Pleito de capos

Pleito de capos
Farsa justiciera
Exacerbar ánimos
Nueva treta sucia

Julio Hernández López / Astillero


Felipe Calderón está demostrando sin sombra de duda que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para no entregar el poder (o, cuando menos, no cederlo a otro partido y, en el mejor de sus escenarios, dejarlo en manos de algún personaje débil y manipulable, algún cordero de sacrificio). Por lo pronto, sostiene una guerra abierta contra el PRI, restregándole en el rostro de dinosaurio presuntamente sometido a cirugía estética las mil culpas innegables que le corresponden en la desgracia nacional, pero comprometiendo en esos lances la de por sí muy demeritada investidura institucional que tomó en 2006 y que hoy está convirtiendo sin reparos en ropa de combate electoral, dando por fenecido el lapso de ciertas aspiraciones de gobernabilidad, quemando puentes partidistas y hundiendo sus naves pinoleras en el mar de los comicios venideros, cancelada ya su etapa de presunto presidente de un país, para asumirse y declararse presidente del comité nacional panista en (otra) guerra.

En ese nuevo giro bélico, el hermano de la precandidata Cocoa está utilizando el andamiaje institucional para propósitos partidistas pero, sobre todo, grupales. No le asisten intenciones justicieras, que tuvo larga oportunidad de demostrar sin contaminación de tiempos electorales, sino el propósito de exterminar al adversario copetón y tricolor para dar paso a la desinflada bandería propia. Calderón fue beneficiario de maniobras electorales de gobernadores priístas en 2006 para adulterar los resultados que de por sí le resultaron oficialmente tan ajustados que una parte importante de la sociedad no le creyó triunfador ni lo ha creído hasta ahora. Por ello, por esos pactos de defraudación electoral –varios de ellos teniendo como eje operativo a la profesora Gordillo, que luego fue premiada con la concesión de fuentes de enriquecimiento que a la fecha mantiene, como el ISSSTE, la Lotería Nacional y la subsecretaría más importante de la SEP–, Calderón nunca actuó contra el góber precioso, ni Ulises represor, ni los mandatarios norteños siempre involucrados en asuntos oscuros. No es menor el dato de que el michoacano hoy escandalizado contra el PRI pudo escenificar una accidentada toma de posesión gracias al apoyo de ese partido, el mismo que le dio la base de gobernabilidad en el primer tramo de su administración.

Pero, ¿denunciar lo que hoy está haciendo Calderón es una manera de defender al PRI, en particular a su virtual candidato Peña Nieto y su mánager Salinas? No, pero justamente en esa formulación simplista radica la nueva trampa del felipismo, que se ha podido sostener en el ilegítimo poder dividiendo al país y envenenándolo con planteamientos sucios. Allí está el ejemplo de la polarización social, con abiertos tintes de clasismo y racismo en algunos casos, para tratar de arrinconar y satanizar a la porción electoral que según los números oficiales representaba la mitad, menos un 0.56 por ciento (siempre de acuerdo con las impugnadas cifras finales), de las voluntades cívicas concurrentes a las urnas. Y la muy peligrosa etiquetación, contra quienes se oponen a la locura bélica instaurada por el presimuerte, de servir al narcotráfico y estar bajo su patrocinio.

No puede haber duda: Jorge Hank Rhon debe estar en la cárcel, pero por muchas otras razones aparte de la eventual posesión de armas sin control; Humberto Moreira debe responder por los descubrimientos de explicable éxito empresarial de uno de sus asistentes más perdurables; en prisión deberían estar los distinguidos miembros de la autocracia priísta que masacraron jóvenes y cancelaron libertades, y castigo debería haber para los gobernantes de tres colores que causaron crisis económicas de las que ellos salieron beneficiados, al igual que la élite empresarial, mediante Fobaproas y demás; pero el calderonismo no está actuando hoy contra el PRI con intención de hacer justicia (pues, en realidad, ese mismo felipismo ha cumplido de manera acelerada esas mismas etapas delictivas desde el gobierno: desdén por la legalidad, alta corrupción, masacre de jóvenes a lo largo del país y contubernio con ciertos grupos de la iniciativa privada), sino de impedir que otro grupo mafioso le quite el control de la plaza, tratando de cerrar la competencia electoral a esa dupla corleonesca peleada por el botín, sin permitir opciones de cambio y salud pública, convirtiendo lo electoral en un peligroso pleito de capos. En esa hipócrita exacerbación de los ánimos de linchamiento del priísmo corrupto está el plan felipista de conservación del poder. Calderón está anunciando que utilizará el aparato gubernamental para aplastar a sus contrincantes y, de continuar en esa tesitura, las maniobras de Vicente Fox en 2006 serán recordadas como una pequeña travesura con botas.

Al enturbiamiento del escenario nacional está contribuyendo una oportunista demostración semanal de eficacia policiaca que pretenden hacer los gobernadores de todo el país, a quienes mueve, entre otros propósitos, el de pelearle presupuesto a la instancia federal que hasta ahora ha concentrado las enormes tajadas en Genaro García Luna. El presidente de la República Conago (por unos días), Marcelo Ebrard, ha impulsado esta aventura que no tiene nada de visión de izquierda pero sí de enaltecimiento de lo represivo, con la mira puesta en ciudadanos que pudieran parecer sospechosos de algo a los policías estatales que han salido a escena con ganas de reivindicación de sus galones locales tan desdeñados y ofendidos por las fuerzas federales.

Y, mientras Chente sigue indignado porque lo han hecho a un lado en la designación del supuesto candidato oficial, el también boquiflojo Cordero, y por tanto ha comenzado a lanzar críticas a Calderón, ayer señalando que la iniciativa Mérida es una propina de los gringos, pero sin precisar si el viene-viene o el lavacoches beneficiado es de Michoacán, ¡hasta mañana, viendo a Peña Nieto y Blake reunirse en Bucareli!

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