Víctor Orozco especial para RMX
He participado en mítines de la oposición política en la plaza de armas de Chihuahua desde mis años de adolescente. Innumerables conservo en la memoria, de donde traigo apenas algunos, como el organizado el 19 o 20 de abril de 1961, para defender a Cuba, víctima de una invasión montada por el Gobierno de Estados Unidos. Otro de l964, cuando fue incendiado el templete donde hablo el candidato del PRI Gustavo Díaz Ordaz. Otro, del 1º de mayo de 1972, cuando nació el entonces independiente Comité de Defensa Popular. Otro más, en 1994, cuando se derrumbó el estrado lesionando a Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del PRD a la Presidencia, encontrándome a su lado junto con mi hijo Diego, por entonces de ocho años. El pasado 3 de junio acudí por enésima vez a la plaza para saludar a Andrés Manuel López Obrador y escuchar sus planteamientos. Pude ver y oír a las tres o cuatro mil personas venidas de todo el estado desde el podio, gracias a las deferencias de Víctor Quintana y la invitación de Paty Mendoza, infatigable organizadora de los comités del Movimiento Regeneración Nacional en Ciudad Juárez.
Una primera apreciación personal es que López Obrador se mantiene en forma, física e intelectualmente. Lleva –al menos desde que conozco sus pasos– quince años recorriendo el país con muy pocas treguas. Esto le proporciona una de sus primeras fortalezas de frente a los otros candidatos a la Presidencia de la República: ninguno conoce mejor México y a tantos mexicanos. Igual, nadie ha traducido tantas veces los complejos problemas nacionales al lenguaje y a los signos comprendidos por todos, en sus discursos, en sus entrevistas o en sus libros. Entre otro de sus baluartes de mayor solidez, se encuentra el crédito que merece su actuación como político, porque ha sostenido sin titubeos sus convicciones, a veces con un tesón que puede hastiar, pero que al final queda en las mentes y triunfa. En igual sentido obran su austeridad y sencillez, que contrastan con la ostentación y apariencia encopetada de cualquiera de sus rivales del PRI o del PAN. Todo ello lo hace un candidato popular, bien identificado con las maneras de ser del grueso de los electores. Agrego otra fibra en la personalidad de López Obrador: su pasión por la historia. Es una descollante virtud, porque aquella –la Historia– muestra que ningún gran líder político y menos un estadista, se ha construido sin abrevar continuamente en las lecciones del pasado y buscar allí inspiraciones y luces. Vistas estas cualidades, cualquiera de los contrincantes que se le escoja, debe recibir muchos biberones para colocarse a su nivel.
En el curso de esta férrea oposición a las políticas publicas de los gobiernos panistas y priístas, la candidatura de López Obrador ha podido armar una conjunción de fuerzas sociales en torno a un programa cuyos componentes han alcanzado cada vez mayor firmeza y claridad: reparto equitativo de la riqueza social integrada tanto por los bienes económicos como por los culturales, en presencia de la pobreza abrumadora que asola a México. Apoyo oficial a las actividades productivas, sobre todo las que realizan las pequeñas y medianas empresas, tan castigadas hoy en día. Independencia de la política exterior mexicana, tan subordinada a Estados Unidos en los últimos tiempos. Protección del medio ambiente y del capital natural, cuyo deterioro nos tiene al borde de una catástrofe. Aliento a la organización de las clases productoras, fomento decidido a la educación popular. En el tema de la inseguridad, elevado ahora a la primera de las prioridades nacionales, se ha insistido sobre todo en impulsar una política social de atención a los jóvenes.
No es que nadie más enarbole o se refiera a este programa –que los políticos son capaces de vestir cualquier disfraz con tal de vender la mercancía– pero es este bloque popular el que lo hace con empeño y autenticidad, porque colige que su derrota implica una larga fase de sufrimientos y marginaciones para los que habitan el mundo del trabajo. En cuestiones programáticas, hay que poner en el débito de López Obrador su condescendencia con grupos retardatarios, sobre todo del clero, quienes han torpedeado iniciativas emancipadoras como la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Si es por temor a la influencia de los jerarcas religiosos, al final se ha visto que sus llamados y proclamas, son más llamaradas de petate que fuegos duraderos.
Veamos ahora algunas debilidades y adversidades. Ha caído en exabruptos o en la descalificación fácil. Recuérdese el famoso: “Ya cállate chachalaca” –que sin faltarle razones– le endilgó al entonces presidente Vicente Fox y por el cual pagó su candidatura significativos costos en sufragios. Hace unos meses, fue desacertado llamar a Javier Corral achichincle de Felipe Calderón, porque el legislador panista ha demostrado ser hombre de convicciones, encabezando la batalla legal contra los poderosos y voraces monopolios de los medios.
En una tierra de caudillos como es la latinoamericana, los políticos republicanos con carisma y apoyo de masas, deben cuidarse de no caer en la tentación de borrar o anular los liderazgos naturales, las asociaciones, las personalidades, existentes entre ellos y el pueblo. Y sobre todo en la de sobrestimar su papel histórico como para ponerlo encima del nacional. Lázaro Cárdenas dio prueba de esta mesura –y con ello le evitó al país tal vez otra guerra civil– cuando en1940 dejó el poder desoyendo a partidarios radicales que laboraban por su permanencia en Los Pinos. Mucho antes, George Washington prestó a su país quizá el mejor de sus servicios cuando rechazó cambiar el nombramiento de presidente temporal por la corona del monarca. En el entorno y en su propia relación con las multitudes, Andrés Manuel López Obrador reúne varios elementos que lo pueden conducir al nefasto caudillismo, de los cuales ha de deslindarse y dejar clara su estirpe republicana.
Los obstáculos para ganar la Presidencia el próximo año serán enormes. El primero será la contracampaña de infundios y tergiversaciones que desatarán en su contra las televisoras y los noticieros radiofónicos de mayor influencia. Las derechas latinoamericanas ya agarraron el caminito de 2006 y van a tratar de repetirlo: en aquel año gastaron millones de dólares repitiendo hasta la saciedad que AMLO representaba un peligro para México, ¡Ante todo para la paz y la seguridad públicas En Perú, han convencido a miles de electores que de ganar Ollanta Humala habrá guerra con Chile y de otros disparates semejantes. Aun así, en México no lograron ganar la elección y acudieron al fraude. En 2012, de nuevo lo intentarán todo y para todo habrá que articularse una respuesta.
AMLO informó en Chihuahua que de las 65 mil secciones electorales donde debe existir un comité de Morena, se alcanzan ya 30 mil y que al fin de año se llegará a la totalidad. Puede que sean cálculos demasiado optimistas, pero se nota que la organización que tanta falta hizo en 2006, ha ido creciendo. De todas formas, una candidatura de centro izquierda en México y en especial la muy probable de AMLO, tiene como punto de partida una acusada carencia de estructura partidaria, con la que sí contarán los abanderados del PAN y del PRI. La solución deberá llegar de una ola de movilización popular que desborde a los desacreditados partidos políticos y cubra el escenario con cientos de miles de acciones en las redes sociales, en los barrios, en las escuelas, en las plazas.
Algunos han señalado que las encuestas de opinión han operado en México como una primera vuelta electoral rudimentaria puesto que de los tres candidatos, los dos punteros se dividen el grueso de los votos. Así fue al menos en el 2000 y en el 2006. Para marzo-abril del próximo año, con candidatos seguros, sabremos en qué lugar colocan a AMLO las encuestas. Tengo para mí, que estará en el primer o en el segundo sitio y de allí en adelante se desarrollará la verdadera batalla electoral, en la cual el candidato deberá sacar la casta y a flote sus evidentes fortalezas.
He participado en mítines de la oposición política en la plaza de armas de Chihuahua desde mis años de adolescente. Innumerables conservo en la memoria, de donde traigo apenas algunos, como el organizado el 19 o 20 de abril de 1961, para defender a Cuba, víctima de una invasión montada por el Gobierno de Estados Unidos. Otro de l964, cuando fue incendiado el templete donde hablo el candidato del PRI Gustavo Díaz Ordaz. Otro, del 1º de mayo de 1972, cuando nació el entonces independiente Comité de Defensa Popular. Otro más, en 1994, cuando se derrumbó el estrado lesionando a Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del PRD a la Presidencia, encontrándome a su lado junto con mi hijo Diego, por entonces de ocho años. El pasado 3 de junio acudí por enésima vez a la plaza para saludar a Andrés Manuel López Obrador y escuchar sus planteamientos. Pude ver y oír a las tres o cuatro mil personas venidas de todo el estado desde el podio, gracias a las deferencias de Víctor Quintana y la invitación de Paty Mendoza, infatigable organizadora de los comités del Movimiento Regeneración Nacional en Ciudad Juárez.
Una primera apreciación personal es que López Obrador se mantiene en forma, física e intelectualmente. Lleva –al menos desde que conozco sus pasos– quince años recorriendo el país con muy pocas treguas. Esto le proporciona una de sus primeras fortalezas de frente a los otros candidatos a la Presidencia de la República: ninguno conoce mejor México y a tantos mexicanos. Igual, nadie ha traducido tantas veces los complejos problemas nacionales al lenguaje y a los signos comprendidos por todos, en sus discursos, en sus entrevistas o en sus libros. Entre otro de sus baluartes de mayor solidez, se encuentra el crédito que merece su actuación como político, porque ha sostenido sin titubeos sus convicciones, a veces con un tesón que puede hastiar, pero que al final queda en las mentes y triunfa. En igual sentido obran su austeridad y sencillez, que contrastan con la ostentación y apariencia encopetada de cualquiera de sus rivales del PRI o del PAN. Todo ello lo hace un candidato popular, bien identificado con las maneras de ser del grueso de los electores. Agrego otra fibra en la personalidad de López Obrador: su pasión por la historia. Es una descollante virtud, porque aquella –la Historia– muestra que ningún gran líder político y menos un estadista, se ha construido sin abrevar continuamente en las lecciones del pasado y buscar allí inspiraciones y luces. Vistas estas cualidades, cualquiera de los contrincantes que se le escoja, debe recibir muchos biberones para colocarse a su nivel.
En el curso de esta férrea oposición a las políticas publicas de los gobiernos panistas y priístas, la candidatura de López Obrador ha podido armar una conjunción de fuerzas sociales en torno a un programa cuyos componentes han alcanzado cada vez mayor firmeza y claridad: reparto equitativo de la riqueza social integrada tanto por los bienes económicos como por los culturales, en presencia de la pobreza abrumadora que asola a México. Apoyo oficial a las actividades productivas, sobre todo las que realizan las pequeñas y medianas empresas, tan castigadas hoy en día. Independencia de la política exterior mexicana, tan subordinada a Estados Unidos en los últimos tiempos. Protección del medio ambiente y del capital natural, cuyo deterioro nos tiene al borde de una catástrofe. Aliento a la organización de las clases productoras, fomento decidido a la educación popular. En el tema de la inseguridad, elevado ahora a la primera de las prioridades nacionales, se ha insistido sobre todo en impulsar una política social de atención a los jóvenes.
No es que nadie más enarbole o se refiera a este programa –que los políticos son capaces de vestir cualquier disfraz con tal de vender la mercancía– pero es este bloque popular el que lo hace con empeño y autenticidad, porque colige que su derrota implica una larga fase de sufrimientos y marginaciones para los que habitan el mundo del trabajo. En cuestiones programáticas, hay que poner en el débito de López Obrador su condescendencia con grupos retardatarios, sobre todo del clero, quienes han torpedeado iniciativas emancipadoras como la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Si es por temor a la influencia de los jerarcas religiosos, al final se ha visto que sus llamados y proclamas, son más llamaradas de petate que fuegos duraderos.
Veamos ahora algunas debilidades y adversidades. Ha caído en exabruptos o en la descalificación fácil. Recuérdese el famoso: “Ya cállate chachalaca” –que sin faltarle razones– le endilgó al entonces presidente Vicente Fox y por el cual pagó su candidatura significativos costos en sufragios. Hace unos meses, fue desacertado llamar a Javier Corral achichincle de Felipe Calderón, porque el legislador panista ha demostrado ser hombre de convicciones, encabezando la batalla legal contra los poderosos y voraces monopolios de los medios.
En una tierra de caudillos como es la latinoamericana, los políticos republicanos con carisma y apoyo de masas, deben cuidarse de no caer en la tentación de borrar o anular los liderazgos naturales, las asociaciones, las personalidades, existentes entre ellos y el pueblo. Y sobre todo en la de sobrestimar su papel histórico como para ponerlo encima del nacional. Lázaro Cárdenas dio prueba de esta mesura –y con ello le evitó al país tal vez otra guerra civil– cuando en1940 dejó el poder desoyendo a partidarios radicales que laboraban por su permanencia en Los Pinos. Mucho antes, George Washington prestó a su país quizá el mejor de sus servicios cuando rechazó cambiar el nombramiento de presidente temporal por la corona del monarca. En el entorno y en su propia relación con las multitudes, Andrés Manuel López Obrador reúne varios elementos que lo pueden conducir al nefasto caudillismo, de los cuales ha de deslindarse y dejar clara su estirpe republicana.
Los obstáculos para ganar la Presidencia el próximo año serán enormes. El primero será la contracampaña de infundios y tergiversaciones que desatarán en su contra las televisoras y los noticieros radiofónicos de mayor influencia. Las derechas latinoamericanas ya agarraron el caminito de 2006 y van a tratar de repetirlo: en aquel año gastaron millones de dólares repitiendo hasta la saciedad que AMLO representaba un peligro para México, ¡Ante todo para la paz y la seguridad públicas En Perú, han convencido a miles de electores que de ganar Ollanta Humala habrá guerra con Chile y de otros disparates semejantes. Aun así, en México no lograron ganar la elección y acudieron al fraude. En 2012, de nuevo lo intentarán todo y para todo habrá que articularse una respuesta.
AMLO informó en Chihuahua que de las 65 mil secciones electorales donde debe existir un comité de Morena, se alcanzan ya 30 mil y que al fin de año se llegará a la totalidad. Puede que sean cálculos demasiado optimistas, pero se nota que la organización que tanta falta hizo en 2006, ha ido creciendo. De todas formas, una candidatura de centro izquierda en México y en especial la muy probable de AMLO, tiene como punto de partida una acusada carencia de estructura partidaria, con la que sí contarán los abanderados del PAN y del PRI. La solución deberá llegar de una ola de movilización popular que desborde a los desacreditados partidos políticos y cubra el escenario con cientos de miles de acciones en las redes sociales, en los barrios, en las escuelas, en las plazas.
Algunos han señalado que las encuestas de opinión han operado en México como una primera vuelta electoral rudimentaria puesto que de los tres candidatos, los dos punteros se dividen el grueso de los votos. Así fue al menos en el 2000 y en el 2006. Para marzo-abril del próximo año, con candidatos seguros, sabremos en qué lugar colocan a AMLO las encuestas. Tengo para mí, que estará en el primer o en el segundo sitio y de allí en adelante se desarrollará la verdadera batalla electoral, en la cual el candidato deberá sacar la casta y a flote sus evidentes fortalezas.
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