Gurría y Calderón con el PAN de rodillas ante el libre mercado

Álvaro Cepeda Neri

Hubo un salinista-zedillista: José Ángel Gurría (funcionario en dos sexenios y apodado el Ángel de la dependencia, por su desnacionalizado arrodillarse a Washington y rezarle al dios-mercado ahora encumbrado en la OCDE: Organización Mundial de Comercio), que usaba una barba que se dejaba crecer, como antifaz y ya al frente de ese organismo se quitó de raíz, para dar la cara como otros más que adoran al libre mercado (donde sólo sobreviven los ricos, mercaderes, millonarios, multimillonarios y tipos como él). Ya sistematizado el mercado, para vender y comprar según el derecho natural de la oferta y la demanda (ese jusnaturalismo es una concepción religiosa para, en nombre del dios-mercado, embolsarse, con el control de los precios al alza, ganancias de acuerdo con aquello de que “el pez grande (máxime si es un tiburón) se come al pequeño”. Gurría es uno de esos tiburones y quien constantemente dicta “cátedra” y ha salido con su eterna y llorona canción del libre mercado.

Ha enviado a uno de sus empleados de la OCDE para a coro con Calderón, rezarle al libre mercado y anunciar que deben suprimirse los subsidios, porque benefician a los ricos (estos se meten por todos los agujeros: ratas voraces y mercaderes que hasta en la leyenda bíblica fueron arrojados a patadas). Calderón ha estado suprimiendo los subsidios al campo en manos de campesinos, comuneros, ejidatarios e indígenas, con lo cual estos huyen como esclavos a tierras estadounidenses (y que el órgano de Inmigración, en manos de la señora Cecilia Romero, por omisiones, digamos, los captura, extorsiona y después asesina para enterrarlos en fosas con miles de ellos en Tamaulipas, Durango, Chihuahua, etc.).

Suponen los mercaderes, como Gurría y Calderón, que el dinero que obtiene el gobierno por venta de bienes (como el petróleo, gas y otros recursos naturales, incluso no renovables) y demás ingresos, son propiedad de los gobernantes y estos, en lugar de invertirlos para beneficio del pueblo, se roban las ganancias por medio de subsidios a sus cuentas bancarias. Quiere, pues, que desaparezcan los subsidios. Y que el empobrecido mexicano, sin empleo, enfermo (con medicinas carísimas y el seguro popular calderonista que es puro cuento chino) en su mayoría sobreviva en la miseria y trabaje con salarios de hambre.

Pero los mercados, con todo y su gurú: Adam Smith, han sido y son intervenidos por los gobernantes democráticos, sobre todo, ya que no se debe ni puede dejarlos en manos de los mercaderes y de quienes predican con sus sermones del ¡Sálvese el que pueda! Y los que no pueden comprar en ese libre mercado, irse marginando como parias. Que Gurría y Calderón le recen de rodillas a su dios-mercado-libre, pero los pueblos han de quitarse de encima a los malos gobernantes y a quienes, como Gurría y Calderón, abusando del poder y amparados en ropajes internacionales, sacan las uñas con las que robaron mientras han sido funcionarios y ya en esos cargos se comportan como perversos mercaderes.

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