Rubén Cortés
Frente a la andanada de publicidad negativa y guerra sucia contra su partido, Humberto Moreira no ha resultado el político joven, contestatario, inconformista, indómito y mediático que asumió la presidencial del PRI en marzo pasado.
Hizo mutis. Y en política, los silencios son más elocuentes que las palabras. Porque son una elocuencia negativa. El gobierno panista ya lo consideran noqueado. En el PRI están desconcertados y se interrogan: ¿qué pasa con Moreira?
Primero, calló ante la captura ilegal de su compañero de partido Jorge Hank, pese a que el caso tenía todos los ingredientes de un golpe político a un mes de las elecciones del Estad de México.
Tampoco se trataba de defender a Hank, un personaje de aires hampescos, custodiado sospechosamente por un pequeño ejército de guardias personales y envuelto en acusaciones de delitos y crímenes.
Moreira, quien había sorprendido por su coraje, garra, astucia, resistencia y capacidad para conciliar lo irreconciliable, mandó a su vocero, David Penchyna, quien exigió para Hank justicia firme e inquebrantable.
¿No podía decir lo mismo Moreira?
Luego estalló un supuesto caso de corrupción de un colaborador suyo, Vicente Chaires, quien siempre ganó salarios módicos y presuntamente posee grandes empresas de comunicación y adquirió una casa en San Antonio Texas por 860 mil dólares. Y Moreira calló.
Después, el Presidente criticó al PRI: “México tenía un régimen autocrático, todos los gobernadores y senadores eran del mismo partido, que controlaba los medios, las escuelas, los conciertos de rock y los estudiantes protestaban eran masacrados”.
Moreira mandó de nuevo a Penchyna, quien pidió al Presidente bajarse del ring. ¡Por favor! Calderón está arriba del ring y sus presidenciables también. ¿Es con súplicas cómo los enfrentarán?
Quien quiera se puede subir al ring. El problema es si lo hace de manera ilegal. Moreira contaba con argumentos: Calderón fue al extranjero con recursos públicos a usar propaganda contra un partido legal. Y la ley prohíbe al Presidente realizar actividades con influencia electoral.
Existen instrumentos legales que regulan la participación electoral de los funcionarios. ¿Por qué Moreira no se refiere a esto y empuja esa vía? ¿Y por qué no se deslinda e una vez en relación con el caso Chaires?
Pero Moreira también dejó solo al priista mejor posicionado hacia 2012, Enrique Peña, acusado de comprar en una tienda de multimillonarios en Beverly Hills. Peña perdió la paciencia frente al silencio del PRI y debió protestar él solo por guerra sucia en su contra desde Los Pinos.
Quizás el problema sea que Moreira no tiene asesores capaces de ayudarle a responder con argumentos y tener una comunicación moderna, a la altura de un PRI que se encamina hacia la Presidencia.
Entonces que lo resuelva y regrese a la pelea.
Frente a la andanada de publicidad negativa y guerra sucia contra su partido, Humberto Moreira no ha resultado el político joven, contestatario, inconformista, indómito y mediático que asumió la presidencial del PRI en marzo pasado.
Hizo mutis. Y en política, los silencios son más elocuentes que las palabras. Porque son una elocuencia negativa. El gobierno panista ya lo consideran noqueado. En el PRI están desconcertados y se interrogan: ¿qué pasa con Moreira?
Primero, calló ante la captura ilegal de su compañero de partido Jorge Hank, pese a que el caso tenía todos los ingredientes de un golpe político a un mes de las elecciones del Estad de México.
Tampoco se trataba de defender a Hank, un personaje de aires hampescos, custodiado sospechosamente por un pequeño ejército de guardias personales y envuelto en acusaciones de delitos y crímenes.
Moreira, quien había sorprendido por su coraje, garra, astucia, resistencia y capacidad para conciliar lo irreconciliable, mandó a su vocero, David Penchyna, quien exigió para Hank justicia firme e inquebrantable.
¿No podía decir lo mismo Moreira?
Luego estalló un supuesto caso de corrupción de un colaborador suyo, Vicente Chaires, quien siempre ganó salarios módicos y presuntamente posee grandes empresas de comunicación y adquirió una casa en San Antonio Texas por 860 mil dólares. Y Moreira calló.
Después, el Presidente criticó al PRI: “México tenía un régimen autocrático, todos los gobernadores y senadores eran del mismo partido, que controlaba los medios, las escuelas, los conciertos de rock y los estudiantes protestaban eran masacrados”.
Moreira mandó de nuevo a Penchyna, quien pidió al Presidente bajarse del ring. ¡Por favor! Calderón está arriba del ring y sus presidenciables también. ¿Es con súplicas cómo los enfrentarán?
Quien quiera se puede subir al ring. El problema es si lo hace de manera ilegal. Moreira contaba con argumentos: Calderón fue al extranjero con recursos públicos a usar propaganda contra un partido legal. Y la ley prohíbe al Presidente realizar actividades con influencia electoral.
Existen instrumentos legales que regulan la participación electoral de los funcionarios. ¿Por qué Moreira no se refiere a esto y empuja esa vía? ¿Y por qué no se deslinda e una vez en relación con el caso Chaires?
Pero Moreira también dejó solo al priista mejor posicionado hacia 2012, Enrique Peña, acusado de comprar en una tienda de multimillonarios en Beverly Hills. Peña perdió la paciencia frente al silencio del PRI y debió protestar él solo por guerra sucia en su contra desde Los Pinos.
Quizás el problema sea que Moreira no tiene asesores capaces de ayudarle a responder con argumentos y tener una comunicación moderna, a la altura de un PRI que se encamina hacia la Presidencia.
Entonces que lo resuelva y regrese a la pelea.
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