La muerte mediática de Bin Laden

Jenaro Villamil

La noticia corrió como reguero de pólvora en los medios occidentales, la noche del domingo 1. De golpe, al confirmar la muerte de Osama Bin Laden, Barack Obama sepultó la larga jornada de alabanzas y reiteradas imágenes sobre la beatificación de Juan Pablo II.

Las dos grandes religiones –islamismo y cristianismo– confrontadas en la escena mediática, pero ahora con el ingrediente del recuerdo de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que para el imaginario estadunidense seguirá representando una dura afrenta en su orgullo imperial.

El anuncio, que ha dominado la agenda informativa internacional, también ha generado una ola de reacciones dominadas por el escepticismo y la suspicacia. Entre analistas árabes y latinoamericanos en especial, aquellos confrontados con la línea de Washington, se especula sobre un posible "montaje mediático" al estilo de los que aplica en México nuestro secretario de Seguridad Pública, Genaro García.

Lo cierto es que se trata de una muerte mediáticamente anunciada. Con este hecho, Estados Unidos pretende cerrar un capítulo en su "guerra contra el terrorismo", pero no concluye lo que en distintas investigaciones periodísticas se ha ventilado.

Existen tres grandes ejes de este episodio:

1. El futuro de Al Qaeda. El surgimiento y operación de esta red de células autónomas –a la usanza de una franquicia estilo Mc Donalds– está extraordinariamente descrito, a detalle, en el libro La Torre Elevada, Al Qaeda y los Orígenes del 11-S, una investigación de Lawrence Wright que mereció el Permio Pulitzer. ¿Realmente se debilita esta trasnacional del terrorismo y el fanatismo tras la muerte de Bin Laden?

2. El papel de la CIA. Los cables informativos y el propio discurso de Barack Obama insistieron en reivindicar el papel de la agencia de espionaje más famosa, pero más fallida de la historia estadunidense. Las múltiples dudas sobre los errores, las complicidades y la falta de una estrategia preventiva frente a los ataques terroristas están planteadas en Legado de Cenizas, la Historia de la CIA, libro de Tim Weiner, también ganador del Premio Pulitzer. Las pistas de este fracaso siguen abiertas.

3. La invasión a Afganistán y a Irak. Existen numerosos y extraordinarios libros, especialmente los del periodista irlandés Robert Fisk, colaborador de The Independent, surgidos a raíz de las dos grandes invasiones del gobierno de George W. Bush bajo el pretexto de responder al “golpe” del 11-S. La vietnamización de ambas invasiones es un hecho que persigue como sombra a la administración demócrata de Barack Obama. Con las recientes revelaciones de los cables de Wikileaks sobre las torturas en la cárcel de Guantánamo, vale la pena releer no sólo la obra de Fisk, sino también Obediencia Debida, un compendio de los artículos de Seymour M. Hersh, colaborador de The New Yorker.

Algunas pistas

La trama sobre el surgimiento de Al Qaeda está relatada al detalle en el libro La Torre Elevada, una extensa y bien documentada historia de Lawrence Wright, escritor, guionista y autor de obras de teatro, y redactor de The New Yorker.

Desde el principio de la obra, Wright nos advierte que el origen de Al Qaeda no está en la locura individual de Osama Bin Laden o los millones de petrodólares de su familia, sino en el asesinato de Hasan al Banna, guía supremo de la sociedad de los Hermanos Musulamanes de El Cairo, una organización que ahora ha cobrado un nuevo protagonismo a raíz de la caída del régimen de Hosni Mubarak.

Los Hermanos Musulmanes no es una organización de reciente creación. Su origen se remonta a 1928 y tenía como objetivo convertir al país más importante del mundo árabe –después de Arabia Saudita– en un Estado islámico. Se enfrentaron al régimen de Gamal Abdel Nasser, en los años cincuenta, y a Annuar el Sadat, a quien criticaron por la capitulación con Israel en los años setenta, y han sobrevivido a todo.

Desde su origen tuvieron un “aparato secreto” bien compartimentado, que fue formando las redes de lo que posteriormente daría lugar a Al Qaeda.

De este aparato surgió el llamado “número dos” de Al Qaeda, que aún vive y sigue activo: Ayman Al Zawahiri. Este personaje es clave en la trama de la formación de Al Qaeda en Afganistán y su expansión hacia Pakistán. Wright describe así este papel:

“Gracias a sus contactos con los jefes tribales locales, Zawahiri viajó a Afganistán en varias ocasiones atravesando clandestinamente la frontera, lo que lo convirtió en uno de los primeros extranjeros que pudo presenciar el coraje de los combatientes afganos por la libertad, que se hacían llamar muyahidines, guerreros santos. Aquel otoño (de finales de los ochenta, en plena guerra contra las tropas soviéticas), Zawahiri volvió a El Cairo contando innumerables historias sobre los “milagros” que estaban ocurriendo en la yihad contra los soviéticos” (pp. 65-66).

El propio Wright advierte que “la tragedia estadunidense del 11 de septiembre se gestó en las prisiones de Egipto. Los defensores de los derechos humanos de El Cairo afirman que la tortura generó un deseo de venganza, primero en Sayyid Qutb, y más tarde en sus acólitos, incluido Ayman al Zawahiri. El principal blanco de la ira de los presos era el gobierno laico egipcio, pero también había una poderosa corriente de ira dirigida hacia Occidente, al que consideraban valedor de un régimen represivo”.

A lo largo de La Torre Elevada, Wright relata cómo se dio el encuentro entre Zawahiri y Osama Bin Laden, el papel del salafismo en la conformación de una ideología, así como el de otras organizaciones radicales islámicas que se fueron sumando a la iniciativa de estos dos personajes y la yihad global, formada a través de un hecho fundamental: el caldo de cultivo que representó en la década de los ochenta y los noventa los agravios cometidos contra los pueblos árabes por la Unión Soviética, Estados Unidos y su errática política en Medio Oriente, y el autoritarismo de los regímenes que hoy están cayendo como piezas de dominó.

Al Qaeda, advierte Wright, “sería un vector de esas dos fuerzas: una egipcia y otra saudí. Ambos tendrían que ceder para adaptarse a los objetivos del otro (Zawahiri y Bin Laden); como consecuencia, Al Qaeda seguiría un camino único, la yihad global”.

La idea de derrumbar las torres gemelas de Nueva York, documenta La Torre Elevada, surgió del llamado jeque ciego Omar Abdul Rahman, quien recibía apoyos financieros de Bin Laden. Y esto se gestó frente a las narices del aparato de inteligencia de Estados Unidos y a su mala lectura del fenómeno geopolítico en Medio Oriente. Wright advierte que entre los pocos que se dieron cuenta de que los grupos radicales preparaban el “asesinato a gran escala” como una de sus tácticas fue John O’Neill, exjefe de la sección de antiterrorismo del FBI, mejor conocido como El Príncipe de las Tinieblas (leer el capítulo 11 del libro).

El fracaso de la CIA y de EU

“El 11 de septiembre fue el catastrófico fracaso que Tenet (jefe de la CIA) había predicho tres años antes. Representó un fracaso sistemático de todo el gobierno estadunidense: la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional, el FBI, la Administración Federal de Aviación, el Servicio de Inmigración y Naturalización, y los comités de inteligencia parlamentarios. Fue un fracaso de la política y de la diplomacia. Fue un fracaso de los periodistas acreditados en el gobierno, que no supieron entender y transmitir la desorganización de esto a sus lectores. Pero, sobre todo, fue el fracaso de no saber conocer al enemigo. La CIA se había creado precisamente para evitar este nuevo Pearl Harbor”.

Con este párrafo sintético y contundente, Tim Weiner reconstruye en el libro Legado de Cenizas, la Historia de la CIA, el cúmulo de errores cometidos no sólo antes sino después de los ataques terroristas del 11-S. También la mentira que justificó una de las invasiones más caras y bárbaras de la historia moderna, que fue la de Irak, así como el desconocimiento de lo que sucede en ese país y en Afganistán.

El mismo director de la CIA, George Tenet, convenció a los halcones del gobierno de Bush de que “Irak proporcionó a Al Qaeda diversas clases de entrenamiento: combate, fabricación de bombas, así como armas químicas y biológicas, radiológicas y nucleares”.

Weiner subraya que Tenet basó su información en una sola fuente: Ibn al-Shaj al Libi, un actor marginal al que habían torturado (ya vimos a través de Wikileaks el tipo de torturas que se aplican para sacar “información creíble”) y encerrado durante 17 horas en una caja de poco más de medio metro de ancho.

El cúmulo de errores cometidos por la CIA en este periodo devastó a la agencia de espionaje, sostiene Weiner en su libro. Vale la pena releerlo para saber si ahora, en los tiempos de Obama, ese gran mito de la central de inteligencia más poderosa del mundo no volverá a embarcar a una nación y a todo el mundo en una guerra de tres billones de dólares, como sostienen Joseph Stiglitz y Linda J. Bilmes en otro libro: El Costo Real del Conflicto de Irak.

La tortura sin inteligencia

Desde el primer capítulo del libro Obediencia Debida, Seymour M. Hersh reproduce lo que le dijo un profesor de Análisis de Defensa, tras visitar la cárcel de Guantánamo, en Cuba, donde estaban apilados más de 600 prisioneros afganos:

“Regresó convencido de que en Guantánamo estábamos cometiendo crímenes de guerra. Según su muestra, más de la mitad de los que estaban allí encerrados no tenían por qué estarlo. Encontró gente tirada en el suelo sobre sus propias heces –incluidos dos cautivos (de ochenta años o más), indudablemente aquejados de demencia. Le pareció que lo que allí ocurría determinaba quién era importante y quién no” (p. 24).

El libro de Hersh fue escrito en 2003 y publicado en 2004, siete años antes de que la filtración de los cables internos del Pentágono, filtrados por Wikileaks confirmaran lo que ha sido un desastre y un continuo delito de guerra de las autoridades estadunidenses en Guantánamo.

Estas historias, a la luz del anuncio mediático de la muerte de Osama Bin Laden, hay que releerlas y revisarlas para saber el tamaño y el impacto de la fallida “guerra contra el terrorismo” de la última administración estadunidense. ¿Cometerá Barack Obama los mismos errores, atrapado en la red similar de intereses y de visión maniquea de la realidad en Medio Oriente?

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