Pachuca no es basurero

Miguel Ángel Granados Chapa

Ante el imperativo cierre del Bordo Poniente, el principal basurero del DF, situado en un rincón de Nezahualcóyotl, el gobierno capitalino anda en busca de un nuevo depósito para sus desechos. Y no ha hallado mejor destino que el municipio de La Reforma, conurbado (conurbadísimo, si cabe el superlativo) a Pachuca. A pesar de que reina todavía confusión al respecto, el gobierno del estado debería oponerse a que la capital hidalguense se convierta en tiradero del Distrito Federal. Y como, al contrario, el gobernador Francisco Olvera ha dicho que si el servicio se paga no hay por qué el municipio directamente involucrado no lo acepte, los pachuqueños y mineralenses deberían expresar su oposición a semejante despropósito.

Durante siglos, tierras hoy de Hidalgo han servido para recibir las aguas negras que expulsa la ciudad de México. Durante décadas y décadas los cultivos del distrito de riego no. 2 han sido alimentados desde las presas Endhó y Requena (no lejos de Tula de Allende), punto final del Gran canal de desagüe (o los nombres modernos que hoy lo designan) que saca la suciedad producida por la digestión de la mayor concentración urbana del país. El líquido procedente de ese drenaje se utilizó sin ningún tratamiento durante muchos años, y con algun imperfecto en etapas recientes, para regar los plantíos de alfalfa y de hortalizas cuyos productos consume el mercado local. Se ha pagado así el costo de una relación colonial entre la metrópoli y sus regiones subordinadas.

Pachuca en particular ha sido maltratada en sentido semejante, en su caso por la explotación minera. Desde la etapa colonial y hasta hace no muchos años, los desechos industriales resultantes del beneficio (así se llama el proceso de separación de los metales del mineral extraído de los túneles) se acumularon en los extremos de la capital hidalguense. Constituyeron, en los puntos de salida a la ciudad de México y hacia Tulancingo, lomeríos que fueron parte del paisaje. Tan era así, que ni el gobierno ni la sociedad reparó nunca en el daño ambiental que esos desperdicios significaban para la población. Se trataba de tierra susceptible de convertirse en polvo con partículas metálicas minúsculas que a su vez circulaba en el aire respirado por los lugareños. El cianuro que daba una coloración gris a las pequeñas dunas es también un factor contaminante cuyos efectos no han sido investigados suficientemente.

Con suprema irresponsabilidad, que corrió parejas con el afán mercantil de los dueños del futbol profesional pachuqueño, el estadio y sus instalaciones aledañas, donde juegan los Tuzos, se erigió sobre jales. Supongo que se realizaron las obras de reforzamiento necesarias, porque de lo contrario un mal día esa enorme construcción puede deslizarse por fallas en sus cimientos. Eso, al margen del daño que inhalar cianuro produzca a jugadores y espectadores.

Aunque en algún momento, hace medio siglo, aproximadamente, se intentó reexplotar los jales, pues su contenido tenía ya nuevos usos rentables, y había progresado la tecnología para procesarlos, hoy todavía no se resuelve qué hacer con esos montículos, cuyo allanamiento daría a la compañía minera Real del Monte y Pachuca los rendimientos que ya no obtiene de la explotación minera, agotada por ahora. Convertir las superficies libradas de los jales en fraccionamientos sería un enorme negocio inmobiliario si con irresponsabilidad semejante a la que autorizó a construir el estado de Hidalgo se otorgaran permisos para habitarlos.

Y ahora viene la basura capitalina. Pachuca y el Mineral de la Reforma tienen ya problemas con la suya propia. El depósito del Huixmí, en las goteras de la capital hidalguense, ya dio de sí y se ha habilitado una tercera etapa que lo coloca en situación frágil. También se repletó el de La Reforma. Ha circulado la idea, sin concreción todavía, de constituir un gran basurero metropolitano, que recoja los desechos pachuqueños y de los municipios vecinos, incluido el de La Reforma, que es más que vecino. Uno pasa de un municipio a otro sin enterarse; ambos constituyen una unidad urbana que permite hablar del proyecto que el gobierno del DF quiere poner en práctica como si su destino fuera Pachuca misma.

En febrero el ayuntamiento de La Reforma firmó un convenio con la empresa Tecnoazul, filial de la falsa cooperativa Cruz Azul (que en realidad es un negocio particular de la familia Álvarez) para la extracción de un combustible útil para la producción cementera a partir de la basura. Sería prudente esperar resultados de ese convenio, con el que ese gobierno municipal pretende resolver el problema de los desechos y al mismo tiempo ganar dinero, antes de embarcarse en la recepción de la inmensa masa que le llegará de la ciudad de México.

El gobierno del DF enfrenta una necesidad a plazo perentorio. Hace bien, por consecuencia, en tratar de persuadir a los gobiernos de los municipios a los que remitirá su basura. Queda en manos de esos gobiernos actuar con responsabilidad frente a sus gobernados y no tomar decisiones que repercuten de modo inmediato en la vida cotidiana y pueden tener efectos trascendentes. Es verdad que el pragmatismo financiero que fuerza a la obtención de ingresos y ganancias se impone como un implacable modo de vivir y de gobernar. Pero ha de impedirse que la siempre lastimada sociedad hidalguense pague con su salud y su dignidad el negocio que hagan sus autoridades. El gobernador Olvera ve bien que los ayuntamientos ganen dinero de ese modo.

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