Martha Anaya / Crónica de Política
¡La “cargada” con Ernesto Cordero!
Algunos miraron la carta de los 134 así, como la clásica “cargada” de cuando era ungido el candidato presidencial priista. Pero no es exactamente así.
Todavía recuerdo cuando se “destapó” el nombre de Luis Donaldo Colosio para la candidatura presidencial del PRI. Era domingo. La secretaría de Desarrollo Social –de la cual Donaldo era titular hasta ese momento—se llenó en menos de una hora de eufóricos simpatizantes que arrasaban con sillas, mesas y puertas en su apresurado paso por abrasar al afortunado. El “ungido”, que diría nuestro compañero Fidel Samaniego.
El estruendo y el tiradero que dejaban a su paso era tal –el propio general Domiro sonrió sorprendido al ver que hasta se subían a las mesas para ganar paso– que ahí comprendí por qué los propios priistas le llamaban la “bufalada”.
“Bufalda”, porque la “cargada” contenía otro ingrediente más: Conocido ya oficialmente el nombre de quien seguramente –así fue o se creía hasta ese entonces– sería el próximo Presidente de la República, se sumaban ipso facto al designado todos aquellos que habían suspirado y trabajado bajo el agua para lograr la deseada candidatura.
Aparecían desplegados, mantas y carteles al por mayor. Los sectores del tricolor echaban a andar sus respectivas maquinarias y sus líderes se hacían presentes y se manifestaban a favor del futuro portador de la banda presidencial, al que calificaban sin el menor rubor como “el mejor”, aún y cuando hubieran deseado o apostado por que algún otro de los posibles llegara a Los Pinos.
Ahí comenzaba la “cargada”. Una “cargada” de apoyos multitudinarios, que incluía a grupos de todos los rumbos y sabores, incluidos los empresariales, mediáticos, diplomáticos y hasta eclesiásticos.
Día a día el ungido sumaba apoyos. Le ofrecían aviones, helicópteros, autobuses, para sus trasladaos; le obsequiaban miles de camisetas, gorras y banderolas con su nombre para repartir; plumas y lápices con las siglas del PRI llenaban cajas y cajas al punto de ya no tener ni dónde ubicarlas.
Miles de fotografías se desplegaban en espectaculares por todo el país, hasta en los rincones más inesperados; y las bardas se llenaban con “sabias” frases del candidato recién electo y su lema de campaña. Porque hay que decir que ya para entonces la tenían más que lista, al igual que muchas mantas y pancartas.
En fin, todo ello –además de los mítines a lo largo de la campaña– formaba parte de la “cargada”. Y ésta hacía su tarea hasta el momento en que el elegido rendía su protesta de ley ante el Congreso de la Unión y recibía luego en Palacio Nacional interminables felicitaciones de quienes hacían largas filas para estrechar su mano.
Valga todo lo anterior para señalar dos cosas:
-Una, esta liturgia priista no se cumplió del todo en el caso de Colosio. Recordemos para empezar el llamado “berrinche” de Manuel Camacho, que se negó a ir a felicitarlo e incluso renunció a la jefatura de Gobierno del DF por no haber sido elegido; y tampoco los medios de comunicación –por distintas razones– jugaron el mismo papel que en ocasiones anteriores.
-Dos: que el acontecimiento de las 134 firmas de la carta “Unidos con Ernesto” no se inscribe en la clásica “cargada” priista: ni en tiempos –el PAN aún no elige a su candidato a la Presidencia–, ni en forma.
¿Qué se parecen en algo? ¿Qué la forma tiene un cierto aroma de los viejos tiempos priistas? Cierto. A lo mejor es una nueva forma de “cargada” panista, atribuible a lo adelantado que va el proceso sucesorio en el México real. Pero como dicen en mi tierra: “no es lo mesmo que lo mesmo”.
¡La “cargada” con Ernesto Cordero!
Algunos miraron la carta de los 134 así, como la clásica “cargada” de cuando era ungido el candidato presidencial priista. Pero no es exactamente así.
Todavía recuerdo cuando se “destapó” el nombre de Luis Donaldo Colosio para la candidatura presidencial del PRI. Era domingo. La secretaría de Desarrollo Social –de la cual Donaldo era titular hasta ese momento—se llenó en menos de una hora de eufóricos simpatizantes que arrasaban con sillas, mesas y puertas en su apresurado paso por abrasar al afortunado. El “ungido”, que diría nuestro compañero Fidel Samaniego.
El estruendo y el tiradero que dejaban a su paso era tal –el propio general Domiro sonrió sorprendido al ver que hasta se subían a las mesas para ganar paso– que ahí comprendí por qué los propios priistas le llamaban la “bufalada”.
“Bufalda”, porque la “cargada” contenía otro ingrediente más: Conocido ya oficialmente el nombre de quien seguramente –así fue o se creía hasta ese entonces– sería el próximo Presidente de la República, se sumaban ipso facto al designado todos aquellos que habían suspirado y trabajado bajo el agua para lograr la deseada candidatura.
Aparecían desplegados, mantas y carteles al por mayor. Los sectores del tricolor echaban a andar sus respectivas maquinarias y sus líderes se hacían presentes y se manifestaban a favor del futuro portador de la banda presidencial, al que calificaban sin el menor rubor como “el mejor”, aún y cuando hubieran deseado o apostado por que algún otro de los posibles llegara a Los Pinos.
Ahí comenzaba la “cargada”. Una “cargada” de apoyos multitudinarios, que incluía a grupos de todos los rumbos y sabores, incluidos los empresariales, mediáticos, diplomáticos y hasta eclesiásticos.
Día a día el ungido sumaba apoyos. Le ofrecían aviones, helicópteros, autobuses, para sus trasladaos; le obsequiaban miles de camisetas, gorras y banderolas con su nombre para repartir; plumas y lápices con las siglas del PRI llenaban cajas y cajas al punto de ya no tener ni dónde ubicarlas.
Miles de fotografías se desplegaban en espectaculares por todo el país, hasta en los rincones más inesperados; y las bardas se llenaban con “sabias” frases del candidato recién electo y su lema de campaña. Porque hay que decir que ya para entonces la tenían más que lista, al igual que muchas mantas y pancartas.
En fin, todo ello –además de los mítines a lo largo de la campaña– formaba parte de la “cargada”. Y ésta hacía su tarea hasta el momento en que el elegido rendía su protesta de ley ante el Congreso de la Unión y recibía luego en Palacio Nacional interminables felicitaciones de quienes hacían largas filas para estrechar su mano.
Valga todo lo anterior para señalar dos cosas:
-Una, esta liturgia priista no se cumplió del todo en el caso de Colosio. Recordemos para empezar el llamado “berrinche” de Manuel Camacho, que se negó a ir a felicitarlo e incluso renunció a la jefatura de Gobierno del DF por no haber sido elegido; y tampoco los medios de comunicación –por distintas razones– jugaron el mismo papel que en ocasiones anteriores.
-Dos: que el acontecimiento de las 134 firmas de la carta “Unidos con Ernesto” no se inscribe en la clásica “cargada” priista: ni en tiempos –el PAN aún no elige a su candidato a la Presidencia–, ni en forma.
¿Qué se parecen en algo? ¿Qué la forma tiene un cierto aroma de los viejos tiempos priistas? Cierto. A lo mejor es una nueva forma de “cargada” panista, atribuible a lo adelantado que va el proceso sucesorio en el México real. Pero como dicen en mi tierra: “no es lo mesmo que lo mesmo”.
Comentarios