Guillermo Fabela Quiñones
Mientras aquí se afirma que Petróleos Mexicanos (Pemex) está en quiebra, que no es redituable, que representa puras pérdidas, en el extranjero se tiene una opinión diferente; por eso tanto interés de inversionistas foráneos por adquirir la principal empresa mexicana. Desde luego, no para que el fisco siga quedándose con el ciento por ciento de las utilidades que genera, sino para obtener las ganancias exorbitantes que sigue produciendo, a pesar de la pésima administración de quienes están al frente de ella. El viaje de Felipe Calderón a Nueva York corroboró dicho interés, así como el compromiso de éste para que durante su sexenio se cumpla el anhelado propósito de inversionistas estadunidenses: quedarse con la paraestatal que durante 73 años ha sido explotada de manera irracional.
Ante el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, Calderón se comprometió a lograr que sea aprobada la reforma constitucional que permita la privatización de la empresa, o cuando menos que se autorice la venta de acciones a inversionistas privados. “Mi plan es intentar otra reforma legal para modernizar Pemex de una manera parecida a lo que logró Petrobras hace 10 años”. Esto es imposible en las actuales condiciones de la paraestatal mexicana, cuando los sucesivos gobiernos casi han conseguido su objetivo de llevar a la empresa al borde de la supervivencia, mientras que la petrolera brasileña, entonces y ahora, ha sido una empresa bien administrada por el Estado, así que no le afectaba negociar en condiciones favorables al país el ingreso de inversionistas extranjeros en calidad de socios minoritarios
Esto es impensable en el caso de Pemex, luego de casi tres décadas de saqueo absurdo, lapso en el que se le dejó el puro cascarón, así que los compradores pagarían una bicoca, pero por la empresa en su conjunto y todo lo que hay dentro del subsuelo, que es lo que realmente interesa a los inversionistas. No sería difícil que de lograrse la anhelada operación, Calderón apareciera, ya como expresidente, como miembro del Consejo de Administración de la empresa, pero entonces propiedad de una firma trasnacional, tal como ocurrió con Ernesto Zedillo en el caso de la privatización de la empresa ferrocarrilera mexicana.
Que las consecuencias para los mexicanos serán nefastas, al cancelarse la posibilidad de que el fisco pueda sobrevivir, eso le tiene sin cuidado a Calderón. Obviamente, los propietarios extranjeros no pagarían más que los impuestos mínimos correspondientes. En consecuencia, la Secretaría de Hacienda se vería obligada a hincar el diente a profundidad a los causantes cautivos, en detrimento de la economía en general, toda vez que habría una gran contracción del mercado interno al reducirse la capacidad adquisitiva de los asalariados y pequeños y medianos empresarios.
Cabe recordar que Calderón, durante la campaña electoral, se comprometió a cuidar el patrimonio de los mexicanos, de Pemex principalmente. Queda plenamente probado que mintió a los electores para alcanzar la Presidencia y ponerla al servicio de sus patrocinadores. Por eso no quitará el dedo del renglón, tal como lo prometió en conferencia de prensa en Nueva York, al puntualizar que buscará la manera de cambiar la percepción que tiene la gente acerca de la pretendida modernización de Pemex. “En cuanto mantengamos esta estrategia para cambiar la percepción pública del problema, creo que tendremos éxito”.
Por lo pronto, sin necesidad de reformas legales, la privatización de la principal empresa mexicana sigue su marcha gracias a los resquicios leguleyos como los llamados contratos incentivados –los Proyectos de Infraestructura Productiva de Largo Plazo–, las licitaciones de obras que, según funcionarios de Pemex, “la empresa no tiene capacidad financiera para llevar a cabo”. ¿Cómo podría tenerla si el gobierno federal se queda con el ciento por ciento de sus utilidades, sumamente cuantiosas todavía, como lo indican sus ganancias del año pasado, que ascendieron a 650 mil millones de pesos, según la propia Secretaría de Hacienda?
Cabe concluir que Calderón en realidad fue a Nueva York a negociar el otorgamiento de contratos, como los que acaba de recibir la empresa estadunidense McDermott International, para construir tres ductos marinos en Campeche. Porque a final de cuentas, más que jefe del Ejecutivo mexicano, se ha distinguido por ser un eficiente abogado de intereses privados, incluso más que su antecesor, lo que ya es mucho decir. Convirtió a Los Pinos en una empresa corredora de grandes ofertas para firmas trasnacionales. De ahí el trato que recibió en una reunión con líderes comunitarios de origen mexicano, quienes no tuvieron empacho en decirle la verdad. Una dirigente le espetó: “No le doy la bienvenida, porque ya van de salida usted y todo su gabinete”.
Mientras aquí se afirma que Petróleos Mexicanos (Pemex) está en quiebra, que no es redituable, que representa puras pérdidas, en el extranjero se tiene una opinión diferente; por eso tanto interés de inversionistas foráneos por adquirir la principal empresa mexicana. Desde luego, no para que el fisco siga quedándose con el ciento por ciento de las utilidades que genera, sino para obtener las ganancias exorbitantes que sigue produciendo, a pesar de la pésima administración de quienes están al frente de ella. El viaje de Felipe Calderón a Nueva York corroboró dicho interés, así como el compromiso de éste para que durante su sexenio se cumpla el anhelado propósito de inversionistas estadunidenses: quedarse con la paraestatal que durante 73 años ha sido explotada de manera irracional.
Ante el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, Calderón se comprometió a lograr que sea aprobada la reforma constitucional que permita la privatización de la empresa, o cuando menos que se autorice la venta de acciones a inversionistas privados. “Mi plan es intentar otra reforma legal para modernizar Pemex de una manera parecida a lo que logró Petrobras hace 10 años”. Esto es imposible en las actuales condiciones de la paraestatal mexicana, cuando los sucesivos gobiernos casi han conseguido su objetivo de llevar a la empresa al borde de la supervivencia, mientras que la petrolera brasileña, entonces y ahora, ha sido una empresa bien administrada por el Estado, así que no le afectaba negociar en condiciones favorables al país el ingreso de inversionistas extranjeros en calidad de socios minoritarios
Esto es impensable en el caso de Pemex, luego de casi tres décadas de saqueo absurdo, lapso en el que se le dejó el puro cascarón, así que los compradores pagarían una bicoca, pero por la empresa en su conjunto y todo lo que hay dentro del subsuelo, que es lo que realmente interesa a los inversionistas. No sería difícil que de lograrse la anhelada operación, Calderón apareciera, ya como expresidente, como miembro del Consejo de Administración de la empresa, pero entonces propiedad de una firma trasnacional, tal como ocurrió con Ernesto Zedillo en el caso de la privatización de la empresa ferrocarrilera mexicana.
Que las consecuencias para los mexicanos serán nefastas, al cancelarse la posibilidad de que el fisco pueda sobrevivir, eso le tiene sin cuidado a Calderón. Obviamente, los propietarios extranjeros no pagarían más que los impuestos mínimos correspondientes. En consecuencia, la Secretaría de Hacienda se vería obligada a hincar el diente a profundidad a los causantes cautivos, en detrimento de la economía en general, toda vez que habría una gran contracción del mercado interno al reducirse la capacidad adquisitiva de los asalariados y pequeños y medianos empresarios.
Cabe recordar que Calderón, durante la campaña electoral, se comprometió a cuidar el patrimonio de los mexicanos, de Pemex principalmente. Queda plenamente probado que mintió a los electores para alcanzar la Presidencia y ponerla al servicio de sus patrocinadores. Por eso no quitará el dedo del renglón, tal como lo prometió en conferencia de prensa en Nueva York, al puntualizar que buscará la manera de cambiar la percepción que tiene la gente acerca de la pretendida modernización de Pemex. “En cuanto mantengamos esta estrategia para cambiar la percepción pública del problema, creo que tendremos éxito”.
Por lo pronto, sin necesidad de reformas legales, la privatización de la principal empresa mexicana sigue su marcha gracias a los resquicios leguleyos como los llamados contratos incentivados –los Proyectos de Infraestructura Productiva de Largo Plazo–, las licitaciones de obras que, según funcionarios de Pemex, “la empresa no tiene capacidad financiera para llevar a cabo”. ¿Cómo podría tenerla si el gobierno federal se queda con el ciento por ciento de sus utilidades, sumamente cuantiosas todavía, como lo indican sus ganancias del año pasado, que ascendieron a 650 mil millones de pesos, según la propia Secretaría de Hacienda?
Cabe concluir que Calderón en realidad fue a Nueva York a negociar el otorgamiento de contratos, como los que acaba de recibir la empresa estadunidense McDermott International, para construir tres ductos marinos en Campeche. Porque a final de cuentas, más que jefe del Ejecutivo mexicano, se ha distinguido por ser un eficiente abogado de intereses privados, incluso más que su antecesor, lo que ya es mucho decir. Convirtió a Los Pinos en una empresa corredora de grandes ofertas para firmas trasnacionales. De ahí el trato que recibió en una reunión con líderes comunitarios de origen mexicano, quienes no tuvieron empacho en decirle la verdad. Una dirigente le espetó: “No le doy la bienvenida, porque ya van de salida usted y todo su gabinete”.
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