Jorge Zepeda Patterson
Probablemente Andrés Manuel López Obrador hoy sería presidente si México no hubiera visto los videos en que sus colaboradores se embolsaron dinero de Ahumada. Seguramente el entonces vicepresidente Al Gore habría derrotado a George Bush si el affaire Lewinsky no hubiese ensombrecido los últimos meses del gobierno de Bill Clinton. Las derrotas de ambos, López Obrador y Gore, fueron por un margen tan microscópico que ilustran con claridad el impacto político electoral de los escándalos mediáticos. Paradojas de la vida, una mancha de semen en un vestido cambió la historia mundial, y sin duda la vida (y la muerte) de miles de iraquíes víctimas de la obsesión guerrera de Bush.
Y si hubiese alguna duda sobre el efecto de estos escándalos, allí está el mayúsculo descalabro en que incurrió Strauss-Khan, el candidato puntero en Francia, rival de Sarkozy. De la noche a la mañana el poderoso presidente del FMI se convirtió en un paria internacional por un incidente que cambiará la historia mundial (no minimizó la gravedad del delito, en proceso de investigarse, puntualizó sus consecuencia políticas).
El escándalo político cuando es "efectivo" parece mágico y por lo mismo resulta irresistible la tentación de utilizarlo. Puedo imaginarme los rostros exultantes de Diego Fernández de Cevallos y de Carlos Salinas cuando preparaban la estrategia para divulgar los videos de Ahumada, aún incrédulos de su suerte.
Al descontón mediático recurrió Roberto Madrazo para imponer un "tatequieto" a su competidor Arturo Montiel cuando peleaban la candidatura del PRI a la Presidencia en el 2006. Probablemente Madrazo habría ganado esa disputa de cualquier forma, pero el famoso Tucom (Todos Unidos contra Madrazo) había minado la candidatura del tabasqueño. Bastó ventilar los ingentes depósitos bancarios de los hijos del gobernador Montiel, y difundir imágenes de las fachadas imperiales de sus residencias para eliminarlo por knock-out.
La efectividad de un golpe a la credibilidad de un político es independiente de la calidad moral de quien lo acusa. O dicho de otra manera, nadie puede acusar de honestidad o de pobreza franciscana a Diego Fernández y a Carlos Salinas, organizadores de la crucifixión de Bejarano y compañía. Y entre el Madrazo que se roba maratones y el enamoradizo Montiel, es imposible decidir a quién confiarle una cartera. El colmo lo tendría Newt Gingrich, entonces líder de la Cámara baja, quien hizo cruzada personal contra Clinton el affaire Lewinsky, pese a que en ese momento él vivía un tórrido romance extramarital con su asistente, 23 años menor.
Es inevitable relacionar el escándalo Strauss-Khan y su impacto de 180 grados en la política francesa, con la carrera presidencial mexicana. Algunos creen que un imponderable mediático es la única variable que podría alterar una competencia que, según las encuestas, parecería decidida a favor de Enrique Peña Nieto. Por lo mismo, en muchas charlas de sobremesa a lo largo del país la gente se pregunta: ¿habrá una bomba política en el camino del mexiquense?
Desde luego los panistas tienen razón cuando advierten que hace seis años López Obrador llevaba una ventaja similar sobre otros precandidatos. Pero justamente, los videos de Ponce y de Bejarano fueron factor importante para disminuir esa ventaja, pues posteriormente fueron un insumo de la estrategia de contracampaña para pintar a López Obrador como peligro para México.
El equipo de Peña ha querido vacunarlo contra cualquier embate a su pasado. Él mismo ha comenzado a hablar de aspectos familiares que podrían estar sujetos a controversia. Su equipo asegura que los tropiezos de su trayectoria no dan para ocho columnas. Otros presumen del efecto teflón que ha adquirido su imagen, capaz de neutralizar la divulgación de algún defecto o falla.
Y pese a todo, en círculos panistas se habla de la inminencia de un golpe mediático importante antes de la elección del Edomex. La detención de un exgobernador priista vinculado al narcotráfico (candidatos no faltan), la aprehensión de El Chapo o la denuncia de una red de corrupción cercana a la élite mexiquense. Mi impresión es que ni los tres milagros sumados podrían ayudar a Felipe Bravo Mena.
No tengo duda que las vidas de cada uno de los contendientes son escudriñadas por propios y extraños. Sus conversaciones son grabadas en busca de la frase comprometedora y sus correos electrónicos intervenidos tienen más lectores que algunos periódicos. La tentación de descontar al enemigo es irresistible y seguramente será un recurso utilizado en los próximos meses. Sólo falta esperar quién será el primer protagonista del escándalo y quién será la mano ejecutora.
Probablemente Andrés Manuel López Obrador hoy sería presidente si México no hubiera visto los videos en que sus colaboradores se embolsaron dinero de Ahumada. Seguramente el entonces vicepresidente Al Gore habría derrotado a George Bush si el affaire Lewinsky no hubiese ensombrecido los últimos meses del gobierno de Bill Clinton. Las derrotas de ambos, López Obrador y Gore, fueron por un margen tan microscópico que ilustran con claridad el impacto político electoral de los escándalos mediáticos. Paradojas de la vida, una mancha de semen en un vestido cambió la historia mundial, y sin duda la vida (y la muerte) de miles de iraquíes víctimas de la obsesión guerrera de Bush.
Y si hubiese alguna duda sobre el efecto de estos escándalos, allí está el mayúsculo descalabro en que incurrió Strauss-Khan, el candidato puntero en Francia, rival de Sarkozy. De la noche a la mañana el poderoso presidente del FMI se convirtió en un paria internacional por un incidente que cambiará la historia mundial (no minimizó la gravedad del delito, en proceso de investigarse, puntualizó sus consecuencia políticas).
El escándalo político cuando es "efectivo" parece mágico y por lo mismo resulta irresistible la tentación de utilizarlo. Puedo imaginarme los rostros exultantes de Diego Fernández de Cevallos y de Carlos Salinas cuando preparaban la estrategia para divulgar los videos de Ahumada, aún incrédulos de su suerte.
Al descontón mediático recurrió Roberto Madrazo para imponer un "tatequieto" a su competidor Arturo Montiel cuando peleaban la candidatura del PRI a la Presidencia en el 2006. Probablemente Madrazo habría ganado esa disputa de cualquier forma, pero el famoso Tucom (Todos Unidos contra Madrazo) había minado la candidatura del tabasqueño. Bastó ventilar los ingentes depósitos bancarios de los hijos del gobernador Montiel, y difundir imágenes de las fachadas imperiales de sus residencias para eliminarlo por knock-out.
La efectividad de un golpe a la credibilidad de un político es independiente de la calidad moral de quien lo acusa. O dicho de otra manera, nadie puede acusar de honestidad o de pobreza franciscana a Diego Fernández y a Carlos Salinas, organizadores de la crucifixión de Bejarano y compañía. Y entre el Madrazo que se roba maratones y el enamoradizo Montiel, es imposible decidir a quién confiarle una cartera. El colmo lo tendría Newt Gingrich, entonces líder de la Cámara baja, quien hizo cruzada personal contra Clinton el affaire Lewinsky, pese a que en ese momento él vivía un tórrido romance extramarital con su asistente, 23 años menor.
Es inevitable relacionar el escándalo Strauss-Khan y su impacto de 180 grados en la política francesa, con la carrera presidencial mexicana. Algunos creen que un imponderable mediático es la única variable que podría alterar una competencia que, según las encuestas, parecería decidida a favor de Enrique Peña Nieto. Por lo mismo, en muchas charlas de sobremesa a lo largo del país la gente se pregunta: ¿habrá una bomba política en el camino del mexiquense?
Desde luego los panistas tienen razón cuando advierten que hace seis años López Obrador llevaba una ventaja similar sobre otros precandidatos. Pero justamente, los videos de Ponce y de Bejarano fueron factor importante para disminuir esa ventaja, pues posteriormente fueron un insumo de la estrategia de contracampaña para pintar a López Obrador como peligro para México.
El equipo de Peña ha querido vacunarlo contra cualquier embate a su pasado. Él mismo ha comenzado a hablar de aspectos familiares que podrían estar sujetos a controversia. Su equipo asegura que los tropiezos de su trayectoria no dan para ocho columnas. Otros presumen del efecto teflón que ha adquirido su imagen, capaz de neutralizar la divulgación de algún defecto o falla.
Y pese a todo, en círculos panistas se habla de la inminencia de un golpe mediático importante antes de la elección del Edomex. La detención de un exgobernador priista vinculado al narcotráfico (candidatos no faltan), la aprehensión de El Chapo o la denuncia de una red de corrupción cercana a la élite mexiquense. Mi impresión es que ni los tres milagros sumados podrían ayudar a Felipe Bravo Mena.
No tengo duda que las vidas de cada uno de los contendientes son escudriñadas por propios y extraños. Sus conversaciones son grabadas en busca de la frase comprometedora y sus correos electrónicos intervenidos tienen más lectores que algunos periódicos. La tentación de descontar al enemigo es irresistible y seguramente será un recurso utilizado en los próximos meses. Sólo falta esperar quién será el primer protagonista del escándalo y quién será la mano ejecutora.
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