Puerta de Hierro

Miguel Ángel Granados Chapa

Los militares que capturaron a Jorge Hank en la madrugada del sábado, en su propia fastuosa casa de 18 habitaciones, no se sintieron aludidos por los letreros que alertan a quienes se aproximan al fraccionamiento Puerta de Hierro:

“ProhIbido el paso” y “Por su seguridad, está siendo videograbado”.

Las advertencias no detuvieron a Julio Scherer García, que pudo ingresar a esa colonia exclusivísima, de cuya visita informa en su libro La terca memoria:

“La calle principal es circular y a la derecha el rojo se impone como el color del mundo. Una barda interminable de más de dos metros de altura está tapizada por bugambilias. Entre una y otra flor apenas aparecen pequeños espacios verdes y no se miran ramas, esqueletos de la enredadera. La barda corresponde a la casa de Hank Rohn”.

Allí fue detenido, en circunstancias y por causas y propósitos que están todavía por conocerse. Sea de ello lo que fuere, la captura en ese domicilio resulta simbólica. Se trata de una mansión construida sobre un extenso predio robado a la nación. Es seguro que no se trate de recuperarla en beneficio de la república. Para hacerlo habría que afectar, amén de otros bienes inmuebles de Hank, a los compradores que adquirieron extensos lotes en el fraccionamiento Puerta de Hierro, donde el nivel de vida de los residentes se aprecia por otro letrero registrado por Julio Scherer: “Prohibido peatones”.

Ese lujoso enclave, donde también se alzan el hipódromo de Agua Caliente, el estadio de los Xoloescluintles, recién ascendidos a la primera división (a base más que de goles de dinero), y otras propiedades de Hank. Se construyeron, y los terrenos ajenos se vendieron, gracias a un regalo del secretario de Gobernación Enrique Olivares Santana, muy probablemente por órdenes del presidente José López Portillo, que había hecho colaborador suyo –jefe del Departamento del DF- al poderoso Carlos Hank González, a la postre su benefactor asimismo en materia inmobiliaria: le hizo construir las casas en Cuajimalpa que las voces populares bautizaron como la colina del perro.

Durante largo tiempo el hipódromo de Agua caliente fue operado por un mafioso célebre llamado Johnny Alesio, que a comienzos de los setentas fue detenido en san Diego por tráfico de divisas. El recinto para carreras de caballos era reminiscencia de un conjunto dedicado a juegos de azar. El casino correspondiente fue expropiado por el presidente Cárdenas y convertido en el vasto Centro escolar Revolución. Cuando Alesio dejó de operar el hipódromo la concesión respectiva fue otorgada por el presidente Echeverría (en documento firmado por el director de gobierno de la secretaría de Gobernación, Manuel Bartlett, a Fernando González Díaz Lombardo, que apareció durante décadas como propietario del diario Ovaciones, heredado por sus hijos. El financiamiento para modernizar ese centro de espectáculos, varios millones de dólares, fue facilitado por Hank González, que a la postre se quedó con la concesión.

Como tal, Hank GonzÁlez solicitó una relevante modificación al título que le permitía operar el hipódromo. La autorización prohibía vender los vastos terrenos aledaños al coso, más de 8oo mil metros cuadrados. Alegando una situación precaria de la empresa concesionaria, se solicitó y obtuvo, el 28 de diciembre de 1981, que del enorme predio fuera segregada más de la tercera parte, exactamente 233,308.93 metros cuadrados, que podrían ser, como lo fueron, objeto de comercio. La resolución administrativa, firmada por Olivares Santa en beneficio de su amigo y compañero de gabinete (mejorada al paso de los años por otras decisiones presidenciales), fue objetada por otras oficinas gubernamentales y materia de procesos judiciales. Pero quedó firme. Durante el gobierno de Carlos Salinas (en que Hank González fue secretario de agricultura y de turismo) se amplió el permiso para operar apuestas en el hipódromo, con lo que se convirtió en una virtual casa de juego. El gobierno de Fox consolidó esa posición al autorizar la apertura de casinos que actuaron bajo la denominación de Caliente, y que proliferaron por toda la república.

Quizá por razones de disciplina familiar, o por mera división del trabajo, el negocio tijuanense de los Hank fue confiado para su gestión a Jorge, el menor de los hijos del profesor. Se instaló en esa ciudad fronteriza en 1986 y realizó los terrenos con notorio acrecentamiento de la parte de la fortuna familiar que le correspondía. En el fraccionamiento de veintitrés hectáreas el propio Hank erigió un bunker, protegido, junto con el resto de sus bienes inmuebles que allí encontraron sede, por numerosa tropa de guardias armados.

Hank se convirtió pronto en una figura de la vida frívola de Tijuana. Así lo denotaban las numerosas menciones que de él hacía en el semanario Zeta el codirector de la revista Héctor Félix Miranda, apodado El gato (en alusión al comic norteamericano). Se hicieron amigos y algo los distanció después porque las menciones no dejaron de ser frecuentes pero cambió su sentido. Fue público y notorio que una incipiente amistad se había roto. La mañana del 22 de abril de 1988 El gato Félix fue asesinado. Después se sabría que lo mataron el jefe de seguridad del hipódromo, Antonio Vera Palestina y su ayudante Victoriano Medina, utilizando armas propiedad del negocio de Hank. Por esos y otros indicios, a Jesús Blancornelas director de Zeta, y a la redacción del semanario no les quedó duda. Denunciaron a Hank como autor intelectual de la muerte del Gato.

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