Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Es preciso labrar en piedra una frase reciente del rector José Narro Robles, porque es respuesta perfecta a las pretensiones humanas asumidas desde la impunidad, sólo garantizada por el poder.
Al jugueteo político sobre la privatización o bursatilización de Pemex, alguien que defiende la idea de hacerlo a como dé lugar, dijo, en su ignorancia, que es el camino para convertir la paraestatal mexicana en Petrobras, a lo que el rector de la UNAM respondió, palabras más, palabras menos: Si necesitan un Petrobras, ¿por qué no también un Lula?
Es oportuna la pregunta, porque los seres humanos, pero en especial los mexicanos, son proclives a tropezar con el mismo objeto que podría satisfacer sus ambiciones frustradas; los políticos saben explotar bien esa debilidad, ese sueño de alcanzar el bienestar imaginado, sin siquiera trabajar, sino todo debido a un golpe de suerte, a un poco de audacia, e una infidencia o indicación precisa para, en el momento adecuado, comprar divisas, oro, terrenos cuya plusvalía será inmediata, porque cerca se hará importante obra gubernamental que los hará subir tres o cuatro o diez veces su valor.
Los sucesivos expolios de los distintos gobiernos de México a los ahorros de sus gobernados, debieran registrarse en un libro especial de récords, pues son memorables: petrobonos y mexdólares, instrumentos con los que José López Portillo disfrazó el fracaso de su proyecto de administrar la abundancia, que se fue al caño en devaluaciones sucesivas; fideicomisos bancarios para venta de acciones de los bancos cuando estuvieron estatizados, papeles que no se podían vender, y cuyos tenedores únicamente pudieron liquidar cuando el fideicomiso desapareció al reprivatizarse los servicios bancarios, y crack bursátil de 1987; tesobonos, y ahora, de nueva cuenta, andan con la idea de los bonos petroleros para fortalecer Pemex, cuando lo indicado y práctico es reinvertir en esa paraestatal, despetrolizar la economía, hundida en esa trampa desde el sexenio 1976-1982.
Pero, y aquí lo genial de la frase de José Narro Robles, lo que se requiere para que el país se transforme, es la voluntad política de un Luis Ignacio Lula da Silva, además de la voluntad de cambio de todos los mexicanos, que permanecen pasmados ante lo que ocurre en el país y nada hacen por sacudirse a los políticos que en nada los benefician, porque se acomodaron a la perversión de un modelo disfuncional, enfermo, que sólo favorece a esos pocos que administran los poderes fácticos y están ligados a los otros factores reales de poder. Los demás, como el Lázaro de Epulón, llorando por las migas que caen de las mesas.
Pero este asunto de la impunidad y de la manera en que el poder distorsiona la cabeza y las aspiraciones de quien lo tiene prestado por tiempo legalmente establecido, o porque es dueño de fortuna, o poseedor de talento que obliga a propios y extraños a someterse al capricho de un 'genio' que cree merecerlo todo, hasta que Charles Manson lo despertó del sueño cuando mató a Sharon Tate.
Algo debió pasar por la cabeza de Roman Polanski, quizá pensó que el mundo estaba en deuda con él desde 1969, año en que su esposa fue asesinada, porque en 1977 -ya fue absuelto por lo que hizo, pero eso no lo exime de culpabilidad- llevó a su casa a la menor de 13 años -Polanski tenía 43-, Samanta Geimer, bebió con ella y dispuso de ese núbil cuerpo, quizá pensando en que lo hacía con su asesinada mujer, cuando tenía ocho meses de embarazo.
Es muy posible que el genial director de cine tenga pesadillas recurrentes, y en ellas nunca falta la imagen de Charles Manson. Nos debe una película, él conoce bien el tema: la violación de Samanta Geimer.
No se enfría el horroroso caso de la impunidad de Polanski, cuando Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional (FMI), seguramente ebrio de poder y con la libido a tope, por haberle durado de más el efecto del viagra -por edad no pudo ser de otra manera-, aún después de darse un baño de agua fría, decide disponer del cuerpo de una recamarera de 32 años, como si fuese de su propiedad.
Pero este dilecto francés tiene cola larga, en cuanto fue detenido se escucharon otras voces. Ahora Tristane Banon, periodista francesa, saca a la luz un ataque que fuera perpetrado por Strauss-Kahn durante una entrevista. Sostiene la maltratada mujer, que durante un reportaje en un departamento a solas con el director del FMI, fue abordada ante el pedido de tomar la mano de su entrevistado: “Él me pidió que le cogiera la mano, porque lo que tenía que confesar era muy íntimo, a lo cual yo accedí. Después de la mano vino el brazo, luego algo más, entonces le dije que parara. Todo terminó de forma muy violenta, porque yo le repetí claramente que no. Luchamos en el suelo, le di un par de bofetadas y hasta patadas, pero él rompió mi sujetador y trató de bajarme los vaqueros”. Strauss-Kahn era el marido de la madrina de Banon hasta que se desató el escándalo por la relación que mantenía con Piroska Nagy, una de sus subordinadas.
Hay quienes inspirados por la teoría de la conspiración, recomiendan ver la película Dinero sucio, donde el entonces director del FMI en funciones, hace declaraciones sobre cómo Estados Unidos se beneficia del dinero negro.
El poder y su impunidad se manifiestan también a la inversa, como cuando en 1967 Cassius Clay fue despojado del título mundial de peso pesado, por negarse a enlistarse en el ejército de Estados Unidos e ir a Vietnam, a combatir en una guerra que, de acuerdo a sus declaraciones, no era de él.
Otro caso, también contra un boxeador negro, es el de Mike Tyson, acusado de violar a Desiree Washington, de 18 años, cuando la mujer, por voluntad propia, subió a la habitación del entonces campeón mundial de peso pesado.
Será importante que se informe, con puntualidad, de los abusos de poder, tanto sexuales como económicos, porque con Strauss-Kahn puede repetirse lo de Polanski, y con la idea del lanzamiento de los pemexbonos, puede regresar el deseo de reincidir en el juego de los tesobonos.
Es preciso labrar en piedra una frase reciente del rector José Narro Robles, porque es respuesta perfecta a las pretensiones humanas asumidas desde la impunidad, sólo garantizada por el poder.
Al jugueteo político sobre la privatización o bursatilización de Pemex, alguien que defiende la idea de hacerlo a como dé lugar, dijo, en su ignorancia, que es el camino para convertir la paraestatal mexicana en Petrobras, a lo que el rector de la UNAM respondió, palabras más, palabras menos: Si necesitan un Petrobras, ¿por qué no también un Lula?
Es oportuna la pregunta, porque los seres humanos, pero en especial los mexicanos, son proclives a tropezar con el mismo objeto que podría satisfacer sus ambiciones frustradas; los políticos saben explotar bien esa debilidad, ese sueño de alcanzar el bienestar imaginado, sin siquiera trabajar, sino todo debido a un golpe de suerte, a un poco de audacia, e una infidencia o indicación precisa para, en el momento adecuado, comprar divisas, oro, terrenos cuya plusvalía será inmediata, porque cerca se hará importante obra gubernamental que los hará subir tres o cuatro o diez veces su valor.
Los sucesivos expolios de los distintos gobiernos de México a los ahorros de sus gobernados, debieran registrarse en un libro especial de récords, pues son memorables: petrobonos y mexdólares, instrumentos con los que José López Portillo disfrazó el fracaso de su proyecto de administrar la abundancia, que se fue al caño en devaluaciones sucesivas; fideicomisos bancarios para venta de acciones de los bancos cuando estuvieron estatizados, papeles que no se podían vender, y cuyos tenedores únicamente pudieron liquidar cuando el fideicomiso desapareció al reprivatizarse los servicios bancarios, y crack bursátil de 1987; tesobonos, y ahora, de nueva cuenta, andan con la idea de los bonos petroleros para fortalecer Pemex, cuando lo indicado y práctico es reinvertir en esa paraestatal, despetrolizar la economía, hundida en esa trampa desde el sexenio 1976-1982.
Pero, y aquí lo genial de la frase de José Narro Robles, lo que se requiere para que el país se transforme, es la voluntad política de un Luis Ignacio Lula da Silva, además de la voluntad de cambio de todos los mexicanos, que permanecen pasmados ante lo que ocurre en el país y nada hacen por sacudirse a los políticos que en nada los benefician, porque se acomodaron a la perversión de un modelo disfuncional, enfermo, que sólo favorece a esos pocos que administran los poderes fácticos y están ligados a los otros factores reales de poder. Los demás, como el Lázaro de Epulón, llorando por las migas que caen de las mesas.
Pero este asunto de la impunidad y de la manera en que el poder distorsiona la cabeza y las aspiraciones de quien lo tiene prestado por tiempo legalmente establecido, o porque es dueño de fortuna, o poseedor de talento que obliga a propios y extraños a someterse al capricho de un 'genio' que cree merecerlo todo, hasta que Charles Manson lo despertó del sueño cuando mató a Sharon Tate.
Algo debió pasar por la cabeza de Roman Polanski, quizá pensó que el mundo estaba en deuda con él desde 1969, año en que su esposa fue asesinada, porque en 1977 -ya fue absuelto por lo que hizo, pero eso no lo exime de culpabilidad- llevó a su casa a la menor de 13 años -Polanski tenía 43-, Samanta Geimer, bebió con ella y dispuso de ese núbil cuerpo, quizá pensando en que lo hacía con su asesinada mujer, cuando tenía ocho meses de embarazo.
Es muy posible que el genial director de cine tenga pesadillas recurrentes, y en ellas nunca falta la imagen de Charles Manson. Nos debe una película, él conoce bien el tema: la violación de Samanta Geimer.
No se enfría el horroroso caso de la impunidad de Polanski, cuando Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional (FMI), seguramente ebrio de poder y con la libido a tope, por haberle durado de más el efecto del viagra -por edad no pudo ser de otra manera-, aún después de darse un baño de agua fría, decide disponer del cuerpo de una recamarera de 32 años, como si fuese de su propiedad.
Pero este dilecto francés tiene cola larga, en cuanto fue detenido se escucharon otras voces. Ahora Tristane Banon, periodista francesa, saca a la luz un ataque que fuera perpetrado por Strauss-Kahn durante una entrevista. Sostiene la maltratada mujer, que durante un reportaje en un departamento a solas con el director del FMI, fue abordada ante el pedido de tomar la mano de su entrevistado: “Él me pidió que le cogiera la mano, porque lo que tenía que confesar era muy íntimo, a lo cual yo accedí. Después de la mano vino el brazo, luego algo más, entonces le dije que parara. Todo terminó de forma muy violenta, porque yo le repetí claramente que no. Luchamos en el suelo, le di un par de bofetadas y hasta patadas, pero él rompió mi sujetador y trató de bajarme los vaqueros”. Strauss-Kahn era el marido de la madrina de Banon hasta que se desató el escándalo por la relación que mantenía con Piroska Nagy, una de sus subordinadas.
Hay quienes inspirados por la teoría de la conspiración, recomiendan ver la película Dinero sucio, donde el entonces director del FMI en funciones, hace declaraciones sobre cómo Estados Unidos se beneficia del dinero negro.
El poder y su impunidad se manifiestan también a la inversa, como cuando en 1967 Cassius Clay fue despojado del título mundial de peso pesado, por negarse a enlistarse en el ejército de Estados Unidos e ir a Vietnam, a combatir en una guerra que, de acuerdo a sus declaraciones, no era de él.
Otro caso, también contra un boxeador negro, es el de Mike Tyson, acusado de violar a Desiree Washington, de 18 años, cuando la mujer, por voluntad propia, subió a la habitación del entonces campeón mundial de peso pesado.
Será importante que se informe, con puntualidad, de los abusos de poder, tanto sexuales como económicos, porque con Strauss-Kahn puede repetirse lo de Polanski, y con la idea del lanzamiento de los pemexbonos, puede regresar el deseo de reincidir en el juego de los tesobonos.
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