Un mundo más inseguro

Olga Pellicer

Refiriéndose a la captura y ejecución de Bin Laden, Barack Obama declaró con entusiasmo: “El mundo es ahora más seguro”; desgraciadamente, tales palabras no son convincentes. Hay al menos tres motivos para argumentar que el mundo enfrenta ahora más inseguridad. Primero, la posibilidad de actos terroristas planeados como represalia por la muerte del iniciador de Al Qaeda; segundo, la abierta tensión que se ha creado en la relación entre Estados Unidos y Paquistán; tercero, el nacionalismo exaltado que ha resurgido en Estados Unidos, mismo que recuerda más los años de Bush que los compromisos con la paz de la primera etapa del gobierno de Obama.

La muerte de Bin Laden no significa necesariamente la desaparición de Al Qaeda, un movimiento que encontró eco en numerosos grupos islámicos organizados en células que se han distribuido a través del mundo. El fanatismo religioso que los inspira no es fácil de eliminar. De hecho, esos grupos se han mantenido activos y multiplicándose a pesar de que, desde el 11/09, Bin Laden se encontraba escondido. Es difícil prever si ocurrirán actos de represalia y cuándo se producirían; el peligro está latente y nada invita a bajar la guardia.

Una de las primeras reacciones al conocerse la muerte de Bin Laden fue imaginar que ésta ofrecía la justificación para acelerar la salida de tropas extranjeras de Afganistán. La búsqueda del terrorista más peligroso del mundo era uno de los argumentos para que dichas tropas estuvieran allí, a pesar de lo impopular de esa guerra, tanto en las filas del Partido Demócrata de Estados Unidos como en amplios sectores de la opinión pública europea.

Sin embargo, es difícil separar lo que ocurra en Afganistán de la situación en Paquistán, país vecino con el que se comparten grupos étnicos, religión, familia y organizaciones políticas. Ahora bien, la tensión y la desconfianza entre Estados Unidos y Paquistán es una de las consecuencias más inquietantes de la captura y ejecución de Bin Laden.

No puede haber dudas sobre la complicidad de las autoridades paquistaníes que permitieron la construcción de un refugio, de proporciones y comodidades visibles, a unos cuantos kilómetros de la capital y rodeado de casas habitadas por la alta cúpula militar del país. Tampoco puede haber dudas sobre las enormes dificultades que enfrentan los dirigentes estadunidenses para confrontarse abiertamente con Paquistán.

Son muchas las razones que obligan a la cautela en la política de Estados Unidos hacia Paquistán. Entre ellas se encuentran la extrema sensibilidad de sus habitantes hacia las políticas de Estados Unidos, su papel clave en la geopolítica de Asia y, sobre todo, que posee armamento nuclear. No se puede olvidar que a pesar de la pobreza y atraso de gran parte de su territorio, los dirigentes paquistaníes tienen un poder de disuasión en dicho armamento. Pasará algún tiempo antes de que se redefina la relación entre los dos países; en todo caso, ésta siempre expresará un frágil compromiso entre la desconfianza y la necesidad de simular amistad.

El impacto mayor de la captura de Bin Laden ha ocurrido al interior de Estados Unidos al elevar considerablemente la popularidad del presidente Obama en momentos en que inicia la campaña para su reelección el próximo año. De acuerdo con las encuestas, existe ahora una imagen muy positiva de su capacidad para combatir el terrorismo y defender la seguridad nacional de Estados Unidos. Persisten las dudas sobre su habilidad para manejar la economía, pero lo cierto es que el dirigente demócrata ha recuperado un gran apoyo entre la ciudadanía que no era previsible hace unas cuantas semanas.

Es pronto para opinar si el presidente ya tiene la reelección asegurada. La pregunta clave es hasta donde seguirá operando a su favor el golpe contra Bin Laden. La respuesta conduce hacia un Obama más guerrero y menos preocupado con la legalidad internacional de lo que se había proyectado en la época en que se le otorgó el Premio Nobel de la Paz.

Al hacer de la captura de Bin Laden un asunto de orgullo nacional, fundamental para la recuperación de la confianza ciudadana en la capacidad del gobierno para combatir el terrorismo, Obama ha revivido los momentos que siguieron al 11/09. Es una manera de cohesionar a la sociedad a su favor, pero también es un momento de reafirmar la convicción de que no hay cortapisas al derecho del gran poder estadunidense para combatir a los enemigos.

Al exaltar la exitosa acción de la CIA, Obama ha cuidado dejar fuera aspectos que puedan sembrar dudas. Por ejemplo, el escaso respeto por principios jurídicos internacionales al haber desconocido las normas del derecho penal internacional que exigían un juicio y una condena pública, así se tratara del terrorista más peligroso del mundo. Así mismo, ha ignorado las sospechas sobre el uso de la tortura para obtener la información que permitió, finalmente, conocer las coordenadas de donde se encontraba Bin Laden.

El enemigo está muerto, los estadunidenses lo festejan y celebran al líder que lo hizo posible reviviendo, al mismo tiempo, el estilo y los ánimos del poder imperial. Una situación comprensible que cambia, sin embargo, la imagen de quien construyó su popularidad prometiendo el cierre de Guantánamo, condenando la tortura y asegurando que se pondría fin a un capítulo de arrogancia frente a las instituciones jurídicas internacionales.

Por todos los motivos anteriores, es difícil creer que “el mundo es ahora más seguro”. Las situaciones de riesgo en el ámbito internacional y los nuevos matices en el discurso de quien posiblemente será reelegido presidente de Estados Unidos en 2012 hablan de un futuro en el que la paz es más incierta y los peligros son más evidentes.

Comentarios