Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
“Ignoro si a usted le queda clara la realidad de nuestro país”, puntualizó Norma Ledezma Ortega al hacer uso de su turno en el Diálogo por la Paz con Justicia y Dignidad, efectuado ayer en el alcázar de Chapultepec, cuyo significado dejó de ser epicentro mitológico de la independencia y de la guerra contra Estados Unidos, una vez que los modernos historiadores decidieron desacralizar la leyenda de los niños héroes.
El evento se desarrolló en dos tiempos, o más bien, se diferenció porque el presidente Felipe Calderón exhibió dos estados de ánimo distintos, uno antes de la exposición de los representantes y familiares de las víctimas, otro después de escuchar los lamentos de dolor, la verdad de la frustración y abandono, y esforzarse, por un momento, de desposeerse del poder con el propósito de asentar bien los pies en la tierra, y escuchar, porque es su problema, no sabe escuchar.
Desconozco las negociaciones y los acuerdos preestablecidos para la celebración de tan trascendente encuentro, pero su desarrollo me permite suponer que además de los temas a tratar, por alguna deferencia hacia él, el presidente Calderón también conoció del contenido de la primera exposición de Javier Sicilia, si no en su totalidad, al menos en su esencia, pues de otra manera no hubiera respondido de la manera equívoca como lo hizo.
Felipe Calderón Hinojosa, quien constitucionalmente ostenta el poder presidencial -está obligado a hacerlo respetar por mandato-, se mostró a la defensiva en su primera participación, en la que prácticamente no aludió o decidió no evaluar la intervención de Javier Sicilia, si no fue para defender las premisas en las que fundamenta su política pública contra el narcotráfico y la delincuencia organizada.
Si en algún momento algún trasnochado ha solicitado pacto con los barones de la droga y retractación del uso legítimo de la violencia del Estado, de esa pifia se han agarrado, el presidente Calderón y su gabinete de seguridad, para insistir en que ellos van por la ruta correcta y no puede darse marcha atrás, porque hacerlo sería entregar la plaza y el poder, además de dejar a la sociedad inerme ante los embates del crimen organizado. Lo que la sociedad clama, pide a gritos, es una revisión de la estrategia, tal como él la solicitó el miércoles, en Guatemala, al gobierno de Estados Unidos y en presencia de Hillary Clinton. Constatamos, así, que el presidente mexicano mide con dos varas: hacia afuera, que se revise la estrategia de la política antidrogas, pero hacia adentro, en la primera oportunidad se negó, en la segunda dijo que depende en qué aspectos debía corregirse.
Conserva Felipe Calderón Hinojosa la capacidad de conmoverse, la fortaleza de sonreír, pero también la habilidad de conducirse como político y no comprometerse, porque eso fue lo que hizo a lo largo de 180 minutos, más o menos: recrear su imagen ante la gesta electoral que se avecina; también mostró la habilidad para coincidir, como lo hizo cuando reconoció que la corrupción y la impunidad en todos los niveles de gobierno, es la llave que permite la permanencia del negocio del narcotráfico, la diversificación de las actividades de la delincuencia organizada, y el cambio de estrategia ante las necesidades del mercado, que transformó a los barones de la droga mexicanos, que dejaron de ser corre ve y dile entre los productores de América del Sur y los consumidores estadounidenses, para transformarse en narcomenudistas, lo que -de acuerdo al diagnóstico presidencial- convirtió una actividad ilícita en una actividad violenta, pero no dejó establecido en qué momento y cuáles fueron las razones que determinaron el cambio en los cárteles mexicanos.
Esa transformación del negocio ilícito -pero muy productivo- del narcotráfico, obedece, de acuerdo a los expertos, por la desesperada necesidad del gobierno de Estados Unidos de hacer uso del dinero negro producto de la delincuencia organizada, pero principalmente del consumo de estupefacientes. Lo que más dinero produce es el narcomenudeo, porque en los cortes, cocaína, piedra, heroína, morfina, de un kilo sacan hasta cinco, y el precio se modifica: lo que en bruto y por kilo cuesta diez, por gramo y al menudeo cuesta mil. De ese tamaño es la diferencia. ¿Dónde se lava ese dinero? El Wachovia Bank fue un ejemplo; el sistema bancario estadounidense está urgido de más recursos frescos, sin importar su negrura o su origen, para sanear la especulación de que han hecho objeto a sus cuentahabientes y a su sociedad.
El presidente mostró paciencia para escuchar a Julián Le Barón, a María Elena Herrera, Norma Ledezma Ortega y Omar Esparza, entre otros, pero careció de esa humildad que únicamente poseen los hombres de grandeza, los estadistas, aquellos que administran el poder, pero no se dejan administrar por él, y nada respondió a propuestas muy concretas de Javier Sicilia, como la de crear una comisión de la verdad, o impulsar las reformas que requiere la nación para entrar al siglo XXI y dejar atrás las características de aldea michoacana con las que actualmente se conduce a México, porque si bien aprovechó para destacar sus logros, perdió la oportunidad de subirse al carro del cambio propuesto por la sociedad, y no por los partidos.
Hay dos frases presidenciales pronunciadas durante el encuentro, que definen su carácter y su gobierno. La primera, dicha durante su primera intervención, refiere a la necesidad y coincidencia con Javier Sicilia, de buscar la paz y hacer a un lado los llamados a la venganza, lo que de inmediato me refirió a su discurso pronunciado en el campus universitario de una de las casas de estudio enmarcadas dentro de la Ivy League. Lo dicho por Felipe Calderón en Stanford no puede borrarse, estará presente, como ocurre con lo dicho ayer en el alcázar. ¿Cuál de las dos es la buena actitud presidencial?
La más esclarecedora de quién es Felipe Calderón Hinojosa, nos refiere a su decisión de combatir al narcotráfico, con piedras de ser necesario, mientras con ojos de fuego y aliento de cordero, en un tono más bajo, dijo a Sicilia que a él, al presidente de México, le hubiera gustado tener el aliento de David, lo que es muestra de que después de lo escuchado, encontró una vía para regresar a la humildad.
El otro aspecto fundamental destacado por Sicilia, es la inexistencia del Poder Judicial de la Federación en este drama de dimensión nacional. Creen, jueces, magistrados, consejeros y ministros que dictar sentencias resume su mandato constitucional, cuando la dimensión del problema es otra; ellos debieran conducirse como lo que son: la columna vertebral del Estado de Derecho, pero prefieren callar la boca, para preservar sus canonjías, sus fideicomisos, sus jugosos salarios y su capacidad de corromperse, no pecuniariamente, sino judicialmente.
Pero no nos engañemos. Algo cocinarán, para dentro de tres meses hacer un balance al cuarto para las doce, cuando les definiciones políticas sobre la sucesión presidencial hayan madurado, los múltiples destapes de enero o febrero dejen de ser premonición para convertirse en certeza, y cuando el estilo político mexicano ya no esté en frecuencia adecuada para escuchar el clamor de la sociedad, porque otra vez el derecho a la verdad, exigido por el poeta y necesitado por los mexicanos, será pospuesto.
La razón la tiene mi gurú literario, de México, para mayores señas: “Los hombres, sin embargo, no han llegado a un grado de civilización tan elevado como para poder controlar en absoluto el sistema económico que corresponda a las necesidades y habilidad de producir de los humanos. El hombre vive aún un primer período evolutivo en relación con un sistema económico civilizado. En este sentido vive aún en cavernas; de no ser así, no existiría posibilidad alguna para que hubiera más guerras”. No puede estar mejor explicada la razón de la guerra presidencial contra el narcotráfico.
“Ignoro si a usted le queda clara la realidad de nuestro país”, puntualizó Norma Ledezma Ortega al hacer uso de su turno en el Diálogo por la Paz con Justicia y Dignidad, efectuado ayer en el alcázar de Chapultepec, cuyo significado dejó de ser epicentro mitológico de la independencia y de la guerra contra Estados Unidos, una vez que los modernos historiadores decidieron desacralizar la leyenda de los niños héroes.
El evento se desarrolló en dos tiempos, o más bien, se diferenció porque el presidente Felipe Calderón exhibió dos estados de ánimo distintos, uno antes de la exposición de los representantes y familiares de las víctimas, otro después de escuchar los lamentos de dolor, la verdad de la frustración y abandono, y esforzarse, por un momento, de desposeerse del poder con el propósito de asentar bien los pies en la tierra, y escuchar, porque es su problema, no sabe escuchar.
Desconozco las negociaciones y los acuerdos preestablecidos para la celebración de tan trascendente encuentro, pero su desarrollo me permite suponer que además de los temas a tratar, por alguna deferencia hacia él, el presidente Calderón también conoció del contenido de la primera exposición de Javier Sicilia, si no en su totalidad, al menos en su esencia, pues de otra manera no hubiera respondido de la manera equívoca como lo hizo.
Felipe Calderón Hinojosa, quien constitucionalmente ostenta el poder presidencial -está obligado a hacerlo respetar por mandato-, se mostró a la defensiva en su primera participación, en la que prácticamente no aludió o decidió no evaluar la intervención de Javier Sicilia, si no fue para defender las premisas en las que fundamenta su política pública contra el narcotráfico y la delincuencia organizada.
Si en algún momento algún trasnochado ha solicitado pacto con los barones de la droga y retractación del uso legítimo de la violencia del Estado, de esa pifia se han agarrado, el presidente Calderón y su gabinete de seguridad, para insistir en que ellos van por la ruta correcta y no puede darse marcha atrás, porque hacerlo sería entregar la plaza y el poder, además de dejar a la sociedad inerme ante los embates del crimen organizado. Lo que la sociedad clama, pide a gritos, es una revisión de la estrategia, tal como él la solicitó el miércoles, en Guatemala, al gobierno de Estados Unidos y en presencia de Hillary Clinton. Constatamos, así, que el presidente mexicano mide con dos varas: hacia afuera, que se revise la estrategia de la política antidrogas, pero hacia adentro, en la primera oportunidad se negó, en la segunda dijo que depende en qué aspectos debía corregirse.
Conserva Felipe Calderón Hinojosa la capacidad de conmoverse, la fortaleza de sonreír, pero también la habilidad de conducirse como político y no comprometerse, porque eso fue lo que hizo a lo largo de 180 minutos, más o menos: recrear su imagen ante la gesta electoral que se avecina; también mostró la habilidad para coincidir, como lo hizo cuando reconoció que la corrupción y la impunidad en todos los niveles de gobierno, es la llave que permite la permanencia del negocio del narcotráfico, la diversificación de las actividades de la delincuencia organizada, y el cambio de estrategia ante las necesidades del mercado, que transformó a los barones de la droga mexicanos, que dejaron de ser corre ve y dile entre los productores de América del Sur y los consumidores estadounidenses, para transformarse en narcomenudistas, lo que -de acuerdo al diagnóstico presidencial- convirtió una actividad ilícita en una actividad violenta, pero no dejó establecido en qué momento y cuáles fueron las razones que determinaron el cambio en los cárteles mexicanos.
Esa transformación del negocio ilícito -pero muy productivo- del narcotráfico, obedece, de acuerdo a los expertos, por la desesperada necesidad del gobierno de Estados Unidos de hacer uso del dinero negro producto de la delincuencia organizada, pero principalmente del consumo de estupefacientes. Lo que más dinero produce es el narcomenudeo, porque en los cortes, cocaína, piedra, heroína, morfina, de un kilo sacan hasta cinco, y el precio se modifica: lo que en bruto y por kilo cuesta diez, por gramo y al menudeo cuesta mil. De ese tamaño es la diferencia. ¿Dónde se lava ese dinero? El Wachovia Bank fue un ejemplo; el sistema bancario estadounidense está urgido de más recursos frescos, sin importar su negrura o su origen, para sanear la especulación de que han hecho objeto a sus cuentahabientes y a su sociedad.
El presidente mostró paciencia para escuchar a Julián Le Barón, a María Elena Herrera, Norma Ledezma Ortega y Omar Esparza, entre otros, pero careció de esa humildad que únicamente poseen los hombres de grandeza, los estadistas, aquellos que administran el poder, pero no se dejan administrar por él, y nada respondió a propuestas muy concretas de Javier Sicilia, como la de crear una comisión de la verdad, o impulsar las reformas que requiere la nación para entrar al siglo XXI y dejar atrás las características de aldea michoacana con las que actualmente se conduce a México, porque si bien aprovechó para destacar sus logros, perdió la oportunidad de subirse al carro del cambio propuesto por la sociedad, y no por los partidos.
Hay dos frases presidenciales pronunciadas durante el encuentro, que definen su carácter y su gobierno. La primera, dicha durante su primera intervención, refiere a la necesidad y coincidencia con Javier Sicilia, de buscar la paz y hacer a un lado los llamados a la venganza, lo que de inmediato me refirió a su discurso pronunciado en el campus universitario de una de las casas de estudio enmarcadas dentro de la Ivy League. Lo dicho por Felipe Calderón en Stanford no puede borrarse, estará presente, como ocurre con lo dicho ayer en el alcázar. ¿Cuál de las dos es la buena actitud presidencial?
La más esclarecedora de quién es Felipe Calderón Hinojosa, nos refiere a su decisión de combatir al narcotráfico, con piedras de ser necesario, mientras con ojos de fuego y aliento de cordero, en un tono más bajo, dijo a Sicilia que a él, al presidente de México, le hubiera gustado tener el aliento de David, lo que es muestra de que después de lo escuchado, encontró una vía para regresar a la humildad.
El otro aspecto fundamental destacado por Sicilia, es la inexistencia del Poder Judicial de la Federación en este drama de dimensión nacional. Creen, jueces, magistrados, consejeros y ministros que dictar sentencias resume su mandato constitucional, cuando la dimensión del problema es otra; ellos debieran conducirse como lo que son: la columna vertebral del Estado de Derecho, pero prefieren callar la boca, para preservar sus canonjías, sus fideicomisos, sus jugosos salarios y su capacidad de corromperse, no pecuniariamente, sino judicialmente.
Pero no nos engañemos. Algo cocinarán, para dentro de tres meses hacer un balance al cuarto para las doce, cuando les definiciones políticas sobre la sucesión presidencial hayan madurado, los múltiples destapes de enero o febrero dejen de ser premonición para convertirse en certeza, y cuando el estilo político mexicano ya no esté en frecuencia adecuada para escuchar el clamor de la sociedad, porque otra vez el derecho a la verdad, exigido por el poeta y necesitado por los mexicanos, será pospuesto.
La razón la tiene mi gurú literario, de México, para mayores señas: “Los hombres, sin embargo, no han llegado a un grado de civilización tan elevado como para poder controlar en absoluto el sistema económico que corresponda a las necesidades y habilidad de producir de los humanos. El hombre vive aún un primer período evolutivo en relación con un sistema económico civilizado. En este sentido vive aún en cavernas; de no ser así, no existiría posibilidad alguna para que hubiera más guerras”. No puede estar mejor explicada la razón de la guerra presidencial contra el narcotráfico.
Comentarios