Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Molesto y descontrolado. Así ha estado Alonso Lujambio desde que más de un centenar de panistas se pronunció por la candidatura de Ernesto Cordero para la Presidencia hace casi un mes, que perfiló al secretario de Hacienda como el Plan A del presidente Felipe Calderón dentro del gabinete, para su sucesión. La mañana que apareció en la prensa la carta de adhesión, uno de los asesores de Lujambio, Juan Ignacio Zavala, le tiró el teléfono a improperios a sus pares adversarios.
Zavala, cuñado del Presidente, estaba indignado. No le gustó ni a él ni a su amigo y cliente electoral Lujambio, la forma como se operó el destape de Cordero. Menos lo que vino después, una estrategia mediática que en pocas semanas ha disminuido a sus adversarios, que lo colocó rápidamente en el centro del escenario sucesorio.
Los equipos de los precandidatos panistas repelan y refieren las encuestas. Pero sólo se engañan a sí mismos. Aunque es cierto que Cordero estaba por debajo de varios en los estudios de opinión, también lo es que era el más callado de todos. Al irrumpir en el escenario y tener la máxima exposición mediática entre los panistas, el nivel de recordación aumentará y con ello empezará a alcanzarlos.
A algunos precandidatos, como Lujambio, les cuesta trabajado reconocerlo. Pero el panorama para aspirantes como él se desequilibró por la fuerza detrás de Cordero, los coloca en mayor desventaja. A diferencia de otros tres secretarios de Estado, un gobernador y dos legisladores que aspiran la candidatura, sólo Cordero ha sido reconocido públicamente por sus adversarios en otros partidos.
Lujambio lleva siete meses provocando al gobernador del estado de México Enrique Peña Nieto, para debatir con él . “Hay que decirle las cosas”, dijo en aquél momento. “Basta de protección. Tiene que responder y cuando empiece a hablar, lo vamos a acabar”. No ha tenido éxito, y sólo en la primera ocasión que lo criticó, obtuvo una respuesta contenida.
Cordero retó a Peña Nieto a debatir con él sobre temas de economía, y a la primera provocó una respuesta directa del gobernador. Peña Nieto declinó, pero otro precandidato, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, se metió voluntariamente al debate y lo realizarán en unos días. La reacción de ambos políticos demuestra otra cosa: Lujambio no es interlocutor; Cordero sí. Lujambio no es el candidato del Presidente; Cordero sí.
Si Lujambio juega inteligentemente, mantendrá sus opciones abiertas, que pasan por reconocer que no es el Plan A de Los Pinos, y admitir que su vieja amistad con Felipe Calderón y sus orígenes en el panismo aristocrático no le alcanzaron para esta fase del proceso. Si lo acepta, entonces Lujambio puede buscar ser el Plan B de Los Pinos, y esperar los meses de prueba pública de Cordero, donde el Presidente verá si su delfín tiene los arrestos para enfrentar una campaña presidencial que se anticipa muy dura y a contrasentido.
Pero para que eso pase, Lujambio debe construirse como el verdadero Plan B del Presidente. Dentro del gabinete hay cuatro secretarios de Estados apuntados en el proceso, pero uno está prácticamente descartado –porque no se atrevió a crecer ante las élites en el corazón político del país-, Heriberto Félix, secretario de Desarrollo Social, y otro es cuestionado dentro del PAN, Javier Lozano, el secretario del Trabajo. Las posibilidades de Lujambio sí son altas, pero depende de que Cordero resbale o sea incapaz de conectar con el electorado.
Las cartas presidenciales ya están jugando en el tablero. Cordero es la reina del ajedrez, apoyado por la confianza plena del Presidente en él, su cercanía y ser él quien mejor representa el proyecto político de los calderonistas. Lozano, que se niega a aceptar que está fuera de la sucesión presidencial, es quizás el secretario más completo que tiene Calderón en el gabinete, pero los fantasmas priístas de su pasado –aunque es panista desde 2005- no lo han dejado tranquilo, quizás por su carácter, quizás por lo intempestivo, quizás por lo intolerante.
Lujambio no tiene los negativos de Lozano, y en su favor está la división dentro de la familia presidencial. La familia presidencial ve mejor a Lujambio. Zavala es su asesor, y su prima Mariana Gómez del Campo, coordinadora del PAN en la Asamblea de Representantes, afirma que es el mejor de todos. La esposa del Presidente, Margarita Zavala, una política con meritos propios, permitió que su secretaria particular firmara la carta de adhesión a Cordero, y aunque no ha dado señales claras de su preferencia, por su papel como consejera política del PAN, será una jugadora central en el proceso.
Qué piensa la señora Zavala sobre los precandidatos no es conocido. Sí lo es, desde hace tiempo, cierto desprecio –que se extiende en su familia- por los jóvenes panistas que forman la guardia pretoriana del presidente Calderón, y que tuvieron como su primer comandante a Juan Camilo Mouriño, cuya encarnación como proyecto transexenal es Cordero.
Lujambio tiene menos tres meses para consolidarse como la opción a Cordero. El espacio de tiempo tiene que ver con los tiempos analizados sobre la eventual salida de Cordero de Hacienda para iniciar oficialmente su precampaña presidencial, a partir de la presentación del Presupuesto y la Ley de Ingresos al Congreso. Se estima que será en septiembre, y sería un error que Cordero, en la indefinición sobre 2012, fuera el negociador en jefe con el Congreso.
Si el Presidente ve que Cordero tiene potencial electoral, renunciará al gabinete y Lujambio tendrá que resignarse y levantarle la mano. Pero si naufraga, la estrategia que seguirá el secretario de Educación será fundamental. Su agresividad contra Peña Nieto no le da respuestas del gobernador, pero sí lo coloca en los medios de comunicación. La belicosidad de sus palabras, que a muchos en las élites no gusta, le ayuda a que su voz sea oída por los electores.
Qué tan agresivo debe ser o qué tan rijoso; que tan insistente en alejarse de la agenda educativa para estar en la arena electoral o cómo combinar su trabajo con su aspiración. Los cálculos de Lujambio no pueden ser unidimensionales. A veces parece un secretario desesperado en busca de interlocución. En esto tiene razón. Hasta ahora, ningún oponente lo ha tomado en serio. Es la paradoja del Plan B: su suerte y destino está en manos de su adversario, el Plan A.
Molesto y descontrolado. Así ha estado Alonso Lujambio desde que más de un centenar de panistas se pronunció por la candidatura de Ernesto Cordero para la Presidencia hace casi un mes, que perfiló al secretario de Hacienda como el Plan A del presidente Felipe Calderón dentro del gabinete, para su sucesión. La mañana que apareció en la prensa la carta de adhesión, uno de los asesores de Lujambio, Juan Ignacio Zavala, le tiró el teléfono a improperios a sus pares adversarios.
Zavala, cuñado del Presidente, estaba indignado. No le gustó ni a él ni a su amigo y cliente electoral Lujambio, la forma como se operó el destape de Cordero. Menos lo que vino después, una estrategia mediática que en pocas semanas ha disminuido a sus adversarios, que lo colocó rápidamente en el centro del escenario sucesorio.
Los equipos de los precandidatos panistas repelan y refieren las encuestas. Pero sólo se engañan a sí mismos. Aunque es cierto que Cordero estaba por debajo de varios en los estudios de opinión, también lo es que era el más callado de todos. Al irrumpir en el escenario y tener la máxima exposición mediática entre los panistas, el nivel de recordación aumentará y con ello empezará a alcanzarlos.
A algunos precandidatos, como Lujambio, les cuesta trabajado reconocerlo. Pero el panorama para aspirantes como él se desequilibró por la fuerza detrás de Cordero, los coloca en mayor desventaja. A diferencia de otros tres secretarios de Estado, un gobernador y dos legisladores que aspiran la candidatura, sólo Cordero ha sido reconocido públicamente por sus adversarios en otros partidos.
Lujambio lleva siete meses provocando al gobernador del estado de México Enrique Peña Nieto, para debatir con él . “Hay que decirle las cosas”, dijo en aquél momento. “Basta de protección. Tiene que responder y cuando empiece a hablar, lo vamos a acabar”. No ha tenido éxito, y sólo en la primera ocasión que lo criticó, obtuvo una respuesta contenida.
Cordero retó a Peña Nieto a debatir con él sobre temas de economía, y a la primera provocó una respuesta directa del gobernador. Peña Nieto declinó, pero otro precandidato, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, se metió voluntariamente al debate y lo realizarán en unos días. La reacción de ambos políticos demuestra otra cosa: Lujambio no es interlocutor; Cordero sí. Lujambio no es el candidato del Presidente; Cordero sí.
Si Lujambio juega inteligentemente, mantendrá sus opciones abiertas, que pasan por reconocer que no es el Plan A de Los Pinos, y admitir que su vieja amistad con Felipe Calderón y sus orígenes en el panismo aristocrático no le alcanzaron para esta fase del proceso. Si lo acepta, entonces Lujambio puede buscar ser el Plan B de Los Pinos, y esperar los meses de prueba pública de Cordero, donde el Presidente verá si su delfín tiene los arrestos para enfrentar una campaña presidencial que se anticipa muy dura y a contrasentido.
Pero para que eso pase, Lujambio debe construirse como el verdadero Plan B del Presidente. Dentro del gabinete hay cuatro secretarios de Estados apuntados en el proceso, pero uno está prácticamente descartado –porque no se atrevió a crecer ante las élites en el corazón político del país-, Heriberto Félix, secretario de Desarrollo Social, y otro es cuestionado dentro del PAN, Javier Lozano, el secretario del Trabajo. Las posibilidades de Lujambio sí son altas, pero depende de que Cordero resbale o sea incapaz de conectar con el electorado.
Las cartas presidenciales ya están jugando en el tablero. Cordero es la reina del ajedrez, apoyado por la confianza plena del Presidente en él, su cercanía y ser él quien mejor representa el proyecto político de los calderonistas. Lozano, que se niega a aceptar que está fuera de la sucesión presidencial, es quizás el secretario más completo que tiene Calderón en el gabinete, pero los fantasmas priístas de su pasado –aunque es panista desde 2005- no lo han dejado tranquilo, quizás por su carácter, quizás por lo intempestivo, quizás por lo intolerante.
Lujambio no tiene los negativos de Lozano, y en su favor está la división dentro de la familia presidencial. La familia presidencial ve mejor a Lujambio. Zavala es su asesor, y su prima Mariana Gómez del Campo, coordinadora del PAN en la Asamblea de Representantes, afirma que es el mejor de todos. La esposa del Presidente, Margarita Zavala, una política con meritos propios, permitió que su secretaria particular firmara la carta de adhesión a Cordero, y aunque no ha dado señales claras de su preferencia, por su papel como consejera política del PAN, será una jugadora central en el proceso.
Qué piensa la señora Zavala sobre los precandidatos no es conocido. Sí lo es, desde hace tiempo, cierto desprecio –que se extiende en su familia- por los jóvenes panistas que forman la guardia pretoriana del presidente Calderón, y que tuvieron como su primer comandante a Juan Camilo Mouriño, cuya encarnación como proyecto transexenal es Cordero.
Lujambio tiene menos tres meses para consolidarse como la opción a Cordero. El espacio de tiempo tiene que ver con los tiempos analizados sobre la eventual salida de Cordero de Hacienda para iniciar oficialmente su precampaña presidencial, a partir de la presentación del Presupuesto y la Ley de Ingresos al Congreso. Se estima que será en septiembre, y sería un error que Cordero, en la indefinición sobre 2012, fuera el negociador en jefe con el Congreso.
Si el Presidente ve que Cordero tiene potencial electoral, renunciará al gabinete y Lujambio tendrá que resignarse y levantarle la mano. Pero si naufraga, la estrategia que seguirá el secretario de Educación será fundamental. Su agresividad contra Peña Nieto no le da respuestas del gobernador, pero sí lo coloca en los medios de comunicación. La belicosidad de sus palabras, que a muchos en las élites no gusta, le ayuda a que su voz sea oída por los electores.
Qué tan agresivo debe ser o qué tan rijoso; que tan insistente en alejarse de la agenda educativa para estar en la arena electoral o cómo combinar su trabajo con su aspiración. Los cálculos de Lujambio no pueden ser unidimensionales. A veces parece un secretario desesperado en busca de interlocución. En esto tiene razón. Hasta ahora, ningún oponente lo ha tomado en serio. Es la paradoja del Plan B: su suerte y destino está en manos de su adversario, el Plan A.
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