Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Disponer de la titularidad del Poder Ejecutivo sin haberse aproximado siquiera a perfilar un proyecto de nación, la idea del futuro de México que tanto debió repasar mientras escaló, peldaño a peldaño, hasta llegar a la cúspide de lo que un político mexicano puede aspirar, debe sentar mal, muy mal, al estado de ánimo de Felipe Calderón Hinojosa.
¿Qué se torció en el camino? ¿Son sus colaboradores? ¿Es él? Es víctima de algunos infundios, es cierto, pero también lo es de las plumas compradas para él, para endulzarle el oído, para distorsionarle la realidad, convencerlo de que todo, sí, todo está muy bien; tan bien, que el señor Alejandro Poiré insiste en que el Presidente de la República desconocía del operativo en el fraccionamiento Puerta de Hierro, de Tijuana, cuya conclusión fue propiciar un revés a la credibilidad del gobierno; además, puede señalar el inicio del alejamiento de las fuerzas armadas de su jefe, lo que no quiere decir que dejen de acatar sus órdenes, sino que las cumplirán con las reservas del caso.
Quien conozca del funcionamiento del poder presidencial en México, sabe que ciertas órdenes sólo pueden cumplirse con conocimiento y anuencia del presidente -cuyo poder tiene fecha de caducidad-, porque no hacerlo sería, además de usurpación de funciones, engaño, habilitar la presencia del hálito de la traición en el primer círculo.
El comentario de mi discreto interlocutor es inequívoco: los militares que intervinieron en el operativo -que bien pudo llamarse “pieles finas”, apostilla y sonríe- la madrugada del sábado 4 de junio, no estaban acantonados en Tijuana, sino que fueron trasladados desde el Distrito Federal a esa ciudad fronteriza el viernes 3 de junio, con el propósito de que fueran ellos los que recibieran la llamada anónima, siguieran a los tres sospechosos armados, los vieran entrar a un domicilio particular y, para sorprenderlos en flagrancia, seguirlos hasta los aposentos de los propietarios. Después, intervinieron los renglones torcidos de Dios.
¿Cómo sobreponerse al desaguisado de esa envergadura e insospechadas consecuencias? ¿Es cierto que la decisión de convocar a la Comisión Permanente a que llame a un periodo extraordinario, constituye una respuesta adecuada para recuperar los espacios políticos perdidos por el fiasco del operativo “pieles finas”? ¿Qué le ofrece la realización de un periodo extraordinario? ¿Reclamar al Congreso porque no se han nombrado los consejeros del IFE, es transferencia de culpas?
La lista de preguntas puede ser enorme, pero la de las respuestas certeras, adecuadas, reales, seguramente muy reducida, porque los espacios de negociación y los puntos de credibilidad del presidente Felipe Calderón con los líderes del Congreso, los gobernadores de la oposición y los presidentes de los partidos, quedaron reducidos a nada.
No es una apreciación personal. Tanto ha incumplido el gobierno los acuerdos pactados, que la oposición ve con reservas sus propuestas, incluso conscientes de la urgencia que hay de sacar adelante algunas reformas, corregir otras y, de plano, olvidarse de otras. El mismo presidente de México, con su actitud negativa, acortó el tiempo de operatividad política de su gobierno, porque tiene ya, encima, la necesidad de instrumentar su sucesión, con el propósito de satisfacer su deseo de no entregar al PRI las llaves de la residencia de Los Pinos.
De botepronto y en respuesta al gesto presidencial de buscar comprensión y ayuda, el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Carlos Ramírez Marín, rechazó la solicitud de Calderón Hinojosa, porque “los periodos (extraordinarios, porque los ordinarios están calendarizados por ley) no se hacen a modo y a corte y confección de lo que necesita un solo actor político en México”. Para redondear su opinión, con toda seguridad personal, demandó al presidente de la República que su pedido sea sincero, que no corresponda a una estrategia política para desviar la atención de los temas de justicia que le corresponde resolver.
Otro ínclito opositor, el sano y bonancible Francisco Rojas, coordinador de los priistas, rechazó la posibilidad de un periodo extraordinario si no existen dictámenes para votar, y al referirse a la demanda de Calderón aseveró que se trata de una campaña mediática.
El amigo de Marcelo Ebrard, su gurú, Armando Ríos Piter, coordinador del PRD, calificó la postura del Ejecutivo como una cortina de humo que pretende desviar la atención de la procuración de justicia.
Mi Demonio de Sócrates elige lugar entre mi discreto interlocutor y yo. Extiende los brazos, solicita calma, porque quiere, necesita decirnos, preguntarnos: “… ¿Se precisa aún de la seriedad humana, entendida en un sentido básico, para hacer progresar la vida, o se puede prescindir de ella cuando la práctica que se impone es el dirigismo? Dicho de otro modo, ¿sigue siendo importante la vida basada en la moral en un sentido clásico, o basta el crecimiento desaforado del poder? Además, ¿hasta qué punto contribuyen el crecimiento desaforado del poder y la subordinación de la vida basada en la moral, a que la vida sea mejor y más rica? Y, ¿sigue siendo la cualidad moral de la vida -el esfuerzo por ser mejores- una categoría sobre la que merece la pena reflexionar? Además, uno no peca por lo que hace, sino por la intención con que lo hace”.
Es, entonces, el propio Felipe Calderón Hinojosa, presidente de todos los mexicanos, quien con su actitud, el incumplimiento de acuerdos básicos, colocó los dedos en la puerta que él mismo se empeña en cerrarse.
Sálvese el que pueda
Dos amigos, Óscar y Víctor, transitan por la ciudad, con la certeza de que la autoridad cumple con su cometido. En un semáforo los delincuentes se llevan a Óscar, quien trae entre sus pertenencias, además de un celular, un Ipod con GPS. Víctor, ni tardo ni perezoso, enciende su lap-top, establece la dirección del GPS de Óscar, lo empieza a seguir, hasta dar con una patrulla para que detenga a los delincuentes que se llevaban las pertenencias de su amigo, con todo y su propietario. Corrieron con suerte. De no haber sido emprendedor Víctor, es posible que Óscar hubiese desaparecido.
Disponer de la titularidad del Poder Ejecutivo sin haberse aproximado siquiera a perfilar un proyecto de nación, la idea del futuro de México que tanto debió repasar mientras escaló, peldaño a peldaño, hasta llegar a la cúspide de lo que un político mexicano puede aspirar, debe sentar mal, muy mal, al estado de ánimo de Felipe Calderón Hinojosa.
¿Qué se torció en el camino? ¿Son sus colaboradores? ¿Es él? Es víctima de algunos infundios, es cierto, pero también lo es de las plumas compradas para él, para endulzarle el oído, para distorsionarle la realidad, convencerlo de que todo, sí, todo está muy bien; tan bien, que el señor Alejandro Poiré insiste en que el Presidente de la República desconocía del operativo en el fraccionamiento Puerta de Hierro, de Tijuana, cuya conclusión fue propiciar un revés a la credibilidad del gobierno; además, puede señalar el inicio del alejamiento de las fuerzas armadas de su jefe, lo que no quiere decir que dejen de acatar sus órdenes, sino que las cumplirán con las reservas del caso.
Quien conozca del funcionamiento del poder presidencial en México, sabe que ciertas órdenes sólo pueden cumplirse con conocimiento y anuencia del presidente -cuyo poder tiene fecha de caducidad-, porque no hacerlo sería, además de usurpación de funciones, engaño, habilitar la presencia del hálito de la traición en el primer círculo.
El comentario de mi discreto interlocutor es inequívoco: los militares que intervinieron en el operativo -que bien pudo llamarse “pieles finas”, apostilla y sonríe- la madrugada del sábado 4 de junio, no estaban acantonados en Tijuana, sino que fueron trasladados desde el Distrito Federal a esa ciudad fronteriza el viernes 3 de junio, con el propósito de que fueran ellos los que recibieran la llamada anónima, siguieran a los tres sospechosos armados, los vieran entrar a un domicilio particular y, para sorprenderlos en flagrancia, seguirlos hasta los aposentos de los propietarios. Después, intervinieron los renglones torcidos de Dios.
¿Cómo sobreponerse al desaguisado de esa envergadura e insospechadas consecuencias? ¿Es cierto que la decisión de convocar a la Comisión Permanente a que llame a un periodo extraordinario, constituye una respuesta adecuada para recuperar los espacios políticos perdidos por el fiasco del operativo “pieles finas”? ¿Qué le ofrece la realización de un periodo extraordinario? ¿Reclamar al Congreso porque no se han nombrado los consejeros del IFE, es transferencia de culpas?
La lista de preguntas puede ser enorme, pero la de las respuestas certeras, adecuadas, reales, seguramente muy reducida, porque los espacios de negociación y los puntos de credibilidad del presidente Felipe Calderón con los líderes del Congreso, los gobernadores de la oposición y los presidentes de los partidos, quedaron reducidos a nada.
No es una apreciación personal. Tanto ha incumplido el gobierno los acuerdos pactados, que la oposición ve con reservas sus propuestas, incluso conscientes de la urgencia que hay de sacar adelante algunas reformas, corregir otras y, de plano, olvidarse de otras. El mismo presidente de México, con su actitud negativa, acortó el tiempo de operatividad política de su gobierno, porque tiene ya, encima, la necesidad de instrumentar su sucesión, con el propósito de satisfacer su deseo de no entregar al PRI las llaves de la residencia de Los Pinos.
De botepronto y en respuesta al gesto presidencial de buscar comprensión y ayuda, el presidente de la Cámara de Diputados, Jorge Carlos Ramírez Marín, rechazó la solicitud de Calderón Hinojosa, porque “los periodos (extraordinarios, porque los ordinarios están calendarizados por ley) no se hacen a modo y a corte y confección de lo que necesita un solo actor político en México”. Para redondear su opinión, con toda seguridad personal, demandó al presidente de la República que su pedido sea sincero, que no corresponda a una estrategia política para desviar la atención de los temas de justicia que le corresponde resolver.
Otro ínclito opositor, el sano y bonancible Francisco Rojas, coordinador de los priistas, rechazó la posibilidad de un periodo extraordinario si no existen dictámenes para votar, y al referirse a la demanda de Calderón aseveró que se trata de una campaña mediática.
El amigo de Marcelo Ebrard, su gurú, Armando Ríos Piter, coordinador del PRD, calificó la postura del Ejecutivo como una cortina de humo que pretende desviar la atención de la procuración de justicia.
Mi Demonio de Sócrates elige lugar entre mi discreto interlocutor y yo. Extiende los brazos, solicita calma, porque quiere, necesita decirnos, preguntarnos: “… ¿Se precisa aún de la seriedad humana, entendida en un sentido básico, para hacer progresar la vida, o se puede prescindir de ella cuando la práctica que se impone es el dirigismo? Dicho de otro modo, ¿sigue siendo importante la vida basada en la moral en un sentido clásico, o basta el crecimiento desaforado del poder? Además, ¿hasta qué punto contribuyen el crecimiento desaforado del poder y la subordinación de la vida basada en la moral, a que la vida sea mejor y más rica? Y, ¿sigue siendo la cualidad moral de la vida -el esfuerzo por ser mejores- una categoría sobre la que merece la pena reflexionar? Además, uno no peca por lo que hace, sino por la intención con que lo hace”.
Es, entonces, el propio Felipe Calderón Hinojosa, presidente de todos los mexicanos, quien con su actitud, el incumplimiento de acuerdos básicos, colocó los dedos en la puerta que él mismo se empeña en cerrarse.
Sálvese el que pueda
Dos amigos, Óscar y Víctor, transitan por la ciudad, con la certeza de que la autoridad cumple con su cometido. En un semáforo los delincuentes se llevan a Óscar, quien trae entre sus pertenencias, además de un celular, un Ipod con GPS. Víctor, ni tardo ni perezoso, enciende su lap-top, establece la dirección del GPS de Óscar, lo empieza a seguir, hasta dar con una patrulla para que detenga a los delincuentes que se llevaban las pertenencias de su amigo, con todo y su propietario. Corrieron con suerte. De no haber sido emprendedor Víctor, es posible que Óscar hubiese desaparecido.
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