Rubén Cortés
Claro que ya se acabó el sexenio. De aquí hasta 2012, ni el Presidente ni los partidos políticos conseguirán acuerdos, entendiendo por éstos las reformas estructurales que necesita el país: hacendaria, laboral, política, energética…
El Ejecutivo y el Legislativo se acomodaron a la fábula de Andersen en la que todos saben que el rey va desnudo, pero simulan verlo vestido porque “sólo los tontos” no podían observar el finísimo traje que llevaba el monarca.
La pantomima acaba cuando un inocente niño grita: “¡El Rey está desnudo!” Eso ocurre en la leyenda de Andersen, pero nuestra política prefiere vivir cómodamente instalada en el falso universo de la fábula.
“Vamos a acelerar las reformas”, anunció el lunes el Presidente, sin admitir que él no las aprueba sino los legisladores, a quienes solicitó para ello un periodo extraordinario de sesiones.
El presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, le respondió que es una necedad convocar un período extraordinario sin dictámenes listos y sin que nadie haya dialogado previamente con el Congreso.
Calderón sabe que no sacará ninguna reforma porque lo impedirá el PRI que, con su aliado el PVEM, hace la mitad más uno de los votos en la Cámara de Diputados. Por eso habla de ellas sólo como estrategia electoral.
O sea: no habrá reformas y el Presidente, quien ni siquiera se molesta en cabildearlas con los coordinadores de las bancadas, continuará en campaña electoral, como el lunes: “Los gobiernos anteriores permitieron elevadas tasas inflacionarias que fueron desastrosas para México”.
¿Y por qué se acabó el sexenio en materia de acuerdos para conseguir reformas? Porque en marzo pasado, el propio gobierno y su entonces aliado, el PRD, se negaron a discutir (sin siquiera leerla u oírla) la propuesta de reforma hacendaria del propio Beltrones.
El rechazo a la oferta del priista fue un cierre de puertas definitivo a la política para resolver nuestros problemas actuales: La Secretaría de Hacienda decidió en una hora que ésta impactaría negativamente en las finanzas públicas por 220 mil millones de pesos, casi 1.6% del PIB.
La idea de Beltrones pretendía discutir si era posible reducir impuestos, aumentar la base de contribuyentes y elevar la recaudación tributaria, pero el gobierno ni siquiera tuvo tacto político para darle juego, aun cuando la Concamin y el CCE la elogiaron.
¿Y quién se la tumbó? Pues Ernesto Cordero, el titular de Hacienda que, sintomáticamente, apenas dos meses después sería destapado en Palacio Nacional como el precandidato oficialista al 2012.
¿Y por qué se la tumbó? Porque Beltrones, además de Enrique Peña, le gana a él y a todos los panistas y perredistas juntos en las encuestas con rumbo a 2012.
O sea, la única política que tenemos ahora es la política…electoral.
Claro que ya se acabó el sexenio. De aquí hasta 2012, ni el Presidente ni los partidos políticos conseguirán acuerdos, entendiendo por éstos las reformas estructurales que necesita el país: hacendaria, laboral, política, energética…
El Ejecutivo y el Legislativo se acomodaron a la fábula de Andersen en la que todos saben que el rey va desnudo, pero simulan verlo vestido porque “sólo los tontos” no podían observar el finísimo traje que llevaba el monarca.
La pantomima acaba cuando un inocente niño grita: “¡El Rey está desnudo!” Eso ocurre en la leyenda de Andersen, pero nuestra política prefiere vivir cómodamente instalada en el falso universo de la fábula.
“Vamos a acelerar las reformas”, anunció el lunes el Presidente, sin admitir que él no las aprueba sino los legisladores, a quienes solicitó para ello un periodo extraordinario de sesiones.
El presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, le respondió que es una necedad convocar un período extraordinario sin dictámenes listos y sin que nadie haya dialogado previamente con el Congreso.
Calderón sabe que no sacará ninguna reforma porque lo impedirá el PRI que, con su aliado el PVEM, hace la mitad más uno de los votos en la Cámara de Diputados. Por eso habla de ellas sólo como estrategia electoral.
O sea: no habrá reformas y el Presidente, quien ni siquiera se molesta en cabildearlas con los coordinadores de las bancadas, continuará en campaña electoral, como el lunes: “Los gobiernos anteriores permitieron elevadas tasas inflacionarias que fueron desastrosas para México”.
¿Y por qué se acabó el sexenio en materia de acuerdos para conseguir reformas? Porque en marzo pasado, el propio gobierno y su entonces aliado, el PRD, se negaron a discutir (sin siquiera leerla u oírla) la propuesta de reforma hacendaria del propio Beltrones.
El rechazo a la oferta del priista fue un cierre de puertas definitivo a la política para resolver nuestros problemas actuales: La Secretaría de Hacienda decidió en una hora que ésta impactaría negativamente en las finanzas públicas por 220 mil millones de pesos, casi 1.6% del PIB.
La idea de Beltrones pretendía discutir si era posible reducir impuestos, aumentar la base de contribuyentes y elevar la recaudación tributaria, pero el gobierno ni siquiera tuvo tacto político para darle juego, aun cuando la Concamin y el CCE la elogiaron.
¿Y quién se la tumbó? Pues Ernesto Cordero, el titular de Hacienda que, sintomáticamente, apenas dos meses después sería destapado en Palacio Nacional como el precandidato oficialista al 2012.
¿Y por qué se la tumbó? Porque Beltrones, además de Enrique Peña, le gana a él y a todos los panistas y perredistas juntos en las encuestas con rumbo a 2012.
O sea, la única política que tenemos ahora es la política…electoral.
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