Más que a Creel, a quien realmente parece temer el grupo que reclama la herencia de Mouriño es a Vázquez Mota.
Pascal Beltrán del Río
El martes 8 de abril de 2008, comí con el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño en el restaurante Mesón de Puerto Chico, a un costado del Monumento a la Revolución.
La iniciativa de reforma energética del presidente Calderón estaba a punto de llegar al Senado de la República. Platicábamos sobre los efectos de la exhibición, el 24 de febrero anterior, de los documentos que daban cuenta de contratos entre las empresas de su familia y Pemex, y que llevaban estampada su firma, en tiempos en que él era diputado federal.
Mouriño pidió un ron y yo, un tequila. El celular del secretario no dejaba se sonar. Apenado por las interrupciones, me confió que la iniciativa se enviaría horas después al Senado. Bromeando, le dije que nomás faltaba que un secretario de Gobernación no tuviera cosas que hacer.
Recuerdo que, entre sorbo y sorbo de su cuba de Matusalem Platino, Mouriño tomó la llamada de muchos funcionarios. Me acuerdo claramente de las de la secretaria Georgina Kessel y del subsecretario Cuauhtémoc Cardona, pero hubo muchas otras.
Se notaba la importancia del momento, que la iniciativa era uno de los movimientos de piezas más importantes en el ajedrez político de esos días de principios de sexenio. Me daba la impresión de que cada miembro del gabinete tenía una tarea encomendada en torno de la reforma y todos empujaban como un equipo de rugby a la hora del scrum. Cada vez que sonaba el celular, Mouriño tenía la confianza de decir, “perdón, me llama fulano”, incluso cuando le llegó una comunicación del Presidente, la única por la que se levantó de la mesa. Poco después vino otra. El secretario miró la pantalla del teléfono y dijo con un evidente desdén: “Ah, es Josefina… ella puede esperar”.
Desde su inclusión en la campaña del entonces candidato presidencial panista Felipe Calderón, Josefina Vázquez Mota fue vista como un elemento ajeno en el equipo compacto que seguía a Calderón y en el que estaban Juan Camilo Mouriño, Ernesto Cordero, Alejandra Sota, Max Cortázar, César Nava, Jordy Herrera y algunos más.
De pronto, la coordinación de la campaña tenía dos cabezas visibles para los medios: Mouriño y Vázquez Mota. Para sortear las diferencias, el candidato encargó al primero la organización hacia adentro y a la segunda dar la cara por el grupo hacia fuera. Pero eso no terminó con la competencia entre ambos, que culminó en un visible encono.
En su espléndido perfil sobre la actual coordinadora del PAN en la Cámara de Diputados —incluida en el libro Los suspirantes 2012—, el avezado periodista Guillermo Osorno captura aquel momento en palabras de Vázquez Mota: “De pronto llegué y pensé que (la incorporación) se iba a resolver más fácil. Pero no fue un proceso sencillo. Realmente de mi parte no hubo animadversión. No había tiempo para eso, no para mí”.
A la hora de la integración del gabinete calderonista, el poder de Mouriño sobrepasó por mucho al de Vázquez Mota. Como jefe de la Oficina de la Presidencia, primero, y luego como secretario de Gobernación, Juan Camilo demostró ser el hombre de confianza de Felipe Calderón, al punto de que poco antes de su muerte, en noviembre de 2008, se le veía como el hombre al que el Presidente eventualmente promovería para sucederlo en el lejanísimo 2012.
Tras de la muerte de Mouriño, por ésta y/o por otras razones, el equipo presidencial perdió el engrudo que lo mantenía cohesionado. Sin embargo, para buena parte del equipo original, quien tiene los tamaños para mantener vigente el espíritu del calderonismo es Cordero, a quien apoya abiertamente como sucesor, en particular desde que el Presidente dispuso que el secretario de Hacienda fuera el orador del acto que congregó a cerca de dos mil delegados del gobierno federal, el pasado 13 de mayo.
Las aspiraciones presidenciales de Cordero se fortalecieron también a raíz de que en una cena en casa del secretario del Trabajo, Javier Lozano, tres miembros del gabinete —él mismo, Ernesto Cordero y Alonso Lujambio— acordaron no presentar un frente desunido ante el senador Santiago Creel y la diputada Vázquez Mota, quienes marchan al frente de ellos en todas las encuestas que miden la preferencia de los electores panistas y no panistas.
Y luego, mediante la filtración de una carta, el 26 de mayo, en que más de un centenar de personalidades ligadas a Acción Nacional, entre ellas varios miembros de la familia Mouriño, apoyaban las aspiraciones presidenciales del secretario de Hacienda.
De no cambiar ese curso, de no impactar negativamente en el ánimo del calderonismo las polémicas declaraciones de Cordero sobre la economía del país, parece un hecho que veremos en la contienda interna panista del 13 de febrero la reedición de un viejo duelo: Vázquez Mota contra Mouriño, representado por Ernesto Cordero.
No soy el único en verlo así. Quienes tienen en su messenger de BlackBerry a algunos integrantes del grupo compacto original del calderonismo habrán visto aparecer, en días recientes, una interesante foto en el cuadro donde los usuarios generalmente colocan su propia imagen: es una foto en blanco y negro, seguramente tomada de algún periódico, donde Cordero susurra algo al oído de Mouriño.
Más que a Creel, a quien realmente parece temer el grupo que reclama la herencia de Mouriño es a Vázquez Mota. El apoyo electoral a la coordinadora de los diputados panistas ha ido creciendo entre los miembros y adherentes del PAN, quienes serán los que elijan en febrero entrante al abanderado presidencial del partido.
La semana pasada, la ex secretaria de Desarrollo Social y de Educación mostró a los medios los resultados de dos encuestas que dan cuenta de ese crecimiento.
Cuando la cuestioné sobre su cercanía con el Presidente —en la entrevista que se publicará mañana en Excélsior y se transmitirá por nuestra televisora hermana CadenaTres—, Vázquez Mota me dijo que tenía claro que ella no era parte de aquel grupo de colaboradores cercanos que han acompañado al Presidente desde hace más de una década.
“Yo llego por otra ruta a la vida del Presidente. Tengo claro que él ya tenía este círculo con el que compartía amistades y momentos de mucha intimidad, y yo llego como parte de su equipo, pero con otra historia. Sin embargo, siempre hemos estado cerca”.
No cabe duda de que es mucho a lo que se enfrenta Vázquez Mota en su ruta hacia Los Pinos: ninguna candidata presidencial ha tenido más de 2.7% de los votos; nadie ha logrado llegar a la Presidencia de la República directamente desde la Cámara de Diputados mediante una elección, y la última vez que alguien que fue secretario de Estado en dos sexenios diferentes buscó la Presidencia, fue derrotado (Francisco Labastida).
Josefina tampoco trae un gran apoyo en la estructura formal del partido: solamente el dirigente estatal del PAN en Yucatán, Hugo Sánchez Camargo, así como la coordinadora de los diputados locales de Acción Nacional en esa entidad, Magaly Cruz Nucamendi, parecen estar firmemente de su lado. Por tanto, sería difícil que el equipo de Vázquez Mota elaborara una carta de adhesiones tan llamativa como la de Cordero, con todo y que recientemente anunció que los primeros dos panistas en alcanzar una gubernatura, Ernesto Ruffo y Carlos Medina Placencia, están en su equipo.
Y sin embargo, Josefina va. Me aseguró que estará en la boleta de la elección interna del 13 de febrero y me dijo que quiere ser “la preferida de los panistas y los ciudadanos”, una expresión con la que pretende tomar distancia de Cordero, visto como el favorito de Los Pinos.
Sólo faltan ocho meses para saber si a Vázquez Mota le dio para convertirse en la primera mujer que llega a una elección presidencial por la derecha —ya fue la primera secretaria de Desarrollo Social y de Educación— o si Juan Camilo Mouriño tiene la estirpe del Cid Campeador.
Pascal Beltrán del Río
El martes 8 de abril de 2008, comí con el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño en el restaurante Mesón de Puerto Chico, a un costado del Monumento a la Revolución.
La iniciativa de reforma energética del presidente Calderón estaba a punto de llegar al Senado de la República. Platicábamos sobre los efectos de la exhibición, el 24 de febrero anterior, de los documentos que daban cuenta de contratos entre las empresas de su familia y Pemex, y que llevaban estampada su firma, en tiempos en que él era diputado federal.
Mouriño pidió un ron y yo, un tequila. El celular del secretario no dejaba se sonar. Apenado por las interrupciones, me confió que la iniciativa se enviaría horas después al Senado. Bromeando, le dije que nomás faltaba que un secretario de Gobernación no tuviera cosas que hacer.
Recuerdo que, entre sorbo y sorbo de su cuba de Matusalem Platino, Mouriño tomó la llamada de muchos funcionarios. Me acuerdo claramente de las de la secretaria Georgina Kessel y del subsecretario Cuauhtémoc Cardona, pero hubo muchas otras.
Se notaba la importancia del momento, que la iniciativa era uno de los movimientos de piezas más importantes en el ajedrez político de esos días de principios de sexenio. Me daba la impresión de que cada miembro del gabinete tenía una tarea encomendada en torno de la reforma y todos empujaban como un equipo de rugby a la hora del scrum. Cada vez que sonaba el celular, Mouriño tenía la confianza de decir, “perdón, me llama fulano”, incluso cuando le llegó una comunicación del Presidente, la única por la que se levantó de la mesa. Poco después vino otra. El secretario miró la pantalla del teléfono y dijo con un evidente desdén: “Ah, es Josefina… ella puede esperar”.
Desde su inclusión en la campaña del entonces candidato presidencial panista Felipe Calderón, Josefina Vázquez Mota fue vista como un elemento ajeno en el equipo compacto que seguía a Calderón y en el que estaban Juan Camilo Mouriño, Ernesto Cordero, Alejandra Sota, Max Cortázar, César Nava, Jordy Herrera y algunos más.
De pronto, la coordinación de la campaña tenía dos cabezas visibles para los medios: Mouriño y Vázquez Mota. Para sortear las diferencias, el candidato encargó al primero la organización hacia adentro y a la segunda dar la cara por el grupo hacia fuera. Pero eso no terminó con la competencia entre ambos, que culminó en un visible encono.
En su espléndido perfil sobre la actual coordinadora del PAN en la Cámara de Diputados —incluida en el libro Los suspirantes 2012—, el avezado periodista Guillermo Osorno captura aquel momento en palabras de Vázquez Mota: “De pronto llegué y pensé que (la incorporación) se iba a resolver más fácil. Pero no fue un proceso sencillo. Realmente de mi parte no hubo animadversión. No había tiempo para eso, no para mí”.
A la hora de la integración del gabinete calderonista, el poder de Mouriño sobrepasó por mucho al de Vázquez Mota. Como jefe de la Oficina de la Presidencia, primero, y luego como secretario de Gobernación, Juan Camilo demostró ser el hombre de confianza de Felipe Calderón, al punto de que poco antes de su muerte, en noviembre de 2008, se le veía como el hombre al que el Presidente eventualmente promovería para sucederlo en el lejanísimo 2012.
Tras de la muerte de Mouriño, por ésta y/o por otras razones, el equipo presidencial perdió el engrudo que lo mantenía cohesionado. Sin embargo, para buena parte del equipo original, quien tiene los tamaños para mantener vigente el espíritu del calderonismo es Cordero, a quien apoya abiertamente como sucesor, en particular desde que el Presidente dispuso que el secretario de Hacienda fuera el orador del acto que congregó a cerca de dos mil delegados del gobierno federal, el pasado 13 de mayo.
Las aspiraciones presidenciales de Cordero se fortalecieron también a raíz de que en una cena en casa del secretario del Trabajo, Javier Lozano, tres miembros del gabinete —él mismo, Ernesto Cordero y Alonso Lujambio— acordaron no presentar un frente desunido ante el senador Santiago Creel y la diputada Vázquez Mota, quienes marchan al frente de ellos en todas las encuestas que miden la preferencia de los electores panistas y no panistas.
Y luego, mediante la filtración de una carta, el 26 de mayo, en que más de un centenar de personalidades ligadas a Acción Nacional, entre ellas varios miembros de la familia Mouriño, apoyaban las aspiraciones presidenciales del secretario de Hacienda.
De no cambiar ese curso, de no impactar negativamente en el ánimo del calderonismo las polémicas declaraciones de Cordero sobre la economía del país, parece un hecho que veremos en la contienda interna panista del 13 de febrero la reedición de un viejo duelo: Vázquez Mota contra Mouriño, representado por Ernesto Cordero.
No soy el único en verlo así. Quienes tienen en su messenger de BlackBerry a algunos integrantes del grupo compacto original del calderonismo habrán visto aparecer, en días recientes, una interesante foto en el cuadro donde los usuarios generalmente colocan su propia imagen: es una foto en blanco y negro, seguramente tomada de algún periódico, donde Cordero susurra algo al oído de Mouriño.
Más que a Creel, a quien realmente parece temer el grupo que reclama la herencia de Mouriño es a Vázquez Mota. El apoyo electoral a la coordinadora de los diputados panistas ha ido creciendo entre los miembros y adherentes del PAN, quienes serán los que elijan en febrero entrante al abanderado presidencial del partido.
La semana pasada, la ex secretaria de Desarrollo Social y de Educación mostró a los medios los resultados de dos encuestas que dan cuenta de ese crecimiento.
Cuando la cuestioné sobre su cercanía con el Presidente —en la entrevista que se publicará mañana en Excélsior y se transmitirá por nuestra televisora hermana CadenaTres—, Vázquez Mota me dijo que tenía claro que ella no era parte de aquel grupo de colaboradores cercanos que han acompañado al Presidente desde hace más de una década.
“Yo llego por otra ruta a la vida del Presidente. Tengo claro que él ya tenía este círculo con el que compartía amistades y momentos de mucha intimidad, y yo llego como parte de su equipo, pero con otra historia. Sin embargo, siempre hemos estado cerca”.
No cabe duda de que es mucho a lo que se enfrenta Vázquez Mota en su ruta hacia Los Pinos: ninguna candidata presidencial ha tenido más de 2.7% de los votos; nadie ha logrado llegar a la Presidencia de la República directamente desde la Cámara de Diputados mediante una elección, y la última vez que alguien que fue secretario de Estado en dos sexenios diferentes buscó la Presidencia, fue derrotado (Francisco Labastida).
Josefina tampoco trae un gran apoyo en la estructura formal del partido: solamente el dirigente estatal del PAN en Yucatán, Hugo Sánchez Camargo, así como la coordinadora de los diputados locales de Acción Nacional en esa entidad, Magaly Cruz Nucamendi, parecen estar firmemente de su lado. Por tanto, sería difícil que el equipo de Vázquez Mota elaborara una carta de adhesiones tan llamativa como la de Cordero, con todo y que recientemente anunció que los primeros dos panistas en alcanzar una gubernatura, Ernesto Ruffo y Carlos Medina Placencia, están en su equipo.
Y sin embargo, Josefina va. Me aseguró que estará en la boleta de la elección interna del 13 de febrero y me dijo que quiere ser “la preferida de los panistas y los ciudadanos”, una expresión con la que pretende tomar distancia de Cordero, visto como el favorito de Los Pinos.
Sólo faltan ocho meses para saber si a Vázquez Mota le dio para convertirse en la primera mujer que llega a una elección presidencial por la derecha —ya fue la primera secretaria de Desarrollo Social y de Educación— o si Juan Camilo Mouriño tiene la estirpe del Cid Campeador.
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