Sicilia debe negociar con Calderón

Ah Muán Iruegas especial para RMX

Para que una revolución ocurra deben conjuntarse varios factores: la percepción sobre el gobierno como uno tan irremediablemente injusto o inepto que sea visto como una amenaza al futuro del país, así como élites alienadas del Estado, una movilización social amplia y, adicionalmente, las grandes potencias ya sea rehusándose a defender al gobierno atacado o presionándolo a que no use la fuerza contra los rebeldes, afirma el profesor Jack Goldstone en la revista Foreign Affairs más reciente. En México están apareciendo algunas señales de lo que enlista Goldstone.

La guerra antinarco, la incapacidad gubernamental para controlar la violencia y la injusticia en México son consideradas riesgosas para el país por el grupo de Javier Sicilia y muchos más. El gobierno es visto como descoordinado y el ejército como ineficiente por parte de la élite gobernante de EUA. Hay fracturas en la élite económica nacional con el diferendo Televisa-Telmex, y esta empresa parece más lejos del gobierno federal de lo que ha estado en el pasado. La élite militar no está lejos del presidente, pero si se moviliza la sociedad mexicana como lo promueve el grupo de Sicilia, está preparándose el coctel de una crisis mayor.

La crisis mexicana no necesariamente es revolucionaria en mi opinión, aunque comparte algunos de sus rasgos. Pareciera más que se acerca a una especie de caótica implosión o imposibilidad del Estado para cumplir con sus deberes esenciales por sí mismo. De ahí que a mi juicio el objetivo de los movimientos contestatarios no deba ser agredir a las instituciones estatales, sino más bien fortalecer y hacer más confiable a éstas y a las capacidades que el Estado pierde día con día. Ante todo, brindar seguridad a los ciudadanos en su vida, su seguridad y su patrimonio.

Ya son varios líderes destacados y de ideologías distintas que sugieren la salida del poder de las autoridades ante su incapacidad de controlar la situación. Al menos lo han hecho Alejandro Martí y Javier Sicilia, quien ya demanda la revocación del mandato. Sicilia pidió la renuncia de García Luna; si no hay acercamientos entre ambas partes, no es difícil que los inconformes pidan la salida del poder del presidente.

Felipe Calderón corrigió el mensaje de cerrazón inicial en el que dijo que no cambiaría su estrategia porque tenía la razón, la ley y la fuerza -mensaje políticamente muy débil y fácilmente atacable, pues lo mostraba lejano al diálogo como valor democrático- y ahora se muestra dispuesto a entablar dicho diálogo.

Calderón se ha estado alejando algunos miembros de las clases medias y altas. Varios empresarios apoyan a Javier Sicilia, entre ellos Eduardo Gallo y el propio Alejandro Martí. Lo apoyan sacerdotes como Rodrigo Vera y Alejandro Solalinde, activistas sociales como María Elena Morera, periodistas como Jacobo Zabludowsky y muchos otros aquí y en el extranjero; también lo apoyan zapatistas y electricistas. Esto es relevante pues está convirtiendo al pequeño grupo inicial en un bloque más poderoso; se puede estar creando un frente por la vía de los hechos.

Para que los efectos logrados con la marcha de Sicilia no se vayan diluyendo como en el caso de otras manifestaciones, es conveniente a mi juicio que el grupo de Sicilia comience un diálogo directo con Calderón o algún representante del gobierno federal, para evaluar la guerra contra el narcotráfico en una mesa de negociación o algún mecanismo estable, con resultados evaluables y duraderos.

Hay condiciones para la negociación, sobre todo porque las partes hoy no son enemigas y esto facilita todo. Ambas partes buscan el mismo fin: la seguridad en el país, pero difieren en los métodos que una y otra proponen. Para ambas es preferible negociar antes de que el conflicto crezca.

Le conviene negociar a Calderón, pues así evita que se configure una situación de crisis mayúscula. De hecho, para Calderón es mejor negociar ahora que negociar después, pues mientras más se acerquen las campañas políticas más débil será y podría verse forzado a elegir entre la represión y la derrota. De hecho, si no negocia Calderón, lo hará algún otro político -en la medida de sus posibilidades.

A Sicilia le conviene negociar, pues su otra alternativa para modificar la política del gobierno es la desestabilización social y la presión al gobierno hasta forzarlo, cosa nada fácil de lograr; o bien su derrocamiento, para lo cual es muy débil hasta hoy, salvo que logre convocar a una huelga general o introducir la revocación del mandato, recién rechazado por los legisladores.

Para que se inicie una negociación, se requiere buscar puntos que sean aceptables para ambas partes. Puede ser de ayuda constituir un grupo de mediación, que con mucha probabilidad sería capaz de acercar las posturas entre el grupo de Javier Sicilia y el gobierno federal. Ayudaría incluso el anuncio de la intención de iniciar negociaciones, por alguna de las partes, sobre casi cualquier tema relevante. Tal vez la legalización de la marihuana sea un punto al menos para iniciar conversaciones: es algo ya pedido por Eduardo Gallo, aceptado para su discusión por Felipe Calderón y aceptable en la opinión pública de los Estados Unidos.

Por otro lado, pareciera que Sicilia tiene que renunciar a su idea de pactar con criminales, con objeto de que la negociación sea aceptable para Calderón. Hasta ahora el presidente ha manifestado su negativa a modificar su política antinarco en ese aspecto, por lo que pueden servir señales de Sicilia de una mayor disposición de atender las preocupaciones de su contraparte.

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