Blanche Petrich / La Jornada
El poeta Javier Sicilia no niega que el del Castillo de Chapultepec fue un diálogo de sordos entre el Ejecutivo y las víctimas de la violencia, al menos en cuanto al cambio en la estrategia de seguridad que estamos exigiendo.
Pero no admite que sea un fracaso para el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que él encabeza. Ni una claudicación. Logramos romper el monólogo del poder, y ese es un primer paso en un proceso que seguramente va a ser muy largo.
El escritor reconoce que en el entorno del gobierno calderonista se va a manipular el contenido de estos acercamientos y se va a intentar desvirtuar la esencia del proceso. Pero no por eso podemos dejar de acudir. Negar el diálogo es alimentar la violencia, polarizar al país más de lo que ya está.
Ha transcurrido una semana del encuentro cara a cara entre el Ejecutivo –el presidente Felipe Calderón y su núcleo duro del gabinete de seguridad– y un grupo representativo de 23 familiares de asesinados y desaparecidos en el contexto de la guerra contra el crimen organizado declarada por el gobierno federal. Y el efecto mediático y político tiene perplejo a este hombre que nunca pretendió ser líder de nada.
Antes de ser golpeado por el homicidio de su hijo de 24 años él se dedicaba, como oficio, a construir endecasílabos (el último que escribió empieza así: El mundo ya no es digno de la palabra...). Escribía. Analizaba la realidad desde sus convicciones de cristiano progresista, inspirado por Mohandas Gandhi y Martin Luther King. Hasta que, a finales de marzo, el camino de Juan Francisco, su Juanelo, se cruzó con unos sicarios. El crimen lo lanzó a encabezar una de las movilizaciones ciudadanas más notables de los últimos años.
A estas alturas, Sicilia se siente incomprendido por la lluvia de críticas que ha recibido, principalmente de las izquierdas, con quienes se identifica mucho más que con los sectores conservadores que hoy lo alaban. Entre otros epítetos, le han llamado títere de Calderón y traidor. Claudicante también. En contraste, el poder y la derecha –con la que antagoniza– elogian anticipadamente su voluntad de pactar.
Para el poeta, es incomprensible que, entre cientos de imágenes que se sucedieron el 23 de junio, a lo largo de las tres horas que duró el encuentro en el alcázar, se destacara una sola: la del abrazo con Calderón. No me arrepiento de haberlo abrazado, porque quiero hablarle al corazón de ese hombre; aunque él nos haya manoteado en la mesa, en un gesto de descortesía atroz. Pero ese abrazo no nos iguala. Nosotros estamos por encima de él, porque somos víctimas. Sus funcionarios y sus propagandistas tergiversan lo que ahí sucedió. Ellos tienen el poder y la fuerza...pero no la razón.
Desde que regresó de la caravana –casi 4 mil kilómetros recorridos– sus días se consumen entre reuniones en corto con amigos y críticos; en asambleas y consultas con sus antiguos y nuevos compañeros de ruta; en idas y venidas de Cuernavaca a la ciudad de México, siempre custodiado por policías que asignó el gobierno morelense para su seguridad. Desde aquel viaje pavoroso de regreso de Filipinas (donde se encontraba cuando recibió la noticia de la muerte de su hijo) hasta la fecha no he podido retomar mi vida, mi rutina, mi trabajo cotidiano. No sé hasta dónde me va a llevar este vuelco.
No voy a volver a permitir el detector de metales
Por el momento, su trabajo tiene un plazo: la siguiente reunión con el Ejecutivo, dentro de tres meses. Tengo dos cosas claras. No quiero cambio de sede; es importante que se haga en el Museo de Antropología. Y no voy a permitir que a las víctimas nos pasen por el detector de metales. A los secretarios de Estado no los hacen pasar por ahí, ¿verdad? Pues a nosotros, menos. Hemos demostrado ser intachables, limpios. No vamos a permitir que nos traten como sospechosos. En el Castillo de Chapultepec cometí el error de permitir esa grosería.
Gandhi y el mariscal Smuts
Un amigo de larga data de Sicilia –más que amigo, maestro– acaba de advertirle: No conozco a nadie que vaya tan en cueros a meterse a la boca del lobo como usted lo hizo. Al hombre le cala lo dicho, se nota. Tal vez por eso, al arrancar la entrevista con La Jornada, cuenta lo que en el momento de sentarse a la mesa del alcázar le pasó por la mente.
“Me puse a imaginar cómo sería aquel encuentro de Mohandas Gandhi con el mariscal de los boers, el sudafricano Jan Christian Smuts, en Pretoria, en 1914, cuando ambos se sentaron a negociar la ley marcial que confinaba a los inmigrantes hindúes (el antecedente del apartheid)”. En ese episodio de la historia, el pacifista le regaló al militar segregacionista unas sandalias que había hecho en prisión. Sicilia le entregó a Calderón no sandalias, sino un escapulario, uno de los muchos que las víctimas le entregaron en el camino. A la larga, Smuts traicionó el acuerdo con Gandhi, pero éste nunca depuso su doctrina de resistencia pacífica mediante la desobediencia civil.
–A muchos observadores y analistas les está costando trabajo entender y aceptar este movimiento, surgido apenas hace tres meses y que ya ocupa tanta atención.
–Porque es complejo, creo. Es una formación espontánea que hereda mucho del zapatismo, desde lo moral, aunque no es igual. El zapatismo, con el que yo me identifico muchísimo, es una construcción lenta, de muchos años. Esto fue casi un relámpago. Lo generan varios actores que no estaban en la escena política, pero que desde hace muchos años hacen política en la sombra; gente que viene de la lucha por derechos humanos, de la teología de la liberación, de la cultura. Ni siquiera fui yo quien lo inició. La articulación del movimiento a partir de la muerte de mi hijo empieza incluso antes de que yo pudiera regresar de Filipinas.
“No es que este asesinato fuera diferente a los miles de crímenes anteriores. Fue tal vez la gota que derramó el vaso, porque tocó a un sector, el de la cultura, que no había sido tocado. Habían sido muy golpeados la franja de los segregados, los que nadie pela. O la de los empresarios. Pero esta vez me toca a mí el golpe. Ojalá que no hubiera sido así, ojalá que a nadie le tocara, que no le toque a nadie más. Pero entonces empieza a suceder algo que no había pasado todavía: la visibilidad de los invisibles, de las víctimas no escuchadas, de los familiares que por temor, por desprecio, por soledad, por marginación, no habían podido encontrar la coyuntura para ser nombrados.
Así se vio toda la podredumbre de las instituciones. Y esto ocurre en un momento histórico que ya no se parece a la época de Díaz Ordaz, cuando el Ejecutivo era todopoderoso. No, estas son las épocas de Calderón, un presidente obcecado en su estrategia de seguridad, pero débil, que enfrenta a una República en la que los gobernadores son reyes en su territorio y con un Poder Judicial que ha abonado a la impunidad en una forma atroz.
–¿Cómo siente la reacción de la izquierda partidista, del movimiento de Andrés Manuel López Obrador, frente a estas movilizaciones? ¿Cercanos, distantes?
–Respetuosos. Nos hubiera gustado que se involucraran más.
Nadie puede negar nuestra legitimidad
Después del sismo del 85, pero también bajo el influjo de las revoluciones en Centroamérica, un grupo de poetas mexicanos iniciaron en 1986 una revista de y para la poesía. Sicilia participaba. De ahí nació una colección de ediciones modestas que se llamó Los cuadernos de la orquesta, que dirigió Eduardo Vázquez. Uno de esos libros, La revelación de los días –Sicilia y el potosino Tomás Calvillo fueron los autores– bordaba sobre los principios filosóficos de Gandhi, Lanza del Vasto, Luther King, incluso la madre Teresa de Calcuta. Y Salvador Nava, en pie de lucha contra el caciquismo del PRI. Puro pacifismo. Algo que, admite Sicilia, no es demasiado familiar en la cultura política de los sectores progresistas de México.
–¿Será por eso que a algunos sectores les cuesta trabajo comprender ese pensamiento?
–Hay una fuerza moral detrás de nosotros. Nadie puede negar nuestra legitimidad. Nadie puede cuestionar la veracidad de lo que grita este movimiento. Nadie puede reclamar que gritemos nuestro dolor y nuestros agravios. Nadie puede desmentir este fondo que desnuda al poder en todos los sentidos. Nuestra base es muy plural: están los empresarios, pero también los de Atenco, los familiares de las víctimas pero también los estudiantes, los intelectuales, los trabajadores despedidos.
–Esta fuerza acumulada también representa un capital político que puede ser aprovechado con otra intención...
–Hay de todo. Esa es precisamente nuestra fuerza y nuestra debilidad. Por ejemplo, lo que vivimos en Ciudad Juárez (donde culminó la caravana, el 11 de junio). Hubo grupos que subieron otras agendas a las asambleas y que nos pusieron en riesgo de perder de vista el reclamo de las víctimas a cambio de exigir un juicio político contra Felipe Calderón o demandar la salida del Ejército de manera irresponsable. Eso desviaba la atención de nuestro objetivo primordial. A eso le dijimos no. Defendimos los seis puntos de la marcha del 8 de mayo porque no nos los sacamos de la manga, fueron producto del consenso con organizaciones que han trabajado, como muchos sectores de la sociedad. Todos quieren utilizarnos, los partidos, el Ejecutivo, los poderes.
Lo importante es no perder de vista que la base del movimiento es el dolor de las víctimas, porque si lo hacemos vamos a entrar a una lógica, a una narrativa que ya conocemos, a una disputa ideológica. Y eso no es lo que queremos.
–Cuando se habla de los de Juárez se cae en la descalificación, se les señala como los extremistas. El movimiento social en Juárez también tiene una identidad, una historia de resistencia.
–Juárez, tan dolido, tiene sus particularidades. Nosotros defendemos lo que quieren los juarenses, pero si Juárez necesita la retirada del Ejército de las calles, que se haga ahí. Como demanda nacional no es una cosa que se pueda discutir y decidir en tres horas. Lo que estamos discutiendo es la estrategia de seguridad nacional, caso por caso, estado por estado. Ese fue el problema de la mesa de la militarización. Ahí se expresó claramente la idea de otros lugares, por ejemplo, los de Cherán, en Michoacán, que dijeron muy claramente que en lo inmediato no quieren la salida del Ejército, lo mismo que los grupos que llegaron de Tamaulipas.
“No hubo consenso. Mi obligación moral era decirles: ‘pues no es así, señores’. Ahora nos acusan de traición. Nosotros pensamos que traición sería permitir la imposición”.
El debate ciudadano sobre el Ejército apenas empieza
–El tema del papel del Ejército casi no se debate en México. Siempre fue tabú, tanto para la clase política como para el movimiento social. ¿Cree que ahora la sociedad ha empezado a analizar y debatir sobre las fuerzas armadas?
–Creo que sí; quisiera que sí. Pero los diálogos son largos y éste apenas lleva tres meses. Y tenemos cuatro años y medio de ver al Ejército en las calles de esta manera, de sufrir esta descomposición. Antes de sacar acuerdos debemos debatir y analizar con mucha claridad y profundidad. Sabemos que al meter al Ejército al combate contra el narcotráfico hubo omisiones muy graves por parte del gobierno. Dio a los cárteles carácter de parte beligerante, de ejército regular, lo que es un equívoco fundamental, gravísimo. Además, eludió al Congreso, que por derecho constitucional debe aprobar o vetar la participación de las fuerzas armadas en esas funciones. El Ejército ya está ahí, ya se cometieron todas las barbaridades. ¿Hay que regresarlo a los cuarteles? Yo creo que sí. El problema es cómo.
–¿Y cómo?
–No lo sé. Nos falta hacer una radiografía muy fina sobre el problema, como la que estamos haciendo con las víctimas. Apenas estamos empezando. No podemos tomar decisiones sobre temas tan delicados sin pensarlo bien. ¿Cómo vamos a ir sacando al Ejército? Hay que mirar experiencias interesantes de autodefensa y discutirlas para que se puedan aplicar en más lugares, para que puedan ser aceptadas. Es verdad que una parte de la izquierda ya empezó ese debate, y esa misma izquierda es la que ahora me dice: no vayas a los diálogos con el gobierno.
–¿Quiénes son?
–Ciertas fracciones. Los mismos de Juárez nos dijeron: no vayan al diálogo con Calderón porque los va a traicionar. Y sí, hay traición a la palabra, lo sabemos. En Chiapas los diálogos de San Andrés Larráinzar entre el gobierno y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) fueron traicionados (durante el gobierno de Ernesto Zedillo). A pesar de ello, hoy son los mismos zapatistas quienes nos dicen: vayan, tienen que pasar el trámite. No podemos dejar de acudir a los diálogos.
–¿Y qué se logró en el alcázar?
–Hay un plazo y cosas que hacer en estos tres meses.
Vamos a demostrarle a Calderón que sigue de necio
–¿Diálogo de sordos?
–Sí lo fue, en cuanto a la estrategia de seguridad. El Presidente no se movió de su posición. Al próximo diálogo vamos a ir con expertos a discutir las estrategias, a demostrarle a Calderón que hay alternativas y que él sigue de necio.
–¿No cree que el gobierno de Calderón tiene su propio cálculo, que tiene otras intenciones, incluso de cooptación?
–De cooptación no creo. A ninguno de nosotros nos va a cooptar con puestos, con dinero. Pero sí intentan tergiversar, desvirtuar el movimiento.
El papá del ajedrecista
Son muchas las instantáneas que guarda Sicilia en la memoria de lo ocurrido el jueves, hace una semana, en el alcázar. Como el rostro ajado de Roberto Galván, de Monterrey –comenta–, un hombre ya mayor que participó en la caravana. Hace años busca a su hijo Roberto Galván Llep, un ajedrecista que fue levantado por la fuerza pública durante un operativo en una plaza, y nunca más supo de él. Años de ser un cero a la izquierda frente al Ministerio Público, de ser ninguneado y humillado por la procuraduría estatal. Y de pronto, en Chapultepec, la esposa del presidente, Margarita Zavala, se le acerca, le habla, le da su número de celular y le dice: Para lo que se le ofrezca. La esperanza resplandeció en su cara.
–¿No es muy cruel, un gesto trivial frente a la impunidad absoluta?
–Mira, cuando pasamos por Monterrey, a las 12 de la noche, después del mitin, fuimos a ver al procurador estatal. Llevamos nueve casos; lo sentamos frente a las víctimas y lo emplazamos: ¿Por qué no hay solución? Algunos casos llevan tres, cuatro años sin ningún avance. Don Roberto era uno de ellos. ¿Cómo no entender que este hombre sienta por primera vez una esperanza? La señora María Elena Herrera, de Michoacán, buscando como loca en varios estados a Jesús, a Raúl, a Gustavo, a Luis Armando, sus cuatro hijos desaparecidos. Le dicen: véngase a Los Pinos, la vamos a ayudar. ¿Cómo negarles esa rendija de esperanza? No se está haciendo justicia, desde luego, pero esos padres viven el infierno desde que les desaparecieron a sus hijos. Si alguien les dice: al menos te voy a decir dónde está, ¿cómo negarles esa mecha de luz? Eso es lo que no pueden ver los ideologizados de cualquier signo. Yo, sólo por ver que atrajeron el caso de María Elena Herrera, cuyo dolor no me es imaginable, considero que el recorrido de los 3 mil kilómetros valió la pena. Sólo por eso.
–¿Es este un movimiento político?
–Es de lo mejor de la política. Es la vida de la polis, la ciudad, en el sentido humano de la palabra, sin intereses partidistas; es el rescate de la relación entre seres humanos.
–¿Cuáles son los pendientes más inmediatos?
–Todos lo son, pero el tema de las indemnizaciones es importante. Las familias con un hijo muerto, con un padre muerto, no sólo se destruyen anímicamente, sino que se arruinan en lo económico. Por eso es importante revisar el fondo de víctimas. Si hay que ampliarlo, hay que ampliarlo. Por eso la importancia de visibilizar qué le pasó al asesinado, al desaparecido; cómo pasó, investigar, determinar si es inocente o no. Y si lo es, se indemniza, se apoya, se restituye el honor. Si no es inocente, hay que ver qué parte del tejido social se está desgarrando, dónde está lo que estamos dejando de hacer para producir criminales.
–En tres meses, en un siguiente encuentro ¿cómo cree que va a encontrar estos temas?
–Vamos a exigir resultados. Y vamos a volver a exigir el cambio de la estrategia de seguridad, no vamos a quitar el dedo del renglón.
El poeta Javier Sicilia no niega que el del Castillo de Chapultepec fue un diálogo de sordos entre el Ejecutivo y las víctimas de la violencia, al menos en cuanto al cambio en la estrategia de seguridad que estamos exigiendo.
Pero no admite que sea un fracaso para el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que él encabeza. Ni una claudicación. Logramos romper el monólogo del poder, y ese es un primer paso en un proceso que seguramente va a ser muy largo.
El escritor reconoce que en el entorno del gobierno calderonista se va a manipular el contenido de estos acercamientos y se va a intentar desvirtuar la esencia del proceso. Pero no por eso podemos dejar de acudir. Negar el diálogo es alimentar la violencia, polarizar al país más de lo que ya está.
Ha transcurrido una semana del encuentro cara a cara entre el Ejecutivo –el presidente Felipe Calderón y su núcleo duro del gabinete de seguridad– y un grupo representativo de 23 familiares de asesinados y desaparecidos en el contexto de la guerra contra el crimen organizado declarada por el gobierno federal. Y el efecto mediático y político tiene perplejo a este hombre que nunca pretendió ser líder de nada.
Antes de ser golpeado por el homicidio de su hijo de 24 años él se dedicaba, como oficio, a construir endecasílabos (el último que escribió empieza así: El mundo ya no es digno de la palabra...). Escribía. Analizaba la realidad desde sus convicciones de cristiano progresista, inspirado por Mohandas Gandhi y Martin Luther King. Hasta que, a finales de marzo, el camino de Juan Francisco, su Juanelo, se cruzó con unos sicarios. El crimen lo lanzó a encabezar una de las movilizaciones ciudadanas más notables de los últimos años.
A estas alturas, Sicilia se siente incomprendido por la lluvia de críticas que ha recibido, principalmente de las izquierdas, con quienes se identifica mucho más que con los sectores conservadores que hoy lo alaban. Entre otros epítetos, le han llamado títere de Calderón y traidor. Claudicante también. En contraste, el poder y la derecha –con la que antagoniza– elogian anticipadamente su voluntad de pactar.
Para el poeta, es incomprensible que, entre cientos de imágenes que se sucedieron el 23 de junio, a lo largo de las tres horas que duró el encuentro en el alcázar, se destacara una sola: la del abrazo con Calderón. No me arrepiento de haberlo abrazado, porque quiero hablarle al corazón de ese hombre; aunque él nos haya manoteado en la mesa, en un gesto de descortesía atroz. Pero ese abrazo no nos iguala. Nosotros estamos por encima de él, porque somos víctimas. Sus funcionarios y sus propagandistas tergiversan lo que ahí sucedió. Ellos tienen el poder y la fuerza...pero no la razón.
Desde que regresó de la caravana –casi 4 mil kilómetros recorridos– sus días se consumen entre reuniones en corto con amigos y críticos; en asambleas y consultas con sus antiguos y nuevos compañeros de ruta; en idas y venidas de Cuernavaca a la ciudad de México, siempre custodiado por policías que asignó el gobierno morelense para su seguridad. Desde aquel viaje pavoroso de regreso de Filipinas (donde se encontraba cuando recibió la noticia de la muerte de su hijo) hasta la fecha no he podido retomar mi vida, mi rutina, mi trabajo cotidiano. No sé hasta dónde me va a llevar este vuelco.
No voy a volver a permitir el detector de metales
Por el momento, su trabajo tiene un plazo: la siguiente reunión con el Ejecutivo, dentro de tres meses. Tengo dos cosas claras. No quiero cambio de sede; es importante que se haga en el Museo de Antropología. Y no voy a permitir que a las víctimas nos pasen por el detector de metales. A los secretarios de Estado no los hacen pasar por ahí, ¿verdad? Pues a nosotros, menos. Hemos demostrado ser intachables, limpios. No vamos a permitir que nos traten como sospechosos. En el Castillo de Chapultepec cometí el error de permitir esa grosería.
Gandhi y el mariscal Smuts
Un amigo de larga data de Sicilia –más que amigo, maestro– acaba de advertirle: No conozco a nadie que vaya tan en cueros a meterse a la boca del lobo como usted lo hizo. Al hombre le cala lo dicho, se nota. Tal vez por eso, al arrancar la entrevista con La Jornada, cuenta lo que en el momento de sentarse a la mesa del alcázar le pasó por la mente.
“Me puse a imaginar cómo sería aquel encuentro de Mohandas Gandhi con el mariscal de los boers, el sudafricano Jan Christian Smuts, en Pretoria, en 1914, cuando ambos se sentaron a negociar la ley marcial que confinaba a los inmigrantes hindúes (el antecedente del apartheid)”. En ese episodio de la historia, el pacifista le regaló al militar segregacionista unas sandalias que había hecho en prisión. Sicilia le entregó a Calderón no sandalias, sino un escapulario, uno de los muchos que las víctimas le entregaron en el camino. A la larga, Smuts traicionó el acuerdo con Gandhi, pero éste nunca depuso su doctrina de resistencia pacífica mediante la desobediencia civil.
–A muchos observadores y analistas les está costando trabajo entender y aceptar este movimiento, surgido apenas hace tres meses y que ya ocupa tanta atención.
–Porque es complejo, creo. Es una formación espontánea que hereda mucho del zapatismo, desde lo moral, aunque no es igual. El zapatismo, con el que yo me identifico muchísimo, es una construcción lenta, de muchos años. Esto fue casi un relámpago. Lo generan varios actores que no estaban en la escena política, pero que desde hace muchos años hacen política en la sombra; gente que viene de la lucha por derechos humanos, de la teología de la liberación, de la cultura. Ni siquiera fui yo quien lo inició. La articulación del movimiento a partir de la muerte de mi hijo empieza incluso antes de que yo pudiera regresar de Filipinas.
“No es que este asesinato fuera diferente a los miles de crímenes anteriores. Fue tal vez la gota que derramó el vaso, porque tocó a un sector, el de la cultura, que no había sido tocado. Habían sido muy golpeados la franja de los segregados, los que nadie pela. O la de los empresarios. Pero esta vez me toca a mí el golpe. Ojalá que no hubiera sido así, ojalá que a nadie le tocara, que no le toque a nadie más. Pero entonces empieza a suceder algo que no había pasado todavía: la visibilidad de los invisibles, de las víctimas no escuchadas, de los familiares que por temor, por desprecio, por soledad, por marginación, no habían podido encontrar la coyuntura para ser nombrados.
Así se vio toda la podredumbre de las instituciones. Y esto ocurre en un momento histórico que ya no se parece a la época de Díaz Ordaz, cuando el Ejecutivo era todopoderoso. No, estas son las épocas de Calderón, un presidente obcecado en su estrategia de seguridad, pero débil, que enfrenta a una República en la que los gobernadores son reyes en su territorio y con un Poder Judicial que ha abonado a la impunidad en una forma atroz.
–¿Cómo siente la reacción de la izquierda partidista, del movimiento de Andrés Manuel López Obrador, frente a estas movilizaciones? ¿Cercanos, distantes?
–Respetuosos. Nos hubiera gustado que se involucraran más.
Nadie puede negar nuestra legitimidad
Después del sismo del 85, pero también bajo el influjo de las revoluciones en Centroamérica, un grupo de poetas mexicanos iniciaron en 1986 una revista de y para la poesía. Sicilia participaba. De ahí nació una colección de ediciones modestas que se llamó Los cuadernos de la orquesta, que dirigió Eduardo Vázquez. Uno de esos libros, La revelación de los días –Sicilia y el potosino Tomás Calvillo fueron los autores– bordaba sobre los principios filosóficos de Gandhi, Lanza del Vasto, Luther King, incluso la madre Teresa de Calcuta. Y Salvador Nava, en pie de lucha contra el caciquismo del PRI. Puro pacifismo. Algo que, admite Sicilia, no es demasiado familiar en la cultura política de los sectores progresistas de México.
–¿Será por eso que a algunos sectores les cuesta trabajo comprender ese pensamiento?
–Hay una fuerza moral detrás de nosotros. Nadie puede negar nuestra legitimidad. Nadie puede cuestionar la veracidad de lo que grita este movimiento. Nadie puede reclamar que gritemos nuestro dolor y nuestros agravios. Nadie puede desmentir este fondo que desnuda al poder en todos los sentidos. Nuestra base es muy plural: están los empresarios, pero también los de Atenco, los familiares de las víctimas pero también los estudiantes, los intelectuales, los trabajadores despedidos.
–Esta fuerza acumulada también representa un capital político que puede ser aprovechado con otra intención...
–Hay de todo. Esa es precisamente nuestra fuerza y nuestra debilidad. Por ejemplo, lo que vivimos en Ciudad Juárez (donde culminó la caravana, el 11 de junio). Hubo grupos que subieron otras agendas a las asambleas y que nos pusieron en riesgo de perder de vista el reclamo de las víctimas a cambio de exigir un juicio político contra Felipe Calderón o demandar la salida del Ejército de manera irresponsable. Eso desviaba la atención de nuestro objetivo primordial. A eso le dijimos no. Defendimos los seis puntos de la marcha del 8 de mayo porque no nos los sacamos de la manga, fueron producto del consenso con organizaciones que han trabajado, como muchos sectores de la sociedad. Todos quieren utilizarnos, los partidos, el Ejecutivo, los poderes.
Lo importante es no perder de vista que la base del movimiento es el dolor de las víctimas, porque si lo hacemos vamos a entrar a una lógica, a una narrativa que ya conocemos, a una disputa ideológica. Y eso no es lo que queremos.
–Cuando se habla de los de Juárez se cae en la descalificación, se les señala como los extremistas. El movimiento social en Juárez también tiene una identidad, una historia de resistencia.
–Juárez, tan dolido, tiene sus particularidades. Nosotros defendemos lo que quieren los juarenses, pero si Juárez necesita la retirada del Ejército de las calles, que se haga ahí. Como demanda nacional no es una cosa que se pueda discutir y decidir en tres horas. Lo que estamos discutiendo es la estrategia de seguridad nacional, caso por caso, estado por estado. Ese fue el problema de la mesa de la militarización. Ahí se expresó claramente la idea de otros lugares, por ejemplo, los de Cherán, en Michoacán, que dijeron muy claramente que en lo inmediato no quieren la salida del Ejército, lo mismo que los grupos que llegaron de Tamaulipas.
“No hubo consenso. Mi obligación moral era decirles: ‘pues no es así, señores’. Ahora nos acusan de traición. Nosotros pensamos que traición sería permitir la imposición”.
El debate ciudadano sobre el Ejército apenas empieza
–El tema del papel del Ejército casi no se debate en México. Siempre fue tabú, tanto para la clase política como para el movimiento social. ¿Cree que ahora la sociedad ha empezado a analizar y debatir sobre las fuerzas armadas?
–Creo que sí; quisiera que sí. Pero los diálogos son largos y éste apenas lleva tres meses. Y tenemos cuatro años y medio de ver al Ejército en las calles de esta manera, de sufrir esta descomposición. Antes de sacar acuerdos debemos debatir y analizar con mucha claridad y profundidad. Sabemos que al meter al Ejército al combate contra el narcotráfico hubo omisiones muy graves por parte del gobierno. Dio a los cárteles carácter de parte beligerante, de ejército regular, lo que es un equívoco fundamental, gravísimo. Además, eludió al Congreso, que por derecho constitucional debe aprobar o vetar la participación de las fuerzas armadas en esas funciones. El Ejército ya está ahí, ya se cometieron todas las barbaridades. ¿Hay que regresarlo a los cuarteles? Yo creo que sí. El problema es cómo.
–¿Y cómo?
–No lo sé. Nos falta hacer una radiografía muy fina sobre el problema, como la que estamos haciendo con las víctimas. Apenas estamos empezando. No podemos tomar decisiones sobre temas tan delicados sin pensarlo bien. ¿Cómo vamos a ir sacando al Ejército? Hay que mirar experiencias interesantes de autodefensa y discutirlas para que se puedan aplicar en más lugares, para que puedan ser aceptadas. Es verdad que una parte de la izquierda ya empezó ese debate, y esa misma izquierda es la que ahora me dice: no vayas a los diálogos con el gobierno.
–¿Quiénes son?
–Ciertas fracciones. Los mismos de Juárez nos dijeron: no vayan al diálogo con Calderón porque los va a traicionar. Y sí, hay traición a la palabra, lo sabemos. En Chiapas los diálogos de San Andrés Larráinzar entre el gobierno y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) fueron traicionados (durante el gobierno de Ernesto Zedillo). A pesar de ello, hoy son los mismos zapatistas quienes nos dicen: vayan, tienen que pasar el trámite. No podemos dejar de acudir a los diálogos.
–¿Y qué se logró en el alcázar?
–Hay un plazo y cosas que hacer en estos tres meses.
Vamos a demostrarle a Calderón que sigue de necio
–¿Diálogo de sordos?
–Sí lo fue, en cuanto a la estrategia de seguridad. El Presidente no se movió de su posición. Al próximo diálogo vamos a ir con expertos a discutir las estrategias, a demostrarle a Calderón que hay alternativas y que él sigue de necio.
–¿No cree que el gobierno de Calderón tiene su propio cálculo, que tiene otras intenciones, incluso de cooptación?
–De cooptación no creo. A ninguno de nosotros nos va a cooptar con puestos, con dinero. Pero sí intentan tergiversar, desvirtuar el movimiento.
El papá del ajedrecista
Son muchas las instantáneas que guarda Sicilia en la memoria de lo ocurrido el jueves, hace una semana, en el alcázar. Como el rostro ajado de Roberto Galván, de Monterrey –comenta–, un hombre ya mayor que participó en la caravana. Hace años busca a su hijo Roberto Galván Llep, un ajedrecista que fue levantado por la fuerza pública durante un operativo en una plaza, y nunca más supo de él. Años de ser un cero a la izquierda frente al Ministerio Público, de ser ninguneado y humillado por la procuraduría estatal. Y de pronto, en Chapultepec, la esposa del presidente, Margarita Zavala, se le acerca, le habla, le da su número de celular y le dice: Para lo que se le ofrezca. La esperanza resplandeció en su cara.
–¿No es muy cruel, un gesto trivial frente a la impunidad absoluta?
–Mira, cuando pasamos por Monterrey, a las 12 de la noche, después del mitin, fuimos a ver al procurador estatal. Llevamos nueve casos; lo sentamos frente a las víctimas y lo emplazamos: ¿Por qué no hay solución? Algunos casos llevan tres, cuatro años sin ningún avance. Don Roberto era uno de ellos. ¿Cómo no entender que este hombre sienta por primera vez una esperanza? La señora María Elena Herrera, de Michoacán, buscando como loca en varios estados a Jesús, a Raúl, a Gustavo, a Luis Armando, sus cuatro hijos desaparecidos. Le dicen: véngase a Los Pinos, la vamos a ayudar. ¿Cómo negarles esa rendija de esperanza? No se está haciendo justicia, desde luego, pero esos padres viven el infierno desde que les desaparecieron a sus hijos. Si alguien les dice: al menos te voy a decir dónde está, ¿cómo negarles esa mecha de luz? Eso es lo que no pueden ver los ideologizados de cualquier signo. Yo, sólo por ver que atrajeron el caso de María Elena Herrera, cuyo dolor no me es imaginable, considero que el recorrido de los 3 mil kilómetros valió la pena. Sólo por eso.
–¿Es este un movimiento político?
–Es de lo mejor de la política. Es la vida de la polis, la ciudad, en el sentido humano de la palabra, sin intereses partidistas; es el rescate de la relación entre seres humanos.
–¿Cuáles son los pendientes más inmediatos?
–Todos lo son, pero el tema de las indemnizaciones es importante. Las familias con un hijo muerto, con un padre muerto, no sólo se destruyen anímicamente, sino que se arruinan en lo económico. Por eso es importante revisar el fondo de víctimas. Si hay que ampliarlo, hay que ampliarlo. Por eso la importancia de visibilizar qué le pasó al asesinado, al desaparecido; cómo pasó, investigar, determinar si es inocente o no. Y si lo es, se indemniza, se apoya, se restituye el honor. Si no es inocente, hay que ver qué parte del tejido social se está desgarrando, dónde está lo que estamos dejando de hacer para producir criminales.
–En tres meses, en un siguiente encuentro ¿cómo cree que va a encontrar estos temas?
–Vamos a exigir resultados. Y vamos a volver a exigir el cambio de la estrategia de seguridad, no vamos a quitar el dedo del renglón.
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