Pacto, diálogo, Churchill

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

No me crié en Delfos, nunca me interesó leer a Nostradamus. Por descontado desconozco lo que ocurrirá dentro de un rato, ya no digamos al día siguiente, dentro de semanas o meses, pero ante lo que hoy sucede en México y motivado por la analogía que el presidente Calderón establece entre él mismo y Winston Churchill, no queda sino incursionar en los escenarios que pueden ofrecer -si realmente ocurren- el desarrollo y éxito del Pacto por la Paz con Justicia y Dignidad, y el diálogo entre organizaciones civiles y el gobierno, ambos consecuencia de la mediáticamente disminuida marcha encabezada por Javier Sicilia.

Clara Jusidman, Raúl Vera, Emilio Álvarez Icaza, Eduardo Gallo y Javier Sicilia son meridianamente claros. Establecieron que encausar las exigencias de la sociedad, agotada y temerosa por tanta muerte y tanto sacrificio -tan inequitativo, al ser menos solidario que el padecido por el pueblo inglés, pues Churchill y la monarquía se unieron a la lucha y compartieron las restricciones, mientras acá sólo imparten órdenes y distorsionan la realidad-, tiene dos fases.

Primero, la firma del Pacto. Eligieron Ciudad Juárez para hacerlo, por lo que esa frontera significa históricamente. Allí, sin participación de ningún miembro de los tres Poderes de la Unión, únicamente entre organizaciones civiles, cuidando que ninguna de ellas tenga nexos con gobierno alguno: federal, estatal o municipal, los mexicanos conscientes de que se requiere su esfuerzo y voluntad para que la patria recupere su identidad nacional, su cultura y dignidad, se comprometerán a pugnar porque quienes han de cumplir con el mandato constitucional, a) Establezcan un nuevo camino de paz con justicia y dignidad; b) Inicien procesos transparentes de investigación, procuración y administración de justicia; c) Se comprometan a poner fecha al fin de la estrategia de guerra, y a asumir un esquema de seguridad ciudadana; d) Cumplir con lo establecido en las leyes, para erradicar corrupción e impunidad; e) Definir e iniciar el combate a la raíz económica de las ganancias del crimen; f) Concebir y proponer un plan de emergencia nacional de apoyo a la infancia y juventud, crear oportunidades reales para ellos, y g) Impulsar la democratización y nuevos medios de participación ciudadana en el país.

Se anunció que mientras se organiza la firma del Pacto, que se efectuará el próximo 10 de junio, se establecerán bases y marco para un diálogo público entre las organizaciones civiles y el gobierno federal, con asistencia del Presidente de la República, en Palacio Nacional, también con asistencia de las víctimas y/o sus deudos. Para ello, los convocantes todos, o los elegidos por ellos, se reunirán con Francisco Blake Mora, en las oficinas de la Secretaría de Gobernación. Conociendo lo pulcro que son los integrantes del ahora Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en lo referente a su credibilidad y comportamiento honesto, darán cuenta a los medios, después de cada una de esas reuniones, pues es de suponerse que no llegarán a establecer el marco y los temas en el primer encuentro.

Debido al resultado de sus políticas públicas -notoriamente las de seguridad-, al despertar ciudadano motivado por la marcha, a las exigencias de la sociedad, a la propuesta de firmar un Pacto en el que el gobierno queda al margen, a la demanda de diálogo público con la presencia del titular del Ejecutivo, el presidente Felipe Calderón se ha colocado en una situación de perder-perder, pues si asiste, tal y como están planteados los compromisos del Pacto y lo que se propone para el diálogo, el desempeño de su gobierno será severamente analizado y calificado, con datos duros puestos a conocimiento de todos; por el contrario, si después de calibradas bien las consecuencias de su presencia en ese diálogo, decide dar un paso atrás, también será analizado y calificado, pero con todo en contra.

De allí que el mismísimo 13 de mayo, recién desempacado de su gira a Estados Unidos, decidiera empezar a medir el agua a los camotes, con las imposturas verbales y los recursos con los que sabe hacerlo: el discurso y el control de medios entre los opinadores profesionales y, por el momento, todavía creíbles.

Por eso en el Centro Banamex, ante los delegados de todas las áreas del gobierno federal en las entidades federativas, el presidente Felipe Calderón se precipitó a comparar su lucha contra la delincuencia con la de Winston Churchill contra los nazis. Sostuvo que el primer ministro británico fue, como él lo es, acosado y señalado, en medio de un mar de titubeos que aconsejaban ignorar el avance de los nazis, e incluso someterse a ellos. Pero evocó las palabras del estadista británico para advertir que alcanzará la victoria.

Después de indicar que no vive el ocaso de su sexenio, instruyó a cientos de delegados estatales difundir, sin miedo, la transformación lograda por su gobierno humanista, y a no guardar silencio ante difamaciones, calumnias y ataques dirigidos a su administración.

Puede anticiparse, entonces, que así sería el tono del diálogo.

De efectuarse ese encuentro político entre gobierno y gobernados, las organizaciones civiles insistirán en que se efectúe la reforma política, pero que en ella se incluyan las figuras de referéndum y revocación de mandato porque, dicen ellos y con razón, si los ciudadanos los elegimos, también podemos pedirles que se vayan. Promoverán la desaparición de los diputados de partido, la profundización de la reforma constitucional penal, la del Poder Judicial y una reforma profunda del Ministerio Público.

No podrá evitarse el análisis y evaluación, con datos duros, de la política económica y de la guerra a la delincuencia organizada, porque ambas deben modificarse, pues de lo contrario todo permanecerá igual.

Si todo lo anterior se discute entre junio y diciembre de 2011, los perfiles actuales de los precandidatos y las propuestas -hasta hoy vigentes- de los partidos para la sucesión presidencial, podrían no sólo devenir obsoletos, sino además ser considerados una afrenta por la sociedad, por lo que, de firmarse el Pacto y desarrollarse el diálogo, las consecuencias inmediatas repercutirán sobre el previsto esquema, en cada uno de los partidos contendientes, de la sucesión presidencial.

Pero claro, está la otra vertiente, la anticipada por Jaime Sánchez Susarrey, que prefiere que todo permanezca igual, porque moverle el agua a los camotes equivaldrá a convocar al caos. Por el momento, la moneda permanece de canto; pronto veremos qué tan cierta es la vocación democrática del presidente Felipe Calderón Hinojosa.

Comentarios