José Agustín Ortiz Pinchetti / El Despertar
Me ha impresionado una buena película estadunidense: Dinero sucio (Inside job), documental de Charles Ferguson. Leonardo García Tsao le ha dedicado un buen artículo (Más pierde el pobre. La Jornada). Me voy a referir a sus aspectos éticos y políticos. La película describe cómo se generó el terremoto financiero de 2008, que provocó destrucción en todo el planeta. Denuncia el fraude que lo originó y por nombres y fechorías a sus autores, que no sólo están impunes, sino que son los responsables de dirigir la recuperación de la economía estadunidense.
La codicia es el verdadero espíritu de esta época. En los años 80 y 90, los conservadores estadunidenses restauraron el viejo individualismo con el lema la codicia es buena bajo el nombre de neoliberalismo. Sus frutos: aumentaron las desigualdades en las naciones ricas y abrieron un abismo entre las ricas y las pobres. Arruinaron a varios países muy estables, rompieron los récords de desempleo y por primera vez en la historia una generación de estadunidenses vive peor que la de sus padres. Los beneficiarios han acumulado fortunas de millones de dólares, mansiones inmensas, aviones particulares y yates, además de consumo de drogas y prostitutas finas. Y de seguro una sensación inefable de poder. En un momento de la película los defrau- dadores aceptan que no pueden contenerse, y en otro se demuestra con placas cerebrales que conseguir altas ganancias tiene el mismo efecto que una droga poderosa.
Para poder hacer triunfar al neoliberalismo se debilitó a los estados y se eliminaron las regulaciones. Libre del impulso voraz produjo una corrupción que no sólo abarca al gobierno, sino que se extiende a la academia y a los círculos intelectuales. Los grandes grupos de interés controlan el Congreso y bloquean las leyes que permitirían una rectificación. A pesar de que Barack Obama denunció estas prácticas y a sus agentes, ha terminado sometido a los dictados de la oligarquía. En México, a escala, ha sucedido lo mismo.
Es difícil vencer el escepticismo. No se ve en el panorama cercano un cambio, pero la humanidad guiada por el instinto de conservación tendrá que despertar y reaccionar. La rebelión democrática en el mundo árabe, el movimiento del poeta Javier Sicilia en México y la reciente sublevación juvenil en España son portadores de esperanza. La indignación puede convertirse en un propósito político, en rechazo a la complicidad entre las autoridades y los intereses de la codicia. En los próximos años viviremos la tensión entre la inclinación a obedecer la voracidad y la necesidad de un renacimiento. Todos nosotros estaremos en el escenario.
Me ha impresionado una buena película estadunidense: Dinero sucio (Inside job), documental de Charles Ferguson. Leonardo García Tsao le ha dedicado un buen artículo (Más pierde el pobre. La Jornada). Me voy a referir a sus aspectos éticos y políticos. La película describe cómo se generó el terremoto financiero de 2008, que provocó destrucción en todo el planeta. Denuncia el fraude que lo originó y por nombres y fechorías a sus autores, que no sólo están impunes, sino que son los responsables de dirigir la recuperación de la economía estadunidense.
La codicia es el verdadero espíritu de esta época. En los años 80 y 90, los conservadores estadunidenses restauraron el viejo individualismo con el lema la codicia es buena bajo el nombre de neoliberalismo. Sus frutos: aumentaron las desigualdades en las naciones ricas y abrieron un abismo entre las ricas y las pobres. Arruinaron a varios países muy estables, rompieron los récords de desempleo y por primera vez en la historia una generación de estadunidenses vive peor que la de sus padres. Los beneficiarios han acumulado fortunas de millones de dólares, mansiones inmensas, aviones particulares y yates, además de consumo de drogas y prostitutas finas. Y de seguro una sensación inefable de poder. En un momento de la película los defrau- dadores aceptan que no pueden contenerse, y en otro se demuestra con placas cerebrales que conseguir altas ganancias tiene el mismo efecto que una droga poderosa.
Para poder hacer triunfar al neoliberalismo se debilitó a los estados y se eliminaron las regulaciones. Libre del impulso voraz produjo una corrupción que no sólo abarca al gobierno, sino que se extiende a la academia y a los círculos intelectuales. Los grandes grupos de interés controlan el Congreso y bloquean las leyes que permitirían una rectificación. A pesar de que Barack Obama denunció estas prácticas y a sus agentes, ha terminado sometido a los dictados de la oligarquía. En México, a escala, ha sucedido lo mismo.
Es difícil vencer el escepticismo. No se ve en el panorama cercano un cambio, pero la humanidad guiada por el instinto de conservación tendrá que despertar y reaccionar. La rebelión democrática en el mundo árabe, el movimiento del poeta Javier Sicilia en México y la reciente sublevación juvenil en España son portadores de esperanza. La indignación puede convertirse en un propósito político, en rechazo a la complicidad entre las autoridades y los intereses de la codicia. En los próximos años viviremos la tensión entre la inclinación a obedecer la voracidad y la necesidad de un renacimiento. Todos nosotros estaremos en el escenario.
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