El Evangelio de la traición

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Elogio de la traición es un ensayo que pasó por mis manos hace algunos años. Lectura innecesaria, porque elude el primero y único problema referente al tema esencial al que tantas páginas dedicaron Denis Jeambar e Ives Roucaute: el origen de la traición, la necesidad de aplicarse al acto de concebirla, planearla, cometerla, aunque no pocas veces ésta obedezca a un proceder irreflexivo.

La traición, fundamentalmente entre los políticos, entre todos aquellos que buscan ansiosamente una parcela de poder, es inherente al ego, es del tamaño del elogio que necesita para respirar, para vivir, el traicionado, o del que requiere quien no puede despertarse sin establecer, de inmediato, una evaluación, un balance sobre los avances de su acto de traición y los supuestos beneficios que con ella obtiene, porque también de ella depende su razón de existir.

Hace unas semanas encontré, en Babelia, el adelanto y análisis de El Evangelio de la traición, libro que en julio será publicado por Edhasa. El paradigma de la traición, de quien traiciona, del personaje y del acto, es Judas Iscariote. Después de 21 siglos carece de epígono, porque ¿quién más alcanza ese nivel? Nadie después de Judas traicionó al hombre-Dios, al hijo de Dios, al Cristo, al fundamento y fundador de una religión, una cultura y una civilización. La cultura Occidental y la cultura judeo cristiana se sobreponen entre ellas; ética y moralmente, poco o casi nada ha variado desde entonces.

De igual manera, Judas es el paradigma del destino de los traidores, pero ninguno después de él -naturalmente nos referimos a un traidor de altos vuelos, de importancia histórica- se ha suicidado, porque pronto, antes de que él cometiera su inicuo acto para que se cumplieran las Escrituras, habían aprendido los seres humanos que a los traidores se les ejecuta, se les borra, se les desaparece, porque cuando les han permitido vivir, completan su objetivo y ocupan el lugar del traicionado.

Expone el texto de Babelia: “Al igual que los personajes positivos, los personajes negativos merecen nuestra atención. En efecto, tienen el mismo poder de definición de una época o de lector que los otros, si no son su contracara. Dime a quién odias y te diré quién eres”; pero, si mi lectura de los Evangelios es correcta, Judas no odiaba al Señor, ni le tenía envidia, sólo pensaba que era un manirroto necesitado de una lección, para propiciar que se condujera por el sendero correcto, a efecto de que asumiera se rol, su papel de mesías con peculiaridades militares, para expulsar a los romanos de la tierra prometida, con el propósito de regresar a Israel, a la casa de David, el esplendor ofrecido.

Apunta el texto referido: “El gran hombre, el santo y el héroe son presentados como modelos; es decir, seres que trascienden la humanidad. Es conveniente imitarlos y admirarlos, a sabiendas, empero, de que jamás estaremos a su altura. Todas las hagiografías, laicas o religiosas, construyen figuras heroicas inigualables. De darles crédito, la humanidad habría encerrado en sus comienzos a tantas personas admirables que hasta cabría pensar que circulaban por las calles;… El héroe es aquel que yo podría ser si no fuera yo, una proyección de mis deseos, mis fantasmas y mis ideales. Por el contrario, el personaje negativo es una réplica de mí mismo. Para decirlo con más exactitud: la parte de mí que no puedo o no quiero aceptar y que rechazo con un gesto de asco. Así como cada quien sabe que nunca será el héroe, todo el mundo admite que puede ser el cabrón.

“Esta aseveración es tanto más válida para el cristianismo, en el que el héroe, Jesús, se define desde el principio como un individuo aparte. Verdadero hombre, también es verdadero Dios. ¿Quién, de no estar loco, podría pretender ser tal cosa? La Imitación de Cristo seguirá siendo para siempre un voto piadoso, una bella metáfora, una fórmula afortunada, pero contadas veces una realidad. Por el contrario, la imitación de Judas es siempre posible. Hay sin cesar traidores y cabrones. Judas representa la parte maldita de la humanidad, la parte que denuncia y engaña, vende y defrauda. Fascina y asquea porque remite a lo que somos y no asumimos.

“… Uno de los precursores del estudio de la figura histórica de Judas, Donatus Haugg, señalaba en 1930 que se trata de una de las personas más misteriosas, pero también más psicológicamente interesantes de la humanidad. Pues el ‘malo’ exhibe un interés complementario: se puede coincidir con facilidad en su condena. ¿Cómo ponerse de acuerdo con la definición del bien? Cada uno puede proponer su concepción personal, y existen centenares de soluciones posibles. En cambio, todos hablan con una sola voz para ensañarse con el tipo sucio, ya sea real (Hitler, Stalin) o supuesto, cosa que prueban todos los mecanismos de constitución de un chivo expiatorio”.

La conclusión no puede, no debe apresurarse, pero es conducida por una lógica implacable: el traidor, por fuerza, es de la estatura del traicionado. A nivel local, en este país Victoriano Huerta es del tamaño de Madero; Calles y Álvaro Obregón son de la estatura de sus víctimas en Huitzilac y Topilejo. Por ello mismo resultan irrelevantes las figuras de Lee Harvey Oswald -quien nunca decidió la ejecución de JFK- y Mario Aburto -a quien pusieron el arma en las manos-, y se redimensiona la de Ramón Mercader como antihéroe, no como traidor, pues sólo Stalin podía estar detrás de la muerte de Trotski.

La literatura y la fantasía son otra cosa. A Michael Corleone sólo podía traicionarlo Fredo, su hermano; a Supermán, su “amigo” Lex Lutor. El traidor es quien más cerca está, porque necesita respirar del mismo aire que su traicionado.

Anota el autor del texto de Babelia: “Ante lectura de María Magdalena, una obra anterior que adoptaba, tal vez con menos claridad, el proceder de la Wirkungsgeschichte, muchos lectores se quedaron con las ganas: ¿era la protagonista, sí o no, la noviecilla de Jesús? Se trata de un interrogante moderno, una pregunta originada en una especie de positivismo histórico heredado del romanticismo. En realidad, no es posible responderla, como tampoco puede responderse a la que va a plantear infaliblemente el presente libro: ¿por qué Judas traicionó a Jesús?

“Y no se la puede responder porque los textos no dan respuesta, siendo ellos, y ellos solos, los que constituyen nuestras fuentes. Aun cuando algunos afirmen que Judas traicionó a Jesús por interés, el motivo parece muy ilusorio: ¡treinta denarios, cuando la perfumista de Betania acaba de romper a los pies de Jesús un frasco que costaba ciento veinte! Más habría valido asaltar a María Magdalena y aprovechar el fruto de esa rapiña, que correr el riesgo de entregar a un inocente a la muerte”.

Una deuda con los lectores, tanto del futuro libro como del texto periodístico. ¿Dónde está el rol femenino en la traición? En mi reducida comprensión de la realidad, la mujer no traiciona, seduce. Dalila tuvo que seducir a Sansón para conocer su secreto. Jezabel seduce para alejar al pueblo de Dios de Yahvé; Judit debe seducir a Holofernes para decapitarlo. La mujer, para ser, no debe transitar por la realidad de Edipo ni asesinar a su padre, el asunto de Medea debe tratarse aparte.

La urdimbre de la traición en la lucha por el poder, empieza a desmadejarla Regis Debray en Crítica de la razón política, donde anota: “Una ciencia política, si la política puede ser objeto de una ciencia, será una ciencia de la no ciencia, porque no puede fundarse en la ‘razón’ -de la opinión, la creencia o la fe-, que son los pilares sobre los cuales se funda la autoridad política. Dar la razón a la autoridad política consistirá, desde luego, en dar la razón a opiniones que tienen autoridad… El argumento del poder político tiene doble filo, y Renan responde a Pascal, con sorna no carente de tristeza: Sólo se es mártir por las ideas de las que uno no está seguro. Se muere por las opiniones, nunca por las certezas, por lo que se cree, no por lo que se sabe. Cuando se trata de creencias, el gran símbolo y la más eficaz de las demostraciones, es morir por ellas”.

Lo mismo ocurre con la traición. Siempre se concibe, planea y ejecuta sobre el supuesto de lo que se va a obtener, nunca de lo que ya se tiene. De allí que resulte trascendente, importante para la sociedad mexicana aplazar el periodo extraordinario, porque de efectuarlo, una vez concluido, podrán percatarse los mexicanos que fue muy poco lo obtenido a cambio para ellos, no así para los partidos y quienes comparten el poder.

Comentarios