocas por el examinador–, se inicia con una plática sobre la familia del aspirante, charla en la que también se abordan temas entresacados del curriculum de quien, para ese momento, es más una víctima que un aspirante al certificado de confiabilidad.
Sucede siempre. Durante esa entrevista, dejan solo al examinado un lapso que va de los 15 a los 20 minutos. De improviso. Sin dar explicación alguna. Es una suerte de trampa, para observar su comportamiento a través de las cámaras de circuito cerrado. Es una fullería, pues sobre el escritorio dejan papeles que asemejan ser el expediente del entrevistado. ¿Se acercaría usted a leerlo? ¿Se quedaría sentado, inmóvil?
Acto seguido, el “psicólogo” presenta al aspirante unas tabletas de dibujos y líneas. Pero, claro, no pide que sean memorizadas. Y posteriormente, por supuesto, demanda que dichas líneas y figuras sean dibujadas. ¿Alguien las memorizó?
Y ya entrados en el arte del que sí fue maestro Leonardo Da Vinci piden que se haga el dibujo de una casa. ¿Cómo la esbozaría usted? ¿Grande? ¿Chica? Si usted la dibuja enorme, está en problemas. Peor, si la casa es chica. Y le aseguro que esto último nada tiene que ver con un “segundo frente”.
Acto seguido, una casa con la familia ante ella, y redactar una historia describiendo lo dibujado. ¿El padre más grande que la madre? Problema. ¿La madre de mayor tamaño que el padre? Si usted es el examinado, le aseguro que, de acuerdo a sus parámetros, lo enviarían de inmediato a una institución psiquiátrica, alegando Edipos, Elektras o cualquier otra zarandaja.
Y, tercer paso, dibujarse a sí mismo bajo la lluvia. Ni intente trazarse protegido por un paraguas. Dictaminaría que usted está “loco de remate”.
Todo un trago amargo, ¡y en ayunas! Previo a otra entrevista, con diferente personaje, sobre el curriculum, los sueldos y otros ingresos. Todo con fecha y, por supuesto, copia de facturas hasta de la licuadora y la plancha.
Es en esta entrevista que los interrogadores le dan confianza al aspirante para que, “entre amigos”, le platique si ¿gusta de “pasarse los altos cuando maneja?… si ¿en algún trámite realizado ha dado “mordida”?… si ¿ha sido prepotente?… si ¿gusta de emborracharse y “echar tiro”?… si ¿tiene amigos con problemas legales?… si, ¿gusta de la vida disipada?… si ¿tienes hermanos o familiares relacionados con algún delito federal?. Contestar afirmativamente alguna de estas interrogantes que, claro, no son entre nou, son causal de no apto, no promovido, o reprobado.
Y como la charla es “entre cuates”, lanzan el pial: ¿cuánto estaría dispuesto a dar para aprobar los exámenes?
Hasta ahí, el aspirante va a la mitad de la “evaluación”.
Porque sigue el enfrentarse al polígrafo. Y estos exámenes pueden durar hasta cinco horas o más, de acuerdo a si quieren o no “reventar” al aspirante. El sitio donde se practican es un mínimo cubículo de no más de 2 x 3 metros. Paredes blancas. Y un sillón incomodísimo. Una primera entrevista es de 30 minutos, con preguntas –otra vez– sobre el curriculum y el entorno social del examinado. E igual que en el dizque psicológico, el poligrafista deja sola a su víctima hasta un cuarto de hora. “Enchufado” a cables hasta en los pies y con sensores sobre el asiento –para detectar si se aprieta el final del intestino, cuando se responde–, justifican su temporal ausencia señalando que fue para que su víctima se relajara. Por supuesto que nadie lo consigue.
Y otro examen, también con el polígrafo…
Los encargados de esta área son técnicos. Si acaso con preparación en programas de computación, tras un curso básico en alguna academia “patito”. Su “criterio” se basa en lo que, según ellos, les dicen las gráficas. Y también invariablemente tratan de sacar de sus casillas a quien tienen a su merced. Por supuesto, hay que confesarse nuevamente ante ellos: si se padece hipertensión, las medicinas tomadas, etc.
Hay más exámenes: los de registro de voz, en los que se pide leer, con diferentes entonaciones, una cuartilla. Todo queda grabado en un programa de cómputo.
También, exámenes de registro grafológico: se escribien oraciones sobre diferentes temas para registrar “la letra”.
Hay registro de huellas dactilares, estudio del iris del ojo… y todo queda registrado en la computadora.
Y tras todo ello, la visita domiciliaria que se realiza 2 ó 3 semanas después. Acude un trabajador social, que muchas veces llama para preguntar qué camión toma o que estación del Metro queda cerca. Revisan hasta los clósets. Y pide, otra vez, originales de escrituras o recibos de renta, títulos de propiedad de vehículos, enseres, joyas… estados de cuenta bancarios, actas de nacimiento, matrimonio, en su caso de divorcio… recibos de electricidad, teléfonos, agua, predial, copias de declaraciones fiscales…
En síntesis, tras todo ello, el obtener la confianza de la fallida Administración no depende del resultado obtenido de una y otras pruebas a salvar. Depende de algo tan subjetivo como la “línea”…
Índice Flamígero: No lo transmita. Haga como si no estuviera enterado. El caso es que la titular de la SIEDO, Patricia Bugarín, presentó ya su renuncia al cargo. Y no sólo porque, como es clásico, “debe caer una cabeza” tras el ridículo fracaso en el caso Hank Rohn, sino más bien porque alega entre sus cercanos que “hubo negociación” y, mientras, a ella “la empinaron”. + + + Apueste usted: “El Canelo” KO a Ryan Rhodes entre el sexto y noveno round. Todo está arreglado. Los anunciantes de la televisora de Chapultepec, igual.
– ¿Qué es la honradez? –pregunta el entrevistador que se ostenta como psicólogo, empleado del Centro Nacional de Certificación y Acreditación a quienes, en ayunas transitan un viacrucis de más de medio millar de preguntas capciosas, exámenes médicos y de laboratorio y, tras ello, se enfrentan a “la mala leche” y/o “rencor social” de supuestos profesionales en afán de obtener la confianza de la fallida Administración federal, para emplearse en áreas de seguridad pública.
“La honradez es –responde el examinado–…” tal o cual cosa. El pretendido profesional de la psicología invariablemente responde “no, eso no es la honradez” o “usted no sabe lo que es la honradez”, y además “si no lo sabe, entonces usted no practica la honradez”… todo ello dicho en un tono que hace pensar que el título de psicólogo –si lo tuviere– fue obtenido por el examinador en un cuartel policiaco y no en una Facultad universitaria.
Pero para llegar a ese tipo de preguntas –cuyas respuestas invariablemente serán apreciadas como equívocas por el examinador–, se inicia con una plática sobre la familia del aspirante, charla en la que también se abordan temas entresacados del curriculum de quien, para ese momento, es más una víctima que un aspirante al certificado de confiabilidad.
Sucede siempre. Durante esa entrevista, dejan solo al examinado un lapso que va de los 15 a los 20 minutos. De improviso. Sin dar explicación alguna. Es una suerte de trampa, para observar su comportamiento a través de las cámaras de circuito cerrado. Es una fullería, pues sobre el escritorio dejan papeles que asemejan ser el expediente del entrevistado. ¿Se acercaría usted a leerlo? ¿Se quedaría sentado, inmóvil?
Acto seguido, el “psicólogo” presenta al aspirante unas tabletas de dibujos y líneas. Pero, claro, no pide que sean memorizadas. Y posteriormente, por supuesto, demanda que dichas líneas y figuras sean dibujadas. ¿Alguien las memorizó?
Y ya entrados en el arte del que sí fue maestro Leonardo Da Vinci piden que se haga el dibujo de una casa. ¿Cómo la esbozaría usted? ¿Grande? ¿Chica? Si usted la dibuja enorme, está en problemas. Peor, si la casa es chica. Y le aseguro que esto último nada tiene que ver con un “segundo frente”.
Acto seguido, una casa con la familia ante ella, y redactar una historia describiendo lo dibujado. ¿El padre más grande que la madre? Problema. ¿La madre de mayor tamaño que el padre? Si usted es el examinado, le aseguro que, de acuerdo a sus parámetros, lo enviarían de inmediato a una institución psiquiátrica, alegando Edipos, Elektras o cualquier otra zarandaja.
Y, tercer paso, dibujarse a sí mismo bajo la lluvia. Ni intente trazarse protegido por un paraguas. Dictaminaría que usted está “loco de remate”.
Todo un trago amargo, ¡y en ayunas! Previo a otra entrevista, con diferente personaje, sobre el curriculum, los sueldos y otros ingresos. Todo con fecha y, por supuesto, copia de facturas hasta de la licuadora y la plancha.
Es en esta entrevista que los interrogadores le dan confianza al aspirante para que, “entre amigos”, le platique si ¿gusta de “pasarse los altos cuando maneja?… si ¿en algún trámite realizado ha dado “mordida”?… si ¿ha sido prepotente?… si ¿gusta de emborracharse y “echar tiro”?… si ¿tiene amigos con problemas legales?… si, ¿gusta de la vida disipada?… si ¿tienes hermanos o familiares relacionados con algún delito federal?. Contestar afirmativamente alguna de estas interrogantes que, claro, no son entre nou, son causal de no apto, no promovido, o reprobado.
Y como la charla es “entre cuates”, lanzan el pial: ¿cuánto estaría dispuesto a dar para aprobar los exámenes?
Hasta ahí, el aspirante va a la mitad de la “evaluación”.
Porque sigue el enfrentarse al polígrafo. Y estos exámenes pueden durar hasta cinco horas o más, de acuerdo a si quieren o no “reventar” al aspirante. El sitio donde se practican es un mínimo cubículo de no más de 2 x 3 metros. Paredes blancas. Y un sillón incomodísimo. Una primera entrevista es de 30 minutos, con preguntas –otra vez– sobre el curriculum y el entorno social del examinado. E igual que en el dizque psicológico, el poligrafista deja sola a su víctima hasta un cuarto de hora. “Enchufado” a cables hasta en los pies y con sensores sobre el asiento –para detectar si se aprieta el final del intestino, cuando se responde–, justifican su temporal ausencia señalando que fue para que su víctima se relajara. Por supuesto que nadie lo consigue.
Y otro examen, también con el polígrafo…
Los encargados de esta área son técnicos. Si acaso con preparación en programas de computación, tras un curso básico en alguna academia “patito”. Su “criterio” se basa en lo que, según ellos, les dicen las gráficas. Y también invariablemente tratan de sacar de sus casillas a quien tienen a su merced. Por supuesto, hay que confesarse nuevamente ante ellos: si se padece hipertensión, las medicinas tomadas, etc.
Hay más exámenes: los de registro de voz, en los que se pide leer, con diferentes entonaciones, una cuartilla. Todo queda grabado en un programa de cómputo.
También, exámenes de registro grafológico: se escribien oraciones sobre diferentes temas para registrar “la letra”.
Hay registro de huellas dactilares, estudio del iris del ojo… y todo queda registrado en la computadora.
Y tras todo ello, la visita domiciliaria que se realiza 2 ó 3 semanas después. Acude un trabajador social, que muchas veces llama para preguntar qué camión toma o que estación del Metro queda cerca. Revisan hasta los clósets. Y pide, otra vez, originales de escrituras o recibos de renta, títulos de propiedad de vehículos, enseres, joyas… estados de cuenta bancarios, actas de nacimiento, matrimonio, en su caso de divorcio… recibos de electricidad, teléfonos, agua, predial, copias de declaraciones fiscales…
En síntesis, tras todo ello, el obtener la confianza de la fallida Administración no depende del resultado obtenido de una y otras pruebas a salvar. Depende de algo tan subjetivo como la “línea”…
Índice Flamígero: No lo transmita. Haga como si no estuviera enterado. El caso es que la titular de la SIEDO, Patricia Bugarín, presentó ya su renuncia al cargo. Y no sólo porque, como es clásico, “debe caer una cabeza” tras el ridículo fracaso en el caso Hank Rohn, sino más bien porque alega entre sus cercanos que “hubo negociación” y, mientras, a ella “la empinaron”. + + + Apueste usted: “El Canelo” KO a Ryan Rhodes entre el sexto y noveno round. Todo está arreglado. Los anunciantes de la televisora de Chapultepec, igual.
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