El poeta Calderón

- "Honorable Congreso..."
- El abrazo del Castillo

Julio Hernández López / Astillero


Emergió intacto, e incluso fortalecido. Manejó la sesión conforme a sus intereses, rindió una especie de informe parcial de gobierno ("Honorable Congreso de la Caravana por la Paz"), expuso con pasión sus conocidas tesis de sustento bélico, sometió los reproches y evidencias adversas a los cauces y ritmo de la Sonora Burocracia de siempre, se entretuvo largamente en el manejo de su laptop, anunció su disposición de sumarse a alguna marcha siciliana, rió de vez en cuando con su esposa mientras algún quejoso le hablaba (y al final jugó y habló con un niño mientras otra doliente le exponía su penar), recibió artículos de devoción católica en señal de transferencia de presuntas nuevas cargas ("Ahora la justicia le corresponde a usted", dijo Sicilia, como quien entrega un bastón de mando o una cuenta por cobrar), y terminó la sesión airoso, controlador, en abrazo y sonrisas con su principal interlocutor, convencidos los participantes de que mucho gana el país con la formación de un comité de seguimiento de lo allí dicho que se reunirá para fines evaluatorios dentro de tres meses.

El estar hasta la madre devino en búsqueda caminante de consuelo hasta llegar ayer al punto religioso de la reconciliación. No hubo un sólo momento en que los traductores de la indignación y el dolor populares presentaran ante la superioridad un alegato realmente ríspido o una exigencia mayor. La única interrupción importante del flujo oral calderónico la produjo el poeta Sicilia para preguntar si podía fumar un cigarrito, lo que provocó amable intercambio de opiniones sobre el delicado tema que se disolvió entre risas de cortesía mutua (el punto fue resuelto más tarde, cuando Felipe dijo a Javier que ya había investigado y que sí se podía fumar en el lugar porque era un espacio público abierto, lo que desencadenó un nuevo reparto de ánimos concordantes en forma de risas y sonrisas). Nada empañó las estampas del nuevo misal ilustrado: Calderón le dijo claramente a Sicilia que estaba equivocado en determinada observación y no hubo revire, a dos de los otros familiares de víctimas les pareció que Calderón y sus acompañantes les insultaban al hablar de presuntos avances justicieros pero rápidamente fue apagada la vela de la discordia, y todos los casos presentados fueron afanosamente anotados en sus libretas de apuntes por los atentísimos funcionarios federales que siempre tuvieron a flor de labio la respuesta o la precisión o la promesa o la intención demostrativas de que se está haciendo lo correcto o lo que se puede o lo que sea.

Cierto es que no era la guerra ni tenía porque serlo (sino todo lo contrario) , y por tanto no era cuestión de ganadores o perdedores sino de resultados, de avances. Y del lado de los pacifistas lo más relevante fue la posibilidad de exponer resúmenes de sus desgracias ante el responsable institucional de ellas y la posibilidad, ayer concedida, de transitar con menos trabas los laberintos de la burocracia con la esperanza de que ahora sí atiendan sus demandas tantas veces desoídas o menospreciadas. Pero las tesis pacificadoras profundas no avanzaron, ni hubo respuesta felipista a los puntos centrales propuestos por el poeta desde mayo, a pesar de que se les aisló del riesgo controversial que habría significado el agregar los nada complacientes acuerdos de Ciudad Juárez (dados de baja, como bien se sabe, por una decisión central con chaleco de explorador).

García Luna, Blake y la procuradora Morales hicieron faenas secundarias para que su gran jefe fuera quien consolidara el discurso de poder, la amplia explicación tolerada de las razones de la guerra, el alegato autoritario, con ceja alzada, golpecitos en la mesa y tono de gran convicción. Dos visiones confrontadas del país que acabaron en un presunto entendimiento asido de la nada. El guerrero mantuvo en alto su decisión de seguir arrasando, mientras el pacifista mantuvo todo en paz. Felipe ha dicho mil veces que no cambiará un ápice la sustancia de su estrategia bélica y ayer lo reiteró, mientras la caravana del consuelo, de la paz, del escapulario y del rosario, se conformaba con la integración del comité de seguimiento que Sicilia propuso al final, como si fuera parte de un proceso acordado, y que el dominante Felipe, ya casi autodeclarado poeta a esas alturas, trasladó en sus puntos operativos a la secretaría de Gobernación, para los fines conducentes (no se dijo con cuántas copias y con cuántos sellos de recibido). Y la imagen final que es el saldo insalvable. El abrazo del Castillo, la entrega redentora. Que así sea: podéis ir en paz, el "diálogo" ha terminado.

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