Narcocorridos

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

¿Son o no manifestaciones culturales los corridos que narran las peripecias de los barones de la droga? ¿Manifiestan esas expresiones musicales una realidad, y al hacerlo inciden en el comportamiento de quienes, ajenos a ese mundo, las escuchan? ¿Son un retrato de los sueños ocultos de los mexicanos, como ocurrió con los de los míticos héroes de los corridos? Me refiero a Simón Blanco, Porfirio Cadena, todo ese caudal de leyendas que pretendieron ser una lección ética o moral.

Arturo Pérez-Reverte ha contado, en diversos textos, lo que debe a los narcocorridos en la historia de La reina del sur, y ningún obtuso censor puede pretender que esa entretenida y bien escrita novela determinó el cómo y el cuándo del narcotráfico en España. Pérez-Reverte es miembro de la Academia en su país, y además -a pesar de la multa por plagio- un hombre consciente del riesgo del narcotráfico en todas sus manifestaciones y derivaciones, y la manera en que el dinero negro producido por esa actividad, se inserta, debidamente lavado, en la economía de la globalización.

Los investigadores serios saben que el narcotráfico es un negocio, como las industrias del alcohol y el tabaco; saben también que tienen -las tres industrias- un alto costo en los sectores de bienestar de las naciones, y que la única manera de que se modifique el ámbito de violencia en que se mueve es la legalización, lo que no sucederá porque los niveles de ganancia se irían al piso, como ocurrió cuando se terminó la prohibición en Estados Unidos.

En este contexto, el narcocorrido es un side line económico y cultural de lo que hoy mueve al mundo, legal o ilegalmente. Tanto, que de Buenos Aires, Argentina, vino a México Laura Ventura, de La Nación, para desentrañar las razones por las cuales “los corridos del siglo XXI reflejan, como ninguna otra manifestación cultural e intelectual, la actualidad de la sociedad mexicana”.

Apunta la periodista: “Los narcocorridos son el espejo de un país que incorporó en su lenguaje cotidiano la jerga de los cárteles y un negocio que amasó casi diez millones de dólares durante 2010, entre conciertos, ventas de discos online y merchandising; no son ni la literatura ni los medios, sino los corridos del siglo XXI, estas construcciones populares de rima consonante y pegadiza, los que mejor registran el estado de una sociedad que conserva su esencia indígena, su raíz católica y su trato servicial”.

Las observaciones de Laura Ventura son equívocas, porque la esencia indígena dejó de existir en cuanto los criollos decidieron no soltar el poder; la raíz católica pierde fortaleza, profundidad, en cuanto se establecieron las alianzas entre los cristianos y el poder; el trato servicial es sólo un recuerdo, desde el momento en que las bandas son víctimas de barones de la droga y de las autoridades, pues si en una tocada, una fiesta, un convite, un rave, está presente un narcotraficante, las policías establecen, como norma, connivencia entre los músicos y los jefes de los cárteles.

Pero además, si un jefe de un cártel, de un grupo, o algún líder de sicarios se siente ofendido porque la letra y la música que refieren las andanzas de un jefe y un cártel rival le resultan ofensivas o, peor, más ilustrativas del narcocorrido a él dedicado, pues quien paga es el compositor, o el intérprete que se animó a incluirlo en su repertorio.

Refiere la reportera argentina -debe haber escuchado de todo-, que “El Komander, una de las figuras más populares del denominado movimiento alterado, aquel que reúne a los artistas más relevantes de esta movida, interpreta El ejecutor, una oda a un sicario: “Me apodan ejecutor soy el que cobra las cuentas/ soy el que levanta lacras/ el que cabeza revienta/ con un comando de muerte/ aseguramos la empresa”.

Después, el desengaño de su investigación: “Ni la radio ni la TV emiten estas canciones, porque las autoridades consideran sus letras una apología del crimen organizado. El tabú no es constitucional. Los gobernadores impulsan iniciativas que respetan las radiodifusoras locales para, voluntariamente, no emitir los corridos de figuras como Los buchones de Culiacán, Los enfermos, Oscar García, Los tucanes de Tijuana, Los dos primos, y la lista continúa. Las autoridades están cada vez más preocupadas por este fenómeno y, la semana pasada, el gobernador de Chihuahua, César Duarte Jáquez, prohibió los conciertos de bandas de narcocorridos en ese estado”. El argumento del gobernador Duarte es débil: 'No queremos limitar la libertad de expresión, pero [los narcocorridos] alimentan un sentimiento en los que no tienen oportunidades, y lo toman como un ejemplo de vida, o refieren a los narcotraficantes como elementos de pleno éxito'.

La semana anterior, como si fuese una respuesta política a lo publicado en Argentina, y como si sirviera de algo a la lucha contra el narcotráfico, el gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, promovió la aprobación de una ley para prohibir la música de narcocorridos en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiesta y la presentación de artistas de este corte musical.

Explicó, el gobernador de Sinaloa, que la medida es para evitar que “surjan ídolos de oropel, así como La Barbie (narcotraficante del cártel de los Beltrán Leyva), que ahora es una moda”, y se haga apología del delito mediante la música. Dijo también que muchos actos violentos escenificados se relacionan al movimiento alterado, una moda en la que los cantantes se refieren a la delincuencia.

Disiento de la opinión de ambos gobernadores, porque los jóvenes o los casi niños que sin dudarlo, o sin pensarlo siquiera, se insertan en el mundo de los cárteles u otras organizaciones de delincuencia organizada, no lo hacen inspirados por los narcocorridos ni las figuras popularizadas por esa música, sino que hastiados, cansados de tanto sufrir porque las políticas públicas, el nuevo modelo de desarrollo, la globalización, los excluyeron de todo, dejándoles como única vía de escape el dinero fácil ofrecido por las organizaciones criminales, aunque en otros casos, esta sociedad produce ya enfermos iguales a los identificados como asesinos seriales en el Primer Mundo, como ocurrió con El Ponchis, en Morelos, o con los ejecutores físicos de los que llegaron vivos a las fosas clandestinas de Tamaulipas y Durango.

No hay mal que dure cien año, ni cuerpo que aguante. La tragedia que disminuye a México y humilla a los mexicanos no es eterna; cuando la tormenta amaine, los narcocorridos serán la manifestación cultural de una época difícil.
May 23, 2011

— 12:00 am
¿Son o no manifestaciones culturales los corridos que narran las peripecias de los barones de la droga? ¿Manifiestan esas expresiones musicales una realidad, y al hacerlo inciden en el comportamiento de quienes, ajenos a ese mundo, las escuchan? ¿Son un retrato de los sueños ocultos de los mexicanos, como ocurrió con los de los míticos héroes de los corridos? Me refiero a Simón Blanco, Porfirio Cadena, todo ese caudal de leyendas que pretendieron ser una lección ética o moral.

Arturo Pérez-Reverte ha contado, en diversos textos, lo que debe a los narcocorridos en la historia de La reina del sur, y ningún obtuso censor puede pretender que esa entretenida y bien escrita novela determinó el cómo y el cuándo del narcotráfico en España. Pérez-Reverte es miembro de la Academia en su país, y además -a pesar de la multa por plagio- un hombre consciente del riesgo del narcotráfico en todas sus manifestaciones y derivaciones, y la manera en que el dinero negro producido por esa actividad, se inserta, debidamente lavado, en la economía de la globalización.

Los investigadores serios saben que el narcotráfico es un negocio, como las industrias del alcohol y el tabaco; saben también que tienen -las tres industrias- un alto costo en los sectores de bienestar de las naciones, y que la única manera de que se modifique el ámbito de violencia en que se mueve es la legalización, lo que no sucederá porque los niveles de ganancia se irían al piso, como ocurrió cuando se terminó la prohibición en Estados Unidos.

En este contexto, el narcocorrido es un side line económico y cultural de lo que hoy mueve al mundo, legal o ilegalmente. Tanto, que de Buenos Aires, Argentina, vino a México Laura Ventura, de La Nación, para desentrañar las razones por las cuales “los corridos del siglo XXI reflejan, como ninguna otra manifestación cultural e intelectual, la actualidad de la sociedad mexicana”.

Apunta la periodista: “Los narcocorridos son el espejo de un país que incorporó en su lenguaje cotidiano la jerga de los cárteles y un negocio que amasó casi diez millones de dólares durante 2010, entre conciertos, ventas de discos online y merchandising; no son ni la literatura ni los medios, sino los corridos del siglo XXI, estas construcciones populares de rima consonante y pegadiza, los que mejor registran el estado de una sociedad que conserva su esencia indígena, su raíz católica y su trato servicial”.

Las observaciones de Laura Ventura son equívocas, porque la esencia indígena dejó de existir en cuanto los criollos decidieron no soltar el poder; la raíz católica pierde fortaleza, profundidad, en cuanto se establecieron las alianzas entre los cristianos y el poder; el trato servicial es sólo un recuerdo, desde el momento en que las bandas son víctimas de barones de la droga y de las autoridades, pues si en una tocada, una fiesta, un convite, un rave, está presente un narcotraficante, las policías establecen, como norma, connivencia entre los músicos y los jefes de los cárteles.

Pero además, si un jefe de un cártel, de un grupo, o algún líder de sicarios se siente ofendido porque la letra y la música que refieren las andanzas de un jefe y un cártel rival le resultan ofensivas o, peor, más ilustrativas del narcocorrido a él dedicado, pues quien paga es el compositor, o el intérprete que se animó a incluirlo en su repertorio.

Refiere la reportera argentina -debe haber escuchado de todo-, que “El Komander, una de las figuras más populares del denominado movimiento alterado, aquel que reúne a los artistas más relevantes de esta movida, interpreta El ejecutor, una oda a un sicario: “Me apodan ejecutor soy el que cobra las cuentas/ soy el que levanta lacras/ el que cabeza revienta/ con un comando de muerte/ aseguramos la empresa”.

Después, el desengaño de su investigación: “Ni la radio ni la TV emiten estas canciones, porque las autoridades consideran sus letras una apología del crimen organizado. El tabú no es constitucional. Los gobernadores impulsan iniciativas que respetan las radiodifusoras locales para, voluntariamente, no emitir los corridos de figuras como Los buchones de Culiacán, Los enfermos, Oscar García, Los tucanes de Tijuana, Los dos primos, y la lista continúa. Las autoridades están cada vez más preocupadas por este fenómeno y, la semana pasada, el gobernador de Chihuahua, César Duarte Jáquez, prohibió los conciertos de bandas de narcocorridos en ese estado”. El argumento del gobernador Duarte es débil: 'No queremos limitar la libertad de expresión, pero [los narcocorridos] alimentan un sentimiento en los que no tienen oportunidades, y lo toman como un ejemplo de vida, o refieren a los narcotraficantes como elementos de pleno éxito'.

La semana anterior, como si fuese una respuesta política a lo publicado en Argentina, y como si sirviera de algo a la lucha contra el narcotráfico, el gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez, promovió la aprobación de una ley para prohibir la música de narcocorridos en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiesta y la presentación de artistas de este corte musical.

Explicó, el gobernador de Sinaloa, que la medida es para evitar que “surjan ídolos de oropel, así como La Barbie (narcotraficante del cártel de los Beltrán Leyva), que ahora es una moda”, y se haga apología del delito mediante la música. Dijo también que muchos actos violentos escenificados se relacionan al movimiento alterado, una moda en la que los cantantes se refieren a la delincuencia.

Disiento de la opinión de ambos gobernadores, porque los jóvenes o los casi niños que sin dudarlo, o sin pensarlo siquiera, se insertan en el mundo de los cárteles u otras organizaciones de delincuencia organizada, no lo hacen inspirados por los narcocorridos ni las figuras popularizadas por esa música, sino que hastiados, cansados de tanto sufrir porque las políticas públicas, el nuevo modelo de desarrollo, la globalización, los excluyeron de todo, dejándoles como única vía de escape el dinero fácil ofrecido por las organizaciones criminales, aunque en otros casos, esta sociedad produce ya enfermos iguales a los identificados como asesinos seriales en el Primer Mundo, como ocurrió con El Ponchis, en Morelos, o con los ejecutores físicos de los que llegaron vivos a las fosas clandestinas de Tamaulipas y Durango.

No hay mal que dure cien año, ni cuerpo que aguante. La tragedia que disminuye a México y humilla a los mexicanos no es eterna; cuando la tormenta amaine, los narcocorridos serán la manifestación cultural de una época difícil.

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