Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Lo escuchado a padres de desaparecidos que acudieron a la exhumación de despojos en las fosas clandestinas abiertas en Tamaulipas y Durango, rebasa la capacidad de comprensión del mal, de la perversidad.
La charla corresponde a la investigación realizada para reunir datos, destinados a dejar testimonio de lo que hoy sucede en México. Fueron cautos, advirtieron que lo leído o conocido en torno a la solución final nazi, a los campos de la guerra de los Balcanes, a lo indagado por Ernesto Sabato para la Comisión de la Verdad en Argentina, lo destapado en Babi Yar y Katyn, es nada comparado con la manera en que ejecutaron a los encontrados en el norte de la república mexicana.
Gaseados o ejecutados a balazos, torturados por hambre y fallecidos de inanición, sujetos a experimentos médicos, explotados laboralmente hasta causarles la muerte, violados, nada parecido a la muerte a tubazos de San Fernando, Tamaulipas.
El resumen es tétrico. El gobierno de esa entidad informó, el 27 de abril, que hasta esa fecha la fiscalía estatal dio fe de la exhumación de 183 cuerpos en 39 fosas clandestinas, más cuatro cuerpos localizados a flor de tierra; dio cuenta que se habían realizando los exámenes periciales correspondientes, e indicó que el último 14 de abril se abrió una mesa de atención para facilitar el auxilio a familiares de personas desaparecidas.
Lo cierto es que el 80 por ciento de esas muertes fue a tubazos, y la identificación de los cadáveres ha sido prácticamente imposible.
Pareciera que los mexicanos se enfrentaban, en esas fosas clandestinas, al culmen de la maldad, de esa perversidad sólo instigada por quien se esfuerza, se empeña en imponer miedo; no cualquier miedo, ni siquiera parecido al inoculado por los nazis o los militares argentinos o Augusto Pinochet, o los Somoza o cualesquiera otro de los dictadores latinoamericanos. No, quieren imponer ese terror estalinista, idéntico al usado por el zar rojo empeñado en borrar el pasado, cosa que no logró. Si consideran una exageración el aserto, recomiendo la lectura de Stalin y los verdugos, de Donald Rayfield.
Lo encontrado en las fosas clandestinas de Durango, todavía va más allá de lo que fue exhumado en Tamaulipas, porque si es cierto lo dicho por Jesús Salvador Romero, el método para ejecutarlos fue la asfixia provocada por un cordel y un palo, para hacer un torniquete. Los cadáveres allá encontrados no tienen orificios de bala, ni los músculos rasgados por arma blanca, fueron lenta, lentamente estrangulados. ¿Cuánto tiempo requiere un hombre fuerte para estrangular, con ese método, a un hombre cagado de miedo? ¿Cuántos fueron así ejecutados?
¿Qué está ocurriendo en México? Si en San Fernando, Tamaulipas, los ejecutados fallecen a tubazos, y pareciera que nada sucedió, ¿por qué decidieron escalar en la violencia, y matar como lo hicieron en Durango? Posiblemente mi apreciación es errónea, por lo que valdría la pena que las autoridades federales pudiesen analizar e informar cuáles fosas clandestinas recibieron despojos antes y cuáles después, para determinar en qué orden decidieron matar, a unos a golpes, a otros por asfixia.
Es momento de que los especialistas en medicina forense, siquiatría, sociología y tanatología investiguen e informen acerca de las diferencias de los dos métodos de infligir dolor y muerte, qué significan los mensajes que esos despojos dejan, con cuál de ellos disfruta más el asesino, porque no es lo mismo matar a golpes, con una furia ciega, que hacerlo despacio, como sucede al estrangular, posiblemente con los ojos fijos en los de la víctima, con el pálpito del asesino ajustado a los latidos del corazón y al ritmo respiratorio del que va a fallecer por sus manos.
Revisemos las cifras. El último comunicado de la fiscalía estatal de Durango, establece que de los últimos ocho cadáveres hallados, siete son de hombres y uno más de mujer. Del 11 de abril a la fecha han sido encontrados en cinco fosas de la capital y una de Santiago Papasquiaro, un total de 209 personas. Las fosas clandestinas en las cuales han sido hallados los muertos en la ciudad de Durango, se ubican en los fraccionamientos Providencial y Las Fuentes, en las colonias Vicente Suárez y Valle del Guadiana, así como en el Rancho El Consuelo.
El saldo excede los 183 cuerpos hallados en fosas el mes pasado en Tamaulipas. Las autoridades de Durango dicen que algunas de las víctimas habían estado muertas hasta cuatro años mientras que otros fueron sepultados tan recientemente como hace tres meses. A pesar de que los investigadores de Durango se han negado a especular sobre un móvil para los asesinatos, las autoridades han culpado a los cárteles de las drogas.
Lo ocurrido en México en los últimos 125 meses obliga a cuestionarnos seriamente sobre nuestro futuro, acerca de las expectativas despertadas por el llamado del Movimiento por la Paz con Dignidad a firmar, en Ciudad Juárez, el 10 de junio próximo, un Pacto; obliga a estar atentos a la manera en que pueda o no darse el diálogo público con la asistencia del presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, la asistencia de las víctimas y/o sus deudos y quienes lo anuncian y lo solicitan: Clara Jusidman, Raúl Vera, Eduardo Gallo, Emilio Álvarez Icaza, Sergio Aguayo y Javier Sicilia.
Obliga también a recordar las líneas que Leonardo Padura dedica al miedo de Bujarin en El hombre que amaba a los perros, cuando informan a León Trotski que su ex compañero de ruta prefiere la certeza de la muerte a manos de Stalin, que la incertidumbre de una vida siempre huyendo, y por ello regresa a Moscú, donde más tarde, efectivamente, fue ejecutado.
El hedor de las fosas clandestinas del norte de México, recuerda el evocado por los historiadores españoles como procedente del pudridero de El Escorial. Todavía desconocemos el costo que los cadáveres encontrados tenga sobre la tambaleante democracia mexicana, pero de que el modelo político ya no funciona, es cierto. Sin reformas, esas fosas se multiplicarán.
Lo escuchado a padres de desaparecidos que acudieron a la exhumación de despojos en las fosas clandestinas abiertas en Tamaulipas y Durango, rebasa la capacidad de comprensión del mal, de la perversidad.
La charla corresponde a la investigación realizada para reunir datos, destinados a dejar testimonio de lo que hoy sucede en México. Fueron cautos, advirtieron que lo leído o conocido en torno a la solución final nazi, a los campos de la guerra de los Balcanes, a lo indagado por Ernesto Sabato para la Comisión de la Verdad en Argentina, lo destapado en Babi Yar y Katyn, es nada comparado con la manera en que ejecutaron a los encontrados en el norte de la república mexicana.
Gaseados o ejecutados a balazos, torturados por hambre y fallecidos de inanición, sujetos a experimentos médicos, explotados laboralmente hasta causarles la muerte, violados, nada parecido a la muerte a tubazos de San Fernando, Tamaulipas.
El resumen es tétrico. El gobierno de esa entidad informó, el 27 de abril, que hasta esa fecha la fiscalía estatal dio fe de la exhumación de 183 cuerpos en 39 fosas clandestinas, más cuatro cuerpos localizados a flor de tierra; dio cuenta que se habían realizando los exámenes periciales correspondientes, e indicó que el último 14 de abril se abrió una mesa de atención para facilitar el auxilio a familiares de personas desaparecidas.
Lo cierto es que el 80 por ciento de esas muertes fue a tubazos, y la identificación de los cadáveres ha sido prácticamente imposible.
Pareciera que los mexicanos se enfrentaban, en esas fosas clandestinas, al culmen de la maldad, de esa perversidad sólo instigada por quien se esfuerza, se empeña en imponer miedo; no cualquier miedo, ni siquiera parecido al inoculado por los nazis o los militares argentinos o Augusto Pinochet, o los Somoza o cualesquiera otro de los dictadores latinoamericanos. No, quieren imponer ese terror estalinista, idéntico al usado por el zar rojo empeñado en borrar el pasado, cosa que no logró. Si consideran una exageración el aserto, recomiendo la lectura de Stalin y los verdugos, de Donald Rayfield.
Lo encontrado en las fosas clandestinas de Durango, todavía va más allá de lo que fue exhumado en Tamaulipas, porque si es cierto lo dicho por Jesús Salvador Romero, el método para ejecutarlos fue la asfixia provocada por un cordel y un palo, para hacer un torniquete. Los cadáveres allá encontrados no tienen orificios de bala, ni los músculos rasgados por arma blanca, fueron lenta, lentamente estrangulados. ¿Cuánto tiempo requiere un hombre fuerte para estrangular, con ese método, a un hombre cagado de miedo? ¿Cuántos fueron así ejecutados?
¿Qué está ocurriendo en México? Si en San Fernando, Tamaulipas, los ejecutados fallecen a tubazos, y pareciera que nada sucedió, ¿por qué decidieron escalar en la violencia, y matar como lo hicieron en Durango? Posiblemente mi apreciación es errónea, por lo que valdría la pena que las autoridades federales pudiesen analizar e informar cuáles fosas clandestinas recibieron despojos antes y cuáles después, para determinar en qué orden decidieron matar, a unos a golpes, a otros por asfixia.
Es momento de que los especialistas en medicina forense, siquiatría, sociología y tanatología investiguen e informen acerca de las diferencias de los dos métodos de infligir dolor y muerte, qué significan los mensajes que esos despojos dejan, con cuál de ellos disfruta más el asesino, porque no es lo mismo matar a golpes, con una furia ciega, que hacerlo despacio, como sucede al estrangular, posiblemente con los ojos fijos en los de la víctima, con el pálpito del asesino ajustado a los latidos del corazón y al ritmo respiratorio del que va a fallecer por sus manos.
Revisemos las cifras. El último comunicado de la fiscalía estatal de Durango, establece que de los últimos ocho cadáveres hallados, siete son de hombres y uno más de mujer. Del 11 de abril a la fecha han sido encontrados en cinco fosas de la capital y una de Santiago Papasquiaro, un total de 209 personas. Las fosas clandestinas en las cuales han sido hallados los muertos en la ciudad de Durango, se ubican en los fraccionamientos Providencial y Las Fuentes, en las colonias Vicente Suárez y Valle del Guadiana, así como en el Rancho El Consuelo.
El saldo excede los 183 cuerpos hallados en fosas el mes pasado en Tamaulipas. Las autoridades de Durango dicen que algunas de las víctimas habían estado muertas hasta cuatro años mientras que otros fueron sepultados tan recientemente como hace tres meses. A pesar de que los investigadores de Durango se han negado a especular sobre un móvil para los asesinatos, las autoridades han culpado a los cárteles de las drogas.
Lo ocurrido en México en los últimos 125 meses obliga a cuestionarnos seriamente sobre nuestro futuro, acerca de las expectativas despertadas por el llamado del Movimiento por la Paz con Dignidad a firmar, en Ciudad Juárez, el 10 de junio próximo, un Pacto; obliga a estar atentos a la manera en que pueda o no darse el diálogo público con la asistencia del presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, la asistencia de las víctimas y/o sus deudos y quienes lo anuncian y lo solicitan: Clara Jusidman, Raúl Vera, Eduardo Gallo, Emilio Álvarez Icaza, Sergio Aguayo y Javier Sicilia.
Obliga también a recordar las líneas que Leonardo Padura dedica al miedo de Bujarin en El hombre que amaba a los perros, cuando informan a León Trotski que su ex compañero de ruta prefiere la certeza de la muerte a manos de Stalin, que la incertidumbre de una vida siempre huyendo, y por ello regresa a Moscú, donde más tarde, efectivamente, fue ejecutado.
El hedor de las fosas clandestinas del norte de México, recuerda el evocado por los historiadores españoles como procedente del pudridero de El Escorial. Todavía desconocemos el costo que los cadáveres encontrados tenga sobre la tambaleante democracia mexicana, pero de que el modelo político ya no funciona, es cierto. Sin reformas, esas fosas se multiplicarán.
Comentarios