Unidad en el PRD

Miguel Ángel Granados Chapa

Claro que las diferencias en el PRD no desaparecieron mágicamente el lunes por la tarde. Por supuesto que por ahora es solo una imagen, cuando más un símbolo. Pero la presencia de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador juntos, en convivencia cordial, puede significar no solo el fortalecimiento de la campaña de Alejandro Encinas, que ejerció su capacidad de convocatoria para reunirlos, sino también el aligeramiento del espeso ambiente interno que padece el Partido de la Revolución Democrática. La presencia en el mismo acto de Marcelo Ebrard añade un factor positivo a la esperanza perredista de restaurar la unidad, o al menos de retornar a la tensa coexistencia de sus corrientes sin que necesariamente riñan entre sí.

Cárdenas se abstuvo de apoyar a López Obrador en la contienda presidencial de 2006 y, por añadidura, aceptó de Vicente Fox un nombramiento sin contenido al que precisamente renunció tras los comicios de julio de aquel año. Tal actitud del fundador del PRD los distanció y generó acritudes entre sus partidarios que, como suele ocurrir, son más hostiles entre sí que quienes los encabezan.

La brecha que se abrió entre los dos excandidatos presidenciales perredistas los hizo olvidar las tareas que habían emprendido en común. Si bien López Obrador no contó entre los apoyadores de Cárdenas en 1988, poco después del fraude electoral se sumó al Frente Democrático Nacional y con su apoyo fue candidato a gobernador en Tabasco, en noviembre de ese mismo año. Cárdenas lo apoyó entonces, como lo haría también en 1994, cuando López Obrador padeció su propio fraude orquestado por Roberto Madrazo en su beneficio, así como en las movilizaciones que protagonizó el que ya era líder del perredismo tabasqueño.

A su vez, López Obrador fue un activista de Cárdenas en su segunda postulación. En actitud recíproca, a partir de un entendimiento profundo que va más allá de las conveniencias inmediatas, a que ambos son refractarios, Cárdenas estuvo con López Obrador en la contienda interna por la cual llegó a la presidencia del partido. Había concluido ya la etapa de los liderazgos naturales, en que no era necesaria una disputa por la dirección perredista, que habían ocupado, sin discrepancia alguna, Cárdenas mismo y Porfirio Muñoz Ledo.

Como líder del partido, López Obrador lo dotó de eficacia suficiente para ganar en 1997 la mayor bancada legislativa con que hasta entonces había contado la izquierda (solo superada en número por la que, a causa del efecto López Obrador se formó en las elecciones de 2006), y la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Exageraría quien dijera que López Obrador hizo a Cárdenas ganar una elección por primera vez desde la que en 1980 lo convirtió en gobernador de Michoacán. Se combinaron felizmente la reputación de Cárdenas y la eficacia del partido encabezado por el tabasqueño. Se ofrecieron a su vez apoyo recíproco para la operación de 2000, en que Cárdenas aspiró por tercera vez a la Presidencia y López Obrador fue candidato a la jefatura de gobierno de la ciudad de México.

Sus diferencias aparecieron y fueron ensanchándose ante la decisión de Cárdenas, prontamente declinada, de buscar una cuarta postulación presidencial. Era tal el peso que dentro del PRD había ganado López Obrador que Cárdenas mismo comprendió la inutilidad de contender en su contra en un proceso interno. Pero quedó sembrada una semilla de discordia que se concretó cuando Cárdenas apoyó a Jesús Ortega en la disputa interna contra Marcelo Ebrard (que era el candidato de López Obrador) por la candidatura al gobierno capitalino. Y la zanja abierta entre ambos se amplió, como queda dicho, en la campaña presidencial de hace cinco años.

Pero Encinas tendió puentes por encima de esa brecha y Cárdenas y López Obrador los utilizaron. Cada uno en su momento había reconocido los méritos personales y políticos de Encinas y lo incorporaron a su gabinete. Cárdenas lo nombró secretario del Medio Ambiente. Y López Obrador de Desarrollo Económico. Encinas no vaciló en aceptar una disminución formal de su rango cuando el tabasqueño lo designó subsecretario de Gobierno, de donde después ascendió a secretario y quedó en situación de reemplazar a su jefe cuando éste fue desaforado. Como gobernante interino durante la crisis del segundo semestre de 2006, Encinas combinó con fortuna su adhesión a López Obrador y su apego a la legalidad en el ejercicio de sus responsabilidades. Dirá que eso es mentira quien recuerde el plantón de Reforma, que tanto enardeció los ánimos de importantes segmentos de la población. Pero Encinas no podía dispersar por la fuerza a quienes protestaban contra el fraude electoral, por ser contrario a sus convicciones y porque, ejerciendo la ley, resolvió el dilema tomando uno de sus extremos: respetó la libertad de reunión por encima de la de tránsito. Discutible la opción, acaso, pero netamente legal.

López Obrador impulsó la candidatura de Encinas en el estado de México. Más de una vez la premura con la que su exjefe toma decisiones o las da a conocer, lo puso en aprietos. Lo último que podría admitir, porque no corresponde con la realidad, es que carece de voluntad y es manejado por López Obrador. Cuando este pidió licencia al PRD (que por lo visto ha dejado ya de tener vigencia) pretendió que Encinas, sobre la marcha, de modo inconsulto, lo siguiera. Pero Encinas se negó.

No queda duda de que el PRD acompañará unido a su candidato a gobernador. Es preciso que aproveche para más este impulso unitario.

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