Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Carlos Pascual se empezó a despedir formalmente esta semana como embajador de Estados Unidos en México. La frialdad y desprecio con los que lo trató en su última etapa el presidente Felipe Calderón -a diferencia de algunos miembros del gabinete de seguridad que seguían en el idilio permanente con el cubano-americano-, lo llevó a apresurar su salida y no acompañar al nuevo representante de la Casa Blanca en la transición de una de las embajadas más importantes de Washington en el mundo. Aunque parezca un contrasentido, el presidente Calderón lo puede llegar a extrañar.
En la antesala de la Embajada de Estados Unidos en México se encuentra Earl Anthony Wayne, conocido en el Departamento de Estado como “Tony” Wayne, cuyo perfil retrata la imagen que parecen tener el presidente Barack Obama y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, de México y sus problemas: experto en terrorismo; amplio conocedor de la trata y tráfico de personas; formado en áreas de inteligencia; y experiencia de campo en países en guerra.
Wayne no es como Pascual, un teórico de estados fallidos. Wayne es el número dos de la Embajada de Estados Unidos en Afganistán, y desde 2006, cuando terminó su gestión como embajador en Argentina -tras la crisis diplomática entre los gobiernos de Néstor Kirchner y George W. Bush-, fue enviado a Asia para coordinar todo el desarrollo y los asuntos económicos en Afganistán y Pakistán, y supervisar toda la ayuda no militar en esas dos naciones.
Kabul ha sido su casa, y quien ha estado en la capital afgana sabe que ahí no se vive; se enfrenta la muerte todos los días. No hay ninguna ciudad mexicana donde todas las autoridades, el cuerpo diplomático, organizaciones, medios, que viven dentro de fortificaciones, se le acerque en riesgo y vulnerabilidad, al ser un objetivo permanente de terroristas.
No hay mucho que Wayne no haya vivido ya, y su eventual llegada a México sería un mensaje radical de Obama para Calderón, que reflejaría de alguna manera su ánimo tras la sugerencia pública del Presidente mexicano para que Pascual fuera removido porque le había perdido la confianza.
La llegada de Wayne no está del todo consumada, pero si la muerte de Osama Bin Laden hace 10 días no alteró los planes, será su nombre por quien Clinton pida el placet del gobierno mexicano que, le guste o no el nombramiento, tendrá que aceptarlo. Se ve muy remoto que el presidente Calderón se negara a darle el beneplácito, aunque no lo es tanto que busquen sus cabilderos que le cambien la propuesta antes de oficializarla. Pero esto último, por lo que se conoce en Washington, no ha sucedido.
Si es Wayne, llegará un diplomático de carrera con 26 años de experiencia, que trabajó directamente para cuatro secretarios de Estado: bajo los demócratas Cyrus Vance y Ed Muskie, y con los republicanos George Schultz y Alexander Haig. En la diplomacia ha recorrido todos los escalones en el servicio exterior, salvo ser canciller. Comenzó en 1975 como consejero político en Rabat, cuando Marruecos enfrentaba una revuelta guerrillera en el Sahara frente al Frente Polisario, y llegó a ser secretario de Estado Adjunto durante la Administración Bush, donde figura en su palmarés el trabajo que hizo para romper los circuitos financieros del terrorismo.
Pascual se presentó en México con sus diplomas de experto en la reconstrucción de estados fallidos. Wayne es una señal de Washington de que México no ha llegado aún a esa categoría. Los problemas que parecen percibirse en La Casa Blanca y el Departamento de Estado se inscriben en el imaginario colectivo de que los cárteles de la droga tienen rebasado al gobierno, y que nuevos fenómenos -por su incremento significativo en casos, no por ser de nacimiento reciente-, como la trata de personas, se añaden ominosamente al padrón criminal en México.
De concretarse, habrá una dupla en la Embajada en México con Wayne y John Feeley, el segundo de abordo en la Embajada con un pasado en las áreas de inteligencia de la Marina, que reitera el interés estratégico de Estados Unidos sobre México, a donde desde hace más de una década han enviado dentro de su aparato, a expertos en terrorismo y conflictos, que incluyó a José Rodríguez, ex jefe de Estación de la CIA, que fue trasladado de urgencia a Washington tras los atentados de Al Qaeda en 2001, para hacerse cargo de la Oficina de Contraterrorismo, desde donde supervisó los interrogatorios bajo tortura.
México ha sido durante muchos años un teatro de operaciones bélicas, ya sea en la Guerra Fría -donde el contraespionaje contra los países comunistas fue apoyado totalmente por gobiernos mexicanos-, o la Guerra Caliente -contra cárteles de la droga, donde frecuentemente encontraron agentes estadounidenses redes de protección institucional-. La salida de Pascual no alteró en absoluto la concepción de las relaciones bilaterales, sino que la ubicó más en la realidad. No era Ucrania y su reconstrucción, como se esperaba cuando se nombró a Pascual, sino Afganistán y Pakistán, en guerra permanente, desde donde quieren trasladar a Tony Wayne.
Carlos Pascual se empezó a despedir formalmente esta semana como embajador de Estados Unidos en México. La frialdad y desprecio con los que lo trató en su última etapa el presidente Felipe Calderón -a diferencia de algunos miembros del gabinete de seguridad que seguían en el idilio permanente con el cubano-americano-, lo llevó a apresurar su salida y no acompañar al nuevo representante de la Casa Blanca en la transición de una de las embajadas más importantes de Washington en el mundo. Aunque parezca un contrasentido, el presidente Calderón lo puede llegar a extrañar.
En la antesala de la Embajada de Estados Unidos en México se encuentra Earl Anthony Wayne, conocido en el Departamento de Estado como “Tony” Wayne, cuyo perfil retrata la imagen que parecen tener el presidente Barack Obama y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, de México y sus problemas: experto en terrorismo; amplio conocedor de la trata y tráfico de personas; formado en áreas de inteligencia; y experiencia de campo en países en guerra.
Wayne no es como Pascual, un teórico de estados fallidos. Wayne es el número dos de la Embajada de Estados Unidos en Afganistán, y desde 2006, cuando terminó su gestión como embajador en Argentina -tras la crisis diplomática entre los gobiernos de Néstor Kirchner y George W. Bush-, fue enviado a Asia para coordinar todo el desarrollo y los asuntos económicos en Afganistán y Pakistán, y supervisar toda la ayuda no militar en esas dos naciones.
Kabul ha sido su casa, y quien ha estado en la capital afgana sabe que ahí no se vive; se enfrenta la muerte todos los días. No hay ninguna ciudad mexicana donde todas las autoridades, el cuerpo diplomático, organizaciones, medios, que viven dentro de fortificaciones, se le acerque en riesgo y vulnerabilidad, al ser un objetivo permanente de terroristas.
No hay mucho que Wayne no haya vivido ya, y su eventual llegada a México sería un mensaje radical de Obama para Calderón, que reflejaría de alguna manera su ánimo tras la sugerencia pública del Presidente mexicano para que Pascual fuera removido porque le había perdido la confianza.
La llegada de Wayne no está del todo consumada, pero si la muerte de Osama Bin Laden hace 10 días no alteró los planes, será su nombre por quien Clinton pida el placet del gobierno mexicano que, le guste o no el nombramiento, tendrá que aceptarlo. Se ve muy remoto que el presidente Calderón se negara a darle el beneplácito, aunque no lo es tanto que busquen sus cabilderos que le cambien la propuesta antes de oficializarla. Pero esto último, por lo que se conoce en Washington, no ha sucedido.
Si es Wayne, llegará un diplomático de carrera con 26 años de experiencia, que trabajó directamente para cuatro secretarios de Estado: bajo los demócratas Cyrus Vance y Ed Muskie, y con los republicanos George Schultz y Alexander Haig. En la diplomacia ha recorrido todos los escalones en el servicio exterior, salvo ser canciller. Comenzó en 1975 como consejero político en Rabat, cuando Marruecos enfrentaba una revuelta guerrillera en el Sahara frente al Frente Polisario, y llegó a ser secretario de Estado Adjunto durante la Administración Bush, donde figura en su palmarés el trabajo que hizo para romper los circuitos financieros del terrorismo.
Pascual se presentó en México con sus diplomas de experto en la reconstrucción de estados fallidos. Wayne es una señal de Washington de que México no ha llegado aún a esa categoría. Los problemas que parecen percibirse en La Casa Blanca y el Departamento de Estado se inscriben en el imaginario colectivo de que los cárteles de la droga tienen rebasado al gobierno, y que nuevos fenómenos -por su incremento significativo en casos, no por ser de nacimiento reciente-, como la trata de personas, se añaden ominosamente al padrón criminal en México.
De concretarse, habrá una dupla en la Embajada en México con Wayne y John Feeley, el segundo de abordo en la Embajada con un pasado en las áreas de inteligencia de la Marina, que reitera el interés estratégico de Estados Unidos sobre México, a donde desde hace más de una década han enviado dentro de su aparato, a expertos en terrorismo y conflictos, que incluyó a José Rodríguez, ex jefe de Estación de la CIA, que fue trasladado de urgencia a Washington tras los atentados de Al Qaeda en 2001, para hacerse cargo de la Oficina de Contraterrorismo, desde donde supervisó los interrogatorios bajo tortura.
México ha sido durante muchos años un teatro de operaciones bélicas, ya sea en la Guerra Fría -donde el contraespionaje contra los países comunistas fue apoyado totalmente por gobiernos mexicanos-, o la Guerra Caliente -contra cárteles de la droga, donde frecuentemente encontraron agentes estadounidenses redes de protección institucional-. La salida de Pascual no alteró en absoluto la concepción de las relaciones bilaterales, sino que la ubicó más en la realidad. No era Ucrania y su reconstrucción, como se esperaba cuando se nombró a Pascual, sino Afganistán y Pakistán, en guerra permanente, desde donde quieren trasladar a Tony Wayne.
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