Jorge Zepeda Patterson
Este sí es choque de trenes. Un presidente decidido a conservar el poder panista para el siguiente sexenio bajo la consigna "haiga sido como haiga sido", por un lado, y una aplanadora priista a la que le sobran aliados y medios (económicos y de comunicación), por otro. Una confrontación de poder a poder que habrá de librarse en múltiples escenarios y con diversas armas. Algunas batallas serán golpes mediáticos aparatosos y estridentes como el de la detención de Jorge Hank Rhon, pero otras serán lidias soterradas y subrepticias aunque igualmente decisivas para el resultado final.
La lucha por el apoyo del PANAL, por ejemplo. El partido de la maestra Elba Esther Gordillo está en condiciones de ofrecer alrededor de un tres por ciento de la votación a uno u otro contendiente. Luego de un aparente regreso a los brazos del PRI a finales del año pasado, la esquiva Gordillo ha reculado para dejarse cortejar por unos y otros. Calderón no ha ahorrado apoyos ni muestras de afecto a la líder del magisterio en las últimas semanas. Sólo los pactos no escritos y las cuentas secretas sabrán de que tamaño son las ofertas que recibe. Para encarecer el precio de su cariño, Gordillo ha confesado a voces su debilidad por Marcelo Ebrard, lo cual no ha hecho más que provocar un aumento de la puja por el SNTE entre Los Pinos y Peña Nieto. Me parece que al final Gordillo se inclinará por el favorito para asegurarse otro sexenio de longevidad política, pero retrasará su alianza con el PRI hasta el último momento con el propósito de elevar al máximo el monto de la factura.
Algo similar estaría pasando con Televisa. La relación entre esta empresa y el gobernador del Edomex no es un secreto para nadie. Y no sólo por el vínculo obvio entre su esposa, actriz de Televisa, o por el hecho de que una consultora asociada al grupo Azcárraga haya sido responsable de la imagen de Peña Nieto durante algunos años. Por vez primera en mucho tiempo Televisa siente que tiene un candidato propio, un jugador al que ayudó a construir.
En los años del priismo monolítico la televisora apoyaba incondicionalmente al candidato institucional, pero a sabiendas de que su selección y su eventual triunfo eran resultado de una decisión del presidente en turno. La empresa simplemente cumplía el rol asignado. En el 2000 y 2006, frente a un resultado incierto, Televisa evitó encadenarse a cualquiera de los contendientes y mantuvo lazos permanentes con los rivales en pugna. Y si bien sus coberturas y noticieros favorecían a aquel que ofrecía las pautas publicitarias mayores, siempre mantuvo espacios de consolación y equilibrio, por si acaso. Recuérdese la famosa relación entre López Obrador y Bernardo Gómez, incluso en medio de la cargada en contra del "peligro para México".
Justamente eso es lo que hoy reclama presidencia a Televisa: un rol menos militante a favor de Peña Nieto, una cobertura más institucional. Los personeros de Calderón saben que la televisora no jugará en beneficio del panismo, pero aspiran a que los recientes guiños y favores a Televisa permitan al menos una exposición adecuada a su candidato.
El escaso cariño de Calderón a Carlos Slim no data de ayer y podría ser motivo de otro artículo, pero no es casual que hasta ahora se haya decidido a atacarlo. Las multas exorbitantes y la negativa categórica a Telmex para acceder a las concesiones televisivas, sobrevienen justo en medio de la confrontación entre Slim y Azcárraga. Con estas medidas el gobierno federal intenta recomponer su relación con Televisa y establecer acuerdos de cobertura electoral que le ofrezcan mayores posibilidades a su delfín. En cierta forma, la rebatinga por las comisiones legislativas y de competencia vinculadas a las telecomunicaciones, los cambios en la SCT, han sido una guerra de posiciones para ser usadas en esta negociación final: la cobertura electoral de las televisoras. El PAN sabe que el rezago que sufre en la carrera presidencial sólo puede ser compensada mediante la rápida construcción de imagen de un candidato, y eso es impensable si no logra involucrar a las televisoras. Slim puede ser el hombre más rico del país, pero es a Azcárraga y a Salinas Pliego a quienes necesita el PAN desesperadamente.
Los límites de este texto impiden abordar otros escenarios de esta guerra. Desde luego las batallas más sonadas serán los golpes mediáticos. Nos esperan varias sorpresas en materia de exhibición de grabaciones, averiguaciones penales contra peces gordos, escándalos reales y supuestos. Pero las batallas más decisivas tendrán lugar tras bambalinas y entre alfombras mullidas, en los salones privados de restaurantes de Polanco y Lomas, en los despachos alternos de senadores y ministros de la Suprema Corte, en las casas de descanso de líderes sindicales y empresariales de Valle de Bravo. Campos de batalla de la otra guerra.
Este sí es choque de trenes. Un presidente decidido a conservar el poder panista para el siguiente sexenio bajo la consigna "haiga sido como haiga sido", por un lado, y una aplanadora priista a la que le sobran aliados y medios (económicos y de comunicación), por otro. Una confrontación de poder a poder que habrá de librarse en múltiples escenarios y con diversas armas. Algunas batallas serán golpes mediáticos aparatosos y estridentes como el de la detención de Jorge Hank Rhon, pero otras serán lidias soterradas y subrepticias aunque igualmente decisivas para el resultado final.
La lucha por el apoyo del PANAL, por ejemplo. El partido de la maestra Elba Esther Gordillo está en condiciones de ofrecer alrededor de un tres por ciento de la votación a uno u otro contendiente. Luego de un aparente regreso a los brazos del PRI a finales del año pasado, la esquiva Gordillo ha reculado para dejarse cortejar por unos y otros. Calderón no ha ahorrado apoyos ni muestras de afecto a la líder del magisterio en las últimas semanas. Sólo los pactos no escritos y las cuentas secretas sabrán de que tamaño son las ofertas que recibe. Para encarecer el precio de su cariño, Gordillo ha confesado a voces su debilidad por Marcelo Ebrard, lo cual no ha hecho más que provocar un aumento de la puja por el SNTE entre Los Pinos y Peña Nieto. Me parece que al final Gordillo se inclinará por el favorito para asegurarse otro sexenio de longevidad política, pero retrasará su alianza con el PRI hasta el último momento con el propósito de elevar al máximo el monto de la factura.
Algo similar estaría pasando con Televisa. La relación entre esta empresa y el gobernador del Edomex no es un secreto para nadie. Y no sólo por el vínculo obvio entre su esposa, actriz de Televisa, o por el hecho de que una consultora asociada al grupo Azcárraga haya sido responsable de la imagen de Peña Nieto durante algunos años. Por vez primera en mucho tiempo Televisa siente que tiene un candidato propio, un jugador al que ayudó a construir.
En los años del priismo monolítico la televisora apoyaba incondicionalmente al candidato institucional, pero a sabiendas de que su selección y su eventual triunfo eran resultado de una decisión del presidente en turno. La empresa simplemente cumplía el rol asignado. En el 2000 y 2006, frente a un resultado incierto, Televisa evitó encadenarse a cualquiera de los contendientes y mantuvo lazos permanentes con los rivales en pugna. Y si bien sus coberturas y noticieros favorecían a aquel que ofrecía las pautas publicitarias mayores, siempre mantuvo espacios de consolación y equilibrio, por si acaso. Recuérdese la famosa relación entre López Obrador y Bernardo Gómez, incluso en medio de la cargada en contra del "peligro para México".
Justamente eso es lo que hoy reclama presidencia a Televisa: un rol menos militante a favor de Peña Nieto, una cobertura más institucional. Los personeros de Calderón saben que la televisora no jugará en beneficio del panismo, pero aspiran a que los recientes guiños y favores a Televisa permitan al menos una exposición adecuada a su candidato.
El escaso cariño de Calderón a Carlos Slim no data de ayer y podría ser motivo de otro artículo, pero no es casual que hasta ahora se haya decidido a atacarlo. Las multas exorbitantes y la negativa categórica a Telmex para acceder a las concesiones televisivas, sobrevienen justo en medio de la confrontación entre Slim y Azcárraga. Con estas medidas el gobierno federal intenta recomponer su relación con Televisa y establecer acuerdos de cobertura electoral que le ofrezcan mayores posibilidades a su delfín. En cierta forma, la rebatinga por las comisiones legislativas y de competencia vinculadas a las telecomunicaciones, los cambios en la SCT, han sido una guerra de posiciones para ser usadas en esta negociación final: la cobertura electoral de las televisoras. El PAN sabe que el rezago que sufre en la carrera presidencial sólo puede ser compensada mediante la rápida construcción de imagen de un candidato, y eso es impensable si no logra involucrar a las televisoras. Slim puede ser el hombre más rico del país, pero es a Azcárraga y a Salinas Pliego a quienes necesita el PAN desesperadamente.
Los límites de este texto impiden abordar otros escenarios de esta guerra. Desde luego las batallas más sonadas serán los golpes mediáticos. Nos esperan varias sorpresas en materia de exhibición de grabaciones, averiguaciones penales contra peces gordos, escándalos reales y supuestos. Pero las batallas más decisivas tendrán lugar tras bambalinas y entre alfombras mullidas, en los salones privados de restaurantes de Polanco y Lomas, en los despachos alternos de senadores y ministros de la Suprema Corte, en las casas de descanso de líderes sindicales y empresariales de Valle de Bravo. Campos de batalla de la otra guerra.
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