Criminalizar al PRI

Antonio Navalón

En política todo es nuevo y viejo a la vez. Era 1992 en Perú, Alberto Fujimori, conocido como “El Chino”, hizo del gobierno aprista de Alan García su particular PRI y luchando contra ellos ganó las elecciones.

Fujimori se dedicó junto con su segundo hombre, Vladimiro Montesinos, a explicar que entre la corrupción de los partidos políticos, la debilidad corporativa de los jueces y la ineficacia de los fiscales, unida al terrorismo, Perú no tenía solución.

Por eso, Fujimori dio un “autogolpe” de Estado, licenció a todo el mundo y acabó haciendo juicios con jueces con capucha. Hoy cumple una condena por 25 años de cárcel. Su delito: abusó de todo, usó un golpe de Estado para crear un poder autocrático y acabó con Sendero Luminoso llevándose entre las patas el ordenamiento legal del Estado peruano.

México no es Perú, pero si uno escucha la melodía de los gobiernos autocráticos, de la corrupción endémica, de los jueces cobardes y de los fiscales inútiles y lo une al ataque de nuestros cárteles –que bien pueden ser un “Sendero menos luminoso”– hemos llegado a un punto donde la canción suena familiar.

La semana pasada fue trágica desde el punto de vista institucional. Primero, Calderón no puede permitirse el lujo de confesarse —bajo las nubes de California, con la bandera de las barras y las estrellas ondeando— sobre sus traumas de la niñez y decir: “(antes el PRI) controlaba todo: lo que se le permitía decir a los medios, lo que debían enseñar en las escuelas (…). Cuando los estudiantes, como ustedes, protestaban, eran masacrados. Muchos oponentes del régimen simplemente fueron desaparecidos”.

Definitivamente esa es una interpretación injusta que puede servir de pretexto a los de afuera para responder por qué los mexicanos no somos de fiar, y desde dentro, establece el peligroso parangón de la criminalización masiva de un partido político.

No nací aquí; en los años estelares del PRI viví la “dictadura perfecta” como la definió Vargas Llosa, desde fuera, pero eso no me impide ver que en el PRI hay criminales como Mario Villanueva, ex gobernador de Quintana Roo hoy deportado a Estados Unidos, pero también hubo gente como López Mateos, Lázaro Cárdenas y otros presidentes.

El PRI no era todo México, pero sí hizo el México moderno. Durante el priísmo también se hizo la parte que le correspondió a don Manuel Gómez Morín y el establecimiento del propio PAN.

Hay priístas criminales como los hay honrados. No es un buen sistema social el disparar contra una sigla, máxime si administra a más de 70 millones de mexicanos actualmente.

Felipe Calderón debe saber que en el camino que vamos se puede terminar —aunque estoy seguro que no lo quiere— con un pronunciamiento tan drástico como el que supuso el golpe de Alberto Fujimori u otras tragedias de la historia reciente mexicana, como la del Chacal Huerta.

En todo caso, el país hierve. Pierden las instituciones, perdemos ustedes y yo, perdemos todos.

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