La comedia humana

Raúl Trejo Delarbre / Sociedad y poder

En un santiamén, sin proponérnoslo, sabemos con detalle el itinerario de Dominique Strauss-Kahn el sábado en Manhattan. De dónde llegaba a su hotel, a qué hora tomó una ducha, con cuánta premura salió al aeropuerto. Como también sabemos, se mantiene una discrepancia esencial acerca del episodio con la camarera del Sofitel en donde se hospedaba el todavía director gerente del Fondo Monetario Internacional. Pero para muchos es lo de menos. El político francés, puntero en las encuestas por la candidatura presidencial del Partido Socialista, ha quedado expuesto con tal intensidad al escarnio global que, pase lo que pase en el juicio que se le sigue en Nueva York, hoy en día está condenado por esa entidad amorfa pero implacable que es la opinión pública.

También somos expertos en las andanzas extramaritales de Arnold Schwarzenegger. Las fotografías de los hijos, sus fechas de nacimiento, la casa de la empleada doméstica, el desdén de María Shriver, han ocupado nuestra atención durante largos ratos. Y allí nos encontramos, por lo menos, con cinco problemas.

El primero de ellos es el hecho de que esas indiscreciones sean noticia. Los famosos están expuestos, y a menudo se exponen intencionalmente, a la mirada impertinente de los medios de comunicación. El lindero entre vida privada y vida pública se hace más flexible cuando se trata de personajes de intensa comparecencia mediática. Pero sigue siendo discutible el derecho de los medios para hacer públicos asuntos de la vida privada que las personas, famosas o no, deciden mantener fuera de la mirada pública.

Ya que el hecho se conoce, evidentemente es noticia. Sea la detención, además ocurrida en un sitio público, del director del FMI, o la develación de actas de nacimiento y fotos de los hijos del ex gobernador de California, se trata de acontecimientos que interesan a la gente. Una vez que han sido develados, los medios no tienen por qué ocultarlos. Pero además de publicarlos, esos hechos son magnificados. El periodismo encuentra, jerarquiza y, de vez en cuando, pone en contexto las noticias. La segunda de esas tareas, la cumplen asignándole al chismerío y las murmuraciones una importancia mayor a la que tendrían si no pasaran por la trituradora mediática. Infidelidades, abusos y actitudes miserables siempre han existido. Pero al publicar en primera plana las fotos de los hijos de Schwarzenegger, la prensa toma la decisión de explotar el sensacionalismo inherente a ese tema. La prensa rosa se entremezcla con la amarilla y, ambas, acaparan los titulares tanto en medios impresos como electrónicos.

El tercer problema es la reiteración machacona, interesada, ominosa, de tales asuntos. No hace falta que la prensa destaque las correrías o vicisitudes, según se les vea, de Monsieur Strauss-Kahn para que el asunto sea un escándalo. Todos tenemos un alma voyeurista que nos conduce a voltear, discretamente o no, hacia la intimidad de los otros. Ese interés crece cuando se trata de adversidades. La desgracia ajena suele cautivar más que el éxito. Y la fascinación por las tribulaciones se expande cuando se trata de personajes célebres. De suyo noticia, los medios amplifican el caso Strauss-Kahn al repetir una, otra y otra vez las mismas informaciones.

Repiten lo mismo, aportando poco. Un cuarto rasgo radica en la escasa investigación de los medios. La mayor parte de ellos se conforman con repetir los hallazgos de otros, que por lo general surgen de filtraciones como la que proporcionó a un sitio de habladurías en línea los documentos de la familia secreta de Schwarzenegger, o de informaciones oficiales como las que ha ofrecido la policía neoyorquina sobre el arresto de Strauss-Kahn.

Una quinta dificultad es la ya señalada costumbre de los medios para adelantarse a las instituciones judiciales. Si Strauss-Kahn cometió el abuso del que le acusa la camarera merece, como dice la muletilla también mediática, todo el rigor de la ley. Pero la ley no establece que antes de la decisión del juez el acusado de un delito, por despreciable que parezca, haya de recibir menosprecio global. ¿Y si resulta que es inocente?

Los medios exprimen hasta la última gota del escándalo porque es negocio. En las redes sociales, en cambio, twitteros y facebookeros –entre quienes hay algunos tan estridentes y maniqueos como cualquier tabloide vulgar– producen avalanchas de menciones sobre estos casos pero sólo por corto tiempo. En un par de días otros temas acaparan la expectación. En los medios convencionales, en cambio, el ciclo de estos escándalos es ensanchado hasta la saturación.

La comedia humana siempre vende. La tragedia humana en cambio, sobre todo cuando se vuelve monótona de tan conocida, es desdeñada por las primeras planas porque el desempleo insufrible, la educación depauperada o la violencia ominosa, ya no son noticia.

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