Francisco Rodríguez / Índice Político
Sí que han hecho mella en Felipe Calderón las manifestaciones en contra de su guerra, como la que ahora mismo lidera el poeta Javier Sicilia y que cuenta con un respaldo prácticamente general.
Y es que en el transcurso de apenas 12 horas, el ocupante de Los Pinos ha pedido, en cadena nacional de medios electrónicos, la “comprensión” a sus acciones –aún y cuando el colectivo social las sepa desatinadas y, por ende, fracasadas–, y otra vez carente de humildad, sin escuchar los clamores populares, se ha montado en su macho afirmando tener la razón, la ley y la fuerza de su lado, esta segunda ocasión en un discurso durante las conmemoraciones del 5 de mayo. Si no me comprenden por las buenas, pareciera decir, lo tendrán que hacer por las malas.
Calderón se siente triste y solitario en su guerra. Grave la cosa. Presentarse a sí mismo como víctima de las circunstancias, cuando –haiga sido como haiga sido– él tiene las facultades para hacerlas cambiar, no sólo demuestra desconocimiento e ineptitud, también una autoflagelación enfermiza.
Pero, además, cabe preguntarse si como él ha dicho en su alocución para conmemorar a Ignacio Zaragoza, ¿tiene Calderón de su lado a la razón? Inicialmente podría responderse a la cuestión en sentido afirmativo. Los seis años de ingobernabilidad foxista, aunados a su parcialidad que sólo favoreció al que parece ser el Cártel favorito de aquellos y estos panistas, el de Joaquín “El Chapo” Guzmán, en confrontación abierta con los demás grupos delictivos había provocado un clima de violencia y extorsión –a cargo de Los Zetas– al que había que parar o, cuando menos, neutralizar. Pero no cual se ha venido instrumentando, porque el resultado ha sido contraproducente.
Las gavillas de los Cárteles han demostrado que, pese a los vastos recursos económicos empleados, las decenas de miles de vidas sacrificadas, y una sola estrategia de combate –el de la violencia legítima Vs. la violencia delincuencial–, tienen una gran capacidad de resistencia y de adaptación. La fallida Administración, ya por corrupción, connivencia o hasta por ingenuidad, les telegrafía todas sus jugadas. Dentro de dos días, avisó el ocupante de Los Pinos, se iniciará en Michoacán el combate al narcotráfico. Con palabras parecidas como esa, fue que en diciembre de 2006 inició el Calvario por el que hoy ascendemos a duras penas los mexicanos.
Falso, eso sí, que Calderón tenga a la ley de su lado. Ha empleado a las Fuerzas Armadas como primera línea de ataque, en tanto se forman policías capaces, incorruptibles y dispuestos a asumir el papel que a estos cuerpos corresponde. Y tal estrategia, la militar, no sólo está sobre la Constitución, incluso en contra de ella.
De suyo, la ahora discutida y discutible Ley de Seguridad Nacional nació por una petición pública del General secretario de la Defensa, Guillermo Galván, hace ya más de dos años, de dotar al Ejército –y de paso a la Marina Armada– de un marco legal dentro del cual normar su actuación en la guerra de Calderón contra el crimen organizado. Y todo ello en aras de evitar, a posteriori, el enjuiciamiento político y popular a soldados y marinos por las constantes violaciones a los derechos humanos de los que han sido repetidamente acusados.
La guerra de Calderón, entonces, no está enmarcada en la ley. Para que fuese una guerra –y por eso mintió no ha mucho, diciéndonos que nunca ha utilizado la palabra guerra–, necesitaría además el aval del Congreso, que no tiene.
Sí usufructúa, en cambio, la fuerza. Con ella es que fallidamente ha intentado mostrarse triunfador. Y ni siquiera lo parece, en lo que él llama “problema de percepción”.
Parcialmente, la razón acompaña al ocupante de Los Pinos. Sus razones pueden considerarse válidas. Cualquier otro que en 2006 hubiese llegado a Los Pinos en 2006, habría impuesto la razón de Estado para combatir a la delincuencia.
Pero, sin estar enmarcada en la ley, usando sólo la fuerza…
Blaise Pascal decía: “La justicia sobre la fuerza es la impotencia. La fuerza sin justicia es tiranía.”
Y ni modo de no estar de acuerdo con Pascal.
Índice Flamígero: Paradójicamente, la sinrazón, la ilegalidad y la debilidad gubernamental han quedado nuevamente expuestas en la Coahuila minera, donde una explosión sepultó a una cuadrilla de trabajadores en un “pocito” inseguro, sin supervisión. Hay tantos subsecretarios en la Secretaría de Economía, que bien podrían dedicar una docena de ellos a revisar las concesiones que entregan a empresarios inescrupulosos, ¿no cree usted? + + + Sabe usted cuál fue la frase política que más me gustó de toda esta semana. La de Josefina Vázquez Mota en la que expresa su pena por el qué dirán las cúpulas del sector privado porque no se aprobó el engendro llamado Ley Laboral. ¿Y los trabajadores, doña Chepa?
Sí que han hecho mella en Felipe Calderón las manifestaciones en contra de su guerra, como la que ahora mismo lidera el poeta Javier Sicilia y que cuenta con un respaldo prácticamente general.
Y es que en el transcurso de apenas 12 horas, el ocupante de Los Pinos ha pedido, en cadena nacional de medios electrónicos, la “comprensión” a sus acciones –aún y cuando el colectivo social las sepa desatinadas y, por ende, fracasadas–, y otra vez carente de humildad, sin escuchar los clamores populares, se ha montado en su macho afirmando tener la razón, la ley y la fuerza de su lado, esta segunda ocasión en un discurso durante las conmemoraciones del 5 de mayo. Si no me comprenden por las buenas, pareciera decir, lo tendrán que hacer por las malas.
Calderón se siente triste y solitario en su guerra. Grave la cosa. Presentarse a sí mismo como víctima de las circunstancias, cuando –haiga sido como haiga sido– él tiene las facultades para hacerlas cambiar, no sólo demuestra desconocimiento e ineptitud, también una autoflagelación enfermiza.
Pero, además, cabe preguntarse si como él ha dicho en su alocución para conmemorar a Ignacio Zaragoza, ¿tiene Calderón de su lado a la razón? Inicialmente podría responderse a la cuestión en sentido afirmativo. Los seis años de ingobernabilidad foxista, aunados a su parcialidad que sólo favoreció al que parece ser el Cártel favorito de aquellos y estos panistas, el de Joaquín “El Chapo” Guzmán, en confrontación abierta con los demás grupos delictivos había provocado un clima de violencia y extorsión –a cargo de Los Zetas– al que había que parar o, cuando menos, neutralizar. Pero no cual se ha venido instrumentando, porque el resultado ha sido contraproducente.
Las gavillas de los Cárteles han demostrado que, pese a los vastos recursos económicos empleados, las decenas de miles de vidas sacrificadas, y una sola estrategia de combate –el de la violencia legítima Vs. la violencia delincuencial–, tienen una gran capacidad de resistencia y de adaptación. La fallida Administración, ya por corrupción, connivencia o hasta por ingenuidad, les telegrafía todas sus jugadas. Dentro de dos días, avisó el ocupante de Los Pinos, se iniciará en Michoacán el combate al narcotráfico. Con palabras parecidas como esa, fue que en diciembre de 2006 inició el Calvario por el que hoy ascendemos a duras penas los mexicanos.
Falso, eso sí, que Calderón tenga a la ley de su lado. Ha empleado a las Fuerzas Armadas como primera línea de ataque, en tanto se forman policías capaces, incorruptibles y dispuestos a asumir el papel que a estos cuerpos corresponde. Y tal estrategia, la militar, no sólo está sobre la Constitución, incluso en contra de ella.
De suyo, la ahora discutida y discutible Ley de Seguridad Nacional nació por una petición pública del General secretario de la Defensa, Guillermo Galván, hace ya más de dos años, de dotar al Ejército –y de paso a la Marina Armada– de un marco legal dentro del cual normar su actuación en la guerra de Calderón contra el crimen organizado. Y todo ello en aras de evitar, a posteriori, el enjuiciamiento político y popular a soldados y marinos por las constantes violaciones a los derechos humanos de los que han sido repetidamente acusados.
La guerra de Calderón, entonces, no está enmarcada en la ley. Para que fuese una guerra –y por eso mintió no ha mucho, diciéndonos que nunca ha utilizado la palabra guerra–, necesitaría además el aval del Congreso, que no tiene.
Sí usufructúa, en cambio, la fuerza. Con ella es que fallidamente ha intentado mostrarse triunfador. Y ni siquiera lo parece, en lo que él llama “problema de percepción”.
Parcialmente, la razón acompaña al ocupante de Los Pinos. Sus razones pueden considerarse válidas. Cualquier otro que en 2006 hubiese llegado a Los Pinos en 2006, habría impuesto la razón de Estado para combatir a la delincuencia.
Pero, sin estar enmarcada en la ley, usando sólo la fuerza…
Blaise Pascal decía: “La justicia sobre la fuerza es la impotencia. La fuerza sin justicia es tiranía.”
Y ni modo de no estar de acuerdo con Pascal.
Índice Flamígero: Paradójicamente, la sinrazón, la ilegalidad y la debilidad gubernamental han quedado nuevamente expuestas en la Coahuila minera, donde una explosión sepultó a una cuadrilla de trabajadores en un “pocito” inseguro, sin supervisión. Hay tantos subsecretarios en la Secretaría de Economía, que bien podrían dedicar una docena de ellos a revisar las concesiones que entregan a empresarios inescrupulosos, ¿no cree usted? + + + Sabe usted cuál fue la frase política que más me gustó de toda esta semana. La de Josefina Vázquez Mota en la que expresa su pena por el qué dirán las cúpulas del sector privado porque no se aprobó el engendro llamado Ley Laboral. ¿Y los trabajadores, doña Chepa?
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