Marta Lamas
Este domingo 12 varias mujeres partieron a las dos de la tarde de la Palma de Reforma rumbo al Hemiciclo a Juárez, replicando la Marcha de las Putas que ya se ha venido realizando en otras ciudades. No obstante el nombre, no se trata de una marcha de trabajadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar porque mucha de la violencia sexual se justifica con el pretexto de la apariencia provocadora de las víctimas. Apropiarse del término estigmatizante de “puta” es una actitud desafiante y liberadora. “Puta” se usa no sólo para nombrar a las trabajadoras sexuales; se usa para calificar a las mujeres que no se ajustan a los lineamientos de “decentes” (sea porque tienen relaciones sexuales libres o simplemente porque visten de manera llamativa); pero también ciertos hombres utilizan dicho apelativo como venganza cuando una mujer resiste sus avances indeseados. Por eso el calificativo de “puta” les sirve a ciertos hombres como insulto y socialmente se vuelve un arma para mantener a raya a las mujeres: el temor de ser calificadas de “putas” las predispone a aguantar malos tratos o restricciones a sus deseos. Así, la utilización arbitraria y sexista de “puta” cuando el comportamiento de las mujeres no es lo que se espera hace que en cualquier momento las mujeres puedan ser estigmatizadas como “putas”.
El estigma genera mucha vulnerabilidad social y, además, es absolutamente discriminatorio. Si el comercio sexual ocurre entre una persona que vende y otra que compra, ¿por qué sólo se estigmatiza a quien vende y no a quien compra? Habría que eliminar la definición del trabajo sexual como “prostitución”, pues es una de las formas de violencia simbólica más insidiosas contra las mujeres. Ese es también el sentido de la Marcha de las Putas, una batalla por la resignificación simbólica que, aunque no acaba por sí sola con la separación ideológica entre las mujeres decentes y las putas, provoca una reflexión muy necesaria respecto a la doble moral. La valoración desigual de la actividad sexual humana, comercial o gratuita, es el andamiaje moral que rige la sociedad. No es lo mismo que un hombre tenga una expresión sexual libre a que la tenga una mujer. Por eso la doble moral se expresa con ideas absolutamente machistas: “ella se lo buscó”, “ella lo provocó con su forma de andar, de vestirse”, “si fuera decente, se habría quedado en su casa”, etc…
Precisamente la Marcha de las Putas surge por el comentario que el policía canadiense Michael Sanguinetti hizo durante un seminario sobre agresión sexual en la Universidad de York, en Toronto: “Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”. (Women should avoid dressing like sluts in order not to be victimized). El policía Sanguinetti tuvo que ofrecer una disculpa pública, diciendo que estaba “avergonzado” por su comentario y que éste no reflejaba el compromiso de la policía de Toronto con las víctimas de agresiones sexuales. Y la vocera de la corporación, Meaghan Ray, salió a declarar que los policías deben dar una lista detallada de los lugares y los tiempos en los que ocurren las agresiones sexuales para que las mujeres puedan adecuar su conducta, pero que no deben sugerirles cómo vestirse. Sin embargo, el comentario escandaloso ya había encendido la mecha de la indignación. Más de 3 mil mujeres salieron a la calle en Toronto vestidas como “putas” para expresar que no importa la vestimenta que se use, nada justifica la violencia sexual. Además, se burlaron de la idea de que hay hombres a los que esos atuendos excitan al grado de perder el control. El mensaje fue claro: las agresiones sexuales son responsabilidad de quienes las llevan a cabo y no de las víctimas. Así, la Marcha de las Putas se diseminó a otras ciudades: Montreal, Londres, Matagalpa, Melbourne, Seattle, Los Ángeles, Tegucigalpa...
La campaña tiene un eslogan central: cuando una mujer dice NO, significa que NO. En México, una de las organizadoras, Minerva Valenzuela, lo plantea de forma muy clara:
Aunque use medias de red y tacones de aguja: si digo no, significa no.
Aunque la apertura de mi falda suba hasta mi muslo: si digo no, significa no.
Aunque en cualquier momento decida no consumar el acto sexual: si digo no, significa no.
Aunque me ponga una borrachera marca diablo: si digo no, significa no.
Aunque baile de forma sensual: si digo no, significa no.
Aunque el escote de mi vestido sea tentador: si digo no, significa no.
El objetivo de la marcha es exigir respeto y protección de parte de los violadores, y también decirle a la sociedad y al gobierno que no se puede ya seguir culpando a las mujeres porque supuestamente parecen putas. ¡Como si ser trabajadora sexual fuera una razón para ser agredida sexualmente! Hay un hecho incontrovertible: los agresores sexuales deben aprender a controlarse. Por eso resulta imprescindible que las personas expresen su repudio, a tono con esta Marcha de las Putas. Algo importante: la convocatoria fue no sólo para mujeres, sino que estuvo abierta a todas las personas, de cualquier expresión y orientación de género, profesión, nivel educativo, raza, etnia, edad, capacidad, comprometidas en la lucha contra la violencia sexual.
Este domingo 12 varias mujeres partieron a las dos de la tarde de la Palma de Reforma rumbo al Hemiciclo a Juárez, replicando la Marcha de las Putas que ya se ha venido realizando en otras ciudades. No obstante el nombre, no se trata de una marcha de trabajadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar porque mucha de la violencia sexual se justifica con el pretexto de la apariencia provocadora de las víctimas. Apropiarse del término estigmatizante de “puta” es una actitud desafiante y liberadora. “Puta” se usa no sólo para nombrar a las trabajadoras sexuales; se usa para calificar a las mujeres que no se ajustan a los lineamientos de “decentes” (sea porque tienen relaciones sexuales libres o simplemente porque visten de manera llamativa); pero también ciertos hombres utilizan dicho apelativo como venganza cuando una mujer resiste sus avances indeseados. Por eso el calificativo de “puta” les sirve a ciertos hombres como insulto y socialmente se vuelve un arma para mantener a raya a las mujeres: el temor de ser calificadas de “putas” las predispone a aguantar malos tratos o restricciones a sus deseos. Así, la utilización arbitraria y sexista de “puta” cuando el comportamiento de las mujeres no es lo que se espera hace que en cualquier momento las mujeres puedan ser estigmatizadas como “putas”.
El estigma genera mucha vulnerabilidad social y, además, es absolutamente discriminatorio. Si el comercio sexual ocurre entre una persona que vende y otra que compra, ¿por qué sólo se estigmatiza a quien vende y no a quien compra? Habría que eliminar la definición del trabajo sexual como “prostitución”, pues es una de las formas de violencia simbólica más insidiosas contra las mujeres. Ese es también el sentido de la Marcha de las Putas, una batalla por la resignificación simbólica que, aunque no acaba por sí sola con la separación ideológica entre las mujeres decentes y las putas, provoca una reflexión muy necesaria respecto a la doble moral. La valoración desigual de la actividad sexual humana, comercial o gratuita, es el andamiaje moral que rige la sociedad. No es lo mismo que un hombre tenga una expresión sexual libre a que la tenga una mujer. Por eso la doble moral se expresa con ideas absolutamente machistas: “ella se lo buscó”, “ella lo provocó con su forma de andar, de vestirse”, “si fuera decente, se habría quedado en su casa”, etc…
Precisamente la Marcha de las Putas surge por el comentario que el policía canadiense Michael Sanguinetti hizo durante un seminario sobre agresión sexual en la Universidad de York, en Toronto: “Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”. (Women should avoid dressing like sluts in order not to be victimized). El policía Sanguinetti tuvo que ofrecer una disculpa pública, diciendo que estaba “avergonzado” por su comentario y que éste no reflejaba el compromiso de la policía de Toronto con las víctimas de agresiones sexuales. Y la vocera de la corporación, Meaghan Ray, salió a declarar que los policías deben dar una lista detallada de los lugares y los tiempos en los que ocurren las agresiones sexuales para que las mujeres puedan adecuar su conducta, pero que no deben sugerirles cómo vestirse. Sin embargo, el comentario escandaloso ya había encendido la mecha de la indignación. Más de 3 mil mujeres salieron a la calle en Toronto vestidas como “putas” para expresar que no importa la vestimenta que se use, nada justifica la violencia sexual. Además, se burlaron de la idea de que hay hombres a los que esos atuendos excitan al grado de perder el control. El mensaje fue claro: las agresiones sexuales son responsabilidad de quienes las llevan a cabo y no de las víctimas. Así, la Marcha de las Putas se diseminó a otras ciudades: Montreal, Londres, Matagalpa, Melbourne, Seattle, Los Ángeles, Tegucigalpa...
La campaña tiene un eslogan central: cuando una mujer dice NO, significa que NO. En México, una de las organizadoras, Minerva Valenzuela, lo plantea de forma muy clara:
Aunque use medias de red y tacones de aguja: si digo no, significa no.
Aunque la apertura de mi falda suba hasta mi muslo: si digo no, significa no.
Aunque en cualquier momento decida no consumar el acto sexual: si digo no, significa no.
Aunque me ponga una borrachera marca diablo: si digo no, significa no.
Aunque baile de forma sensual: si digo no, significa no.
Aunque el escote de mi vestido sea tentador: si digo no, significa no.
El objetivo de la marcha es exigir respeto y protección de parte de los violadores, y también decirle a la sociedad y al gobierno que no se puede ya seguir culpando a las mujeres porque supuestamente parecen putas. ¡Como si ser trabajadora sexual fuera una razón para ser agredida sexualmente! Hay un hecho incontrovertible: los agresores sexuales deben aprender a controlarse. Por eso resulta imprescindible que las personas expresen su repudio, a tono con esta Marcha de las Putas. Algo importante: la convocatoria fue no sólo para mujeres, sino que estuvo abierta a todas las personas, de cualquier expresión y orientación de género, profesión, nivel educativo, raza, etnia, edad, capacidad, comprometidas en la lucha contra la violencia sexual.
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