Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Para entender lo que ocurre en este país, es necesario observar, con profundo detenimiento, las fotografías de los sobrevivientes de la Guardería ABC, publicadas en El Universal. No hay expediente más público y más doloroso que los niños quemados, enterarse de cómo aprenden a vivir de nuevo, ante un futuro incierto. También es necesario esforzarse por percibir el hedor exhalado por las fosas clandestinas, tan parecido al de los campos de la muerte. Sin embargo, en ambos casos los culpables gozan de libertad y cabal salud. Es la impunidad de la que habló Miguel de la Madrid con Carmen Aristegui. Es decir, a pesar de la alternancia, todo sigue igual.
Hay una explicación. George Orwell, en Politics and the English Language, apunta: “… deberíamos reconocer que el actual caos político guarda relación con la decadencia del lenguaje y que podríamos conseguir alguna mejora si empezáramos por lo verbal… está pensado para que las mentiras suenen a verdades y el crimen parezca respetable, y para conferir apariencia de solidez al aire puro”. A partir de esta observación, todo análisis, todo intento de aproximación a que la palabra y la percepción de la verdad signifiquen lo mismo, se convierte en aventura con resultado incierto.
Es equívoco pensar que los propagandistas políticos al servicio de la Presidencia de la República, sustentan su estrategia en la frase acuñada o servida en el plato ideológico de Joseph Goebels: “Una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”. La praxis en la conservación del poder los condujo por un camino distinto: el estalinismo.
Será un error no atender, con la razón, a los hechos que envuelven, disfrazan, distorsionan o dinamizan la pugna partidista por el poder; es preciso subrayar que no está motivada por la necesaria transición, por las reformas, por la urgencia de aportar ideas frescas para resolver viejos y aparentemente irresolubles problemas. Nada de eso, lo que está en juego es el esfuerzo del PAN por la permanencia del viejo modelo político, contra el tímido intento del PRI por asomar las orejas y ofrecer un rostro distinto, para apostar al futuro de la nación.
No se combate de manera equitativa ni con armas iguales. El IFE lo señaló, así como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El presidente de México, Felipe Calderón, en materia electoral violó la Constitución que juró guardar y hacer guardar, de la misma manera que lo hizo Vicente Fox: el mal uso del poder presidencial para desequilibrar la percepción del electorado, de idéntica manera como se condujo el estalinismo para iniciar la reingeniería social de la URSS.
Con un ingrediente adicional: el estado de ánimo de Felipe Calderón, la imposibilidad estructural de la que adolece, para reconocer que se equivocó en el camino de la estrategia contra la delincuencia organizada. Su razonamiento, me explican, es sencillo, lógico y legítimo, porque es hombre de éxito electoral, al menos: “Yo llegué, triunfé políticamente, guiado por mi razón e instinto. No tengo por qué estar equivocado ahora”, sostienen que argumenta.
El riesgo es repetir en México el esquema de los procesos de Moscú. Hoy, por el momento, se trata de reunir los expedientes negros, los instrumentos legales e ilegales que permitirían a la procuración de justicia federal, promover juicios que comprometen a ex funcionarios priistas de alto nivel, pues supuestamente están o estuvieron ligados al narcotráfico u otras vertientes de la delincuencia organizada. Con la certeza de que se dejará a la opinión pública que decida, en un juicio mediático, pues legalmente denunciar requiere de la voluntad de hacerlo, comprobar el delito necesita de pruebas verificables, creíbles, sustentadas, en las que no quepa duda alguna. De lo que se trata, entonces, es de desacreditar, destruir prestigios, nombres, para no opacar el destino electoral del PAN.
Comprender las analogías establecidas y sus consecuencias, puede hacerse por dos caminos. Recurrir a los libros de historia escritos posteriormente a la caída del Muro de Berlín, o los redactados durante el exilio por los disidentes, como Trotski, o a las novelas; de entre ellas destaca El caso Tulayev, de Víctor Serge.
Éste pone la esencia de lo ocurrido en la evocación de su narrador: “La voz del Procurador Supremo rumiaba sin descanso, sombríamente, conspiraciones, atentados, crímenes, devastaciones, felonías, traiciones; se volvía una especie de ladrido fatigoso para cubrir de injurias a esos hombres, que escuchaban, acabados, con las cabezas bajas, desesperados, bajo los ojos de la multitud, entre dos guardianes: de esos hombres muchos eran puros, los más puros, los mejores, los más inteligentes…”
Aclaremos. La analogía no se establece entre los protagonistas o víctimas de esos juicios, sino en el procedimiento. Se trata de subrayar que extrema derecha y extrema izquierda no se tientan el corazón para violar la ley, en el interés político, estrictamente político, de supuestamente aplicar la ley, aunque el resultado judicial sea incierto, lo que carece de importancia mientras el descrédito determine el futuro de las elecciones.
Se midieron las distancias, se buscaron reacciones. A ellas, la Procuraduría General de la República (PGR) respondió no haber citado a ningún ex gobernador ni mandatario local en funciones, naturalmente priista -lo que era una verdad a medias por los hechos de tres días después-; que, en caso de indagatoria, la institución actuará con apego a derecho. De existir alguna acción jurídica se citará a quien corresponda. En ese contexto, el secretario de Gobernación, Francisco Blake, se reunió con Humberto Moreira, recién hecho público el compromiso de la PGR, y denunció persecución.
Las cartas están echadas. Decidieron, los políticos, jugar con baraja española, más significativa para el rejuego por el poder que se traen entre manos. Los resultados están diseñados, pronto vimos qué tan confiados fueron los priistas, capaces de creer en cualquier compromiso, ante la perspectiva de regresar a Los Pinos.
Desde el gobierno, judicialmente tocaron todas las bases para la aprehensión, o al menos eso parece, de su primera víctima política para incidir en el voto. Ya constataremos en el desenlace.
Una vez más los priistas olvidaron que, entre opositores, los “acuerdos” rara vez se respetan, cuando de conservar el poder se trata.
Para entender lo que ocurre en este país, es necesario observar, con profundo detenimiento, las fotografías de los sobrevivientes de la Guardería ABC, publicadas en El Universal. No hay expediente más público y más doloroso que los niños quemados, enterarse de cómo aprenden a vivir de nuevo, ante un futuro incierto. También es necesario esforzarse por percibir el hedor exhalado por las fosas clandestinas, tan parecido al de los campos de la muerte. Sin embargo, en ambos casos los culpables gozan de libertad y cabal salud. Es la impunidad de la que habló Miguel de la Madrid con Carmen Aristegui. Es decir, a pesar de la alternancia, todo sigue igual.
Hay una explicación. George Orwell, en Politics and the English Language, apunta: “… deberíamos reconocer que el actual caos político guarda relación con la decadencia del lenguaje y que podríamos conseguir alguna mejora si empezáramos por lo verbal… está pensado para que las mentiras suenen a verdades y el crimen parezca respetable, y para conferir apariencia de solidez al aire puro”. A partir de esta observación, todo análisis, todo intento de aproximación a que la palabra y la percepción de la verdad signifiquen lo mismo, se convierte en aventura con resultado incierto.
Es equívoco pensar que los propagandistas políticos al servicio de la Presidencia de la República, sustentan su estrategia en la frase acuñada o servida en el plato ideológico de Joseph Goebels: “Una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”. La praxis en la conservación del poder los condujo por un camino distinto: el estalinismo.
Será un error no atender, con la razón, a los hechos que envuelven, disfrazan, distorsionan o dinamizan la pugna partidista por el poder; es preciso subrayar que no está motivada por la necesaria transición, por las reformas, por la urgencia de aportar ideas frescas para resolver viejos y aparentemente irresolubles problemas. Nada de eso, lo que está en juego es el esfuerzo del PAN por la permanencia del viejo modelo político, contra el tímido intento del PRI por asomar las orejas y ofrecer un rostro distinto, para apostar al futuro de la nación.
No se combate de manera equitativa ni con armas iguales. El IFE lo señaló, así como el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El presidente de México, Felipe Calderón, en materia electoral violó la Constitución que juró guardar y hacer guardar, de la misma manera que lo hizo Vicente Fox: el mal uso del poder presidencial para desequilibrar la percepción del electorado, de idéntica manera como se condujo el estalinismo para iniciar la reingeniería social de la URSS.
Con un ingrediente adicional: el estado de ánimo de Felipe Calderón, la imposibilidad estructural de la que adolece, para reconocer que se equivocó en el camino de la estrategia contra la delincuencia organizada. Su razonamiento, me explican, es sencillo, lógico y legítimo, porque es hombre de éxito electoral, al menos: “Yo llegué, triunfé políticamente, guiado por mi razón e instinto. No tengo por qué estar equivocado ahora”, sostienen que argumenta.
El riesgo es repetir en México el esquema de los procesos de Moscú. Hoy, por el momento, se trata de reunir los expedientes negros, los instrumentos legales e ilegales que permitirían a la procuración de justicia federal, promover juicios que comprometen a ex funcionarios priistas de alto nivel, pues supuestamente están o estuvieron ligados al narcotráfico u otras vertientes de la delincuencia organizada. Con la certeza de que se dejará a la opinión pública que decida, en un juicio mediático, pues legalmente denunciar requiere de la voluntad de hacerlo, comprobar el delito necesita de pruebas verificables, creíbles, sustentadas, en las que no quepa duda alguna. De lo que se trata, entonces, es de desacreditar, destruir prestigios, nombres, para no opacar el destino electoral del PAN.
Comprender las analogías establecidas y sus consecuencias, puede hacerse por dos caminos. Recurrir a los libros de historia escritos posteriormente a la caída del Muro de Berlín, o los redactados durante el exilio por los disidentes, como Trotski, o a las novelas; de entre ellas destaca El caso Tulayev, de Víctor Serge.
Éste pone la esencia de lo ocurrido en la evocación de su narrador: “La voz del Procurador Supremo rumiaba sin descanso, sombríamente, conspiraciones, atentados, crímenes, devastaciones, felonías, traiciones; se volvía una especie de ladrido fatigoso para cubrir de injurias a esos hombres, que escuchaban, acabados, con las cabezas bajas, desesperados, bajo los ojos de la multitud, entre dos guardianes: de esos hombres muchos eran puros, los más puros, los mejores, los más inteligentes…”
Aclaremos. La analogía no se establece entre los protagonistas o víctimas de esos juicios, sino en el procedimiento. Se trata de subrayar que extrema derecha y extrema izquierda no se tientan el corazón para violar la ley, en el interés político, estrictamente político, de supuestamente aplicar la ley, aunque el resultado judicial sea incierto, lo que carece de importancia mientras el descrédito determine el futuro de las elecciones.
Se midieron las distancias, se buscaron reacciones. A ellas, la Procuraduría General de la República (PGR) respondió no haber citado a ningún ex gobernador ni mandatario local en funciones, naturalmente priista -lo que era una verdad a medias por los hechos de tres días después-; que, en caso de indagatoria, la institución actuará con apego a derecho. De existir alguna acción jurídica se citará a quien corresponda. En ese contexto, el secretario de Gobernación, Francisco Blake, se reunió con Humberto Moreira, recién hecho público el compromiso de la PGR, y denunció persecución.
Las cartas están echadas. Decidieron, los políticos, jugar con baraja española, más significativa para el rejuego por el poder que se traen entre manos. Los resultados están diseñados, pronto vimos qué tan confiados fueron los priistas, capaces de creer en cualquier compromiso, ante la perspectiva de regresar a Los Pinos.
Desde el gobierno, judicialmente tocaron todas las bases para la aprehensión, o al menos eso parece, de su primera víctima política para incidir en el voto. Ya constataremos en el desenlace.
Una vez más los priistas olvidaron que, entre opositores, los “acuerdos” rara vez se respetan, cuando de conservar el poder se trata.
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